ACERCA DE LA
ASTROLOGÍA (I)
“El cielo retiene dentro de su esfera la
mitad de todos los cuerpos y los males”
Paracelso.
Seguramente
reconoceréis que el que haya venido aquí es muestra de considerable audacia.
Osadía, incluso. Pues éste es vuestro campo de conocimiento, no el mío; vuestra
profesión, no la mía; y vuestra responsabilidad.
James Hillman
El
que no tenga yo responsabilidad respecto a esta antiguo tema y a esta profesión
durante tanto tiempo apreciada -y difamada- me permite ser irresponsable en lo
que pienso y digo esta mañana. Solo en virtud de tal irresponsabilidad puedo
sentirme lo suficientemente libre como para decir algo que pueda ser útil para
vosotros.
A
diferencia de vuestro compromiso para con vuestro trabajo y con la defensa de
vuestro campo, mi compromiso sólo es con un constante interés, incluso un amor,
a la astrología como fenómeno arquetipal, esto es: extendido, intemporal,
emocionalmente potente, profundamente resonador y generativamente inventivo y
también poderosamente peligroso. Por ello, a causa de estas cualidades, la
palabra arquetipal es adecuada para el mismo campo.
Si
es arquetipal, la astrología está aquí para quedarse; porque no se irá, debe
ser arquetipal. Y no se irá. El historiador de la cultura Theodore Zeldin
escribe: “… En 1975 un grupo de 192 eminentes científicos, incluyendo
diecinueve premios Nobel, dirigidas por un profesor de Harvard, publicaron un
manifiesto declarando que les preocupaba la creciente aceptación de la
astrología en varias partes del mundo… Uno de los firmantes, un profesor de
astronomía en la UCLA, se quejó de que un tercio de los estudiantes de sus
clases profesaban creencia en la astrología, y también su esposa”. Zeldin informa
además de que un tercio de la población en Francia e Inglaterra admiten creer
en la astrología, y entre los franceses (“donde la lucidez es una virtud
nacional”) “el 90 por ciento conoce su signo zodiacal” (Una Historia Intima de
la Humanidad, Harper Collins, 1984, p. 339)
Acerca
de su peligro, tendremos más que decir más adelante; su poder emocionalmente
seductor me sorprendió hace unos 45 años, en Zurich, cuando me hicieron mi
primer tema, aunque ya había aprendido los elementos simbólicos y la grafía
antes de eso. Fue tal la convicción que vino junto a esa primera lectura que
continué estudiando astrología. Este interés permanente, esta fascinación, este
amor no me ha abandonado nunca. A la vez, tengo que aclararos que ni creo en
ella, ni la practico, ni entiendo cómo “funciona”, aun cuando la astrología
forma una de mis lenguajes fundamentales para la reflexión psicológica.
Sencillamente,
para mí la astrología devuelve los acontecimientos a los Dioses. Depende de
imágenes tomadas de los cielos. Invoca un sentimiento politeísta, mítico,
poético, metafórico de aquello que es inevitablemente real. Esto es lo que hace
a la astrología eficaz como un campo, un lenguaje, un modo de pensar. Es el
portador para la mentalidad popular de la gran tradición que sostiene que todos
habitamos en un cosmos inteligible, propocionando así a las preguntas humanas
respuestas más que humanas. Nos obliga a imaginar y a pensar en términos
psicológicamente complejos. Es politeísta y por lo tanto va en contra de la
mentalidad dominante de la historia de Occidente.
Tomo
prestada la palabra “eficaz” de Paracelso, que dijo, “se vuelve médico sólo
aquél que conoce aquello que es innominable, invisible e inmaterial, y sin
embargo eficaz”. Y tomo prestada la idea de las antiguas lecturas neoplatónicas
de las posiciones e influencias planetarias. Los intérpretes neoplatónicos en
el Renacimiento y aún antes encontraron una lectura beneficiosa, eficaz, aún de
los planetas más difamados, como Saturno, y de las constelaciones menos auspiciosas.
Todos los Dioses desbordan beneficios; era tarea humana, la tarea del
intérprete, descubrir estos beneficios. De otro modo nos perdemos las
bendiciones y las confundimos con maldiciones.
En
mis propios decursos, encontré los beneficios de Saturno un día en Roma hace
unos años. Estaba contemplando el viejo templo de Saturno, cerrado a los
visitantes por las autoridades. Cerrado, como dicen en Roma, por restauración.
La restauración podría durar ya quinientos años, y podría continuar otros
quinientos años más; pues uno de los modos en que la Iglesia puede impedir que
el pasado politeísta tiña nuestra religión actual es mantener cercados los
antiguos lugares. Así que muchos de los viejos templos están en construcción,
en restauración, o son considerados “arquitectónicamente peligrosos”.
Como
sea, se me ocurrió al estar ahí que las maldiciones que Saturno me había
infligido : frialdad y alejamiento de la intimidad humana, obsesión con ideas,
oscuros humores depresivos que paralizaban la acción, preocupaciones sobre
situaciones concretas que yo intentaba poner en orden, un manejo torpe de la
novedad, frivolidad y artificialidad electrónica, cargas del deber, periodos de
rigidez y aspereza hacia mí mismo y hacia los demás- todas estas maldiciones
habían sido tomadas literalmente. No había captado su eficacia: cómo me
protegían, me mantenían en el camino, fiel al llamado, permitiéndome pensar y
aceptar la soledad, y cómo habían permitido que el orden fuera derrotado en
nombre de la ausencia y el vacío. En otras palabras, las maldiciones que
atribuía a Saturno eran bendiciones. Además, aquel día en Roma me di cuenta de
que somos nosotros quienes hacemos de Saturno un planeta maligno, negativo,
interpretando las bendiciones que otorga sólo en un sentido rígidamente
opresivo, como pesadas cargas en lugar de dones de peso. Perdemos una mitad: la
mitad celestial del mal. Puesto que no es el Dios quien nos maldice, somos
nosotros quienes maldecimos al Dios mal interpretando su eficacia.
La
astrología neoplatónica encontró la razón de nuestra tozudez, nuestro
sentimiento de victimización, por ejemplo por Saturno, en el hecho de que todas
las almas están atrapadas en la estupidez del naturalismo, literalismo,
concretismo. Tomamos literalmente nuestros sufrimientos: aprehendemos las cosas
sólo tal como aparecen naturalmente; insistimos en que lo real es concreto.
Estos errores de entendimiento se deben a que nuestras almas están encerradas
en hyle, la palabra griega para el material rígido. De modo que el viaje del
alma, de acuerdo con la alquimia de Michael Meier, comienza en Saturno y
concluye en Saturno, esto es: comienza en la opresión y la victimización a la
vez que, escondidas en la rigidez de nuestra mente, están las bendiciones de
las metas de Saturno. Su verdadero propósito, escribían las autoridades, estaba
“dirigido a la iluminación y guía del intelecto y a conducirlo al conocimiento
de lo que es correcto y útil”.
Debéis
recordar aquí que eficaz no sólo significa positivo. Los dones de Saturno
todavía pueden sentirse como opresivos y limitadores. Un don no es sólo lo que
literalmente parece ser: tenemos que disfrazarlo bellamente para esconder que
cada don es también potencialmente tóxico; cada don (gift) es también un Veneno
(Gift), la expresión alemana para “veneno”. En efecto, en algunas culturas,
como la China, un don puede usarse como una maldición subliminal; y, a menos
que rápidamente se lo repare con un contra-don al benefactor, uno permanece
cautivo, esto es, obligado, atado, constreñido, limitado por ese don. Por ello
es que cuando más uno tarde en escribir un agradecimiento, más se vuelve una
carga: un don desprovisto de su envoltura revela su maldición latente.
La
lectura neoplatónica de un tema devuelve todas las cosas a los Dioses, pero no
hace las cosas ingenuamente positivas. El modo eficaz de leer tan sólo rehúsa a
dividir las cosas simplemente en negativas y positivas, afortunadas y
desafortunadas. Una cuadratura puede volverse un Beethoven, un trígono un
Forrest Gump.
Así,
la lectura eficaz de la “otra mitad” invisible que afecta a nuestros cuerpos y
nuestros males, como dice Paracelso, no significa una lectura feliz de planetas
felices en posiciones felices. Júpiter en Leo en la casa dos, o diez, no indica
meramente optimismo, magnanimidad, calidez expansiva; sabemos que también
invita a la exageración, al derroche, a entusiasmo indiscriminado. Las costas
lejanas a las que Júpiter empuja pueden ser venturosas y a la vez infladas y
superficiales. En cada situación debemos tomar en cuenta el sitio cultural de
la persona a quien uno le habla, el portador del tema.
Quisiera
acentuar esta idea de sitio. Un humano está situado; una carta está situada. El
momento natal es siempre en algún sitio. Ese sitio no es sólo un mero conjunto
de coordenadas geográficas, longitud y latitud. El sitio es también una
cultura, una naturaleza, una historia, una política, una geografía, un
lenguaje, un estilo, un carácter. El sitio no es un accidente de nacimiento,
sino aquel sitio único y particular el cual, decía el neoplatónico Plotino, el
alma escoge como una de sus cuatro elecciones básicas: los padres, el cuerpo,
las circunstancias y lugar de entrada en este mundo (Ver mi “Código del Alma”).
Dónde esté uno y dónde uno entre en el mundo parece importarle al alma. Y este “donde”
rige distintivamente sobre todas las generalidades y comunidades que los
astrólogos emplean al leer un tema.
Un
residente de Bay Area en la proximidad de Tiburon o Larkspur puede responder
casi sin notar a un “Buenos días”. Una pequeña inclinación de cabeza, un
pequeña sonrisa de acuerdo a una convención familiar. En Maine, “Buenos días”
puede originar como respuesta un “Ya tengo otros planes”. En Manhattan,
“”métase en sus asuntos” y en Alabama “Oh, gracias, muchas gracias, y que
también Ud. tenga un buen día, y vuelva a pasarse por aquí”.
Acentúo
estas diferencias en maneras de hablar porque manifiestan diferencias en
situaciones. No es que ahora me interese destacar si estas diferentes
localidades -Bay Area, Maine, Manhattan, Alabama- reflejan rasgos astrales
pertenecientes a este o aquél signo zodiacal, sino que me interesa destacar la
importancia del sitio en la lectura de una carta, puesto que cada sitio tiene
su propio humor y su tiempo, su atmósfera y su botánica, su historia y su
cultura.
Los
diagnósticos psiquiátricos consideran el sitio como parte del cuadro clínica.
Recuerdo a uno de mis profesores psiquiátricos en Suiza que advertía acerca de
los diagnósticos de depresiones maníacas. Asegúrese de saber de dónde viene el
paciente, ya que lo que puede parecer depresión puede ser culturalmente normal
en los valles cristianos y rocas escarpadas de la Suiza interior, y lo que
puede parecer manía puede ser la conducta habitual en un pueblo bávaro.
Nuestro
planeta también es un planeta y necesita nuestro reconocimiento cósmico. La
suavidad polinesia y el rigor espartano son más que leyendas; son
determinantes. La cívicamente cohesiva Minneapolis y la decadentemente
deliciosa Nueva Orleans son sitios planetarios que comportan tanto en el
carácter y el destino como los sitios de los planetas en un tema.
Al
comienzo dije que, puesto que la astrología es arquetipal, es poderosamente
atractiva y por lo mismo peligrosa. Quiero ahora extenderme sobre este peligro.
Es el peligro con el que he estado luchando durante muchos años de muchas
maneras en mis escritos: el literalismo. Específicamente para nosotros hoy, el
literalismo astrológico.
Dos
tipos de literalismo afligen a la astrología, de modo que la astrología, como
el psicoanálisis, puede correr el riesgo de volverse una fe fundamentalista. El
primero tiene que ver con el tiempo. Llamémosle el Literalismo Temporal. Se ve
reforzado por cálculos, tablas, exactitudes, minutos y segundos. No cuestiona
suficientemente la idea de tiempo, sino que está cogido por el tiempo. Creo que
es posible continuar haciendo estos cálculos matemáticos, pero considerarlos
menos como rigurosas medidas de tiempo y más como un servicio ritual, un
conjuro teúrgico necesario para constelar la visión psíquica, intensidad de
foco, elaborar un procedimiento distanciador así como en otras artes, la
medicina por ejemplo, se deben usar medidas cuidadosas y dosis exactas, y así
como las curas nativas en culturas menos técnicas usan cuidadosa precisión en
sus prescripciones, o como los cocineros realizan su arte en términos de tiempo
y medidas. Pero todo esto es un ritual para enfocar la intuición y refinar las
propias habilidades, más que para presentar los hechos verdaderos de lo que
efectivamente está ocurriendo, u ocurrirá o ha ocurrido ya, en una
incognoscible esfera invisible, aquella otra mitad más allá de este mundo.
Dejando
de lado el apego literalista al tiempo podemos también liberarnos de otro poder
peligrosamente atractivo en astrología: la tentación de predecir. El segundo
literalismo es la creencia en la influencia causal de los cuerpos astrales o
los planetas reales. El literalismo astrológico supone que podemos conocer esa
“otra mitad” que reside en el Cielo y, por medio de cálculos matemáticos
basados en la comprensión literal del tiempo, atribuir causalidad a estos
poderes celestiales.
Creo
que debemos deconstruir estos literalismos. Creo que la tarea que llama al
astrólogo es pensar más poéticamente y metafóricamente, y menos causalmente,
como si la astrología tuviera que obedecer a la ciencia Newtoniana. No creo que
necesitemos atribuir propiedades causales a los planetas o sus constelaciones,
y por lo mismo no necesitamos saber cómo funciona la astrología. Más bien
podemos dejar que la carta opere como un mantra que proporciona revelaciones,
una mirada en el más allá, un mapa de lo no visto, un compendio de poderes
invisibles operando en conjunto. Incluso podemos hablar de estos poderes
invisibles como dioses que gobiernan, como fuerzas que influencian. Sin
pretender conocer dónde residen efectivamente, cómo operan, lo que intentan.
(Continuará...)
James Hillman
Conferencia dictada el 10-02.1997
Traducción de Enrique Eskenazi