martes, 3 de octubre de 2017

DEL DIARIO DE NANI María Margarita López (Magazine No. 583)

ACERCA DE LA ASTROLOGÍA (I)

El cielo retiene dentro de su esfera la mitad de todos los cuerpos y los males” 
Paracelso.

Seguramente reconoceréis que el que haya venido aquí es muestra de considerable audacia. Osadía, incluso. Pues éste es vuestro campo de conocimiento, no el mío; vuestra profesión, no la mía; y vuestra responsabilidad.

James Hillman

El que no tenga yo responsabilidad respecto a esta antiguo tema y a esta profesión durante tanto tiempo apreciada -y difamada- me permite ser irresponsable en lo que pienso y digo esta mañana. Solo en virtud de tal irresponsabilidad puedo sentirme lo suficientemente libre como para decir algo que pueda ser útil para vosotros.

A diferencia de vuestro compromiso para con vuestro trabajo y con la defensa de vuestro campo, mi compromiso sólo es con un constante interés, incluso un amor, a la astrología como fenómeno arquetipal, esto es: extendido, intemporal, emocionalmente potente, profundamente resonador y generativamente inventivo y también poderosamente peligroso. Por ello, a causa de estas cualidades, la palabra arquetipal es adecuada para el mismo campo.

Si es arquetipal, la astrología está aquí para quedarse; porque no se irá, debe ser arquetipal. Y no se irá. El historiador de la cultura Theodore Zeldin escribe: “… En 1975 un grupo de 192 eminentes científicos, incluyendo diecinueve premios Nobel, dirigidas por un profesor de Harvard, publicaron un manifiesto declarando que les preocupaba la creciente aceptación de la astrología en varias partes del mundo… Uno de los firmantes, un profesor de astronomía en la UCLA, se quejó de que un tercio de los estudiantes de sus clases profesaban creencia en la astrología, y también su esposa”. Zeldin informa además de que un tercio de la población en Francia e Inglaterra admiten creer en la astrología, y entre los franceses (“donde la lucidez es una virtud nacional”) “el 90 por ciento conoce su signo zodiacal” (Una Historia Intima de la Humanidad, Harper Collins, 1984, p. 339)

Acerca de su peligro, tendremos más que decir más adelante; su poder emocionalmente seductor me sorprendió hace unos 45 años, en Zurich, cuando me hicieron mi primer tema, aunque ya había aprendido los elementos simbólicos y la grafía antes de eso. Fue tal la convicción que vino junto a esa primera lectura que continué estudiando astrología. Este interés permanente, esta fascinación, este amor no me ha abandonado nunca. A la vez, tengo que aclararos que ni creo en ella, ni la practico, ni entiendo cómo “funciona”, aun cuando la astrología forma una de mis lenguajes fundamentales para la reflexión psicológica.

Sencillamente, para mí la astrología devuelve los acontecimientos a los Dioses. Depende de imágenes tomadas de los cielos. Invoca un sentimiento politeísta, mítico, poético, metafórico de aquello que es inevitablemente real. Esto es lo que hace a la astrología eficaz como un campo, un lenguaje, un modo de pensar. Es el portador para la mentalidad popular de la gran tradición que sostiene que todos habitamos en un cosmos inteligible, propocionando así a las preguntas humanas respuestas más que humanas. Nos obliga a imaginar y a pensar en términos psicológicamente complejos. Es politeísta y por lo tanto va en contra de la mentalidad dominante de la historia de Occidente.

Tomo prestada la palabra “eficaz” de Paracelso, que dijo, “se vuelve médico sólo aquél que conoce aquello que es innominable, invisible e inmaterial, y sin embargo eficaz”. Y tomo prestada la idea de las antiguas lecturas neoplatónicas de las posiciones e influencias planetarias. Los intérpretes neoplatónicos en el Renacimiento y aún antes encontraron una lectura beneficiosa, eficaz, aún de los planetas más difamados, como Saturno, y de las constelaciones menos auspiciosas. Todos los Dioses desbordan beneficios; era tarea humana, la tarea del intérprete, descubrir estos beneficios. De otro modo nos perdemos las bendiciones y las confundimos con maldiciones.


En mis propios decursos, encontré los beneficios de Saturno un día en Roma hace unos años. Estaba contemplando el viejo templo de Saturno, cerrado a los visitantes por las autoridades. Cerrado, como dicen en Roma, por restauración. La restauración podría durar ya quinientos años, y podría continuar otros quinientos años más; pues uno de los modos en que la Iglesia puede impedir que el pasado politeísta tiña nuestra religión actual es mantener cercados los antiguos lugares. Así que muchos de los viejos templos están en construcción, en restauración, o son considerados “arquitectónicamente peligrosos”.

Como sea, se me ocurrió al estar ahí que las maldiciones que Saturno me había infligido : frialdad y alejamiento de la intimidad humana, obsesión con ideas, oscuros humores depresivos que paralizaban la acción, preocupaciones sobre situaciones concretas que yo intentaba poner en orden, un manejo torpe de la novedad, frivolidad y artificialidad electrónica, cargas del deber, periodos de rigidez y aspereza hacia mí mismo y hacia los demás- todas estas maldiciones habían sido tomadas literalmente. No había captado su eficacia: cómo me protegían, me mantenían en el camino, fiel al llamado, permitiéndome pensar y aceptar la soledad, y cómo habían permitido que el orden fuera derrotado en nombre de la ausencia y el vacío. En otras palabras, las maldiciones que atribuía a Saturno eran bendiciones. Además, aquel día en Roma me di cuenta de que somos nosotros quienes hacemos de Saturno un planeta maligno, negativo, interpretando las bendiciones que otorga sólo en un sentido rígidamente opresivo, como pesadas cargas en lugar de dones de peso. Perdemos una mitad: la mitad celestial del mal. Puesto que no es el Dios quien nos maldice, somos nosotros quienes maldecimos al Dios mal interpretando su eficacia.

La astrología neoplatónica encontró la razón de nuestra tozudez, nuestro sentimiento de victimización, por ejemplo por Saturno, en el hecho de que todas las almas están atrapadas en la estupidez del naturalismo, literalismo, concretismo. Tomamos literalmente nuestros sufrimientos: aprehendemos las cosas sólo tal como aparecen naturalmente; insistimos en que lo real es concreto. Estos errores de entendimiento se deben a que nuestras almas están encerradas en hyle, la palabra griega para el material rígido. De modo que el viaje del alma, de acuerdo con la alquimia de Michael Meier, comienza en Saturno y concluye en Saturno, esto es: comienza en la opresión y la victimización a la vez que, escondidas en la rigidez de nuestra mente, están las bendiciones de las metas de Saturno. Su verdadero propósito, escribían las autoridades, estaba “dirigido a la iluminación y guía del intelecto y a conducirlo al conocimiento de lo que es correcto y útil”.

Debéis recordar aquí que eficaz no sólo significa positivo. Los dones de Saturno todavía pueden sentirse como opresivos y limitadores. Un don no es sólo lo que literalmente parece ser: tenemos que disfrazarlo bellamente para esconder que cada don es también potencialmente tóxico; cada don (gift) es también un Veneno (Gift), la expresión alemana para “veneno”. En efecto, en algunas culturas, como la China, un don puede usarse como una maldición subliminal; y, a menos que rápidamente se lo repare con un contra-don al benefactor, uno permanece cautivo, esto es, obligado, atado, constreñido, limitado por ese don. Por ello es que cuando más uno tarde en escribir un agradecimiento, más se vuelve una carga: un don desprovisto de su envoltura revela su maldición latente.

La lectura neoplatónica de un tema devuelve todas las cosas a los Dioses, pero no hace las cosas ingenuamente positivas. El modo eficaz de leer tan sólo rehúsa a dividir las cosas simplemente en negativas y positivas, afortunadas y desafortunadas. Una cuadratura puede volverse un Beethoven, un trígono un Forrest Gump.

Así, la lectura eficaz de la “otra mitad” invisible que afecta a nuestros cuerpos y nuestros males, como dice Paracelso, no significa una lectura feliz de planetas felices en posiciones felices. Júpiter en Leo en la casa dos, o diez, no indica meramente optimismo, magnanimidad, calidez expansiva; sabemos que también invita a la exageración, al derroche, a entusiasmo indiscriminado. Las costas lejanas a las que Júpiter empuja pueden ser venturosas y a la vez infladas y superficiales. En cada situación debemos tomar en cuenta el sitio cultural de la persona a quien uno le habla, el portador del tema.

Quisiera acentuar esta idea de sitio. Un humano está situado; una carta está situada. El momento natal es siempre en algún sitio. Ese sitio no es sólo un mero conjunto de coordenadas geográficas, longitud y latitud. El sitio es también una cultura, una naturaleza, una historia, una política, una geografía, un lenguaje, un estilo, un carácter. El sitio no es un accidente de nacimiento, sino aquel sitio único y particular el cual, decía el neoplatónico Plotino, el alma escoge como una de sus cuatro elecciones básicas: los padres, el cuerpo, las circunstancias y lugar de entrada en este mundo (Ver mi “Código del Alma”). Dónde esté uno y dónde uno entre en el mundo parece importarle al alma. Y este “donde” rige distintivamente sobre todas las generalidades y comunidades que los astrólogos emplean al leer un tema.


Un residente de Bay Area en la proximidad de Tiburon o Larkspur puede responder casi sin notar a un “Buenos días”. Una pequeña inclinación de cabeza, un pequeña sonrisa de acuerdo a una convención familiar. En Maine, “Buenos días” puede originar como respuesta un “Ya tengo otros planes”. En Manhattan, “”métase en sus asuntos” y en Alabama “Oh, gracias, muchas gracias, y que también Ud. tenga un buen día, y vuelva a pasarse por aquí”.

Acentúo estas diferencias en maneras de hablar porque manifiestan diferencias en situaciones. No es que ahora me interese destacar si estas diferentes localidades -Bay Area, Maine, Manhattan, Alabama- reflejan rasgos astrales pertenecientes a este o aquél signo zodiacal, sino que me interesa destacar la importancia del sitio en la lectura de una carta, puesto que cada sitio tiene su propio humor y su tiempo, su atmósfera y su botánica, su historia y su cultura.

Los diagnósticos psiquiátricos consideran el sitio como parte del cuadro clínica. Recuerdo a uno de mis profesores psiquiátricos en Suiza que advertía acerca de los diagnósticos de depresiones maníacas. Asegúrese de saber de dónde viene el paciente, ya que lo que puede parecer depresión puede ser culturalmente normal en los valles cristianos y rocas escarpadas de la Suiza interior, y lo que puede parecer manía puede ser la conducta habitual en un pueblo bávaro.

Nuestro planeta también es un planeta y necesita nuestro reconocimiento cósmico. La suavidad polinesia y el rigor espartano son más que leyendas; son determinantes. La cívicamente cohesiva Minneapolis y la decadentemente deliciosa Nueva Orleans son sitios planetarios que comportan tanto en el carácter y el destino como los sitios de los planetas en un tema.

Al comienzo dije que, puesto que la astrología es arquetipal, es poderosamente atractiva y por lo mismo peligrosa. Quiero ahora extenderme sobre este peligro. Es el peligro con el que he estado luchando durante muchos años de muchas maneras en mis escritos: el literalismo. Específicamente para nosotros hoy, el literalismo astrológico.


Dos tipos de literalismo afligen a la astrología, de modo que la astrología, como el psicoanálisis, puede correr el riesgo de volverse una fe fundamentalista. El primero tiene que ver con el tiempo. Llamémosle el Literalismo Temporal. Se ve reforzado por cálculos, tablas, exactitudes, minutos y segundos. No cuestiona suficientemente la idea de tiempo, sino que está cogido por el tiempo. Creo que es posible continuar haciendo estos cálculos matemáticos, pero considerarlos menos como rigurosas medidas de tiempo y más como un servicio ritual, un conjuro teúrgico necesario para constelar la visión psíquica, intensidad de foco, elaborar un procedimiento distanciador así como en otras artes, la medicina por ejemplo, se deben usar medidas cuidadosas y dosis exactas, y así como las curas nativas en culturas menos técnicas usan cuidadosa precisión en sus prescripciones, o como los cocineros realizan su arte en términos de tiempo y medidas. Pero todo esto es un ritual para enfocar la intuición y refinar las propias habilidades, más que para presentar los hechos verdaderos de lo que efectivamente está ocurriendo, u ocurrirá o ha ocurrido ya, en una incognoscible esfera invisible, aquella otra mitad más allá de este mundo.

Dejando de lado el apego literalista al tiempo podemos también liberarnos de otro poder peligrosamente atractivo en astrología: la tentación de predecir. El segundo literalismo es la creencia en la influencia causal de los cuerpos astrales o los planetas reales. El literalismo astrológico supone que podemos conocer esa “otra mitad” que reside en el Cielo y, por medio de cálculos matemáticos basados en la comprensión literal del tiempo, atribuir causalidad a estos poderes celestiales.


Creo que debemos deconstruir estos literalismos. Creo que la tarea que llama al astrólogo es pensar más poéticamente y metafóricamente, y menos causalmente, como si la astrología tuviera que obedecer a la ciencia Newtoniana. No creo que necesitemos atribuir propiedades causales a los planetas o sus constelaciones, y por lo mismo no necesitamos saber cómo funciona la astrología. Más bien podemos dejar que la carta opere como un mantra que proporciona revelaciones, una mirada en el más allá, un mapa de lo no visto, un compendio de poderes invisibles operando en conjunto. Incluso podemos hablar de estos poderes invisibles como dioses que gobiernan, como fuerzas que influencian. Sin pretender conocer dónde residen efectivamente, cómo operan, lo que intentan.

(Continuará...)

James Hillman
Conferencia dictada el 10-02.1997
Traducción de Enrique Eskenazi



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