En estos momentos todos los seres humanos estamos amenazados por la pandemia del coronavirus. Son tiempos de estricta cuarentena, de modo que las clases de Tai Chi y Chi Kung de Nei-Waijia Venezuela están suspendidas hasta nuevo aviso. Nuestro querido Parque del Este caraqueño se encuentra cerrado. Esto no es óbice para que no se practique Tai Chi y Chi Kung. Todo lo contrario. En estos momentos en que hay que extremar las medidas preventivas y hacer lo posible por tener una buena salud, la práctica de las disciplinas que aquí nos convocan, debe hacerse parte central de los hábitos de vida que tenemos que implementar por necesidad en estos tiempos ominosos que nos ha tocado vivir. Nei Dan Magazine volverá con ustedes después de Semana Santa, en el mes de abril. Larga vida y prosperidad para todos, como reza el saludo vulcano que haría famoso el Señor Spock.
En nuestras secciones quincenales, presentamos "365 Meditaciones Tao", de Ming Dao Deng, con el texto "Predilección". En la sección "Humor", ofrecemos una anécdota del humor de J. L. Borges.
En este número del boletín Nei Dan, traemos, nuestras secciones mensuales, que además de videos y música, trae también reseña de libro.
Videos (colaboraciones), Música y Reseña de Libro:
-Videos (Colaboraciones): "Luis Miguel - Dame" / "Suecia: tiendas sin personal" / "¿Qué diferencia a los mayas de los aztecas?".
-Música: Dianne Reeves:I Remember / Fascinating Rhythm / WhatA Little Moonlight Can Do
-Reseña de Libro:El campo (Lynne McTaggart).
En nuestras Secciones de Autor traemos la sección Tai Chi Soul (Roberto Chacón), con la penúltima entrega de "La paz sea contigo".
En la sección "Artículo" les ofrecemos el artículo "¿Por qué la vida no podría ser una obra de arte?", última entrevista a Michel Foucault (extracto).
También les traemos hoy, en nuestra sección "Artículos del Archivo Nei Dan" el texto "¿Cómo encuentro un maestro?" (Linda Myoki Lehrhaupt).
Michel Foucault fue uno de los pensadores más importantes
del siglo XX, tanto que sus investigaciones sobre el poder, la sexualidad, la
disciplina, la verdad y el conocimiento aún son referencia en diversos ámbitos
académicos: la historia, la filosofía, la sociología, la ciencia política y
algunos más. Curiosamente, en cada uno la lectura que se hace de su obra
difiere en un buen grado, pues mientras que para algunos Foucault diseccionó
con detalle y maestría los mecanismos del poder, hay quienes miran sus conclusiones
sólo como una elaboración casi literaria, bien documentada sin duda pero sin un
buen sustento metodológico.
Sea como fuere, y aclarando que
dicha reticencia obedece más bien a la perspectiva desde la cual se hace la
lectura, una cualidad indudable de Foucault es que suscita la reflexión. Es, en
este sentido, un provocateur, alguien que no nos deja impasibles y
que más bien nos conduce al cuestionamiento de ideas que creemos fundamentales
en la sociedad y que quizá no lo sean tanto.
El 25 de junio de 1984, con apenas
58 años de edad, Michel Foucault falleció en el hospital parisino de
la Salpêtrière, no sin ironía el mismo que había estudiado como una pieza clave
de su ensayo Locura y civilización (1960). Algunas semanas antes,
sin embargo, Foucault ofreció una entrevista en Estados Unidos a dos
estudiantes universitarios que, sin saberlo nadie, sería la última concedida
por el filósofo. La conversación se publicó el el semanario francés Le
Nouvel Observateur a inicios de junio y hacia finales de mes en el
diario español El País, de donde retomamos estos fragmentos que
ahora compartimos.
***
Pregunta. El primer volumen de su obra Historia de la
sexualidad se publicó en 1976, ¿sigue usted pensando que el
conocimiento de la sexualidad es imprescindible para comprender lo que somos?
Respuesta. Debo aclarar que me interesan mucho más los problemas
relacionados con las técnicas del yo que el sexo... El sexo es aburrido.
P. Parece ser que a los griegos tampoco les interesaba el sexo.
R. Sí, así es. Consideraban que no era un problema
importante. De hecho, le concedían una mayor importancia a la alimentación y a
los regímenes. Creo que tiene un gran interés la observancia del movimiento
extremadamente lento que va desde el momento en que se pone el énfasis en la
alimentación --preocupación omnipresente en Grecia-- hasta aquel en que se
presta atención a la sexualidad. La alimentación era mucho más importante que
el sexo en los primeros tiempos del cristianismo. En las reglas monacales, el
problema fundamental era la alimentación. Durante la Edad Media se produjo un
lento desplazamiento. Finalmente, después del siglo XVII se impuso la
sexualidad como problema esencial.
[…]
Al leer a Séneca, Plutarco y otros
autores afines me pareció que se ocupaban de un gran número de problemas
relacionados con el yo, la ética del yo, la tecnología del yo... A partir de
ahí se me ocurrió escribir un libro compuesto por una serie de estudios
independientes que se ocuparan de determinados aspectos de la antigua
tecnología pagana del yo. […]
Lo que me llama la atención es que
la ética griega se preocupaba más por la conducta moral del hombre, su ética y
su relación consigo mismo y con los demás, que por los problemas religiosos.
¿Qué nos sucede después de la muerte? ¿Qué son los dioses? ¿Intervienen en
nuestras vidas? Todas estas preguntas tenían muy poca importancia, ya que no
estaban directamente relacionadas con la ética. Ésta, por su parte, no se
hallaba vinculada con un sistema legal. Así, por ejemplo, las leyes contra la
mala conducta sexual eran escasas y poco constrictivas. Lo que los griegos en
realidad se proponían era construir una ética que fuese una estética de la
existencia.
Me pregunto si nuestro problema hoy
no es, en cierta forma, similar, ya que la mayoría de nosotros hemos dejado de
creer que la ética esté sustentada por la religión, y nos oponemos a que un
sistema legal intervenga en nuestra vida privada moral y personal. Los
movimientos de liberación más recientes están perdiendo fuerza porque no
consiguen encontrar un principio que pueda servir de base para la elaboración
de una nueva ética. Necesitan una ética, pero la única que encuentran se halla
sustentada por un supuesto conocimiento científico de lo que es el yo, el
deseo, el inconsciente, etc. La similitud entre estos problemas y los que se
planteaban los griegos es sorprendente.
P. ¿Cree usted que los griegos ofrecen una alternativa
atrayente y plausible?
R. ¡De ninguna manera! Yo no busco una solución alternativa;
no se puede resolver un problema imitando lo que hicieron otros hombres en otro
tiempo. Mi intención no es reconstruir la historia de las soluciones, y éste es
el motivo por el que rechazo la palabra alternativa; lo que me
propongo es elaborar la genealogía de los problemas, de las problemáticas. Yo
no creo que todas las soluciones sean malas, sino que todas encierran un
peligro, lo que no es exactamente lo mismo. Si todas son peligrosas, tenemos
siempre algo que hacer. Por consiguiente, mi postura no conduce a la apatía,
sino a una militancia de la que no está excluido el pesimismo.
Pienso que la elección
ético-política que debemos hacer cada día consiste en determinar cuál es el
peligro principal.
P. Hay un aspecto de la cultura griega al que se refiere
Aristóteles y que usted omite, a pesar de que parece muy importante: la
amistad. En la literatura clásica, la amistad es la que permite el
reconocimiento mutuo. Aunque tradicionalmente no ha sido considerada como la
más alta de las virtudes, al leer a Aristóteles y a Cicerón se tiene la
impresión de que se trata, en realidad, de la más importante de todas ellas. La
amistad es, en efecto, desinteresada y duradera; no se compra con facilidad, no
niega la utilidad y el placer del mundo y, sin embargo, busca algo más.
R. El uso de los placeres se ocupa de la
ética sexual. No es un libro sobre el amor, la amistad o la reciprocidad. No
hay que olvidar que cuando Platón intenta integrar el amor de los jóvenes en la
amistad se ve obligado a pasar por alto las relaciones sexuales. La amistad es
recíproca, pero las relaciones sexuales no lo son: en ellas se es pasivo o
activo, se es penetrado o se penetra. Estoy completamente de acuerdo con lo que
dice usted acerca de la amistad, pero creo que ello confirma lo que señalábamos
acerca de la ética sexual griega: si hay amistad, es difícil que existan
relaciones sexuales. Una de las razones por las cuales los griegos tuvieron que
elaborar una filosofía para justificar este tipo de amor es que no podían
aceptar la reciprocidad física. […]
Lo que me interesa descubrir es lo
siguiente: ¿Somos capaces de formular una ética de los actos y de su placer que
tenga en cuenta el placer del otro? ¿Es posible integrar el placer del otro en
nuestro propio placer sin que sea necesario referirse a una ley, al matrimonio
o a cualquier otra obligación?
[…]
Cuando se lee a Sócrates, Séneca o
Plinio, por ejemplo, se descubre que los griegos y los romanos no se hacían
ninguna pregunta acerca de la vida futura, de lo que sucede después de la
muerte o de la existencia de Dios. No consideraban que éste fuese un problema
importante. Lo que les preocupaba era ante todo qué techné debía
utilizar el hombre para vivir tan bien como debería. Creo, que se produjo una
importante evolución en la cultura antigua cuando esta techné tou biou,
este arte de la vida, se fue convirtiendo poco a poco en una techné del
yo. Supongo que un ciudadano griego del siglo V o IV antes de Cristo debía
pensar que esta techné consistía en no preocuparse por la
ciudad ni por los compañeros. Para Séneca, en cambio, el problema consistía en
preocuparse por uno mismo.
P. ¿Cuál era entonces la actitud de los griegos frente a la
desviación?
R. De acuerdo con la ética de los griegos; lo que
diferenciaba a las personas no era el hecho de que prefiriesen a las mujeres o
a los muchachos o de que hicieran el amor de tal o cual forma. La diferencia
fundamental residía en la cantidad, la actividad y la pasividad: ¿eres esclavo
de tus deseos o eres su amo?
P. ¿Qué sucedía si una persona hacía tan a menudo el amor
que su salud se resentía?
R. Eso es lo que los griegos llamaban hybris, exceso.
El problema no estaba en la desviación, sino en el exceso o en la moderación.
P. ¿Qué hacían los griegos con esos individuos?
R. Los consideraban como personas de mala reputación.
P. ¿No intentaban curarlos, corregir su comportamiento?
R. Existían ejercicios cuyo fin era conseguir que la persona
se hiciera dueña de sí misma. Según Epícteto, el hombre debía ser capaz de
contemplar una bella mujer o un joven hermoso sin sentir ningún deseo por ella
o por él. En este sentido, era necesario tener un dominio absoluto de uno
mismo.
[…]
Me llama la atención el hecho de
que en nuestra sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los
objetos y no a la vida ni a los individuos. El arte es una especialidad que
está reservada a los expertos, a los artistas. ¿Por qué un hombre cualquiera no
puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una
casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?
Puedes consultar la entrevista
completa en este enlace
“El suicidio más
largo de la historia”, eso se ha dicho de la muerte de Bill Evans. Escribe su
biógrafo Pettinger, que “quienes acudían a sus conciertos eran conscientes de
que cualquier noche podía ser la última”. El alcohol y, sobre todo, la heroína,
terminarán con su vida el 15 de septiembre de 1980. Éstas fueron las armas. El
motivo…: la vida y su sino trágico. Un año antes, su entrañable hermano y
supervisor musical, Harry, recibió un diagnóstico terrible: era esquizofrénico. Se
internó en una clínica de la que salió sólo para suicidarse. Con anterioridad,
la esposa de Bill, Ellaine, se había lanzado a los rieles del tren cuando éste
la dejó por Nenette Zazzara. Está, a su vez, lo abandonó en 1978, al saber que
el jazzista había vuelto a la heroína. No olvidemos el terrible golpe que para
Evans significó la muerte del bajista Scott La Faro.
Nuestra cultura cristiana/moderna
ha condenado y trivializado a la vez al suicidio. Albert Camus, conectado con
los antiguos como ninguno, dijo: “No hay sino un
problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio.” Devolviéndole toda
su dignidad y profundidad a tan viejo cuestión.
Hay artistas en los cuales el trabajo que realiza la muerte sobre ellos se
nos muestra como una exquisita danza. De ese tango bailado al filo de la navaja
el artista afina sus dones y nos entrega sus más maravillosos regalos. Pero un
día la muerte da el paso conclusivo y la exquisita danza finaliza. Pensemos en París era una fiesta, un libro cuya lectura
nos entrega de inmediato la más vivaz y sensual alegría de vivir; obra que
Hemingway escribió poco antes de suicidarse, atormentado por la depresión. Para
Evans se trató de un vals, un largo vals con el Señor de las Tinieblas. Su
primer éxito fue Waltz for Debby (1956),
su último álbum: “The
Last Waltz: The Final Recordings” (1980).
Bill Evans: “The Last Waltz: The Final
Recordings” (Agosto 31 de 1980 / Milestone Records)
Gilles Deleuze afirma que los pensadores y los escritores tienen mala
salud (física y mental) –con sus excepciones, por supuesto- porque están
demasiado expuestos a la vida, andan en medio de la corriente más tortuosa y
violenta del torrente del vivir. Especialmente los poetas de nuestro tiempo
sufren en una proporción importante una verdadera epidemia de enfermedades
mentales, o sucumben ante vicios desmedidos, lastrados por tragedias personales
y colectivas. “Cada
uno arriesgaba algo, ha ido lo más lejos posible en este riesgo, y extrae de ahí
un derecho imprescriptible”, escribe Deleuze en su libro Lógica del sentido, hablando de Artaud, Fitzgerald, Nietzsche,
Lowry y Bousquet.
El artista y el pensador bajan al Hades a través de sus propias heridas.
Lo que entregan a los demás, los tesoros robados al dios del inframundo, tiene
como posibilidad única el hecho de que tales heridas nunca sanen, de que nunca
cierren. Puede que las heridas mejoren, o puede que se conviertan en una
rasgadura tal que se termina tragado y regurgitado por los mil demonios del
Averno.
SANACIÓN
No soy un mecanismo,
no soy un conjunto de partes
diversas,
ni estoy enfermo porque el
mecanismo
funcione mal.
Estoy enfermo de heridas del alma,
hasta el yo emocional profundo.
Las heridas del alma duran mucho,
mucho tiempo,
sólo el tiempo las puede curar,
y la paciencia, y cierto difícil
arrepentimiento,
largo y difícil arrepentimiento,
y la comprensión del error de la
vida,
y la liberación de la eterna
repetición
del error que la humanidad
ha decidido santificar.
D. H. Lawrence
Al escribir estas últimas líneas, recuerdo el verso de Emily Dickinson:
“La paz se revela por las batallas”. En el Bhavagad Gita, el gran guerrero Aryuna (o Arjuna), cavila sobre la
batalla que se aproxima: el inicio del mitológico enfrentamiento de Kuruksheta,
donde medirán fuerzas los clanes reales emparentados de los Pándavas y el de
los Kauravas. Aryuna, príncipe Pándava, tiene dudas sobre la confrontación que
se avecina y su papel en ésta. Sus contrincantes son parientes, amigos y
maestros muy queridos. Pide consejo a su auriga, quien resulta ser nada menos
que el dios Krishna.
El
dios le dice que tiene que cumplir su deber de príncipe y guerrero, que le es
imposible rehuir su destino. Pero también le enseña la vía de la liberación (moksha) a través del nishkam karma yoga, el Yoga de la acción
desinteresada, sin apegos, es decir, sin karma (no condicionada por los frutos
de la acción). Sólo a través del nishkam
karma, Aryuna estará en paz consigo mismo, y podrá entrar a la batalla en
ciernes develándola en lo que verdaderamente es: un juego divino, Maya.
GRODECK
Hacia la noche,
los bosques otoñales resuenan
con armas
mortales
Sobre las doradas
llanuras, los azules lagos
el más obscuro
sol, gira.
La noche
envuelve guerreros moribundos y
al salvaje
lamento de sus fragmentadas bocas.
Quieta en el
espesor de los sauces
–Nube roja
habitada por un dios iracundo–
la sangre es
vertida en el frío de la luna.
Todos los
caminos desembocan en negra podredumbre.
Sobre las ramas
de oro de la noche y las estrellas
ondea la sombra
de la hermana por el mudo bosque.
Para saludar los
espíritus de los héroes, las cabezas de sangre.
Y suavemente
entre los rojos otoñales suenan oscuras flautas.
¡Oh, más
soberbio duelo! Tus altares de bronce
la llama
ardiente del espíritu nutre ahora un tremendo dolor:
…los nietos
nonatos.
Georg Trakl
“La paz se revela por las batallas”.
En el arte del Tai Chi Chuan, cada practicante sincero es Aryuna,
intentando aprender y poner en práctica el arte mistérico de la acción virtuosa
(excelencia [areté] / potencia-eficacia
[té/dé]) sin apego, espontánea y plena de atención. En tanto el combate
Tai Chi es hacer Tao (Dao) con el contrincante, la misma naturaleza aparente de
dicha confrontación la devela como una ilusión (en el sentido de juego divino),
que no hay nadie luchando. Sólo así
se entiende que el Tai Chi sea un arte marcial que cultiva la serenidad. Desde
el punto de vista del pensamiento hinduista, el tipo de acción que induce la
práctica del Tai Chi es denominada Sattva
(acción pura), la acción que se traduce en calma.
En el Chi Kung (Qigong) de origen taoísta, una de las practicas más
sanadoras lo constituye la de la “Sonrisa Interior”. Esta práctica es como una
gran caricia del alma para el cuerpo, estableciéndose una relación activa y
amorosa entre ambos polos de lo que somos. Es una forma de agradecer a nuestros
órganos por sus funciones, y, al liberarlos de tensiones, se alegra todo
nuestro ser. La sonrisa es una poderosa forma de transmutar nuestra energía positivamente
y enriquecer nuestro ánimo. “Lo que el sol es para las flores, la sonrisa es
para la humanidad”, escribió el ensayista inglés Joseph Addison.
El amor empieza por casa, digámoslo así. Como observa Osho, el amor a
otros sin amarse a uno mismo es una invención del Ego para complacer(se). En el
amor hacia uno mismo no hay Ego, de manera que todo en uno importa, en el
cuerpo tanto como en el psiquismo. Así como es en el amor, también es en la
paz.
Don
Sebesky: Peace Piece. Álbum: “I
Remember Bill (A Tribute to Bill Evans)”.
Quería que
hubiese una especie de paralelismo entre la escritura de esta serie de textos
sobre la paz, y mi desentrañar los misterios interpretativos de Peace Piece. Sin embargo, esto a final
de cuentas resultó imposible. La pieza parece fácil de interpretar, pero esa
sencillez esconde dificultades que sólo la práctica constante y el tiempo
pueden resolver. Lo que consideramos una segunda parte de la composición de
Evans, esa donde aumentan las disonancias en las notas de la mano derecha y los
cambios sutiles del patrón de la mano izquierda, es realmente difícil, pero no
por las notas alteradas que se alejan del modo base, sino por la velocidad y el
registro en el cual tienen que ser ejecutadas. Al estudiar esa parte observo
que Evans usa escalas y arpegios enmarcados dentro de los dos modos de la
escala de seis tonos (una segunda mayor entre cada nota), pero los termina en
secuencias cromáticas. Debido al registro sobreagudo donde se realiza la mayor
parte de ese material melódico, crean una atmósfera que sólo puedo describir
como de “otredad amigable”: cantos de Aves del Paraíso Perdido, polvo de
estrellas de otros universos que se derraman sobre nosotros, voces que nos interpelan
ininteligiblemente, sonidos-metales y sonidos-colores… Brota en medio de esa “otredad
celeste”, un arpegio de sol jónico séptima mayor que esparce su magia
centelleante desde el registro medio al alto. Todavía mis dedos no son lo
suficientemente sabios como para rendir el adecuado homenaje interpretativo a
tales maravillas.
Un amigo
dice que la puerta a la felicidad se abre en Bye Bye Blackbird, interpretada por el quinteto de Miles Davis y
John Coltrane (álbum: “Round About Midnight” / 1957 / Columbia Records), entre
el minuto y 10 segundos, y el minuto y treinta y cinco segundos, tiempo en el
que comienza el solo de trompeta de Miles Davis. En Peace Piece hay muchas puertas a la bienaventuranza, como el pasaje
de quintas y cuartas que va desde el compas 32 al 35 (2’:40’’ a 2’:56’’) o los nueve
compases que van desde el número 68 hasta el final, música exquisita y sutil que
hubiese provocado la envidia del mismísimo Debussy.
Miles
Davis: Bye Bye Blackbird
Se
describe a Peace Piece como una improvisación
pastoral, de carácter meditativo, introvertido, y de atmósfera reverente, pura “gracia
divina” (en el sentido que le da Osho). Pero quizá, lo más interesante que se dice
sobre la pieza es que es, sobre todo, más un estado de ánimo que una composición musical.
THE PEACEFUL SHEPHERD
If
heaven were to do again,
And
on the pasture bars,
I
leaned to line the figures in
Between
the dotted starts,
I
should be tempted to forget,
I
fear, the Crown of Rule,
The
Scales of Trade, the Cross of Faith,
As
hardly worth renewal.
For
these have governed in our lives,
And
see how men have warred.
The
Cross, the Crown, the Scales may all
As well have been the Sword.
Si
seguimos al verso de Dickinson, la paz no tendría sentido si no estuviera en
relación íntima y necesaria con el espíritu agonal. De ser así, el Tai Chi
Chuan y el Aikido, como Artes Marciales de Paz, serían disciplinas absurdas,
como lo es un oxímoron con pretensiones de koan.
Los antiguos griegos sabían muy bien esto, pues la paz era sagrada: las grandes
fiestas sacras panhelénicas, como las Olimpíadas o los Juegos Píticos (Oráculo
de Delfos) imponían un período de paz, la “tregua sagrada”, que todos los
griegos tenían que respetar. Pero el espíritu agonal era divino, lo que hace
decir a Nietzsche que el griego antiguo luchaba como si todas las deidades del
Olimpo estuvieran de su lado, porque el combate es la ley severa que rige en
Diké (justicia divina), de modo que toda su cosmodicea se fundamenta en lo
agonal:
“Las
cosas mismas, que la inteligencia limitada del hombre y del animal cree sólidas
y constantes, no tienen una existencia real, no son más que el fulgor y la
chispa de las espadas desenvainadas, son el resplandor de la victoria en la
lucha de las cualidades opuestas.”
Según
Heidegger, nuestra misma existencia en tanto Dasein (“ser-ahí”), tiene por condición de posibilidad la lucha
entre el “mundo” y la “tierra”. “Mundo” hace referencia a la madeja de usos y
significaciones en la cual se encuentra sumergida una colectividad humana
histórica. En tanto Dasein, el hombre
es eyectado –arrojado- a un “mundo”. La “tierra” no es el planeta, ni el suelo
continental ni un hábitat universalizado; es un “país”, una localidad con
determinadas características, sobre la que se erige y sostiene un “mundo”
histórico determinado.
En la
obra de arte acaece la verdad. La verdad acontece como oscilación constante
entre visibilidad y ocultamiento. La obra revela “la verdad del ser”: es
apertura y ocultamiento en un mismo movimiento. En esa “apertura” que se muestra
en la obra de arte, ésta pone al descubierto un mundo, haciéndolo surgir a través de la red de relaciones que urde
a su alrededor y a partir de sí misma.
La obra
de arte también elabora, hace emerger, a la tierra.
La obra se caracteriza en que, a través de sus materiales constitutivos, nos los
ofrece y los oculta a la vez. Si el mundo
es afín a la apertura, la tierra lo
es al ocultamiento, a la reserva de las relaciones y significaciones. El mundo es el horizonte histórico interpretativo
que instaura la obra de arte, horizonte que siempre encuentra resistencia en la
tierra, cuyo repliegue sobre sí impone
límites al interpretar mundano.
Entonces,
toda obra de arte pone de manifiesto la “contienda” entre mundo y tierra. Contienda
que es análoga a las relaciones complementarias entre el Yin y el Yang en el
pensamiento chino, puesto que el mundo
reposa sobre la tierra, y ésta lo
sostiene retirándose en el combate que soporta con el mundo.
Heidegger es el maestro pensador
de los estados de ánimo (temple anímico). En un hermoso texto del filósofo
venezolano Numa Tortolero, “La noción de Stimmung
de Heidegger: un pitagorismo sin matemática”, (1) se desarrolla la idea de que
los estados de ánimo, que para Heidegger son existenciarios –estructuras y estados que son inherentes a nuestro Dasein-, pueden ser entendidos como
“estados musicales”, al sumarle la noción pitagórica sobre los afectos y la
armonía. La palabra alemana Stimmung
nos recuerda esta convergencia de nociones, pues significa “estado de ánimo” y
también “afinación”.
“He estado indagando en torno a
estos acercamientos a la música en los que sonidos y escalas particulares son
utilizadas intencionalmente para producir ciertos significados emocionales
[como las ragas]... Me gustaría darles a las personas algo como la felicidad.
Me gustaría descubrir un método que me permitiera hacer llover en ese momento,
si así lo quisiera. Si uno de mis amigos está enfermo, me gustaría tocar cierta
canción para que se curara; cuando no tuviera dinero, llevaría una canción
diferente e inmediatamente recibiría el dinero que necesita. Pero cuáles son
estas piezas y cuál es el camino que uno debe recorrer para lograr su
conocimiento, eso no lo sé. Los verdaderos poderes de la música son todavía
desconocidos.”
John Coltrane
Para los griegos, musiké como arte, reunía a la música, la
danza y la poesía. En tanto tal, como poiesis,
involucraba no sólo aspectos técnicos sino también “la locura divina”: la inspiración
sagrada, el entusiasmo, el arrebato, el rapto mediúmnico.
Para suscitar la poiesis, los artistas siempre establecen
un diálogo, precario e inconcluso, con lo sagrado (lo ignoto, misterioso,
desconocido, lo Otro). A veces ese diálogo se entiende como un mero balbuceo,
un entrever, un vislumbrar el sentido (la donación sagrada). Entonces se crean
signos, trazos, gestos, que se toman por cifras de lo apenas rozado, símbolos a
descifrar o que nos descifran… Dédalos del sentido y el sin sentido. Ese caos
está en cada uno de nosotros, pero sólo el artista lo quiere convertir en una
“estrella danzarina” (Nietzsche).
Lo sagrado (la Otredad abismal) es
un ámbito que se abre primeramente en nuestra interioridad. Es lo misterioso
que nos sostiene, y que realmente somos. Tanto más misteriosos y desconocidos
porque no hay espejo alguno que refleje apenas una imagen borrosa y fugaz que
ilumine el abismo que somos, cual relámpago entre desfiladeros. El artista
establece ese diálogo mudo horadando sobre sí mismo, sobre su piel, carne, alma
y espíritu. Esculpiendo sobre sus huesos y pintando con su sangre, danzando
frenéticamente y gritando por el dolor que produce el éxtasis, el rapto divino.
Su abrirse al cielo y al prójimo es un despellejamiento, el exponerse en carne
viva y alma viva. Y es sobre eso sobre expuesto, donde se marca la huella sacra
como hecha con un hierro candente. Ese es el trazo de sentido que da certeza,
temple y autenticidad a su testimonio. El artista es un rastro de sentido
perdido y siempre recobrado, la huella palpitante de lo ignoto. “El poeta
nombra lo sagrado” (Heidegger).
Stephen
Anderson: “Remenbering the rain: the music of Bill Evans” (Art of live records
/ 2006).
Paradojalmente,
es el ámbito de lo sagrado donde todo cobra sentido. Eso puede ser entendido
como paz. Entonces, siguiendo a
Heidegger y a Dickinson, estar en paz no es evitar la conflictividad inherente
al mundo. La paz sólo cobra sentido pleno con respecto al habitar. La paz es parte del cuidado inherente al habitar. Cuidar
significa que algo o alguien déjase ser en lo que es en elevada propiedad, en excelencia. En la poiesis de la obra de arte, el artista entrega un arquetipo del
cuidado, al develar a través de lo excelente la verdad del ser en la obra.
“Poéticamente habita el hombre…” (Hörderlin).
Dice Tortolero en su ensayo, que
lo más cercano que podemos encontrar en Heidegger a la armonía pitagórica es el
término serenidad (Gelassenheit): “Tal vez la esencia del
pensar que aún buscamos está inserta en la serenidad” (Heidegger). La
“serenidad” heideggeriana implica armonía y equilibrio entre el afirmar la
técnica inherente al mundo moderno, y negarla. Implica otras perspectivas
distintas al “im-poner” (Ge-Stellen)
propio del mundo técnico, del “nihilismo consumado”.
Esa noción de serenidad heideggeriana, abre las
posibilidades para lo pacífico (Wolfgang
Sützl) entendido en términos postmetafísicos (postmorales y postestéticos).
Como hemos apuntado anteriormente, la paz no puede ser un producto de la
violencia (la victoria, la eliminación o asimilación de los contrarios), ni ser
un eidos (idea platónica), que
siempre tenga por no-lugar un origen perdido (el paraíso religioso o
“paleolítico”) o un futuro por construir (los paraísos marxistas o
tecnológicos). Esto último refleja la tendencia de querer salir del nihilismo
actual buscando reconstruir mundos perdidos (aunque se pongan como objetivos
del progreso). Pero, además, esos “paraísos”, por unánimes y unidimensionales, implican
violencia y guerra sin límites en pro de su obtención. Nietzsche dice sobre la
moral y el tipo de paz que ésta posibilita:
“[…] hasta ahora la moral nunca
fue un problema... […], más bien fue, precisamente, aquello en donde luego de
toda desconfianza, discordia, contradicción, se llegaba a un acuerdo entre
todos, el sagrado lugar de la paz, donde los pensadores descansaban de sí
mismos.”
Lo pacífico debe pensarse como acontecimiento, como habilidad para
habitar en un mundo inseguro, de “convivir” con éste de forma pacífica, tener
la serenidad de aceptar la técnica y
poder así vivirla de un modo no técnico. La paz ya no es única ni universal ni
perfecta, ni debe ser estable (eternizable) ni total (“muerte de Dios” significa
la imposibilidad de cualquier totalidad), tiene que ser pensada en términos de
pluralidad, localidad, adaptabilidad y evolución temporal.
En el arte, la paz ya no puede
representar estados edénicos ni jornadas heroicas de movimientos políticos
mesiánicos. Lo pacífico está en el aquí y ahora, en la variopinta, mezclada y
contaminada actualidad. La verdad de la obra de arte es el mostrar la
oscilación del ser entre visibilidad y ocultamiento, de modo que ésta siempre
produce identificación y extrañamiento. Esa oscilación es un juego (Maya) como la obra misma.
En Peace Piece Evans “jugó” al piano, en el sentido de que improvisó,
y, también, en que “interpretó” (play)
el instrumento. De ninguna manera intentó el jazzista apropiarse de la “paz”,
ni definirla, ni representarla. Su pieza es más bien una invitación para que
cada cual encuentre el estado de ánimo propicio para el juego de la serenidad,
el estado interior pacífico. Esto
constituye un verdadero chance a la paz, una ocasión y una posibilidad.
John
Lennon and Plastic Ono Band: Give a Peace
Chance
Si los
estados de ánimo son musicales (poiéticos),
Peace Piece es la composición que
pone en evidencia esto, puesto que siendo una pieza musical, se nos ofrece como
un estado anímico. En ese temple de ánimo pacífico, se entabla una conversación
entre el sympathos y el
extrañamiento, convocándolos al cuidado en el habitar, aún experimentándolo trágicamente, desde el desarraigo.
Los
Estados, los políticos, los movimientos partidistas, las variadas militancias,
todos se quieren apropiar de la «PAZ», identificarse con ésta, definirla en sus
términos. Paz que se quiere alcanzar o proteger mostrando los filosos dientes
de los artefactos bélicos o a través de las retóricas del odio, vanamente
camufladas, muchas veces, bajo el lenguaje “políticamente correcto”. Peace Piece, al contrario, nos ofrece un
ámbito pacífico, amable y festivo, donde todos estamos invitados, incluso Eris (Discordia). El sentido se presenta
ahí, donde hay convergencia y festejo.
La “paz”
que todos los discursos del poder-dominio y de las múltiples moralinas que
campean en los desiertos nihilistas ventean como bien colectivo, por excluir a
Eris, siempre reciben su correspondiente “manzana de la discordia”. Ahí, en la
discordia, la armonía del ánimo es expuesta riesgosamente a los avatares de la
guerra y la venganza. Recordemos que Dis
es la deidad romana del inframundo, de modo que podemos decir, que “dis-cordia”
puede entenderse como el corazón y el “acorde” (armonía / concordia) en su
tránsito por el Hades, por el reino de los muertos.
En la
fiesta de la paz no puede excluirse ni a Eris ni a Hades ni al diablo. El que
comprende a fondo el fenómeno humano sabe que bien y mal están entrañablemente
unidos y tienen fronteras borrosas y permeables. En el Fausto de Goethe leemos, ante la pregunta que inquiere sobre la
identidad de Mefistófeles:
“-Una
parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el
bien”.
En el
Prólogo de José María Guelbenzu a El
maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, aparece el siguiente texto:
“El
diablo representa aquí [en la novela de Bulgákov] algo más que la malicia y la
sátira, es la representación de lo imprevisto, de lo no planificable, del poder
del misterio en la vida de los seres humanos y, probablemente, de la fuerza de
la imaginación.”
Pax tragicae, paz trágica. Aquella que vivimos al momento porque sabemos que no
existió nunca una paz edénica, ni existirá en el futuro, al menos que nos
refiramos a la paz de los sepulcros. “La paz se revela por las
batallas”. Tragedia también significa contemplarse y templarse en lo infernal.
“Alma serena, como la calma de los mares” escribe el trágico Esquilo,
describiendo la entrada de la bella Helena en Troya, preludio de una guerra de
diez años y de una leyenda que resuena a través de los siglos.
Transfigurar
el sufrimiento en virtud. Esa es la esencia del pathos y pensamiento trágicos. El consuelo tiene la mala
consciencia de intentar librarse del sufrimiento depreciándolo a través de la
minusvalía del sufriente mismo, banalizando su destino (su “camino”). Como
alguien dijo, la bondad es la más egoísta de las virtudes, pues la más de las
veces no es otra cosa que una cómoda indulgencia, una proyección de la lástima
por uno mismo, de auto indulgencia, es decir, de la ceguera ante lo sacro. En
cambio, la tragedia es un logro verdaderamente formativo, la esencia de la paideia, al forjar el ánimo a través del
sufrimiento inherente a la condición mortal, revelando su carácter de don
divino.
The Peace Piece. Bob
Cruise. Álbum “Jazzhouse Vol. 1” (Oh Yes Records / 2016)
Nietzsche escribe: “alimento una
gran tolerancia, es decir, me hago generosamente violencia a mí mismo”. El Tai
Chi Chuan, según el maestro Tew Bunnag, es un “lenguaje” (poiético) que permite realizar la alquimia de la violencia. Nuestro
cuerpo y psiquismo tienden a guardar (como imitando las prácticas acumulativas
del capital) los excesos de ira, la rabia contenida, convirtiéndolas en
resentimiento y odio, los cuales finalmente causan enfermedad. El Tai Chi
devuelve esa rabia a la acción, y más allá aún, la codifica y transfigura en un
elegante lenguaje de movimientos y transformaciones de energía. Al practicar
este arte marcial, el cuerpo psico-físico se relaja integralmente, se desanuda, haciéndose más fluido en sus
desplazamientos, y a la vez, más aplomado en su estar. El Tai Chi, el arte de
la “generosa violencia”.