¿ES POSIBLE DESRANCHIFICARNOS? (I)
“Me sentí aliviado. Como sabía
ahora el nombre del
mal que me aquejaba, podría quizás
vencerlo más fácilmente.
No era ya un mal disperso e
incorpóreo;
había encarnado en una palabra,
tenía cuerpo visible; era, pues,
para mí cosa fácil iniciar la lucha
con él.”
Nikos Kazantzakis
Zorba el griego
Qué es ranchificar
La
palabra “ranchificar” tiene orígenes populares, no académicos o eruditos. Fue
el mismo pueblo venezolano el que comenzó a identificar y dar nombre a ese proceso
de por sí informe, variopinto y corrosivo, que casi se ha hecho connatural con
nuestro gentilicio.
El
término está ligado al “rancho”, la precaria vivienda rural de los campesinos
pobres de la Venezuela de antaño que se trocó en prototipo de las improvisadas
viviendas urbanas típicas de los barrios marginales.
Según
el diccionario digital tuBabel.com, “ranchificar” significa:
“Verbo
de origen popular en Venezuela, empleado en términos jocosos, referidos a los
ranchos: tipos de viviendas improvisadas construidas en terrenos inestables. El
rancho es una clasificación de inmueble que representa pobreza. Una persona
‘ranchificada’ es alguien mediocre, sin proyecciones de vida. De ahí la frase ‘el
rancho lo llevas en la cabeza’. Es decir, alguien ‘ranchificado’.”
Una
anécdota de Roberto Chacón, cuando pertenecía al grupo de escritores de la
revista de ensayos Umbrales, en las postrimerías del siglo XX, fue que estando con
Numa Tortolero en uno de los últimos pisos de un alto edificio del centro de
Caracas, al ver desde arriba las azoteas de los edificios contiguos, les
asombró el descubrir que, desde esa perspectiva, la ciudad urbanizada parecía
una zona marginal, pues todas las edificaciones tenían en sus terrazas
construcciones tipo rancho, con techos de zinc, paredes de materiales
improvisados o de bloques sin frisar, etc.; constructos además, hechos sin la
menor consideración con respecto al entorno urbanístico y a la arquitectura del
edificio que la soportaba.
Tal
fue la impresión, ante esa imagen de la degradación de los ambientes y la
multiplicación de lo mal hecho, que se discutió el tema largamente en el comité
editorial de la revista, y se decidió que Numa escribiese un texto al respecto,
que llevaría por título “La ranchificación”. Ese texto, lamentablemente, nunca
fue escrito por razones que no vienen al caso ventilar ahora.
Como
escribí en una nota al pie de página de “La importancia de la casa, según Lin
Yutang (I)” (publicado en Nei Dan Magazine No. 528), el “rancho” es indudablemente
un fenómeno de las clases populares depauperadas venezolanas, pero la
“ranchificación”, como “ideología” –como “estilo” nacional- sólo puede provenir
de la conversión del “rancho” en una especie de proto-estereotipo colectivo amorfo,
como modalidad de ser asumida principalmente por las élites culturales,
intelectuales, políticas, económicas y profesionales del país.
La
idea de la cultura como algo accesorio, “cosmético” (kitsch), y la confusión de lo público,
con lo colectivo –lo que implica un caldo de cultivo de ideologías
colectivistas- y con lo popular –lo völkish
[populista]*, es lo que ha convertido a la ranchificación en la forma
tercermundista típica del quehacer impoético
(Heidegger dixit) de nuestra civilización moderna.
El
arquitecto Tomás José Sanabria dice al respecto:
“¡El
que sufre de Ranchosis, ranchifica! […] Sufren de Ranchosis los
que compran su vivienda y al pagar su cuota inicial proceden a modificarla lo
más posible, construyen en los retiros (si se trata de una casa) así sea
un multimillonario, invadiendo los balcones (en caso de apartamentos) sin
importarle en absoluto lo que ello pueda significar para el vecino y como
este sufre de la misma enfermedad no valora el hecho, hace lo propio y
así continuamos la ranchificación.” (T. J. Sanabria. “Ranchosis”. El Nacional.
21 de febrero del 2.008).
Recordemos
que nuestro tiempo está regido por el imperativo nihilista del Ge-Stellen: la movilización total del
ente –incluyendo al hombre- hasta que de éste no queda nada. El carácter impoético de tal imperativo se nos re-vela en dos
facetas complementarias: el Ge-Stellen
como proliferación de lo mal hecho o deforme, de la multiplicación sin límites
del adefesio y el mamotreto**, y el Ge-Stellen
como “movilización total”, la política moderna oscurecida por las ominosas
nubes de tormenta de los horizontes totalitarios.
En
otras palabras, la problemática poiética
del hombre está imbricada indisolublemente con las posibilidades políticas de
democratización no colectivista, como lo es la de la república en tanto campo
privilegiado de convivencialidad (a través del acceso público a lo público), pues, tal como ha dicho Pérez
Oramas, la esencia de la marginalización es un fenómeno netamente in-cultural,
que restringe el acceso de las personas al discurso público, donde de forma
privilegiada tienen resonancia pública los grandes hechos culturales.***
En
su escrito “Ranchosis” (16 de febrero del 2.008) Tomás José Sanabria comienza a
definir la palabra “ranchificación”:
“He
usado reiteradamente el calificativo de ‘ranchificar’ al referirme a la acción,
tan común en nuestro medio, de alterar un
espacio decente por otro de muy inferior calidad que se ajusta más a nuestras
necesidades momentáneas sin tomar en cuenta lo que ello pueda afectar al vecino
o al vecindario. Ranchificar no significa construir ranchos ¡no! Es un
síntoma enfermizo de actuar frente al
ambiente de forma egoísta, sin respetar normas establecidas. Esto ha venido
sucediendo sin excepción en nuestros poblados y en todo el ambiente
nacional (esté o no construido). Desde el poblado más pequeño hasta la gran
Metrópolis Caraqueña. A primeras de cambio luce que es por falta de autoridad
pero no es así, más bien es por el virus que los venezolanos llevamos por
dentro y que causa una terrible enfermedad a la cual le he dado el nombre de ‘Ranchosis’.”
(Cursivas nuestras)
En
esta sección “Caleidoscopio” de Nei Dan Magazine hemos publicado varios textos
donde buscamos tantear las diversas causas y recurrencias que han hecho posible
entre nosotros el síndrome de la “ranchosis”, especialmente en “La importancia
de la casa, según Lin Yutang”, así como atisbos de posibles terapias o curas,
como en “Embellecimiento de áreas comunes en edificaciones de propiedad
horizontal”. Por supuesto, sabemos que la diagnosis del síndrome y la
elaboración de las terapias pertinentes, implica una labor de largo aliento,
que debe involucrar a un buen número de inteligencias, En especial en el caso
aquí tratado, donde más que una enfermedad lo que tenemos es un enfermo, como
dicen los homeópatas.
Sin
embargo, el hecho de que ya exista una palabra-metáfora con la cual dar nombre
al síndrome representa un gran paso adelante. En la novela Zorba el griego, de Kazantzakis leemos:
“A
cada galería [Zorba] le había dado nombre y en cada una de las vetas dábales
rostros a las fuerzas ocultas, de modo que ya no podían disimularse ante él.
–Si yo sé que ésta –decía– es la galería Canavaro (así tenía bautizada a la
primera que abriéramos), ¿qué demonios podría hacerme? La conozco por su
nombre; no puede tener la audacia de engañarme.”
El
escrito ya señalado de T. J. Sanabria termina con estas palabras de Simón
Bolívar: “… un mal que no se conoce no se puede jamás curar”. Y conocer
comienza por re-conocer, identificar, nombrar.
En
las palabras de Zorba citadas está implícita la noción de que los entes y las
fuerzas invisibles ajenas al hombre, pueden encontrar un lugar dentro del
cosmos o mundo humano gracias a su expresión en el lenguaje. El paso de lo sin
forma, y por tanto incognoscible, a lo formado, y por tanto cognoscible, se
hace a través de la palabra, de ahí el bíblico “al principio fue el Verbo”.
Bajo
el pensamiento heideggeriano de que la esencia del habitar humano es poética, podemos entender que ese “discurso
público” del que nos habla Pérez Oramas, tiene que hundir sus raíces, por
necesidad, en la poiesis (el hacer
surgir el ser del no-ser, el cosmos del caos), y en el poeta como aquel que
nombra lo sagrado. Sólo así los “grandes hechos culturales” pueden tener
resonancia, sentido profundo, en alma de una nación histórica.
El
lenguaje no es un simple medio para comunicarnos, ni las palabras meras
etiquetas de las cosas. El lenguaje es el lugar privilegiado donde el Ser se expresa, de-velándose en las
palabras. La poesía nos recuerda esta función primigenia del lenguaje. Gracias
a la poesía el Ser del ente (cosa) se “aviene a lo permanente de su aparecer”,
siendo lo que llamamos belleza esa re-velación del Ser del ente (Alethiea: des-ocultamiento en el
ocultarse).
Ese
“discurso” público, entonces, no debe ser tomado simplemente como un conjunto
de enunciados donde se expresa de modo ordenado el tema al que hacemos
referencia. Ni tampoco en el sentido de la teoría crítica:
“En
toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada,
seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen
por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento
aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.” (M. Foucault. El orden del discurso).
Si
existe esa relación, establecida por Pérez Oramas, entre el discurso público –que
fundamentalmente versa sobre lo que es de todos pero de nadie en particular-, y
“los grandes hechos culturales”, esa idea de discurso debe tener por fundamento
un pensar poetizante, donde los poetas donan el sentido nombrando lo sagrado,
el cual es recibido por los guardianes, los portadores del sentido que se
cristalizan en la existencia histórica de un pueblo (comunidad), donde el
habitar la tierra es solidario con un hablar-para-otros.
La
historia auténtica, en sentido heideggeriano, es interna, existenciaria. La historia común no tendría sentido para
una comunidad determinada si los poetas (los artistas) no hubiesen donado el
horizonte de sentido donde es posible interpretar el mundo y sus
acontecimientos.
"EI
arte permite surgir a la verdad. En tanto guardianía creadora el arte hace
brotar a la verdad del ente en la obra. La palabra origen mienta el hacer
brotar algo, el traerlo hacia el ser en el salto fundador desde la fuente
esencial.[...] Esto es así, porque el arte es en su esencia un
origen: una manera excepcional como la verdad llega a ser, esto es, como
deviene histórica”. (Martín Heidegger. El
origen de la obra de arte).
Entonces,
“ranchificar”, desde el punto de vista de una historia interior, es una
patología del alma vernácula propia de los tiempos de su eclipse. Este síndrome
refiere la degradación constante de los espacios interiores, los espacios del
alma, bajo imperativos que se justifican en la sobrevivencia. Si el arte permite surgir la verdad, la ranchosis da
licencia a la mentira. Si la belleza es la re-velación del Ser del ente, la
ranchificación trata sobre la degradación y descuido permanente de los entes,
la abdicación voluntaria de nuestra guardianía.
De
ahí que no nos importe que esa degradación afecte negativamente nuestra convivencialidad,
corroyendo los cimientos de la comunidad, y maltratando su hábitat y su paisaje.
Se trata de un perseverar colectivo en las formas inauténticas del vivir, dando
la espalda a nuestro destino común.
Un
poeta anónimo escribió un graffiti en las paredes de la antigua Alejandría:
“Cuando
tengas dos denarios,
gástate uno en pan
y el otro en Jacintos,
para alegrar tu alma.”
Este
poeta tenía la sabiduría hoy perdida de la mesura: “nada en exceso” como decía
una inscripción del Templo de Delfos. En sus versos trata de equilibrar, de
establecer una armonía, entre el mundo de la necesidad y el orbe del alma.
Nuestro tiempo de titanes no conoce los límites, y, como nos recuerda Camus, gusta
de elegir los extremos. Elegimos o el materialismo más vulgar, ese que hizo
decir a Marx que él no era marxista, o una busca espiritual fanática o
meramente abstraída del mundo.
Los
venezolanos parece que sólo hubiésemos recibido los dos primeros versos de ese
antiguo graffiti, y, además, de una manera inquietantemente diferente, “gástate
uno en pan y el otro malbarátalo”.
Según
una etimología falsa de Hesíodo, “titán” significa “el que abusa”. La
ranchificación es parte de ese endógeno abusar de nosotros mismos y de los
demás, y así, vivir pasando trabajo, como escribió Rómulo Gallegos en las
palabras finales del guión de Doña
Bárbara, la película mejicana protagonizada por María Félix.
Si
“marginales somos todos”, lo somos no con la significación tendencioso del
slogan político, sino en el sentido de hacer connivencia con la oclusión de los
espacios y discursos públicos, justificando conductas sociales desalmadas y canallescas,
convirtiéndonos en portadores y guardianes no del sentido, sino del caos y la
malevolencia, de lo impoético en todos sus aspectos: la ranchificación como
bajeza de alma y como proliferación de lo mal hecho y del malhechor.
Si
como han afirmado varios de nuestros escritores y pensadores, el venezolano
pospone lo poiético debido a la necesidad de sobrevivir, debemos recordar las
palabras de Elías Canetti al comenzar su exposición sobre la sobrevivencia en
su obra cumbre Masa y poder: “El
momento de sobrevivir es el momento
del poder”. ¿Es extraño, entonces, que en estos tiempos en que los ciudadanos de Venezuela
pasan más necesidad y ven amenazada su sobrevivencia inmediata por el hambre y
la delincuencia, el gobierno nacional lance una triunfal exposición llamada “La
Venezuela Potencia”?
Ese
círculo vicioso de la degradación que pasa por la ideología ranchificadora de
las élites gobernantes y la marginalización generalizada, inmersa en el mundo
de la supervivencia, ha llegado a su cenit histórico con el chavismo. Pero para
ser justos, comenzó indudablemente en el siglo XIX, y se entronizó en nuestro
acervo identitario con la “cultura adeca” de la llamada Cuarta República.
Como
ya observó el gran poeta Rafael Cadenas en su libro En torno al lenguaje, la degradación del lenguaje implica la
corrupción y descomposición de toda la cultura. Ahí podemos encontrar el germen infeccioso del que surge toda ranchosis. Si en tiempos de la Cuarta
República –época en que fue publicado el libro-, la situación de la lengua en
Venezuela era preocupante, en estos momentos la situación es realmente
alarmante, dado que se convirtió en política oficial la apología del insulto,
la jerga hamponil idealizada como “lenguaje popular”, y sobre todo, una especie
de neolengua, al estilo de la novela 1984
de Orwell, cuyo fin último es que ya no se pueda pensar fuera de los términos
que la clase gobernante ha establecido. En esta neolengua chavista, lo público
sólo puede ser pensado en términos colectivistas y völkish.****
Yilda
Conquista y Roberto Chacón
(Continuará…)
Notas:
*La
solidaridad entre lo völkish y lo kitsch, como en el chavismo (Revolución
Bovesiana), es de tal magnitud, que uno muy bien podría crear el neologismo völkitsch.
**Está
multiplicación sin límites de lo deforme, es el motivo de que pueda llamarse a
nuestra época titánica: sin límites y
sin forma. Es también la razón de que el hombre de hoy pueble la tierra pero no
la habite (consecuencia inevitable del dominio de lo impoético), pues la esencia
del habitar humano es poética. Nuestra globalización contemporánea puede ser
entendida, entonces, como un proceso de des-habitar
la Tierra. De ahí que la misma Tierra pueda ser “terraformada” por aquellos que
la pueblan pero no la habitan.
***“Embellecimiento
de áreas comunes en edificaciones de propiedad horizontal” (I). Nei Dan
Magazine No. 560. Tomado de La república baldía,de Luis Pérez Oramas.
****Al
respecto ver: La neolengua del poder en
Venezuela. Dominación política y destrucción de la democracia. Antonio
Canova González, Carlos Leáñez Aristimuño, Giusseppe Graterol Stefanelli, Luis
A. Herrera Orellana y Marjuli Matheus Hidalgo. Editorial Galipán. Caracas,
2015.