miércoles, 17 de junio de 2020

EDITORIAL (Magazine No. 616)


No hemos podido mantener la publicación quincenal del boletín, no sólo porque la cuarentene implica un receso en las actividades de Nei Waijia, y de el Tai Chi y el Chi Kung en general, al menos en lo que respecta a la clase presencial, que es esencial en nuestra actividad, sino, también, porque hemos confrontado algunos problemas técnicos.

En nuestras secciones quincenales, presentamos "365 Meditaciones Tao", de Ming Dao Deng, con el texto "Fuente". En la sección "Humor", ofrecemos un chiste argelino.

En este número del boletín Nei Dan, traemos, nuestras secciones mensuales, que además de videos y música, trae también reseña de libro.
Videos (colaboraciones), Música y Reseña de Libro:

-Videos (Colaboraciones): "Muskrat Love (Capitán y Tennille)" / "El guerrero pacífico - Saca de tu cabeza lo que no necesitas" / "Justin Hayward - 'Vincent'".
-Música: Latin Rock: Oye como va (Santana) / El cayuco (Chicano) / Street Man (Malo).
-Reseña de Libro:  ¿Qué es la meditación? (Osho).

En nuestras Secciones de Autor traemos la sección Caleidoscopio (Yilda Conquista), con la undécima entrega de "¿Es posible desranchificarnos?" (Yilda Conquista y Roberto Chacón).

En la sección "Artículo" les ofrecemos el artículo "¿Si quieres embriaguez ¡Acepta también la resaca!: un pequeño texto de Hermann Hesse" (Pijama Surf).

También les traemos hoy, en nuestra sección "Artículos del Archivo Nei Dan" el texto "La tombeau de Ramonzote" (Roberto Chacón).

NOTICIAS NEI WAIJIA Y MÁS (Magazine No. 616)

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ARTÍCULO (Magazine No. 616)


'SI QUIERES EMBRIAGUEZ, ¡ACEPTA TAMBIÉN LA RESACA!': UN PEQUEÑO TEXTO DE HERMANN HESSE


La diversidad y la contradicción es inherente a nuestra condición humana, y he aquí el misterio y la grandeza de la propia vida.
En nuestro día a día no solemos dar cabida a la contradicción o, dicho de otra manera, estamos más o menos habituados a inclinarnos por una sola de las muchas facetas que tiene la vida.

En el budismo proclama que el ser humano acostumbra a su mente a pensar la realidad únicamente desde la dualidad de los opuestos: blanco o negro, bueno o malo, verdad o mentira, etc., cuando lo cierto es que la vida en el mundo está hecha de muchos más matices que esos dos extremos.

El filósofo Vladimir Jankélévitch plantea esta situación: si un comando nazi llega a mi casa preguntando por una persona que se esconde en mi armario, ¿cuál es mi obligación moral? ¿mentir o decir la verdad? Si miento, la persona se salva; decir la verdad, en cambio, equivale para ella a una sentencia de muerte.

Como vemos, este ejemplo hipotético muestra ya que experimentar la vida desde la severidad de ciertas dualidades va, de hecho, en contra de la existencia en sí. Al respecto podríamos citar también un pasaje de ¿Tener o ser?, de Erich Fromm, en donde el psicólogo plantea que si lo propio de la vida son el cambio, la transformación y el desarrollo, el apego a ese tipo de conceptos ideales al final va en contra del flujo natural de la existencia es decir, no le permite a la persona desplegar su existencia con la soltura que la vida requiere.


Pintura de Hermann Hesse


En ese sentido, compartimos ahora un elocuente apunte de Hermann Hesse, uno de los escritores en lengua alemana más destacados del siglo XX. En buena medida, la gran aceptación que tuvo Hesse tanto en su tiempo como en épocas posteriores se explica por el talento que tuvo para tocar algunas de las preguntas esenciales del ser humano en relación con el problema de la existencia, preguntas que, por otro lado, todos tarde o temprano nos hacemos. ¿Qué es la vida? ¿Por qué estamos vivos? ¿Cuál es el propósito de la existencia? ¿La vida humana tiene sentido? Si tiene sentido, ¿éste es intrínseco, o es necesario inventarlo o improvisarlo? Si la vida no tiene sentido, ¿es posible asignarle arbitrariamente alguno?

Bajo el prisma de la literatura, Hesse elaboró estas preguntas sirviéndose de personajes atravesados además por otras preocupaciones muy propias de su tiempo: la crisis de la sociedad europea de entreguerras, el derrumbe de modelos como el gobierno imperial o la familia patriarcal-burguesa, la imposición ya inevitable de los valores de las sociedades industriales y mecanizadas, entre otros.


Hesse publicó, además, varios apuntes que nada tenían que ver con la ficción y que se publicaron todos juntos en el libro publicado en español como El caminante pero que, vale la pena mencionarlo, originalmente en alemán tiene como título Wanderung, una palabra que incluso en inglés conserva la raíz que alude no tanto a una caminata sino más bien al vagabundeo, esto es, al caminar sin rumbo fijo y sin otra intención más que encontrar cierta inesperada correspondencia entre un paseo y el errar de la conciencia.

En relación con la dualidad de la que hablábamos, en El caminante Hesse incluyó un apunte que lleva por subtítulo “Tiempo lluvioso” y el cual podría caracterizarse como una elaboración en torno a su propio malestar. De algún modo Hesse captó ahí un momento de inconformidad consigo mismo o con el mundo y el cual, por lo que se lee, estuvo motivado justamente por el afán de vivir la vida bajo nociones sumamente rígidas, como si la existencia tuviera que ser necesariamente de cierta forma y ajustarse a ciertos parámetros.

Con todo, Hesse entiende y resuelve su malestar de una forma prodigiosa y, al mismo tiempo, sensata, pues se da cuenta de que su mejor alternativa es simplemente abrazar la diversidad propia de la vida, contradictoria quizá, incomprensible por momentos, pero después de todo inseparable de la experiencia que tenemos de ella. Escribe Hesse:

"Sé por qué es así. No es el vino que bebí ayer, ni que haya dormido en una mala cama, ni tampoco el tiempo lluvioso. Han aparecido unos demonios y han desafinado una por una todas las cuerdas de mi ser. Ha vuelto el temor, el miedo de las pesadillas infantiles, de los cuentos, del destino de los colegiales. El temor, el acoso de lo inalterable, la melancolía, el tedio. ¡Qué insulso es el mundo! ¡Qué horrible tener que levantarse mañana, volver a comer, volver a vivir! ¿Por qué hemos de vivir? ¿Por qué es el hombre tan tímido y bonachón? ¿Por qué no yacemos desde hace tiempo en el mar?

Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!"

Como podemos observar, la solución que Hesse encontró ante las “contrariedades” de la vida es en última instancia sencilla: la entrega de lleno y sin reservas a todo lo que se nos presenta, sin conceptos de por medio, sin expectativas, sin ideas previas que tengan como propósito apresar la vastedad de significantes de la existencia pero quizá, por encima de todo, sin la pretensión de querer controlar lo incontrolable.

En este sentido, para retomar una de las imágenes en el texto de Hesse, cabría preguntarse: ¿cómo podríamos nosotros, simples seres humanos, contener esta tormenta que es la vida? Y, por otro lado, ¿por qué querríamos hacerlo?

Como nota final vale la pena mencionar que El caminante fue publicado en español por la extinta editorial Bruguera, en su colección “El libro amigo”, en la década de los años 70 del siglo pasado, y reeditado algunas veces en los años posteriores. No obstante, desde entonces ninguna otra casa ha retomado dichos textos en nuestra lengua.
Pijama Surf




ARTÍCULOS (ÍNDICE)

CALEIDOSCOPIO Yilda Conquista (Magazine No. 616)


¿ES POSIBLE DESRANCHIFICARNOS? (XI)

En el mundo moderno que, en comparación con el mundo griego,
no produce casi sino monstruos y centauros,
y en el cual el hombre individual, como aquel extraño
compuesto de que nos habla Horacio
 al empezar su Arte Poética,
está hecho de fragmentos incoherentes, […].”
Friedrich Nietzsche
El Estado griego

El hogar no es el lugar, son las personas que en éste convergen, conviven y habitan. ¿Entonces, por qué nuestra (aparente) falta de convivialidad? ¿O será mejor decir, más bien, de “poética habitabilidad”? Eso de que el “venezolano jode al venezolano” que aparece en algunos memes de actualidad, no es totalmente cierto, por supuesto. Hay una cara hospitalaria en nuestro gentilicio. Y si es verdad que el venezolano no está exento de padecer xenofobia, comparados con las personas de otros países, las manifestaciones de dichos sentimientos han sido relativamente suaves y reducidas. Pero, si hacemos caso de nuestro pertinaz autobombo, la auto alabanza sobre nuestras virtudes como pueblo, reales o imaginarias, la sombra de endofobia y xenofobia que corresponde a nuestra imagen positiva de ser venezolano, cada vez más idealizada, sólo tenderá a crecer desmedidamente, y a hacerse más peligrosa.

Sucesos como los acaecidos contra los inmigrantes europeos a la caída de Pérez-Jiménez, y los de Ciudad Bolívar en el 2016 contra la comunidad china, entre otros, no debe llamarnos a engaños sobre los síntomas de emergencia volkisch que el venezolano ha venido mostrando a lo largo de su historia, y que parecen agravarse en los últimos años.

La pregunta crucial sigue siendo en qué consiste el tipo de anomía (estado de desorganización social debido a la incongruencia de las normas sociales) que caracteriza a la sociedad venezolana. Desgraciadamente, mientras se dormía el sueño democrático, se incubó el huevo de la serpiente, e hizo su aparición en la historia el chavismo. El chavismo es un movimiento altamente desestructurante: el caos, lo mal hecho y la ruina son su elemento natural. De modo que, con el chavismo, el destino terminó por alcanzarnos.

Este movimiento terminó siendo otro de los intentos políticos modernos miserablemente fallidos -como dice Agamben- de destrucción de los poderes constituidos, que termina recreando en todas partes “los poderes que pretendía deponer y que ahora parecen mucho más oprimentes en la medida en que carecen de toda legitimidad” (“Para una teoría de la potencia destituyente”).


José Tomás Boves (1782-1814). En este retrato se parece bastante al “Comandante” Chávez.


Más que una “revolución”, el chavismo es la encarnación viva de la involución bovesiana (de José Tomás Boves, último capitán general de Venezuela). Si la ranchificación se había convertido en una especie de ideología nacional, mayormente inconsciente, durante la Cuarta República, el chavismo no hizo otra cosa sino convertirla en eje de la política nacional. Gobiernan los que tienen un rancho (y grande) en la cabeza.

José Ignacio Cabrujas decía que el venezolano es contrario a la majestad. En parte, de cara al poder constituido, se acepta su crudeza, pero no su legitimación simbólica, la cual es objeto de chanza y burla (la “joda”). Puede ser un resabio tribal que se hizo modus vivendi durante la colonia, donde debió ser reforzado por las resistencias a la autoridad de los colonizadores, muchos de los cuales eran marginados con respecto al sistema de castas español. Se acepta a las autoridades, sobre todo si su poder deriva de la guerra, pero quitándoles cualquier atributo de superioridad e importancia por medio de la “jodienda”, que casi siempre lleva una punzante carga de denuncia igualitaria del tipo “el rey anda desnudo”. (1) La jodienda es la antesala del bochinche. Es por esa razón que las autoridades venezolanas son más aceptadas mientras más encarnan los estereotipos populares. Pero ese carácter “identitario” del venezolano, marcado a hierro y fuego en el alma nacional por la “guerra de colores” y la “guerra a muerte”, más que un basamento para la nacionalidad, conforma un movedizo sedimento volkisch, el mismo que imprudentemente tanto ha explotado el “bolivarianismo” chavista, y que ya ha aparecido inquietantemente en nuestra historia, especialmente en los casos de Boves y Zamora.

En dos artículos, “¿Qué es la autoridad?” y “La crisis de la educación”, Hannah Arendt aborda la problemática de la educación a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. La crisis de la educación tiene una vertiente política, para esta pensadora. La tiene en el sentido que la política de la segunda mitad de siglo XX en adelante se fundamenta en el cuestionamiento de la autoridad. En la educación, la autoridad no debería ser impuesta, ya que proviene del reconocimiento del saber del educador, de su excelencia docente.

Paradójicamente, la falta de autoridades reconocidas por todos, señala la autora, no genera anarquía, sino más bien, por compensación de la dinámica de los poderes, autoritarismo, reglamentación de la vida, y ahora, control bio-tecnológico.

La redundancia entre inconsciente colectivo volkisch, con su dosis mortal de resentimiento, e imperativos políticos modernos, ha hecho que la institución educativa venezolana sea, en sus fundamentos, harto endeble, y que sea incapaz de producir por sí sola los cambios cualitativos que necesita una sociedad tercermundista no plenamente estructurada. Y, para salir del atraso, la educación no es un camino, ES el camino.

Añádase a eso el predominio de la familia matricentrada, el machismo, el oportunismo sociopático (la “viveza”), y un largo etc., y tendremos apenas la punta del iceberg del por qué nuestra nacionalidad balbuciente está tan contrariada, siempre tentada por la corrosión y la disolución. La “racionalidad afectiva” del venezolano popular y/o marginal, parece no ser permeable en modo significativo a la educación para una ciudadanía moderna.

Por supuesto, el problema estriba en la falta de comunicación entre un sistema educativo moderno y los estamentos populares, con su racionalidad afectiva. Como ya hemos señalado, el diálogo es el elemento fundamental en la dinámica social democrática. Pero a la vez, depende de la apertura del espacio público y del sentido que hace converger a los participantes, dado por la poiesis artística. Ricardo Del Búfalo dice respecto a esa falta de diálogo entre el aparato educativo moderno y la racionalidad afectiva del venezolano popular:

“No pongo en duda que Venezuela deba ser una nación moderna, conformada por hombres e infraestructuras modernos. Pero el intento de modernizar al hombre popular mediante la educación puede fracasar por la no-comunicación que existe entre alumno popular y docente y compañeros modernos. Moreno aconseja al respecto que la función de la educación en el mundo-de-vida popular debe ‘facilitar y liberar de obstáculos’ la convivencia, en lugar de ‘producirla’, función que corresponde a la educación moderna, puesto que ambas son ‘estructuralmente distintas’ porque ‘distintos sentidos implican’ (recordemos el sentido individual del moderno y el sentido relacional del popular).” (Alfredo Del Búfalo. “La venezolanidad desde la modernidad”).

De no reconocer la autoridad del saber a la glorificación de la ignorancia hay solo un paso. En su ensayo, Apología de Raimundo Sabunde, Montaigne muestra la hipocresía de las sociedades occidentales de su tiempo, que diciéndose cristianas, contrariaban profundamente en su vivir cotidiano los preceptos primordiales de dicha religión. Del mismo modo, el venezolano es, la mayor de las veces, un ciudadano moderno sólo de una manera hipócrita y acomodaticia: es moderno sólo cuando le conviene.

El venezolano es “realista mágico” en el sentido que le daba al término Carpentier: nuestras capas más profundas tienen raíces tribales, y sobre ésta se van superponiendo capas psico-culturales (como la casa del sueño de Jung) hasta llegar a las capas más modernas. De ahí nuestra “modernidad paradójica”. Tal cosa no constituiría un problema en sí mismo, sino fuera porque las diferentes capas no han llegado a armonizar bien, todavía jala cada una hacia sus “querencias”, anulándose mutuamente en el jaleo, la mayor de las veces.

Ante la amenaza de disolución de la sociedad “nacional” por parte de las vertientes carnavalizadoras e informales de tipo popular, la gran solución que tienta a vernáculos y cosmopolitas es el orden militar. La nación misma nace gracias a las hazañas militares. De modo que cualquier “vuelta al origen” o “restauración de la nación”, siempre significará un llamado a los militares a gobernar, de una manera u otra. A nuestras “repúblicas” les es esencial el “cesarismo democrático”, ese desfachatado oxímoron de Laureano Vallenilla Lanz. (2) Se olvida que en una sociedad militarizada, los civiles siempre serán ciudadanos de segunda, y que en el espacio público campeará sin bozal la fuerza bruta.


Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936)


Las dictaduras militares del Cono Sur, desacreditaron en gran medida el militarismo de derechas. El chavismo es la “solución militar” que adviene al poder gracias al camuflaje de “izquierdas”. Como su modelo político extremista proviene de la imaginería que acompaña la exaltación tendenciosa de la guerra civil independentista, su política se dirige a la destrucción de las capas modernas de la sociedad –a las que se quita todo carácter de “pueblo”, expatriándolas de hecho y derecho- a favor de los sectores populares. Así, el barrio y la urbanización entran en conflicto abierto (un remedo de “lucha de clases” marxista). Los sectores populares, más que “pueblo” (Volk), son convertidos en masa (las masas populares). Y, debido a la dinámica interna del régimen pro-totalitario y sus alianzas con el hampa, finalmente propugna la conversión de esas masas en populacho.

Por supuesto, el movimiento entra en contradicción completamente porque el gran sueño que persigue el chavismo es el erigir a Venezuela como una potencia moderna. El chavismo es el desarrollismo en su fase más nihilista, pues quiere avanzar hacia el futuro realizando un “vuelvan caras” hacia el pasado pre-moderno.

La solución chavista se hizo plausible en su momento porque la falta de comunicación entre el sector moderno y el sector popular de la sociedad amenazaba con crear, como señaló Slavoj Žižek, una sociedad de castas. Pero el chavismo no apuesta por el diálogo entre esos sectores, sino por la guerra, y finalmente, por el exterminio de uno de los bandos.

Aunque el chavismo, como armatoste ideológico, se alimenta originalmente de las corrientes fascistoides del peronismo –Ceresole- y de la idea Juche de Kim Il Sung –en la adaptación de Núñez Tenorio- (que se refuerzan por el papel preponderante que dan a los militares), finalmente el movimiento parece más cercano a las ideas de Pol Pot y los Khemer Rojos (el rechazo en bloque de capitalismo, modernidad, industria y vida urbana), contenidas a duras penas por el lenguaje “políticamente correcto” de su demagogia, con la que encubren sus políticas y sus instituciones. Pensamiento que, como sabemos, esconde discursos de odio y delirios de pensamiento único bajo las tristes máscaras del victimismo y el resentimiento.

Pero, ¿cómo negar nuestro tiempo histórico? No podemos vivir odiándonos, como dijera Camus, al escribir sobre una frase de Saint-Exúpery: “Odio mi época”. Resulta que hasta nuestra manera de mirar es moderna, o como diría Grahan-Dixon, francesa (de cuando París era la “capital del mundo”): porque está forjada en la pintura moderna que comenzó con los impresionistas y culminó con Dadá. Y la banda de audio de la modernidad está formada en buena medida por la música que va de Debussy a Varèse. Triunfo final de los “afrancesados” (los cosmopolitas). Como afirma Žižek, debemos encontrar las soluciones a nuestro problemas como hombres modernos, y no intentar reconstruir mundos históricos caducos hoy idealizados, lo cual conforma el gran escape nihilista a las problemáticas de nuestro tiempo.

El orden militar parece la solución adecuada y definitiva ante el desorden, el relajo, la “corrupción”, de los gobiernos civiles. Se olvida que desde el mismo origen de la nacionalidad, fueron esos próceres independentistas, esos caudillos y señores de la guerra atrabiliarios, los que con su gobierno arbitrario hicieron imposible que la civilidad madurara lo suficiente para poder organizar un Estado plausible en una sociedad formada por ciudadanos modernos.

Los latinoamericanos sabemos eso desde nuestro origen. No tuvimos que descubrir, como los griegos después de la Guerra del Peloponeso, que el orden espartano, tan perfecto en la polis de Esparta, se convirtió fuera de ésta en un poder arbitrario, cerrado y destructor, que terminó corrompiéndose en grados inimaginables para el mundo heleno. Toda el aura de perfecta e ideal superioridad moral espartana, que exaltaban historias como la del rey Cleómenes I y su hija Gorgo, ante Aristágoras de Mileto, y la recordada frase de un anciano durante una de las Olimpíadas, “todos los griegos saben lo que es correcto, pero sólo los espartanos lo hacen”, rodó por el lodo y de ahí no volvería a levantarse más.

Los militares no sirven para gobernar sencillamente porque están adiestrados para la destrucción y el asesinato. Su “orden” se basa en ese ciego adiestramiento y en esa uniformidad disciplinada que cultivan para poder sobrevivir como cuerpo operativo durante una conflagración. Especialmente no están preparados para dialogar, sino para la obediencia al orden vertical y la confrontación con aquellos que son considerados unilateralmente como “enemigos”. Se trata de la organización más desalmada (por adiestrada y letal) que opera en una sociedad, y siempre constituye una amenaza para ésta, no una solución, ni siquiera final. Al salir de los cuarteles hacia el espacio público, los militares sólo pueden terminar destruyendo la civilidad, y corrompiéndose, al estar “liberados” de las sujeciones cuartelarías e imbuidos de ciego poder arbitrario.

Pero, en lo fundamental, “orden” no es “forma”. La forma –no la “imago” visual- es destino, la auto generación estructurada, pero flexible (adaptativa) de cualquier ente, incluyendo a la sociedad. Es el tejido de sentido que corresponde a cada ser o conjunto de seres. El orden sólo puede ser impuesto desde afuera. La forma proviene del interior. Por ende, el orden no puede suplantar a la forma. La forma se hace sensible a través del arte. Pero la forma (como forma de vida) nace en la fiesta auténtica, la fiesta politeísta, donde se estructura y se sacraliza la convivencia de los habitantes. La fiesta vernacular, patrocinada por los dioses, se basa en una comunidad de cuidado mutuo. La convivialidad tiene por fundamento el estar atentos al cuidado de sí mismo y del prójimo.

Que el venezolano rechace las “formas”, nos da un indicio de inmadurez colectiva, quizá porque la carnavalización y el bochinche, desviados hacia el abuso, la satisfacción inmediata, y, más allá, al vandalismo y el saqueo, han desvirtuado el sentido de la “fiesta” entre nosotros. No cualquier fiesta: la fiesta que abre el sitial del espacio público, común. O, al menos, no se ha dejado que la festividad madure y se acrisole en las formas germinales que permitan el ir convergiendo en torno al sentido que le damos a nuestro habitar estas tierras. Poesía, fiesta y paideia son las tres gracias que guardan la concepción de un pueblo histórico.

La fiesta sólo puede ser el lugar de los excesos porque en sí misma es el centro del acontecer comunitario, el “ombligo del mundo”. Bajo la severidad ritual pueden los festejantes entregarse al éxtasis y la embriaguez, sin que ello suponga real peligro para sus vidas o su integridad. En nosotros, palabras como “se formó el coje culo”, “se formó el mariquerón”, “eso fue un desnalgue”, nos dan una idea de la fiesta como exceso malicioso (bochinche), donde es posible abusar de los convivientes, aprovecharse de su embriaguez.

Si el venezolano tiene dificultades con la forma, tiene problemas con la voluntad de poder, está enfermo en alguna medida, en su “voluntad”. La “voluntad de poder” implica una unidad de apetencias e intenciones, de manera que determinado ser vivo no sólo se auto conserve, sino pueda desplegar toda su vitalidad de un modo cada vez mejor. No hay que confundir voluntad de poder con fuerza de voluntad, voluntarismo o con voluntad de dominio. Para Nietzsche, una voluntad de poder enferma es típica en el tipo reactivo, el décadent. En este tipo enfermizo, el conflicto interior disgregante, la falta de armonía y el predominio de emociones y pasiones contrapuestas, son los síntomas característicos de un proceso de desvitalización, que aunque tiene connotaciones fisiológicas, no se reduce meramente a ello. El decadente es el opuesto del artista, que es el tipo humano donde se muestra la voluntad de poder en su forma más elevada.


Alejandro Moreno Olmedo (1934-2019)


Hemos hablado aquí que el problema del venezolano es el de una falta de convivialidad. Esto puede ser paradójico si tomamos en cuenta que Alejandro Moreno Olmedo ha llamado al venezolano popular “Homo Convivalis” –“convive”. Pero el gran problema de “convivialidad” nacional se establece entre los estamentos modernizadores y el venezolano popular (el cosmopolita y el vernáculo). Ambos grupos han desarrollado al respecto, maneras de rechazo al otro, y de auto rechazo, y, también, de una visión más que idealizada de su propio estamento.

Pero así como el proyecto de la razón ilustrada –el cual, por cierto, está en la base de la nacionalidad (al menos como discurso legitimador)- degeneró en el Gestellen y el predominio de la razón instrumental, la convivialidad popular se ha visto alterada por varios fenómenos. Uno de ellos es la cada vez mayor influencia y poder del hampa, que permea cada vez más las comunidades populares. La otra es la política, que con el chavismo ha exacerbado las características volkisch de los estamentos populares. El “malandro” está sustituyendo rápidamente al “convive”. La convivencialidad popular, entonces, se polariza hacia la agresividad y el abuso. El “Caracazo” y los acontecimientos del deslave de Vargas, son un aviso inquietante de hasta dónde puede llegar la conflictividad inherente al estamento popular.

La anomia también socava las redes afectivas del hombre-convive. La familia es matricentrada pero funciona en un orden de valores patriarcales extremo. Eso quizá tenga su origen en las familias indígenas que se formaron con la invasión de los caribes exogámicos  (y polígamos) al territorio de la actual Venezuela y al mar que lleva su nombre, en el siglo XV y comienzos del XVI. En esas familias gobernaban los caribes patriarcales, pero las mujeres (raptadas) eran arahuacas matriliniales, cuya comunidad conservó su idioma hasta la llegada de los conquistadores.

Sin embargo, en ese patriarcalismo “paradójico” del venezolano popular, no hay fuerza patrilineal ni Pater Familias. Realmente el varón es castrado en la familia matricentrada, reduciéndosele a una caricatura de macho (penetración, agresividad, violencia), siempre amenazado por la feminidad y la homosexualidad, pero, también, con minusvalía en su hombría de bien y virilidad auténtica (que para desarrollarse, necesita mujeres, no hembras, y padres, no sólo madres). La mujer padece la violencia del macho y sus abusos de toda índole, pero en cuanto a su familia, como madre, siempre tiene la última palabra.

Por su parte, el venezolano relativamente moderno –urbanizado-, tiende a ir a los territorios populares a hacer lo que no puede en sus vecindarios acomodados y urbanizaciones. En esos territorios puede dejar desbocarse su “sombra” (sus aspectos reprimidos), aprovechándose de las ambigüedades morales y la permisividad que en ciertas cuestiones muestran las clases menos favorecidas, así como de la mengua o labilidad de la legalidad establecida en esos sectores. Y siempre escudándose tras su poder burocrático o económico, o haciendo gala de amiguismos cómplices.

El racionalismo moderno no sólo amenaza con hacerse unilateral y absoluto, sino que también nos ciega ante su enorme sombra de irracionalidad. El Homo Sapiens no es el nombre de una especie homínida, es su imagen idealizada. El hombre es realmente, como dijera Nietzsche: una conciencia quimérica que duerme sobre los lomos de un tigre.

Pero también el Homo Convivialis es una idealización. Bajo las redes de la “racionalidad afectiva”, bulle un inframundo de conflictividad latente que se esconde bajo mantos de negación e hipocresía (o al menos de “disimulo”, como lo llama Cabrujas). Las redes afectivas no son isómeras: esconden preferencias y rechazos, lugares privilegiados y sitios apenas tolerados, afectos y desafectos, y, por supuesto, abandonos y “traiciones”. El resentimiento proveniente de los “males afectivos”, se proyecta hacia las redes afectivas ajenas (los populares no locales o no emparentados), y hacia el hombre modernizado, tejiendo la irracional amenaza volkisch bajo la racionalidad afectiva.

Recordemos que no hay nada más parecido a la “razón afectiva” del venezolano popular, que el modo de vida tradicional de los europeos medievales. Y fue en esos estamentos donde se engendraron las turbas xenofóbicas, los pogromos y la persecución y exclusión de los extraños, incluso en contra de específicas reglamentaciones protectoras establecidas por parte del clero y la nobleza. Y es que la generación de nuestro pueblo, allá por el siglo XVI, ocurre en el momento en que Europa se despoja del “oscurantismo” medieval, y, a través de la España de la Reconquista, lo expulsa a su periferia.

Como venezolano, es difícil no tomar partido por uno de los aspectos de nuestro ser, hoy encontrados. Es inútil trasplantar la modernidad, por más funcional que sea en otro orbe, a nuestra tierra. Pasa como las especies de fauna o flora “invasoras” que en un medio ambiente ajeno o no prosperan o causan un inmenso daño al nuevo hábitat. Pero, hay que tomar en cuenta que lo que todo el mundo desea hoy es obtener las ventajas del modo de vida moderno, el nivel de vida que promete: el progreso –la gran religión planetaria.

Una señora vecina, que provenía de un barrio caraqueño, siempre se quejaba de la falta de “convivencialidad” de los vecinos del edificio. Pero nunca regresó al barrio, ni de visita. Especialmente las mujeres, una vez que salen del barrio, se niegan a volver. Cuando se les señala ese retorno como una solución a algún problema que padecen, dicen con convicción: “Pa’ tras ni para coger impulso”. (3)

La racionalidad afectiva del venezolano abre grandes posibilidades para la convivencialidad, en un mundo globalizado cada vez más privado de ésta. Pero también posee sus lados flacos: insignificancia del hábitat con respecto a la satisfacción inmediata (ranchificación); la hombría puesta a prueba a través de conductas machistas (penetración, riñas, agresividad excesiva, rechazo a la intimidad), (4) pero cuyo resultado es que no hay hombres sino “hijos”; la individualidad, no sólo la moderna, sino lo que Jung llamaba la individuación –autorrealización- (para Osho, estar solo significa “ser completo”, “desbordante presencia de uno mismo”) queda atrapada –enredada- en las redes afectivas; la disolución de responsabilidades y compromisos, sobre todo de parte del hombre a sus hijos, pero también del poblador con su entorno; el que la comunidad popular tienda a cerrarse sobre sí misma, rechazando el aprender modus vivendi de otras culturas; y, por último, la falta de pathos trágico del sentido de vida afectivo, cosa que comparte con la visión moderna del mundo, aunque no de la misma manera ni en el mismo grado.

Para Osho, el poder estar solos no sólo es indispensable pata la autorrealización, sino para la autenticidad de los afectos. Osho dice que no le interesa que haces para vivir (respuesta del hombre moderno) o quiénes son tus parientes y amigos, y de dónde vienes (respuesta del hombre-convive): lo que le interesa es “si te sostienes desde dentro. Quiero saber si puedes estar solo contigo mismo […]”.

“Solo aquellas personas capaces de estar solas son capaces de amar, de compartir, de llegar a lo más profundo de otra persona: sin poseer a la otra persona, sin depender de ella, sin reducirla a otra cosa, y sin volverse adictos a ella.” (Osho)

El sentido trágico se afirma sobre la mortalidad del hombre, y, más allá, de la mortalidad del todo. El hombre enfrenta su muerte en soledad, ya que es imposible compartir el propio fin. Las redes afectivas cobijan al hombre popular venezolano bajo una gran techumbre de convivencia, lo que atenúa la conciencia del desamparo inherente a nuestra condición. La modernidad, en cambio, es virulentamente anti trágica, pues no acepta los horrores y sufrimientos propios de la existencia, sino que trata de amputarlos de la vida, razón por la cual, exige y busca los métodos más eficaces para intervenir sobre el vivir.

Culturas históricas como la griega y la china tuvieron siglos, sino milenios, para conjugar y armonizar sus vertientes provenientes del mundo matricial y las que provenían del orbe patriarcal. Se establecen como “mundos” civilizatorios, no por ser unidimensionales, sino por haber logrado hacer converger en un mismo diálogo cultural a factores distintos, en un principio –aparentemente- dispares y encontrados. Nuestro tiempo “moderno” nos impele a dar “soluciones” rápidas a una problemática que quizá lo que necesite es, justamente, tiempo, mucho tiempo.

Moreno, en su ensayo “Identidad y originalidad de la cultura y el mundo-de-vida del venezolano popular”, dice que hay “fricción” entre los significados de las raíces indoeuropeas del castellano hablado en Venezuela, y el sentido que adquieren las palabras en el marco del mundo-de-vida del venezolano popular. El mismo se basa en que ese mundo-de-vida se estructura en las relaciones de la familia matricentrada, mientras que las raíces de los idiomas indoeuropeos son de origen patriarcal.

La lengua es la sangre del espíritu. De modo que ahí puede radicar parte de nuestra anomia endógena: el vivir de una manera que poco se reconoce desde el espíritu, y que lo hace mejor desde los afectos. Es como si por nuestra lengua hablara el Quijote, pero viviéramos como Sancho Panza. ¿De ahí, quizá, lo quijotesco de todos nuestros proyectos modernizadores?

Pero se trata de una fricción, no de un pertinaz desencuentro. Fricción que nuestros poetas y literatos lubrican y suavizan, convirtiéndola en hilos de seda y terciopelo con el que tejen sus cantos, patrimonio común que todavía no ha encontrado la vía de alcanzar plenamente ni al mundo-de-la vida popular, ni a los estamentos modernizadores (donde el arte sólo es un dador de prestigio y un mero adorno de la vida utilitaria).

Esa “fricción” es sólo uno de los resultados dentro de un amplio espectro de modulaciones del lenguaje, que realmente enriquecen nuestra lengua-madre, toda vez que la abren a nuevas posibilidades de ser-en-el-mundo, y de adaptarse y servir de “casa del ser” en nuevos mundos históricos. Ésta sigue siendo el único vehículo idóneo para el diálogo inter partes, y para la poiesis de nuestra forma de vivir.

Según Unamuno, la lengua no es la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo. Quizá esto refleja una escisión en nuestro psiquismo, entre cómo pensamos (indoeuropeos) y como sentimos (latinoamericanos). Para los indios védicos, el pensamiento es un sentido más, un sentido que, entre otras cosas, da cuenta de los otros sentidos, y los estructura. Esta idea permite pensar una confrontación no entre dos niveles distintos, intelecto y afectos, sino entre dos corrientes de sentidos, que a la vez deparan sentidos de vida diferentes. Entretejerlos de una manera armoniosa y venturosa, es tarea del arte, en principio.

El griego antiguo de la época clásica no sólo se reconocía por su lenguaje común, sino también por su “cultura” (religión y valores comunes). Las grandes obras homéricas eran el centro de su educación. Estas obras hablaban de un mundo-de-vida ya caduco, muy distante de la vida de sus polis. Pero en esas obras el griego sabía reconocer la raíz común, el sentido germinal de su mundo.

Un mundo-de-vida es una expresión cercana a “forma de vida”, tal como la expone Giorgio Agamben. Los griegos distinguían dos modos de vida: Zoe, la vida en lo que de común tiene en todos los seres vivos; y Bios: la vida en lo que tiene de específico un grupo o un individuo. En el caso de los hombres (griegos), bios era la política. En la vida moderna se pierde el sentido de los antiguos vocablos griegos, y la vida se concibe como algo que se puede aislar de sus relaciones y hábitat, y que por tanto, es susceptible de ser amenazada y eliminada: nuda vida (vida desnuda). Agamben propone su noción de forma de vida, como una vida que no puede ser desligada de sus modos, de sus relaciones, que no se puede aislar.

La forma de vida del venezolano popular no carece de micropolítica, o política local, pero si se le ha marginado de todo espacio público en cuanto nación-Estado, una organización político-social típica de la Edad Moderna. Agamben dice que las formas de vida son profundamente políticas, pero no desde el punto de vista de la soberanía, del poder Estatal. Eso resuena en algo que dice Moreno en su ensayo, que el modo-de-vida popular no establece una identidad, no es el fundamento de ninguna “identidad nacional”, debido a sus aspectos cambiantes adaptativos, y a su relativa permeabilidad cultural. Aquí vemos que el chavismo ha errado doblemente respecto al papel de los sectores populares venezolanos en su “utopía” bolivariana, al querer fundar sobre éstos la legitimidad de la soberanía del nuevo Estado revolucionario, y, por ende, depositar sólo en ellos la esencia de nuestra “identidad nacional”.

Con Nietzsche, podemos pensar que la forma de vida alcanza su plenitud sólo a través de la poiesis, del arte. No sólo una “manera de vivir”, sino un sentido de las modulaciones y posibilidades de la excelencia y las capacidades inherentes. En el poder armonizar y el inseminar mutuamente los aspectos apolíneos y dionisiacos del hombre, alcanza el arte trágico su cúspide entre las artes. El barrio El Candeal (Salvador de Bahía, Brasil), es una muestra del poder del arte para transmutar la “convivencialidad agresiva”, así como la influencia del hampa y del extremismo político en los sectores populares. Carlinhos Brown dice, en el documental El milagro de El Candeal (Fernando Trueba), que la verdadera revolución es artística.

 

El brasileño popular se parece mucho al venezolano, pero entre ambos hay diferencias esenciales: Brasil no se independizó por un conflicto armado. El carnaval brasileño si es una verdadera fiesta popular que da sentido al habitante de ese país. A través de la saudade, el brasilero ha encontrado una forma de transmutar la melancolía. Y para el brasilero, el arte y la belleza si son majestuosos, dignos de veneración.

En la famosa entrevista “El Estado del disimulo”, Cabrujas –nuestro mayor trágico- habla de que Venezuela, desde la colonia a nuestros días, siempre ha sido un país provisional. Con un Estado que sólo sirve para disimular la arbitrariedad, el “me da la gana” (una variante del nihilista y psicopático “¿y por qué no?”). Venezuela es una tierra de paso, un campamento, que, en el siglo XIX,  no por terminar siendo militar dejó de ser campamento. Luego la riqueza petrolera lo transforma en hotel, con pretensiones de ser de lujo, con huéspedes insatisfechos y empleados sub-pagados. Con el chavismo, el hotel fue invadido por el lumpen y terminó convertido en un ruinoso rancho, dominado por pranes y colectivos. Una vecindad, pero no del Chavo, sino de Chávez y sus lugartenientes.

Entonces, por fragmentarios, incoherentes y arbitrarios, también somos modernos –paradojales. Pero sobre todo, por nihilistas, por ese vivir nuestra anomia como una perenne decadencia, una melancólica decadencia sin Edad de Oro alguna que la justifique, pero a la cual todos quieren retornar.

“Ninguna persona inteligente querrá aún negar hoy que el nihilismo en las formas más diversas y escondidas es «el estado normal» de la humanidad». Lo prueban muy bien los intentos exclusivamente re-activos contra el nihilismo que, en lugar de entrar en una discusión con su esencia, se dedican a la restauración de lo anterior. Buscan la salvación en la huida, a saber, en la huida de la mirada a la problematicidad de la posición metafísica del hombre.” (Martin Heidegger. Hacia la pregunta del ser)

Notas:
(1) Cabrujas ejemplifica este recurso con una anécdota de Nicanor Bolet Peraza: En una Semana Santa se representaba la “Pasión de Cristo”, en el momento que los guardias romanos le ofrecen hiel a Jesús crucificado, el público echa a reír porque –no se sabe por qué razón- creían que le ofrecían mierda. De pronto, como cúspide de la burla a la representación, un niño grita: “¡Es que ese no es Cristo! ¡Ese es el hijo de Estelita con el chichero de la esquina!”
(2) El chavismo es el “cesarismo democrático” de izquierdas (lo cual constituye un oxímoron), lo que Telesur llama, estúpidamente, “Bonapartismo de izquierdas”. Cabrujas mismo dijo sobre Pérez Jiménez, el “César” más aplaudido: “Quienes nos oponíamos a Pérez Jiménez –por una cuestión visceral, porque éramos comunistas, porque nos perseguían– de alguna manera participábamos de ese mundo, ese era el mundo real. Lo que no nos gustaba era él, el régimen de dictadura, la falta de libertad, pero la época nos gustaba, la vivíamos intensamente, sentíamos que progresábamos, que no era mérito de Pérez Jiménez sino de las inmensas riquezas del país. Pensábamos que era de cajón que Pérez Jiménez hiciera lo que hacía, que no faltaba más, pero que alguien lo podía hacer mejor… A la larga descubrimos que no, que nadie lo hizo mejor, es casi blasfemo para mí mismo decirlo, pero es la verdad, o siento que es la verdad.”
(3) En la Escuela de Filosofía de la UCV, fui testigo de cómo compañeros de estudio que procedían de zonas populares, rendían pleitesía abiertamente a otro estudiante, que era un reconocido delincuente. Era evidente que para ellos, aquel tipo constituía su modelo de “éxito”.
(4) La familia matricentrada y el machismo que le es concomitante, no tienden puentes para un diálogo fértil entre nuestras vertientes matriciales y las patriarcales y/o patrilineales (la posibilidad de nuestro Hieros Gamos).
Yilda Conquista y Roberto Chacón