LA TOMBEAU DE RAMONZOTE
“Es todo cuanto he podido recuperar
de sus
reliquias, yo, a quien con tan
amorosa
estima, ya en las garras de la
muerte, hizo
heredero en su testamento […]”
Michel de Montaigne.
De la amistad.
“Yo quisiera que al hacer mi forma
de espada,
no se vieran los cortes o estocadas
de mi mano,
sino los dibujos y cifras que
ofrece mi sentimiento”.
Ramón Reyes
“Todo en él era viejo, salvo sus
ojos; y estos tenían el color
mismo del mar y eran alegres e
invictos.”
Ernest Hemingway.
El viejo y el mar.
La
primera vez que miré a Ramonzote (Ramón Reyes) fue en una competencia de Tai
Chi que se realizó frente a la Concha Acústica del Parque del Este, a mediados
de los años noventas. Ya para entonces cojeaba ostensiblemente. Sólo participó
en la competencia de espada, arma que era su verdadera pasión. Cuando fue
llamado a competir se levantó y camino con parsimonia, y con mucha dignidad,
hasta colocarse frente a los jurados, Luego de saludarlos, realizó la forma de
50 secuencias de espada del maestro Tai Che She (Dai Tzi She). No sé por qué,
pero cuando terminó su forma mi pensamiento recordó El viejo y el mar de Hemingway. Y es que Ramonzote no ganó ese día
ninguna medalla. Ocupó el último lugar de la competencia. Sí. Pero se veía en
su rostro la satisfacción: había dado lo mejor de sí mismo, había puesto todo
su corazón en la ejecución, hasta el punto que las limitaciones de su cuerpo
enfermo apenas fueron notadas. El viejo había llevado su magnífico pez espada a
puerto, y el haberlo conseguido, a pesar de tenerlo todo en contra, era
suficiente premio, aunque los tiburones del destino redujeran el trofeo a una
blanca y ruinosa osamenta.
Poco
tiempo después tuve el privilegio de conocerlo cuando le encargué mi primera
espada de madera. Ramonzote tardó tres meses en entregármela. Durante ese
tiempo, fiel a su artesanía chamánica (que contemplaba más como un servicio que
como un negocio), se aparecía por el sitio donde practicaba, para que yo
probara la empuñadura del arma que tallaba, y él comprobara que la madera
escogida y la forma tallada armonizaban con mi energía (con mi alma). Cuando me
la entregó no tuve dudas de que era un trabajo magnífico. Hilario Martínez, el
compadre de Javier Vásquez, me dijo el pasado Día Mundial del Tai Chi y el Chi
Kung, que esas espadas fabricadas por Ramonzote eran auténticas reliquias. Le
doy toda la razón. Para los antiguos practicantes de Tai Chi del Parque del
Este, esas espadas de Ramonzote son los modestos equivalentes locales de armas
legendarias como la famosa espada china “Destino Verde”, destruida en mala hora
por los Guardias Rojos en tiempos de la Revolución Cultural.
De
a poco fue surgiendo la amistad entre el chamán de las espadas y yo, en los
tiempos en que comenzó a llevar a su hija Eugin –por muchos conocida como “la
hija de Ramonzote”- al Parque. Por un buen tiempo estuvieron muy cercanos a
Yilda Conquista y a mi persona. Cuando Eugin sufrió un accidente en un jeep y
estuvo en cama con varias fracturas, la fuimos a visitar a su casa en Carapita,
guiados en el trayecto por su jovial padre. La pierna enferma comenzó a
alejarlo de la práctica del Tai Chi, pero lo compensaba reuniéndose con un
pequeño grupo de seguidores, donde conversaba sobre temas espirituales que
abordaba con la sabiduría vernácula y sabrosa de un viejo brujo de la Venezuela
de antaño. Su olfato chamánico hizo que se interesara sobre manera cuando José
Luís Muñoz anunció que iba a dar un taller de Tai Chi Ruler. Los primeros
bastones de ruler que tuvimos los hizo Ramonzote para ese taller, al cual asistió
por breve tiempo, lamentablemente, debido a problemas con la pierna.
La
pierna de Ramonzote fue empeorando día tras día. Él tenía esperanzas en que una
operación que le prometían resolviera, de una vez por todas, su problema de
salud. Su enfermedad comenzó a impedir que fuese con regularidad al Parque.
Verlo por el centro del parque, caminando con su bastón, acompañado de Eugin,
era un placer para sus viejos amigos, que cada vez menos gozaban de su compañía
y su conversación chispeante y vivaz. Cuando uno lo saludaba y preguntaba cómo
se encontraba, contestaba con agilidad y frescura: “¡VIVIENDO!”. Su espíritu
seguía joven y vital, a pesar de la enfermedad y los años que su cuerpo
mostraba. Oírlo era un verdadero deleite en aquellos días: destilaba casi sin
proponérselo palabras sabias que nos dejaban reflexionado durante mucho tiempo.
Había devenido en un auténtico maestro, de esos maestros que, como dice Thomas
Moore, más que enseñarnos nos permiten desaprender, para así estar atentos a la
chispa de la vida en el momento mismo en que ésta brota y se enciende.
Cuando
uno conversaba con Ramonzote largo y tendido (como quien dice), se maravillaba
de su facilidad para pasar de un tema a otro, sin la menor pretensión,
hilándolos sutilmente hasta llegar a un punto profundo que quería dejar como
tema de reflexión. Así, comenzaba a hablar de los usos casi olvidados de
ciertas hierbas medicinales, y un momento después comentaba sobre los
elementales de la naturaleza, de las correspondencias del Bhagavad Gita y la Biblia,
hasta llegar al Tai Chi practicado como meditación, y de cómo esa práctica
podía elevar nuestro nivel de consciencia, abriéndonos a la espontaneidad
creativa y disminuyendo nuestros automatismos y reflejos condicionados.
Al
pasar el tiempo, las fuerzas del destino nos fueron alejando por rumbos
diferentes sin apenas darnos cuenta. Un día Eugin nos llamó para que fuésemos a
visitar a su padre que había sido intervenido de la pierna. Cuando por fin
dispusimos de tiempo para visitarlo ya Ramón había salido del hospital. A
partir de ahí lo vimos algunas veces más y el cariño que nos profesamos siempre
fue el mismo, pero de alguna manera se había abierto una suerte de distancia en
nuestra relación, no sólo con Yilda y conmigo, sino con otros amigos del Parque.
Se trataba de esos alejamientos que tienen que ver más con los caprichos de la
Providencia que con el afecto, pues ésta, que a veces acerca a los hombres y
los hace caminar juntos, como si el camino transitado fuese el mismo, de pronto
los separa, enviándolos por rutas diferentes, hacia otros horizontes y
distintos puertos. La tragedia había empezado a cebarse de él y los suyos. La
operación de la pierna empeoró el estado de salud de Ramonzote, y, además,
otros percances familiares profundizaron sus tribulaciones.
Durante
la celebración del Día Mundial del Tai Chi, tiempo después del minuto de
silencio que se realizó en su memoria, llegó Hilario y enseguida me preguntó
por Ramonzote. Le dije que había fallecido. Herido por la noticia, Hilario me
contó emocionado lo que quizá haya sido un atisbo de los últimos momentos de la
vida del gran Ramón. Tiempo atrás, Hilario lo había encontrado en la Plaza
Bolívar junto a Eugin. El viejo guerrero no podía levantarse de lo mal que
estaba. Hilario levantó el pesado cuerpo del hombrón, pero al ver que no podía
con él, le dio dinero suficiente a Eugin para que lo llevara en taxi a un
hospital. Eugin le dijo que lo llamaría para decirle qué había pasado, pero no
lo hizo, de modo que Hilario se enteró de su deceso ese 28 de abril del 2012,
meses después de ese último encuentro. De resto no sé más nada de cómo ni dónde
murió el viejo amigo.
En
la voz entrecortada y dolida de Javier Vásquez, en el sombrío y adusto
semblante de Getulio Aguilera, en el gesto de sufrimiento e incredulidad de
Hilario, en los ojos húmedos y brillantes de Yilda, en la nostalgia vívida de
Lídece Lee, en la pesadumbre que enlutó los rostros de tantos y tantos
taichicheros y chikuneros presentes durante aquel largo minuto de silencio,
pude palpar cuánto se le quería y cómo era apreciado y respetado…, y por un
maravilloso instante lo sentí vivo y presente, más vivo que nunca, chispeante
como la vida, compartiendo y riendo con nosotros, como si la muerte no pudiera
tocarlo y estuviera de vuelta por siempre…
Sé
que no fui el único en experimentar tales emociones en aquel largo y
estremecedor minuto.
Una
tombeau es una antigua composición
musical francesa (anteriormente un poema) que conmemora la muerte de una
persona notable. Tombeau, en francés
significa “tumba”. Así como el gran poeta griego Píndaro le cantaba a los
triunfadores de los Juegos Olímpicos, he tratado aquí de cantarle a mi manera a
un viejo y querido amigo, aquel que blandía entre el Cielo y la Tierra su
modesta espada de madera, retando a la adversidad y a las limitaciones, como un
quijotesco Merlín que hace de su vara mágica una portentosa Excalibur. Quizá él no se haya destacado
por sus triunfos deportivos, pero a todos nos enseñó algo más profundo e
imperecedero que alguna presea dorada, en cada una de sus presentaciones
empuñando el arma de su predilección, llenas de dignidad y entereza, dando
ejemplo de valor, compostura y entrega frente al infortunio, de alegre y
sincero amor por su arte, más allá de lo que cualquiera hubiese considerado
posible y necesario. De su don de gentes, de su hombría de bien, de su
facilidad para la amistad, la generosidad y el trato caballeroso, de su
honestidad e integridad, hay todavía mucho que memorar para todos aquellos que
lo conocimos y seguimos todavía aquí, viviendo.
El viejo y humilde guerrero de la espada nos ha dejado un legado que no podemos
dejar caer en el olvido, que hay que resguardar, sopesar y cultivar, para
intentar ofrendarlo a los que nos rodean, pues él fue ejemplo vivo y
vivificante, lleno de picardía y apasionado, de cómo ser a cabalidad un buen
hombre.
Por
todo lo dicho considero que estos versos de Píndaro son un acertado colofón a
esta tambeau que hemos ofrecido
modestamente al entrañable amigo desaparecido, a Ramón Reyes, Ramonzote.
Flecha herido en el pie: sus
funerales
Llanto arrancaron á la Griega
hueste.
Mortal que á no desviarse de la
senda
De sólida virtud está resuelto,
Debe aceptar con alma generosa
La suerte que los Númenes le
mandan.
La dirección del viento á cada rato
Cambia y la fuerza. Breve tiempo
dura
La dicha de los hombres, cuando
baja
Con ímpetu sobre ellos. Seré
humilde
Con los humildes, grande con los
grandes.
Reverente aceptando mi fortuna,
Y ajustando á mis medios mis
costumbres.
Y si grandes riquezas me donare
La Providencia, conseguir espero
También alto renombre y fama
eterna.
[…]
Píndaro,
Píticas
Día
Mundial del Tai Chi 2005. En primer plano, de franela roja, Ramón Reyes
“Ramonzote”. A su lado un personaje no identificado. Atrás, de izq. a der.: los
profesores Roberto Chacón, Eli Laureano y Francisco Alviarez.
R.
C.
Nei Dan Magazine No. 365 (29-05-12)
Sección: "Artículos"
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