martes, 12 de julio de 2016

EDITORIAL (Magazine No. 540)




En nuestra sección “Videos de la quincena: como no todo es Tai Chi”: Colaboraciones: “Kathia Buniatishvili – Claude Debussy: Clair de lune”; “¡INCREIBLE! La carretera más peligrosa del mundo - ¿te atreves a conducir por aquí?”; y “The Monk and the Fly” (Corto de animación). Música: Mambo: Dámaso Pérez Prado (1916-1989): Que rico el mambo; Mambo No. 5; y Patricia.

El Magazine 540 trae, además de sus secciones semanales y quincenales habituales, la sección mensual «Caleidoscopio» (Yilda Conquista), con la cuarta parte del texto “La importancia de la casa, según Lin Yutang”.

En la sección “Artículos” traemos el texto “El increíble relato del apureño que aportó sus maracas a los Rolling Stones” (lapatilla).

En la sección “Artículos del Archivo Nei Dan” traemos nuevamente el texto “Lo esotérico de las plantas” (Mellie Uyldert).

NOTICIAS NEI WAI-JIA Y MÁS (Magazine No. 540)


RECOMENDACIONES DEL MAGAZINE:

CINE:

  • Moon (Sam Rockwell y Kevin Spacey / Dir.: Duncan Jones / TV Filme / Cine Max)
  • The best offer (Geofrey Rush, Jim Sturgess y Sylvia Hoeks / Dir.: Giuseppe Tornatore / TV Filme / HBO Signature)
  • J. Edgar (Leonardo Di Caprio, Naomi Watts y Judi Dench / Dir.: Clint Eastwood / TV Filme / HBO 2)

BLOG DE LA SEMANA (Por Katherine Chacón): http://psicocode.com/ (Psicología)

Thelma Zambrano (México / 1961-): Carpintero


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NOTICIAS NEIWAIJIA VENEZUELA


PROMOCIONES:
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  • Julio: Domingo 31: Torneo Nei Wai-Jia de Tui Shou Deportivo. 11:00 AM a 12:30 PM.
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  • Agosto: Taller: Introducción al Tai Chi Ruler (Profesor Roberto Chacón / San Antonio de Los Altos / Escuela Ta Chuang).
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OTRAS NOTICIAS

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ARTÍCULO (Magazine No. 540)


EL INCREÍBLE RELATO DEL APUREÑO QUE APORTÓ SUS MARACAS A LOS ROLLING STONES


Todo comenzó en los llanos venezolanos en 1966. Era una época de agitación a nivel mundial, pero la vida en el Apure rural permanecía básicamente igual. Lo resaltante de ese año fue una marcada escasez de trabajo que había venido creciendo desde el año anterior. El desempleo se sintió mucho en el pueblo de Cunaviche, hogar de Jaime Martínez, un peón amante del joropo y poseedor de una maestría innata para tocar las maracas.

A mitad de año Jaime fue despedido de la hacienda en donde trabajaba regularmente. Sin poder encontrar empleo en Cunaviche, Jaime aceptó el ofrecimiento de un primo para trabajar como obrero en Puerto La Cruz, cargando y descargando mercancía de los barcos que llegaban a la marina. El objeto más preciado que llevó consigo al partir fueron sus maracas.

Jaime tenía 23 años en ese entonces, y siempre había sido una persona de espíritu aventurero. Nada lo ataba, ya que sus padres habían muerto años antes y no tenía hermanos o novia. Fue así que llegó a tomar una decisión que lo cambiaría todo.

Después de trabajar algunos meses en el puerto a cambio de un sueldo mísero, un buen día Jaime se fue como polizón en un barco que iba a Europa. Llevaba algo de comida, tres mudas de ropa y sus maracas. A mitad de viaje fue descubierto, pero la tripulación lo ayudó y le dio algo de comida que él pagaba con trabajo.


Un par de semanas después Jaime desembarcó en un Londres invernal, sin saber más de dos palabras en inglés. Pasó días de hambre y frío, arrepentido de su intempestiva decisión, pero de algún modo sobrevivió. Dormía en parques, barría callejones de restaurantes a cambio de algunas sobras y a veces tocaba las maracas por unas monedas.

Una noche, en medio de una nevada que lo forzó a salir de la calle en busca de refugio, Jaime logró entrar en un viejo teatro y se ocultó en un polvoriento ático lleno de muebles viejos, atriles e instrumentos rotos. Convirtió ese sitio en su hogar, pensándolo abandonado. Por dos semanas nadie entró al recinto.

Ocurrió que una noche Jaime se despertó por un escándalo, un sonido de estática, una batería y voces que discutían a gritos. Una música empezó a sonar, algo que Jaime nunca había escuchado y que no podía poner siquiera en palabras. Sentía la vibración en el piso, las paredes y después en su pecho y su cabeza. Era Rock & Roll.

Eran los Rolling Stones ensayando el material que eventualmente se transformaría en el álbum Beggar´s Banquet. La canción que sonaba era “Simpathy for the devil” (Simpatía por el diablo).

Jaime estaba un poco alucinado. No podía entender lo que oía, pero la música era demasiado rítmica, era una vaina casi primitiva. Le provocaba bailar, aplaudir al ritmo de la canción. En un acto reflejo, buscó las maracas y comenzó a tocar acompañando la canción. La acústica del teatro llevaba el sonido de las maracas hasta el escenario. Un Mick Jagger enfurecido paró una y otra vez el ensayo hasta que todos se dieron cuenta de que el sonido extraño venía del ático.

Dos asistentes subieron y se encontraron con un asustado Jaime, lo convencieron de bajar hasta el escenario con las maracas. Keith Richards y Bill Wyman sabían algo de español, así que Jaime pudo hacerse entender un poco. Obviamente el hombre era un indigente en situación ilegal y sin manera alguna de regresar a su país.

El más impresionado del clan era Jagger. Estaba fascinado con las maracas y le pidió a Jaime que las tocaras una y otra vez. Así fue que este hombre llanero entró en la historia del Rock. Jagger y Richards sentían que a Simpathy for the devil le faltaba algo y que habían encontrado en las maracas la pieza faltante.


La banda le dio a Jaime techo, comida y ropa. Después fue llevado al estudio de grabación, y las maracas que oímos en la introducción de Simpathy son tocadas por él. En los créditos del álbum se le dio una versión inglesa de su nombre: James Martins.

Un mes después de esa noche en el teatro, Jaime Martínez estaba camino a Venezuela, a su pueblo, Cunaviche. Los Stones arreglaron los detalles de su vuelta y le dieron una buena cantidad de dinero, suficiente como para que Jaime pudiera buscar una casa propia y montar su negocio.

Las maracas se convirtieron en uno de los instrumentos preferidos de Jagger, quien aprendió a tocarlas de Jaime.

Ahora, la próxima vez que escuches “Simpathy for the devil” recuerda con orgullo que esas maracas que suenan las toca un venezolano… un llanero.






ARTÍCULOS No. ANTERIOR
No. 539: “La taberna de Kafka: el apocalipsis de las abajea” (William Ospina) http://robertochikung.blogspot.com/2016/07/articulos-magazine-no-539.html


CALEIDOSCOPIO Yilda Conquista (Magazine No. 540)

LA IMPORTANCIA DE LA CASA, SEGÚN LIN YUTANG (IV)

«Todo el arte de los jardines depende de la pintura de paisajes
[...] como si fuera un paisaje colgado»
Alexander Pope

“Y es que, de la misma forma que el espantoso océano rodea a la
verde tierra, así en el alma del hombre se encuentra también
una isla paradisíaca, una Tahití, colmada de paz y de alegría
pero rodeada asimismo por todas partes de toda clase de terrores
que la experiencia de nuestra vida sólo nos permite conocer a medias.
Dios os guarde. Os aconsejo que no os alejéis demasiado de esta isla,
 porque podrías no volver jamás a ella.”
Herman Melville
Moby Dick

Los libros clásicos sobre Tai Chi Chuan dicen que el gato es un maestro. Que si observamos con dedicación su forma de moverse y su actitud en la caza, uno puede aprender mucho de utilidad respecto a las artes marciales chinas y los estados de alerta. Veo a los gatos fluir por nuestros jardines como el viento, siempre en maravillosa armonía, como el agua. Atraviesan los cercados de malla por secretas rasgaduras o por ocultas depresiones del terreno. Las rejas interiores les ofrecen todavía menos dificultad, pues su entramado es ancho y permite que los felinos los transpongan a la carrera. Todas las entradas de acceso a los edificios están abiertas para ellos. Cuando se topan con puertas, toman atajos: suben por un árbol y entran a los pisos superiores por los agujeros de ventilación de los pasillos; acceden a las casas por las ventanas; cambian de edificio usando las pérgolas como puentes… No sé si los mansos finalmente heredarán la tierra, pero los gatos con seguridad recibirán como legado las ciudades, o, al menos, sus ruinas.*


Gato en ruinas romanas

Probablemente Lin Yutang pensaba en el Feng Shui –mal llamado “geomancia” china- cuando habló sobre la casa y su relación existenciaria (usando la terminología de Heidegger) con el paisaje (en palabras más pedestres: que conforma el ser mismo de su existencia, que le es inherente a su ser).

El Feng Shui es el arte de la disposición armónica de los espacios en el tiempo (los ciclos). Feng Shui significa literalmente viento y agua. Sabemos por el hermoso libro de François Cheng, Vacío y plenitud, la importancia del ciclo del agua (nube, lluvia, arroyo, río), con la montaña como puente entre el cielo y la tierra, y la materialización de los alientos vitales en los vientos y nubes; elementos que conforman las características esenciales del paisaje pictórico chino tradicional.

Como hombre que quería tender puentes entre oriente y occidente, Lin Yutang seguramente también conocía el pensamiento del pintor y paisajista William Kent (1685-1748) y los escritos del poeta y ensayista Alexander Pope (1688-1744), quienes a principios del siglo XVIII dieron vida al “jardín inglés”, que a semejanza del jardín chino, se caracteriza por su naturalidad. La naturaleza nunca debe ser olvidada, decía Pope, quien también veía similitud entre el arte de la jardinería y la filosofía.

El jardín así concebido se convierte en un puente entre la casa y el paisaje, entre la poiesis de la naturaleza y la del arte.** “Cuando juzgo el arte, cojo mi cuadro y lo pongo junto a un objeto obra de Dios como un árbol o una flor. Si desentona, no es arte”, dijo Paul Cezanne.


Jardín de Sheringham Park

El Feng Shui se ha usado (y abusado) en occidente sobre todo en el campo de la decoración de interiores. Se olvida que el Feng Shui también tienes usos “arquitectónicos”, “urbanísticos” y “paisajísticos” (las comillas indican las dificultades de correspondencia y traducción entre estas disciplinas, china una y occidentales las demás). Y, asimismo, hay Feng Shui relativo al microcosmos más inmediato: el cuerpo y la psique integrados (el compuesto psico-físico).

Thomas Moore afirma que la ecología no es el saber sobre la Tierra, sino sobre el «hogar», ya que en griego clásico, la palabra oikos tiene ese último significado. De modo que la ecología apunta a la consideración de que este mundo es nuestro hogar. Mundo que no está conformado sólo de personas, edificaciones y objetos fabricados, sino de animales y plantas, paisajes, montañas, ríos, piedras, terrenos, y, en especial, de viento y agua; los elementos dinámicos básicos de nuestra biosfera.

La palabra “economía” proviene de la misma raíz: oikos; unida a nomos: “orden”. Su significado sería “manejo del hogar”. El manejo del hogar debería estar supeditado a la sabiduría sobre el hogar en el mundo y al mundo como hogar, es decir, la ecología debería tener preeminencia sobre la economía. El que nuestro mundo haya trastocado esto, y sea gobernado por una “economía” que ya no tiene “orden” (pues está bajo la posesión de la desmesura), a tal punto que vivimos en el “olvido del hogar”; y el que la ecología sea una disciplina marginal y hasta tachada de subversiva, dice demasiado de la desorientación fundamental de nuestro tiempo. De ahí que del oriente nos venga ahora un arte de la orientación –el Feng Shui-, una sabiduría sobre la tierra y el hogar.

Cuando Caracas comenzó a modernizarse,*** allá por los años cuarenta, pareció ir a la conquista del Ávila, con sus urbanizaciones de vanguardia subiendo por sus laderas, primero San Bernardino, y luego Altamira. Cuando se constató que tales asaltos a las estribaciones de la montaña eran costosos y no exentos de peligrosidad, la ciudad le empezó a dar la espalda a la montaña, creciendo desaforadamente hacia el sur y el este, y, no mucho después, hacia arriba, como queriendo competir con los picos de la sierra, erigiendo dudosos rascacielos petroleros.

La suerte del Waraira Repano no la tuvieron el resto de las colinas y cerros del valle de Caracas, que fueron invadidas masivamente por ranchos, edificios y quintas. Las consideraciones sobre los riesgos para la construcción de esos terrenos en pendiente, así como las de tipo ecológico y paisajista, poco pudieron hacer para detener la avalancha humana (con o sin dinero) que se posesionó de esos montes menores, buscando así ensanchar un valle cuya estrecheces y otras peculiaridades topográficas siguen condicionando el crecimiento, la más de la veces contrario al buen vivir, de la metrópolis.

Cuando los ingenieros embaularon el río Guaire y sus numerosos afluentes, dañaron el sistema orográfico del valle de Caracas, distorsionando el movimiento del “agua”, lo que «permanece» y «nutre», según el arte del Feng Shui. Las edificaciones gigantes construidas sin sensibilidad a los elementos atmosféricos y a la estética que sugiere su paisaje, han creado dislocaciones y turbulencias en el fluir del viento, además de obstáculos infortunados a la hora de poder contemplar nuestra principal fuente paisajística. Se han creado así zonas urbanas poco aireadas, y por otro lado, áreas expuestas a los excesos del viento. Villanueva, entre otros pocos, tuvo en cuenta las corrientes de aire, la protección contra los vientos perturbadores, y al mismo tiempo, la ventilación agradable de los espacios, como si supiera que en el Feng Shui, el viento excesivo dispersa la energía, pero que por donde no fluye el aire con amabilidad, hay estancamiento.

La parroquia Coche tiene hermosas colinas hacia el sur, el este y oeste. Las del oeste, por donde discurre la carretera panamericana, ahora están coronadas de barriadas que provienen de la parroquia La Vega, mientras el barrio Cochecito sube por sus laderas, cruzando la vía que baja de los altos mirandinos. El deterioro que sufren esas colinas por la desidia y el abuso humano es evidente. Moore tiene razón cuando dice que una colina o una montaña pueden constituir un profundo foco emocional para la vida de una persona, una familia o una comunidad. El ver la devastación de esas colinas, la destrucción de su flora y su fauna, su presencia muda y singularísima arruinada y depauperada, me entristezco hasta los huesos día tras día.


Coche hace algunos años

Las del sur fueron deforestadas y transformadas brutalmente para construir “soluciones habitacionales” (el poeta Cadenas se pregunta “¿quién puede vivir en una solución habitacional?” En torno al lenguaje). La mayor parte de las colinas del este ya no pueden verse, pues las macro construcciones que se hacen en el Fuerte Tiuna las ocultan. La jungla de concreto, como la hierba mala, parece querer sustituir al gran escenario de la creación que todo paisaje revela. Pero, ¿quién prefiere tener como vista unos edificios poco agraciados, en lugar de verdes y ondulantes colinas? Si algo tenía la parroquia Coche era un marco espacioso y hermoso para su vida comunal, una comarca abierta dominada en gran medida por zonas de floresta agreste y colinas ondulantes. Ahora, con las invasiones a los cerros y las construcciones en masa en colinas y planicies cercanas, se siente un estrechamiento del espacio, un aprisionamiento psicológico y ambiental, que termina oprimiendo nuestro corazón. ¿Qué quedó entonces del “buen vivir”? ¿Será sólo letra muerta, promesa vacía, cuento de caminos?

La degradación del paisaje, el deterioro del microclima, la destrucción de innumerables hábitats, el irrespeto hacia los habitantes establecidos y hacia el genius loci (el espíritu protector de un lugar), la infraestructura vial y las de otras índoles que nos condenan al uso de sistemas y máquinas para movilizarnos a grandes distancias y velocidades, pero que obstaculizan el recorrido peatonal y de ciclistas por la urbe, su degustación por el ciudadano de a pie (puesto que el pasear es una de la formas esenciales de habitar la ciudad), todo ello puede derivar de la pérdida del fluir de energía fundamental que proporcionan el agua y el viento, que también tiene que ver con la posibilidad de que las personas puedan moverse como el agua y viento a través de la urbe, dado que ésta constituye el hábitat humano por excelencia.

Creímos que para tener una ciudad moderna teníamos que sacrificar estos elementos primordiales, para así protegernos también de sus “aristas temibles”, y ahora nos quejamos, alarmados y decepcionados, de la emergencia de ese “paisaje amenazador” de la metrópolis; hábitat paradójico donde las personas corren cada vez más riesgos, pero donde lo realmente peligroso es el hombre.

Hay que tener en cuenta que cuando permitimos, en aras de la eficiencia y la velocidad, entre otros imperativos, la transformación de la ciudad en factoría, donde “las calles son como tubos por donde son aspirados los hombres”, como dijera el poeta Max Picard, haciendo que los espacios inter vecinales se volvieran precarios para transitar (habitar), y transformando al paseante en el unidimensional conductor de automóviles de hoy –primer peldaño para la conversión del ciudadano en el hombre-masa individualista y aislado-, el prójimo (el vecino) comenzó a desaparecer del horizonte de las relaciones humanas. “Prójimo” significa “próximo” (“más cercano”). ¿Nos extrañamos entonces de que el paisaje –natural y humano- se haya trastocado en algo amenazante? Pero entonces, ¿no nos faltó discernimiento y coraje para cuidar nuestro «hogar»? ¿No fallamos en esto por inconscientes, por carecer de lo que podemos llamar con toda propiedad “consciencia ecológica”? La ciudadanía tiene también, en ese cuidado de la “casa grande”, su principal basamento “político” (de habitar la polis).

El oxímoron presente en las palabras “paisaje amenazador”, resalta el extrañamiento del ciudadano y la metrópolis, pero, en igual o mayor medida, del hombre y su cuerpo, del habitante y su casa, y de nuestra existencia y el mundo que nos tocó en suerte. Kafka, maestro en la descripción de nuestras escisiones constitutivas como seres modernos, escribe:

“Cuando me encuentro en lugares conocidos, con dos o tres personas también conocidas, […] me siento libre, nada me obliga a mantener una continua atención y colaboración; y si tengo ganas, puedo participar del grupo cuando quiero y todo el tiempo que quiero […]. Y si además está presente alguien capaz de excitarme, tanto mejor; en ese caso es como si fuerzas ocultas me insuflaran nueva vida. En cambio, en cuando me encuentro en casa extraña y entre personas extrañas, o que me resultan extrañas, el cuarto entero me oprime el pecho y me siento incapaz de moverme […].” (Franz Kafka. Carta a Felice. Citado por Elías Canetti en El otro proceso de Kafka. Cursivas nuestras).

El cuidado del alma y la llamada “higiene taoísta” (que bien pudiésemos llamar el “cuidado del ser”) entroncan en ese necesario cuidado del hogar, que va desde nuestro cuerpo como templo, hasta el mundo que habitamos. Desde los órganos como palacios de deidades, del taoísmo, hasta el Ánima Mundi, el alma del cosmos. Como decía el primer filósofo, Tales de Mileto, “todas las cosas están animadas, todo está repleto de dioses”. En las cuerdas del gran instrumento de la Creación, hay ángeles y seres humanos, pero también hay cosas, tal como se revela en las ilustraciones de Robert Fludd, del siglo XVII, nos recuerda Moore.




En nuestro país, la alianza nefasta entre ranchificación y modernidad, se desdobla también en la falta de cuidado por las cosas, mal del que adolecemos desde quién sabe qué época, y que ahora hace alianza con la moderna desanimación de los entes y su condena unidimensional al ser considerados sólo como objetos de consumo. Muchas de nuestras palabras “comodines” para referirnos a los objetos, revelan un desprecio o desdén por las cosas: perol, vaina, coroto, cachivache, etc. En la vieja Venezuela campesina, los utensilios del hogar estaban reducidos al mínimo posible, pero no por escasos escapaban de un continuo maltrato de hecho y palabra, que los iba arruinando hasta que ya no tenían ninguna utilidad.

Cuando llegó la riqueza petrolera, pasamos de golpe y porrazo a ser “consumidores” de alto vuelo. El descuido por las cosas entonces se profundizó, puesto que los objetos podían remplazarse continua y despreocupadamente. “Ta’ barato dame dos” se convirtió en nuestra divisa como nuevos ricos. Pero a diferencia de la Venezuela agrícola, los objetos consumidos y caducados de la nueva Venezuela saudita, pasaron a ser vertidos en las gigantescas fosas comunes de las cosas consumidas, fosas que llamamos “basureros”, y que han terminado por polucionar, en su degradación programada, el paisaje y la atmósfera, la tierra y el medio ambiente global.

La ranchificación es, en definitiva, una especie de patología cultural (valga el oxímoron otra vez), con ciertas características endémicas por estos lares, que consiste en la necesidad compulsiva de destruir (arrasar) para luego volver a (mal) erigir: un construir a desgano, depauperado, enfermo. Implica un recomenzar continuo, en perenne decadencia (sin haber tenido auge alguno o haber alcanzado un cenit en algo), pues lo nuevo construido es objeto de mayor descuido que lo ya destruido, y nace ya endeble, casi en espera de su pronta ruina. Teresa de la Parra, en su segunda conferencia sobre la Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, dice lo siguiente, sobre el bando político dominante que emergió al finalizar las guerras de independencia:

“Los que durante el siglo XIX representaron en Venezuela el partido federal o avanzado tenían, es cierto, lo que se ha dado en llamar dinamismo o afán de progreso, pero carecían en cambio de todo espíritu poético. Creían que progresar era destruir. Y destruían sin descanso tanto en lo moral como en lo material para implantar sobre las ruinas sentimentales un progreso un poco caricaturesco porque no habiendo brotado espontáneamente por necesidad del medio se desprendía a grito de él.” (Cursivas nuestras)

El proceso (palabra clave) ranchificador nos empobrece en todos los sentidos. Es Sísifo laborando infructuosamente, aquejado de una suerte de maldición tercermundista: el infra poder de un cierto toque al estilo del Rey Midas, pero que esta vez, todo lo que se toca termina deteriorándose, o mejor dicho, comienza deteriorado, dañado, como la comida cocinada a disgusto.****

Este proceso incesante de arruinarlo todo, acaba incluso con las ruinas mismas, que son fagocitadas en pos de ese mal erigir, del mismo modo que los bárbaros de la Europa medieval destruían las construcciones romanas para aprovechar sus materiales y escombros y así levantar sus chozas. A esos bárbaros les era tan imposible construir algo parecido a las grandes obras romanas, como acueductos, arcos y murallas (entre muchas otras), que las consideraban creación de gigantes. Observemos las similitudes con esta narración de Rómulo Gallegos que aparece en Canaima:

“Por ahí, más adentro, estaban las ruinas del convento, pero ya no queda nada.   Todas estas casas de por aquí están pavimentadas con ladrillos sacados de esas ruinas, que por eso los llaman fraileros. Unos ladrillos que duran siglos, que ya no saben fabricarlos nuestros alfareros. Como todo lo bueno de antes, que se ha perdido.  

—Se llevarían los frailes la receta –dijo Marcos sin tomar la cosa en serio.  

—¡Si fuera eso sólo! Pero es que la gente de esos tiempos tenía la conciencia de que estaba fundando un país y todo lo hacía con vistas al porvenir, mientras que los hombres de ahora sentimos que este país se está acabando ya y no nos preocupamos por que las cosas duren. Por el contrario, queremos destruirlas cuanto antes.” (Cursivas nuestras).

Revoluciones, modernidad, desarrollismo, democracia de masas, liberalismo, globalización, todo sirve de disfraz y justificativo, y hasta de potenciador, de la psicopatología ranchificadora. Y digo que es una psicopatología para no objetivarlo como algo programado, cosa que remitiría a un supuesto culpable o causante –que puede terminar convertido en chivo expiatorio o una abstracción-comodín (capitalismo, imperialismo…)-, lo cual estimularía la creencia de que puede ser remediado por algún proyecto modernizador o alguna revolución tropical. Ranchificación significa que, a despecho de todas las quimeras de Santos Luzardo (ilustración, positivismo, socialismo, etc.), Doña Bárbara ha terminado posesionándose de la otrora dulce odalisca que fuera el alma de la vieja capital del país, de modo que el hato “El Miedo” se extiende hoy cual estepa entre nosotros, mientras remedamos vivir en una nación moderna.

Recordemos que en un hato hay rebaños de ganado, y a éste se le yerra (marca), para que se sepa quién es su dueño. He ahí lo volkish vernáculo: las masas son azuzadas, arriadas y acorraladas a través de sus propios delirios identitarios. Así como no hay individuación posible en el hombre-masa, tampoco hay hogar posible en la busca extraviada de la “tierra, la sangre y la herencia”, puesto que la cultura –multidimensional y plural por definición- es atacada esta vez desde la chata y peligrosa perspectiva del acondicionamiento biológico y ambiental.

“La expresión mestiza es, por el contrario, disociativa y nos obliga a retrotraernos a la solución de la sangre, al feudalismo de la sensibilidad” (José Lezama Lima. “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”. En Analecta del reloj.)

De manera que la “raza cósmica” huele a delirio etnocéntrico (tribalismo) tanto como la creencia en la superioridad de la raza “aria” o la “supremacía blanca”, o quizá de un modo más peligroso, pues se esconde tras una promesa contradictoria de “universalidad”.

En El cuidado del alma, Moore tiene un capítulo sobre la psicopatología de las cosas. Nos dice que si las cosas tienen alma, entonces sufren y se vuelven neuróticas. Según Robert Sardello, los objetos y los animales, carentes de lenguaje, se expresan a través de su notable individualidad, su extraordinaria particularidad. De modo que la producción en serie, la estandarización de los objetos fabricados, y, sobre todo, su caducidad programada (que los desvaloriza en su duración) no sólo daña su expresión y comunicabilidad profunda, sino también la nuestra. En otras palabras, la producción en masa industrial ha creado al hombre-masa, el humano de las modernas sociedades de masas, refractario, casi por definición, a todo camino de individuación (o quizá incapacitado para el mismo). La psicopatología de las cosas va de la mano de la psicopatología de las masas.

Si también somos lo que comemos, tal como dijera Feuerbach, entonces somos los hombres-puré u hombres-pichones, pues lo que comemos es papilla industrial, alimentos pre-digeridos por la industria de la alimentación. ¿Hay mucha diferencia en cómo tratamos a los pollos en las granjas industriales y nuestra vida de sobreproducción y consumo a todo dar?

Sardello y Moore preguntan: “El cáncer que aqueja el cuerpo de los seres humanos, ¿es esencialmente el mismo cáncer que corroe nuestras ciudades? Nuestra salud personal y la salud del mundo, ¿son una y la misma cosa?” Cuando vemos ambientes polucionados, basureros, zonas marginales, edificaciones arruinadas, tendemos a pensar que todas esas señales de deterioro de las cosas sólo pueden arreglarse resolviendo los problemas de la pobreza. Pero quizá, primeramente, deberíamos condolernos de las cosas mismas, conmovernos con su sufrimiento, que también es el nuestro, ya que la enfermedad que aqueja a las cosas nos indica con certeza nuestro fracaso con respecto a la relación que tenemos hoy con el mundo. “¿Qué estamos haciendo cuando tratamos tan mal a las cosas? ¿Por qué nuestra cultura parece estar tan enojada con las cosas?”, pregunta Moore.




La ranchificación significa un ataque sostenido a la cultura como “cultivo”, como saber y sabor que sólo se obtiene con esfuerzo sostenido, pero también con gusto y delicadeza de alma. Un ataque brutal, en tanto la posibilidad de cultura nace de la posibilidad del paisaje: el poder del “espacio gnóstico, que interpreta, por una relación muy estrecha con el hombre, la naturaleza como forma de refinamiento, de una delicadeza” (Lezama Lima “Nacimiento de la expresión criolla”).

El proceso de ranchificar actúa a cámara lenta, de forma continua y sostenida, como las termitas sobre la madera podrida, lo que el vandalismo alcanza en pocos momentos de violencia extrema, como cuando el bárbaro incendia un soberbio palacio para levantar a su lado una tienda nómada, o como hacían los llaneros de Boves y Páez, que irrumpían en las casas sin descender de las cabalgaduras (es decir, pisoteaban y mancillaban el hogar de los otros). Me recuerda a los mongoles de Gengis Khan, que querían arrasar las ciudades chinas, para convertir a toda esa nación en un gran campo de pastoreo, como su Mongolia natal. También me hace recordar a la soldadesca de Boves, que mataba a cualquiera que supiera leer o escribir, o a las tropas de Zamora, que asesinaban a quien tocara piano o fuese letrado. El resentimiento hacia la cultura, ya puede palparse en el trato que se da a las cosas. Cuando Goering amenazó con sacar su revólver si oía la palabra “cultura”, ya la había cosificado en objeto inútil y despreciable, condenado a ser suprimido.

Si nuestra convivencialidad está dañada, también lo está en igual medida nuestra capacidad de mantenimiento de las cosas, los ambientes y los paisajes, las virtudes de la conservación. El mantenimiento, nos recuerda Hillman, forma parte de la creación (poiesis), es lo que hace que lo que aparece se mantenga en el tiempo, dure. “Mantener” significa “tener manos”. Algo pasa con nuestras manos (¡izquierda y derecha!), tanto en sus respectivas capacidades (definidas aún antes de que el homo sapiens fuese tal), como en sus capacidades conjuntas, de su quehacer asociado. Alguna vez se señaló que el venezolano en general tenía problemas de lateralidad y cardinalidad, dado que cada vez que se le preguntaba una dirección tenía que agitar su mano derecha o izquierda, según tuviese que indicar una u otra dirección. ¿Tendrá eso algo que ver con el ser mancos culturales, con ese déficit en el mantenimiento?

Hillman dice que la escasez de mantenimiento está en relación directa con el consumismo, y sobre todo, con su fase terminal, el saqueo. Bárbaro y moderno vuelven a aparecer como las dos caras de un mismo proceso. Y otra escisión contemporánea se nos revela: tener (para consumir) y mantener se hacen disyuntivos (aunque tomemos en cuenta que por estas tierras, tal vez ya había una cierta y pervertida predisposición a lo aquí señalado). Tener (en su sentido esencial) y consumir no son lo mismo, pues tener implica no mera apropiación, sino el cuidar de las cosas (mantenimiento), mientras el consumir está abocado a su pronta y descuidada consumación.

El cuidado del alma y del ser está enraizado en el cuidado de las cosas. Eso es lo que posibilita al Ánima Mundi, el alma del mundo. Para Suzi Gablik –relata Hillman-, un arte al servicio del pueblo, en una sociedad ecológicamente consciente, está basado en una actitud compasiva ante las cosas. Así, descontaminar un arroyo o limpiar un terreno usado como vertedero, puede entenderse como obras de arte, actos estéticos para ser apreciados y degustados por la comunidad, puesto que redundan en el buen vivir ciudadano y el enriquecimiento del entorno.


Suzi Gablik: Tropismo (1970)

Siguiendo de nuevo a Lin Yutang, muchas veces un humilde rancho, tiene más de casa por el paisaje que disfruta, que una pomposa mansión sin vista importante alguna. En Caracas, según lo aquí ventilado, el cerro El Ávila asegura para buena parte de sus habitantes, un perenne e inusitado paisaje. La referencia a la choza del cochinito perezoso, vale por la alusión a la dejadez en lo erigido, a su carácter provisorio e improvisado, propia del rancho. A que en tierras de clima tropical no necesariamente es provechoso o necesario habitar en casuchas endebles construidas con poco esfuerzo y exentas de todo mantenimiento.

Surge entonces las perentorias preguntas para los habitantes del valle de Caracas, en particular, y los venezolanos en general: ¿por qué el paisaje, como posibilidad de cultura (de amigar al hombre y la naturaleza), no ha germinado en un trato más poiético (que incluye el mantenimiento) con las cosas y los espacios, incluyendo la casa? ¿Por qué, desde el punto de vista del alma, estamos ciegos y estériles, colectivamente hablando, ante el soberbio paisaje que ofrece nuestra matria? ¿Cuál es el por qué de nuestra indigencia espiritual – cultural-, de nuestra infertilidad a la hora de fundar y habitar nuestro hogar?

Los significados principales de la palabra «rancho» entre nosotros son: comida común que se hace para muchos / conjunto de personas que comen a un tiempo / lugar fuera del poblado donde se alojan personas y familias / choza o casa pobre fuera del poblado / finca. En Venezuela y Argentina, “rancho” también se utiliza para calificar despectivamente a una vivienda que se encuentra muy deteriorada, mal construida o con materiales precarios.





«Rancho» proviene de la palabra ranchar (comer rancho), que a su vez deriva de la palabra del francés antiguo ranger: “alinearse”. “Ranger” proviene de ranc: “fila”, “columna”, “hilera”; que a su vez proviene del fráncico (lingua francahring: “círculo de gente” (corro, ronda, anillo). Estando asociada esta última palabra con el protogermánico khrengaz (o hringaz), y más allá, con la raíz protoindoeuropea kreng- y/o (s)ker. (S)ker- significa “doblar” / encorvar. De esta raíz derivan: corona, circo, zarcillo, cerca, círculo, curva, cresta, crin (entre otros). De kring-os (“curvado”) proviene palabras anglófonas como ring y ranking, así como nuestra “rango” (por la vía de ranger). Es interesante ponerse a escuchar las resonancias del sentido que surgen del campo semántico aquí expuesto.*****

Para recibir el “rancho”, los hombres se alinean según su rango, pero luego comen reunidos en círculo, en torno a la fogata. Se trata de una comida primigenia, que nos retrotrae al origen de toda com-unidad en torno al com-partir los alimentos y las bebidas (com: “común”): com-unión.

El cuento “La piedra que crece” de Albert Camus (El exilio y el reino), tiene por escenario una pequeña población en la selva brasilera, dominada por un paisaje exuberante, “un continente de árboles”. Al final de la narración, el ingeniero francés d’Arrast, al ver que su amigo el cocinero no va poder cargar una enorme piedra hasta la Iglesia durante una procesión religiosa donde todo el pueblo participa, para pagar una promesa hecha al Buen Jesús, decide cargar el mismo la roca relevando a su amigo. Pero no la deposita en la Iglesia, sino en el fuego central de la casa del cocinero, el hogar. Los habitantes de la casa llegan y se sientan en círculo en torno a la piedra. Entonces el cocinero le dice a d´Arrast, quien permanece de pie: “Siéntate con nosotros”.

El ingeniero d’Arrast ha sentido lo que Lezama Lima llamó el simpathos del espacio gnóstico americano, esa “fecundación vegetativa, donde encontramos su delicadeza aliada a la extensión” (Lezama, última Ob. Cit.), y debido a eso, hace un regalo al hombre “amigado” a ese paisaje, obsequio que también es una expiación, una vía de redención. Ese regalo de d’Arrast es una especie de refundación de la cultura, ese cosmos de símbolos de la humanidad que nace, como tal, en la casa, nuestro primer universo, al decir de Bachelard. La religión aparece en el contexto del cuento y el pensamiento de Camus, como una desviación de la vitalidad del vivir hacia lo inexistente, un engaño contra el hombre, una cadena ilusoria que se vuelve contra la vida. Es también, por extensión, una crítica a la política radical, como el marxismo, puesto que para Camus éste no sería más que una secularización de la teología cristiana, donde la Historia es colocada en el trono de Dios, lo cual conduce directamente a la teocracia.

El “rancho” sólo es posible, en su carácter de comunión primigenia y provisoria, como algo extra urbano, extramuros, como se diría en el mundo de la ciudad antigua: expedición militar o de caza, catástrofe, migración, peregrinación, etc. De ahí que desde una finca hasta una covacha puedan ser denominadas “rancho”: ambas se sitúan en el reino “extramuros”, fuera de la ciudad o pueblo. En la ciudad antigua, extramuros significaba también pueblos extranjeros, extraños no asimilados. Las zonas extramuros cercanas a la muralla de la ciudad, siempre terminaban siendo arrabales, barrios bajos.

Los habitantes más antiguos de una comarca por tradición tienen reservados derechos y privilegios a los que no pueden acceder los recién llegados fácilmente. En las ciudades no podía ser distinto. En la polis griega, por ejemplo, los ciudadanos estaban emparentados tribalmente, y los esclavos simplemente eran extranjeros capturados en guerras o comprados a mercaderes.

Civilización y barbarie, Santos Luzardo y Doña Bárbara, tienen que ver en Venezuela, con lo que podemos denominar como la sombra tras el paisaje de la matria, con la naturaleza como “letalidad vegetativa”: “monte y culebra…”. Desde el terrible Canaima señor de la jungla y las epidemias endémicas en relatos como Casas Muertas, hasta la tesis de nuestra psicopatología hereditaria como pueblo mestizo (Herrera Luque / tesis que revela el reverso de la “raza cósmica”), en Venezuela sabemos que hay una naturaleza que no se amiga con el hombre, un espacio salvaje refractario a toda civilización, un “reino de la oscuridad” como dice el personaje de Marlow de la Inglaterra primitiva anterior a la llegada de los romanos, en El corazón de la tinieblas de Conrad.

Ralph Eugene Meatyard: Naturaleza de Kentucky

El llano venezolano tuvo preeminencia cultural sobre la nación durante su larga gestación a mediados y finales del siglo XIX, debido a la importancia económica de la ganadería y la agricultura. Aunque el llano, como bioma, no es una estepa, podemos señalar que simbólicamente ocupa su lugar en nuestra imaginería. Es una “estepa” que está entre la jungla del sur, y las cadenas montañosas de estrechos valles, al oeste y al norte. Cadenas que separan al llano de las costas del Mar Caribe.

El llano es el lugar de encuentro de María Lionza (quien baja de la selvática montaña de Sorte) y de Canaima –demonio de la jungla- (dos deidades nada civilizadas); es el espacio desmesurado que es más difícil de hacer paisaje que la misma jungla, el país de los árboles. Se dice de las sabanas que son áreas secas en transición entre selvas y semi desiertos. Como el Asia de los griegos, el llano es la patria de los titanes y los bárbaros, de los seres en contubernio con lo silvestre y primitivo. El espacio mismo tienta al hombre al retorno a lo salvaje, al extravío del hombre en el vacío hipnótico del desierto. Ahí, en las fronteras de lo humano, los habitantes se mezclan inextricablemente con la naturaleza salvaje. Surge entonces la imagen de los centauros llaneros, los hombres-caballo, híbridos de humanidad y naturaleza. Pues ante esa “llamada de la estepa” –un llamado al que es impensable acudir- el hombre prefiere no echar raíces del todo en el desierto, ser nómada o semi nómada, teniendo por máxima posibilidad de existencia al caballo, hasta el punto que su telurismo, ese apegarse a la tierra antes que ser devorado por el espacio y los elementos, se da en la imaginación delirante como “un verde caballo”, como en el célebre cuento de Márquez Salas. El caballo es símbolo inmemorial del espacio, que en el caso del llanero, es un espacio a duras penas amigado.

 Llano "estepario"

Florentino representa al llanero tentado por Satanás, que no es sino el espíritu seductoramente maligno del llano mismo en lo que tiene de más ajeno a lo humano. Y ya sabemos que Florentino no salió indemne de tal encuentro. Por su carácter estepario –bárbaro- es que Rómulo Gallegos crea al personaje de Melquiades en su Doña Bárbara, el cual es caracterizado por sus rasgos de tártaro. Hombres como él prefieren tener cabeza de toro –como el Minotauro- o pies de cabra –como los sátiros, Pan o el diablo-, antes que ser como el guerrero Droctulft, quien salió de las tinieblas con sólo ver en una ciudad, un arco “con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas”.


En el “verano” del llano, este se convierte en un desierto inclemente, en el “invierno”, en un inmenso pantano. En un ambiente tan extremo, el hombre adquiere características de “desierto” –sequedad extrema- y otras, de “pantano”, con una humedad que enferma, pudre y corroe. La casa del llano pareciese estar habitada al mínimo, ser un refugio precario frente a los elementos, estando ella misma “desierta”, reseca, desnuda; y en la estación siguiente, ser una isla cercada de agua y barro. Des-habitada por el hombre que se repliega sobre sí mismo ante la amenaza de la vastedad, pero penetrada por la marea inevitable del espacio inhumano; refugio precario del híbrido humano-naturaleza, que si no fuera por la peligrosidad de la noche llanera, dormiría sobre su caballo y nada más. El llanero es desmesurado porque pasa mucho más de cuarenta días en el desierto, como hizo Jesús, y más de cuarenta días de diluvio, como Noé. Sus pruebas no son de cuarenta días y cuarenta noches, sino de cuarenta años y de cuatro siglos.

(Continuará…)

Notas:
*Los gatos son especialmente guardianes de ruinas. Ver al respecto en Cat Culture: “Los gatos custodian las ruinas de Roma” (https://catculture.wordpress.com/2013/11/25/roma-ciudad-de-gatos/), y Gypsy Cats/Hacienda La Vega: “Estos gatos viven cuidando el antiguo trapiche de la Hacienda La Vega” (http://caracasshots.blogspot.com/2014/06/gypsy-cats-hacienda-la-vega.html ).
**Una revelación sobre nosotros: En una película estadounidense sobre la minoría “latina” en USA, un estadounidense de origen anglosajón se confunde a cada momento sobre el origen de una chica latina. Unas veces dice que es cubana, otras, mexicana, y así. Siendo que la chica en cuestión era centroamericana (no recuerdo el país exactamente). En un momento ella le dice que ponga atención porque todos los latinoamericanos no son iguales, y que si observa, descubrirá las diferencias entre unos y otros. Él le contesta que puede ser así, pero que no importa de donde vengan, en EEUU, todos los latinos usan los jardines y patios de sus casas como estacionamientos.
***Quizá uno de los problemas de Caracas es que realmente pasó de ser un pueblo grande –algo adormilado tras el Ávila protector-, a una metrópolis moderna, y, como muchos procesos de nuestro país (estancados unos, no madurados otros, abortados unos cuantos), su tiempo como ciudad (un tiempo de transición y maduración), fue, comparado con muchas otras poblaciones del mundo, realmente breve. ¿Cuánto de lo que sufre la “cuna del Libertador” no se repite en nuestros sueños colectivos compensatorios, de los que tanto megalómano ha sacado provecho político? Caracas ha crecido como la cabeza macrocefálica de un niño desnutrido, desde el “nuevo ideal nacional” perezjimenista, pasando por la “Gran Venezuela” de Carlos Andrés Pérez, hasta llegar a la Venezuela Potencia, vanguardia de la revolución mundial, con la Quinta República.
****Esto también hace recordar al Bolívar agotado y desencantado de la frase “he arado en el mar”.
*****Raíz indoeuropea skreng: marchito, marchitarse, encogimiento. De kreng: arruga.



CALEIDOSCOPIO No. ANTERIOR
No. 536: “La importancia de la casa según Lin Yutang (III) http://robertochikung.blogspot.com/2016/06/caleidoscopio-yilda-conquista-magazine.html