EMBELLECIMIENTO DE LAS ÁREAS COMUNES EN EDIFICACIONES DE PROPIEDAD HORIZONTAL (y Fin)
A
veces es sorprendente como nuestra carencia de cultura sobre lo público llega
al borde del absurdo y de la triste complacencia en la autodestrucción mutua.
Hace
algunos años fui a visitar una amiga. Ella vive en un bloque de apartamentos en
Propatria, en el quinto piso. Como los ascensores tenían años dañados, tuve que
subir por escaleras. Tanto en éstas como en los pasillos de todos los pisos por
donde transité, tuve que sortear caca de perro en todos los estados posibles
(reciente, seca, pisada, etc.). Al llegar al apartamento de mi amiga, pregunté
alarmada el por qué de tanta suciedad en el edificio. Con la tranquilidad de
quien se ha acostumbrado a una situación límite, explicó que los dueños de
perros del edificio, por comodidad, sacan a sus mascotas a hacer sus
necesidades en los pisos contiguos, de modo que el resultado era ese: todo el
edificio lleno de caca de perro.
En
mi niñez y juventud siempre viví en casas, y sólo en tiempos recientes, ya
adulta, tuve que vivir en apartamentos. La primera vez, en Los Teques, en un
edificio de apenas dos pisos. Y ahora en el edificio "Zulia" de las residencias
Venezuela de Coche, obra de Carlos Raúl Villanueva de finales de los años
sesenta del pasado siglo.
Roberto
Chacón ha vivido casi toda su vida en este último edificio. Al contarle la
anécdota del edificio de Propatria ya relatada, él recordó lo que llamó la
“prehistoria” del “Zulia”, cuando las personas tiraban por las ventanas toallas
sanitarias, papel higiénico, comida, etc. Los niños –numerosos en aquel
entonces- lanzaban objetos y escupían a los transeúntes, y además, rayaban las
paredes de edificio, entre otras prácticas vandálicas. Fue a través de los años
que las familias del edificio se fueron civilizando y estableciendo esas normas
mínimas de respeto y consideración que hacen posible la convivencia vecinal en
las edificaciones de propiedad horizontal.
Esa
“prehistoria” revive –en pequeña escala- cada vez que una familia de
procedencia rural o proveniente de una barriada urbana se muda al edificio (con
contables excepciones, por supuesto). Aunque el proceso “civilizatorio” no se
da inmediatamente, al paso de algunos años la nueva familia se haya adaptada a
esas normas mínimas ya habituales para los antiguos habitantes del edificio.
Cuando
Roberto se puso a memorar el por qué de aquella primera época semi bárbara, en
la historia de la ocupación del edificio, recordó que, salvo contados casos,
la mayoría de las personas que se mudaron a la edificación habían habitado
antes en casas. Muy pocas venían de sectores marginales y sólo algunas de zonas
populares. Pero muchos provenían de pueblos e incluso de fincas del interior
del país. Otros habían vivido en zonas urbanas de clase media, pero en casas.
De modo que era el desconocimiento general de la convivencia vecinal en
propiedad horizontal lo que dio pié a ese relativamente largo período de
adaptación, de ir desarrollando gradualmente una cultura común de convivencia
en esas nuevas condiciones de vida urbana.*
El
título del libro de Luis Pérez Oramas, La
república baldía, hace alusión al nombre de uno de los más importantes
textos poéticos de la modernidad: The
Waste Land (1922 / La tierra baldía)
del poeta estadounidense T. S. Eliot. El título del poema de Eliot, hace
referencia a la modernidad como ese “desierto” alrededor nuestro que ha dejado una
razón llevada a las fronteras inciertas del delirio, al decir de Albert Camus.
En
nuestra Edad de Hierro (o de acero), el canto de la Tierra Baldía responde a la
versión de lo que en épocas aparentemente más afortunadas, respondía al mito medieval
del Santo Grial: la enfermedad del Rey Pescador, por la cual la tierra
permanecía estéril. El enigmático Rey Pescador –un daimon telúrico, en su versión precristiana, seguramente- necesita
tener una excelente vitalidad (y en especial vitalidad sexual) para que la
tierra, en correspondencia, sea fértil, generatriz y habitable.
La
tierra baldía alude también a la “tierra de nadie” de los campos de batalla de
la Gran Guerra, la brutal guerra industrial que se llevó lo mejor de la
generación europea de principios del siglo XX. Tantos fueron los muertos en tan
absurda confrontación, que Ruyard Kipling exclamó: “Quién nos devolverá a
nuestros niños”. De modo que la muerte de la flor y nata de la juventud europea
literalmente dejó estéril el alma del hombre moderno. La “tierra de nadie” es
símbolo, entonces, de la infertilidad de la humanidad contemporánea,
correspondiéndose con otra imagen cara a la problemática a la que hacemos
referencia, la del “eclipse del alma”.
No
es algo accidental que el gran filósofo de nuestro tiempo, Martin Heidegger haya
dicho que el nihilismo es el estado normal de la humanidad actual. Dios ha
muerto, pero somos incapaces de crear nuevas deidades con las cuales medirnos y
relacionarnos, deidades que nutran nuestra vitalidad a tal punto que podamos
volver a hacer fértil la vida sobre el planeta, y que nos permitan generar
nuevas y más audaces formas de vivir en la Tierra.
De
modo que la “República baldía” es una forma de referirse al particular modo que
el nihilismo se ha dado en este país llamado Venezuela, y cómo en especial, ha
afectado nuestro cuerpo político, nuestra polis,
al punto de estar más cerca, como pueblo, de la barbarie que del buen vivir
ciudadano, de la civilidad.
El
buen vivir puede entenderse como “Eudemonía”, palabra que muchos traducen por
“felicidad”. Pero nuestra idea moderna de felicidad se ha vuelto tan
hollywoodense, que es preferible darle un toque de mesura y de modestia.
“Eudemonía” viene del griego “eudaimonia”, palabra compuesta por “Eú”, “bueno”,
en el sentido de virtud (areté), excelencia, y de “daimon”, un ser semi divino o
divinidad de rango inferior, intermediario con las divinidades celestes. Es
decir, que el camino hacia la plenitud de ser, pasa por la busca de la
excelencia en el vivir, y la correcta intermediación divina.**
“Hay
que amar la templanza por ella misma y por respeto a Dios, que nos la ha
ordenado”. (Michel de Montaigne. Ensayos.
Libro III. Capítulo 2. “Del arrepentimiento”).
El
hombre, ante los dioses, debe evitar sobre todo el pecado de hybris, desmesura. Error que cruelmente
castigan las divinidades, aún tratándose del hombre más virtuoso, como lo era
Aquiles en las artes de la guerra.
La
“mesura” o justo medio, es una noción poderosamente estética, dado que
establece que la “harmonía” –la “armonía” griega: la justa conexión o
concordancia-, es la creación excelsa donde dioses y mortales convergen y
acuerdan. De modo que el “buen vivir” tiene por esencia una estética de la
existencia, tanto personal como social.
Brasil
es un país que en muchos aspectos muestra interesantes búsquedas en lo que
respecta al buen vivir. De ese país es Dalmira Borges Ramos, la empleada doméstica
de 74 años que ganó un premio de arquitectura por el diseño y decorado de su
casa, ubicada en una barriada de Sao Paulo.
En
el Magazine No. 384 (“De plantas y algo más”) publiqué un artículo sobre El milagro de Candeal, de Fernando
Trueba, documental sobre la transformación positiva que ha ocurrido en ese
barrio de Salvador de Bahía (Brasil), de la mano de su hijo más ilustre:
Carlinhos Brown. En el documental, Carlinhos habla de que lo ocurrido en el
barrio Candeal –una barriada sin hampa, donde sus habitantes han construido una
comunidad solidaria nucleados alrededor del arte, la música y la cultura- se
debe a que se puso el acento en la creatividad y el amor, en la sensibilidad y
el arte. Allí donde fracasan las revoluciones,*** con su carga de
resentimiento, venganza y el consecuente abuso del poder, triunfó la cultura y
el arte, la libertad y la creatividad.
En
nuestro edificio, el “Zulia”, uno de los vecinos, el Sr. Cleto, también ha
tomado la iniciativa de embellecer no sólo las áreas comunes de su piso, el
tercero, sino también las de la planta baja. Esta contribución al buen vivir
vecinal la realizó sin ninguna conocimiento de lo que el buen amigo Tatá había
realizado hacía poco en el edificio "Sucre".
Fotografía: Yilda Conquista
Quisiéramos
creer, en cuanto a la propagación de la cultura se refiere, en el efecto del
“centésimo mono”, la tesis de Lyall Watson, inspirada en los macacos japoneses
y el lavado de las batatas, sobre que un cambio cultural positivo se propaga a
toda la especie una vez alcanzada determinada “masa crítica”. Si esto es
cierto, sería la compensación de lo expuesto por el Maestro Padilla, de que una
gota de maldad basta para contaminar un océano de bondad. Yo me atengo a una
tesis menos cientificista pero poderosamente arquetipal, expuesta por Oscar
Wilde: la de que la vida imita al arte.
Una
de las alumnas de Roberto en Terrazas del Ávila, Lucy Perrone, junto con sus
vecinas del edificio donde vive, recibió un hermoso regalo de un vecino recién
mudado a la edificación. Resultó ser un afamado decorador. Durante un año
remodeló su casa, y con algunos de los objetos del mejor gusto que sobraron en
su vivienda, les decoró gratuitamente el salón de fiestas y las áreas comunes
de la piscina.
Fotos cortesía de Lucy Perrone
Los
ejemplos excelsos de Dalmira y Carlinhos Brown, y las correspondencias entre el
quehacer cultural vecinal, pequeño pero hermoso, de Tatá, Cleto y el decorador
del edificio de Lucy, puede que indiquen que se están abriendo posibilidades
inéditas de despertar cultural entre nuestros conciudadanos, que nos vayan
sanando de esas “heridas del alma” de las que habla D. H. Lawrence en su poema Sanación, de las cuales la infertilidad
y la desmesura colectivas son síntomas evidentes; de modo que, en medio del
desastre y el caos que nos rodea, podamos aspirar en un futuro no muy lejano a
un buen vivir ciudadano, a la civilidad en el marco de una auténtica república.
Yilda Conquista y Roberto Chacón
Notas:
*Hay
que acotar que no todas las personas que provenían de casas, hayan sido estas
urbanas o rurales, o de barriadas, sectores populares o urbanizaciones de clase
media, desconocían las normas mínimas de convivencia en edificios de
apartamentos, y que no todos los que si desconocían algunas normas elementales
presentaron la misma resistencia a la adaptación. Unos se “civilizaron” con
rapidez y otros más lentamente.
**
Debido a la guerra del cristianismo contra el politeísmo, el “daimon” griego
pasó a ser sinónimo de “demonio”, y he ahí que en el derivado castellano de
“eudaimonia” –eudemonía- aparezcan
bizarramente emparejados la palabra griega para “bien” y el demonio.
***La
revolución del chavismo venezolano quiso llamarse “bonita”, palabra que
apuntaba más hacia esa idea kistch del Estado con respecto a la función de la
cultura y las artes, que ya señalamos en la primera sección de este escrito.
Hoy, cuando la careta revolucionaria se cae a pedazos y podemos ver su
verdadero rostro de horror, fealdad y bajeza, las palabras de Carlinhos Brown
en el documental señalado, cobran especial vigencia.
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