martes, 7 de marzo de 2017

CALEIDOSCOPIO Yilda Conquista (Magazine No. 564)

EMBELLECIMIENTO DE LAS ÁREAS COMUNES EN EDIFICACIONES DE PROPIEDAD HORIZONTAL (y Fin)

A veces es sorprendente como nuestra carencia de cultura sobre lo público llega al borde del absurdo y de la triste complacencia en la autodestrucción mutua.

Hace algunos años fui a visitar una amiga. Ella vive en un bloque de apartamentos en Propatria, en el quinto piso. Como los ascensores tenían años dañados, tuve que subir por escaleras. Tanto en éstas como en los pasillos de todos los pisos por donde transité, tuve que sortear caca de perro en todos los estados posibles (reciente, seca, pisada, etc.). Al llegar al apartamento de mi amiga, pregunté alarmada el por qué de tanta suciedad en el edificio. Con la tranquilidad de quien se ha acostumbrado a una situación límite, explicó que los dueños de perros del edificio, por comodidad, sacan a sus mascotas a hacer sus necesidades en los pisos contiguos, de modo que el resultado era ese: todo el edificio lleno de caca de perro.

En mi niñez y juventud siempre viví en casas, y sólo en tiempos recientes, ya adulta, tuve que vivir en apartamentos. La primera vez, en Los Teques, en un edificio de apenas dos pisos. Y ahora en el edificio "Zulia" de las residencias Venezuela de Coche, obra de Carlos Raúl Villanueva de finales de los años sesenta del pasado siglo.

Roberto Chacón ha vivido casi toda su vida en este último edificio. Al contarle la anécdota del edificio de Propatria ya relatada, él recordó lo que llamó la “prehistoria” del “Zulia”, cuando las personas tiraban por las ventanas toallas sanitarias, papel higiénico, comida, etc. Los niños –numerosos en aquel entonces- lanzaban objetos y escupían a los transeúntes, y además, rayaban las paredes de edificio, entre otras prácticas vandálicas. Fue a través de los años que las familias del edificio se fueron civilizando y estableciendo esas normas mínimas de respeto y consideración que hacen posible la convivencia vecinal en las edificaciones de propiedad horizontal.

Esa “prehistoria” revive –en pequeña escala- cada vez que una familia de procedencia rural o proveniente de una barriada urbana se muda al edificio (con contables excepciones, por supuesto). Aunque el proceso “civilizatorio” no se da inmediatamente, al paso de algunos años la nueva familia se haya adaptada a esas normas mínimas ya habituales para los antiguos habitantes del edificio.

Cuando Roberto se puso a memorar el por qué de aquella primera época semi bárbara, en la historia de la ocupación del edificio, recordó que, salvo contados casos, la mayoría de las personas que se mudaron a la edificación habían habitado antes en casas. Muy pocas venían de sectores marginales y sólo algunas de zonas populares. Pero muchos provenían de pueblos e incluso de fincas del interior del país. Otros habían vivido en zonas urbanas de clase media, pero en casas. De modo que era el desconocimiento general de la convivencia vecinal en propiedad horizontal lo que dio pié a ese relativamente largo período de adaptación, de ir desarrollando gradualmente una cultura común de convivencia en esas nuevas condiciones de vida urbana.*

El título del libro de Luis Pérez Oramas, La república baldía, hace alusión al nombre de uno de los más importantes textos poéticos de la modernidad: The Waste Land (1922 / La tierra baldía) del poeta estadounidense T. S. Eliot. El título del poema de Eliot, hace referencia a la modernidad como ese “desierto” alrededor nuestro que ha dejado una razón llevada a las fronteras inciertas del delirio, al decir de Albert Camus.

T. S. Eliott

En nuestra Edad de Hierro (o de acero), el canto de la Tierra Baldía responde a la versión de lo que en épocas aparentemente más afortunadas, respondía al mito medieval del Santo Grial: la enfermedad del Rey Pescador, por la cual la tierra permanecía estéril. El enigmático Rey Pescador –un daimon telúrico, en su versión precristiana, seguramente- necesita tener una excelente vitalidad (y en especial vitalidad sexual) para que la tierra, en correspondencia, sea fértil, generatriz y habitable.

La tierra baldía alude también a la “tierra de nadie” de los campos de batalla de la Gran Guerra, la brutal guerra industrial que se llevó lo mejor de la generación europea de principios del siglo XX. Tantos fueron los muertos en tan absurda confrontación, que Ruyard Kipling exclamó: “Quién nos devolverá a nuestros niños”. De modo que la muerte de la flor y nata de la juventud europea literalmente dejó estéril el alma del hombre moderno. La “tierra de nadie” es símbolo, entonces, de la infertilidad de la humanidad contemporánea, correspondiéndose con otra imagen cara a la problemática a la que hacemos referencia, la del “eclipse del alma”.

No es algo accidental que el gran filósofo de nuestro tiempo, Martin Heidegger haya dicho que el nihilismo es el estado normal de la humanidad actual. Dios ha muerto, pero somos incapaces de crear nuevas deidades con las cuales medirnos y relacionarnos, deidades que nutran nuestra vitalidad a tal punto que podamos volver a hacer fértil la vida sobre el planeta, y que nos permitan generar nuevas y más audaces formas de vivir en la Tierra.

De modo que la “República baldía” es una forma de referirse al particular modo que el nihilismo se ha dado en este país llamado Venezuela, y cómo en especial, ha afectado nuestro cuerpo político, nuestra polis, al punto de estar más cerca, como pueblo, de la barbarie que del buen vivir ciudadano, de la civilidad.

El buen vivir puede entenderse como “Eudemonía”, palabra que muchos traducen por “felicidad”. Pero nuestra idea moderna de felicidad se ha vuelto tan hollywoodense, que es preferible darle un toque de mesura y de modestia. “Eudemonía” viene del griego “eudaimonia”, palabra compuesta por “Eú”, “bueno”, en el sentido de virtud (areté), excelencia, y de “daimon”, un ser semi divino o divinidad de rango inferior, intermediario con las divinidades celestes. Es decir, que el camino hacia la plenitud de ser, pasa por la busca de la excelencia en el vivir, y la correcta intermediación divina.**

“Hay que amar la templanza por ella misma y por respeto a Dios, que nos la ha ordenado”. (Michel de Montaigne. Ensayos. Libro III. Capítulo 2. “Del arrepentimiento”).

El hombre, ante los dioses, debe evitar sobre todo el pecado de hybris, desmesura. Error que cruelmente castigan las divinidades, aún tratándose del hombre más virtuoso, como lo era Aquiles en las artes de la guerra.

La “mesura” o justo medio, es una noción poderosamente estética, dado que establece que la “harmonía” –la “armonía” griega: la justa conexión o concordancia-, es la creación excelsa donde dioses y mortales convergen y acuerdan. De modo que el “buen vivir” tiene por esencia una estética de la existencia, tanto personal como social.

Brasil es un país que en muchos aspectos muestra interesantes búsquedas en lo que respecta al buen vivir. De ese país es Dalmira Borges Ramos, la empleada doméstica de 74 años que ganó un premio de arquitectura por el diseño y decorado de su casa, ubicada en una barriada de Sao Paulo.






En el Magazine No. 384 (“De plantas y algo más”) publiqué un artículo sobre El milagro de Candeal, de Fernando Trueba, documental sobre la transformación positiva que ha ocurrido en ese barrio de Salvador de Bahía (Brasil), de la mano de su hijo más ilustre: Carlinhos Brown. En el documental, Carlinhos habla de que lo ocurrido en el barrio Candeal –una barriada sin hampa, donde sus habitantes han construido una comunidad solidaria nucleados alrededor del arte, la música y la cultura- se debe a que se puso el acento en la creatividad y el amor, en la sensibilidad y el arte. Allí donde fracasan las revoluciones,*** con su carga de resentimiento, venganza y el consecuente abuso del poder, triunfó la cultura y el arte, la libertad y la creatividad.

Mural en Candeal



En nuestro edificio, el “Zulia”, uno de los vecinos, el Sr. Cleto, también ha tomado la iniciativa de embellecer no sólo las áreas comunes de su piso, el tercero, sino también las de la planta baja. Esta contribución al buen vivir vecinal la realizó sin ninguna conocimiento de lo que el buen amigo Tatá había realizado hacía poco en el edificio "Sucre".



Fotografía: Yilda Conquista

Quisiéramos creer, en cuanto a la propagación de la cultura se refiere, en el efecto del “centésimo mono”, la tesis de Lyall Watson, inspirada en los macacos japoneses y el lavado de las batatas, sobre que un cambio cultural positivo se propaga a toda la especie una vez alcanzada determinada “masa crítica”. Si esto es cierto, sería la compensación de lo expuesto por el Maestro Padilla, de que una gota de maldad basta para contaminar un océano de bondad. Yo me atengo a una tesis menos cientificista pero poderosamente arquetipal, expuesta por Oscar Wilde: la de que la vida imita al arte.

Una de las alumnas de Roberto en Terrazas del Ávila, Lucy Perrone, junto con sus vecinas del edificio donde vive, recibió un hermoso regalo de un vecino recién mudado a la edificación. Resultó ser un afamado decorador. Durante un año remodeló su casa, y con algunos de los objetos del mejor gusto que sobraron en su vivienda, les decoró gratuitamente el salón de fiestas y las áreas comunes de la piscina.












Fotos cortesía de Lucy Perrone

Los ejemplos excelsos de Dalmira y Carlinhos Brown, y las correspondencias entre el quehacer cultural vecinal, pequeño pero hermoso, de Tatá, Cleto y el decorador del edificio de Lucy, puede que indiquen que se están abriendo posibilidades inéditas de despertar cultural entre nuestros conciudadanos, que nos vayan sanando de esas “heridas del alma” de las que habla D. H. Lawrence en su poema Sanación, de las cuales la infertilidad y la desmesura colectivas son síntomas evidentes; de modo que, en medio del desastre y el caos que nos rodea, podamos aspirar en un futuro no muy lejano a un buen vivir ciudadano, a la civilidad en el marco de una auténtica república.

Yilda Conquista y Roberto Chacón

Notas:
*Hay que acotar que no todas las personas que provenían de casas, hayan sido estas urbanas o rurales, o de barriadas, sectores populares o urbanizaciones de clase media, desconocían las normas mínimas de convivencia en edificios de apartamentos, y que no todos los que si desconocían algunas normas elementales presentaron la misma resistencia a la adaptación. Unos se “civilizaron” con rapidez y otros más lentamente.

** Debido a la guerra del cristianismo contra el politeísmo, el “daimon” griego pasó a ser sinónimo de “demonio”, y he ahí que en el derivado castellano de “eudaimonia” –eudemonía- aparezcan bizarramente emparejados la palabra griega para “bien” y el demonio.

***La revolución del chavismo venezolano quiso llamarse “bonita”, palabra que apuntaba más hacia esa idea kistch del Estado con respecto a la función de la cultura y las artes, que ya señalamos en la primera sección de este escrito. Hoy, cuando la careta revolucionaria se cae a pedazos y podemos ver su verdadero rostro de horror, fealdad y bajeza, las palabras de Carlinhos Brown en el documental señalado, cobran especial vigencia.



CALEIDOSCOPIO (ÍNDICE)

2 comentarios: