Luis Brito García afirma que toda revolución social trae consigo una revolución cultural y artística. A confesión de parte, relevo de pruebas: entonces este proceso NO ES revolución alguna. La chaburra chavista se caracteriza por su incomprensión de la cultura como un todo, y del fenómeno artístico particularmente. Su énfasis identitario y nacionalista revela su carácter reaccionario. Con su hincapié en el folklore y la cultura de masas, en el arte panfletario y la exaltación histórica, se asemeja demasiado a la gestión cultural de Goebbels, en el Tercer Reich, pero de una manera empobrecida y degradada al máximo.
En nuestras secciones quincenales, presentamos "365 Meditaciones Tao" de Ming Dao Deng, con el texto "Cicatrices" y en la sección "Cuento": "La identidad" (Elena Poniatowska).
En este número del boletín Nei Dan, traemos, en nuestra sección Videos del Mes: Como no todo es Tai Chi: Colaboraciones: Lindo Yambú (Eddie Palmieri) / "El Guernica en 3D" / "Una teoría darwiniana de la belleza" (Dennis Dutton). Música: Wilson Pickett: In The Midnight Hour / Land of 1.000 Dances / Everybody Needs Someone Love.
En las secciones de autor traemos: "Tai Chi Soul" (Roberto Chacón), con el texto "La paz sea contigo" (I). Y en la sección "Palabras y reflexiones" (Diana Albornoz) traemos el escrito: "Cumpleaños". Esta es la última colaboración de Diana Albornoz para el Magazine Nei Dan. ¡Mil gracias Diana, por el tiempo que compartiste con nosotros y los lectores del boletín!
En la sección "Artículo" les ofrecemos el escrito "Meditación y Psicoanálisis: ¿Qué los hace parecidos y qué radicalmente diferentes?" (Juan Pablo Carrillo Hernández).
También les traemos hoy, en nuestra sección "Artículos del Archivo Nei Dan" el texto "I Ching" (Angela Soci).
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MEDITACIÓN Y PSICOANÁLISIS: ¿QUÉ
LOS HACE PARECIDOS Y QUÉ RADICALMENTE DIFERENTES?
La meditación y el psicoanálisis son
disciplinas que, a pesar de las diferencias diametrales en su origen, se abocan
a un mismo asunto: la mente y sus derivaciones, de ahí que también sea posible
pensarlas como ejercicios que, parecidos entre sí, se complementan en algunos
aspectos.
Es posible que ciertos textos únicamente puedan escribirse
desde la experiencia. Por ejemplo, uno que trate de meditación y psicoanálisis.
Hasta cierto punto tanto de meditación como de psicoanálisis es posible “hablar
sin saber”, hablar desde la teoría, desde los libros que se leen y las palabras
que se escuchan, desde las experiencias de otros (o, mejor, desde los relatos
de esas experiencias), pero sólo hasta cierto punto. Llega un momento en que
tanto la meditación como el psicoanálisis exigen la praxis para
poder hablar sobre ellos, para poder nombrar o bordear con el lenguaje
compartido eso que sucede durante la meditación o al interior del consultorio.
La caracterización parece
misteriosa, lo cual no es gratuito ni casual: en ambos casos el sujeto que
describe se enfrenta al reto de poner en palabras una experiencia que en cierto
modo ocurre fuera de éstas, en esa frontera donde la significación existe aún,
pero reducida al mínimo en su relación con el significado, sostenida apenas en
un punto tangencial que sin embargo es importantísimo, pues es ahí donde se
funda la enseñanza en el caso de la meditación y el vínculo analista-analizado
en el caso del psicoanálisis. Sin ese contacto, aventuro, el sujeto caería en
el encierro de la locura, preso para siempre en el delirio del yo. Eso que
sucede durante la meditación o el análisis tiene sentido para el sujeto, pero
en cierta forma sólo como hecho en sí, como un hallazgo que se consuma en sí
mismo porque se inscribe en su curso vital, en aquello que es en
ese momento y que por ello mismo se ancla casi naturalmente en su definición
subjetiva. ¿Cómo nombrar eso que en primera instancia parece
tener sentido sólo para mí?
Si se pregunta a alguien que medita
o que acude a terapia qué pasa cuando medita o cuando acude a terapia, lo más
probable es que dicha persona titubee al responder o que responda con
generalidades o trivialidades, con metáforas en el mejor de los casos. Y aun si
ofreciera una bitácora pormenorizada del hecho, de poco nos serviría: serían
los pensamientos del sujeto, su flujo de conciencia (a la manera de Joyce,
Woolf o Faulkner), descifrable únicamente para él, banal para los demás. ¿Qué
pasa por la mente de quien medita o de quien se encuentra en terapia? Lo mismo
que por la de todos, neuróticos e histéricos, sólo que singularizado. No la
Añoranza, sino el dolor quedo que se siente al recordar a alguien que quisimos
pero que se fue de nuestra vida y cuya memoria incide aún en ciertos actos, en
ciertas circunstancias. Y eso con nombre y rostro, fecha y lugar, con la sombra
de ciertos árboles proyectándose todavía en nuestra mente.
Pienso que es un asunto de observación, de los varios
planos desde donde algo puede mirarse y la manera en que ese algo cambia
dependiendo del lugar donde se encuentre el observador. En Ciudad Gótica o
Metrópolis, por ejemplo, una de las premisas elementales es que nadie sabe
quiénes son Batman o Superman, pero el lector del cómic o el espectador de la
película o la caricatura conoce su identidad desde un principio. En meditación
o psicoanálisis pasa que el sujeto es simultáneamente habitante de Ciudad
Gótica y lector del cómic, personaje y narrador que se cuenta una historia que
está viviendo en ese mismo momento. Si en el transcurso descubre que Bruce
Wayne es Batman, no importa, porque ya lo sabía. Es más: todos sabemos que
Bruce Wayne es Batman. Quizá ese sujeto estaba viviendo demasiado como
habitante de Ciudad Gótica, enfrascado en una sola línea narrativa tanto como
para dejar de ver lo obvio.
Aunque parezca un contrasentido,
los problemas en realidad son simples. Los motivos por los que una persona se
inicia en la meditación o acude con el psicoanalista son elementales: tristeza,
duelo, soledad, sufrimiento. El propósito: conocerme mejor para entender
qué está pasando conmigo. En el budismo se dice que no hay que hacer cosas que
nos dañen a nosotros mismos o dañen a otros, y la meditación es una forma de
frenar ese impulso destructivo, de abrazarlo para entenderlo y atestiguar cómo
se marchita solo. El psicoanálisis es otro camino, quizá más accidentado, que
el sujeto tiene que abrir y desbrozar a punta de machete. En ambos casos, para
re-conocerse y detener la “rueda del sufrimiento”, el sufrimiento que padecemos
y el que causamos a otros, el sufrimiento inútil que nos mantiene en la
rotación absurda en torno a lo mismo.
Los problemas son simples, las
complicaciones son nuestras. Somos nosotros quienes apilamos presunciones y
malentendidos, falacias, ilusiones, preguntas que temimos hacer y respuestas
que preferimos callar. Es el sujeto quien opta por la mentira, el fingimiento,
la máscara de quien pretende ser sólo para complacer a otros. Es el sujeto
quien por justificaciones enrevesadas deja de escuchar y atender a su deseo,
quien lo posterga a cambio de expectativas desmesuradas e irreales en las que
por distintas razones cree encontrar mayor satisfacción. Quien cede y renuncia.
La meditación y el psicoanálisis coinciden en el trabajo de desandar ese
camino, desenredar la madeja para liberarla de los nudos que le impiden correr
sencillamente.
En meditación es común escuchar la
metáfora de la montaña y las nubes: la montaña está ahí y las nubes pasan
cerca, pero no la perturban, no pueden perturbarla, porque la montaña no puede
irse con las nubes. Así también quien medita: su atención está puesta en la
respiración, que todo lo renueva, pero la mente es inquieta e incansable y hace
surgir pensamientos, y quien medita no puede dejar de notarlos, pero también
tiene que dejarlos pasar, permitir que continúen su curso, no a través de la
contención o del autodominio, de dedicar un esfuerzo suplementario para ignorar
las nubes, sino del reconocimiento sereno: esto es lo que soy, esto es lo que
pienso.
El método del psicoanálisis, me parece, es un tanto
opuesto: un pensamiento surge por un motivo específico, en el mejor de los
casos inconsciente, y si fue capaz de perturbar al analizado, entonces se
presenta como una especie de rastro, un hilo suelto en la madeja que, si el
sujeto así lo considera, es posible seguir, saber por qué pensó eso en ese
momento, qué relación guarda con el relato que hacía. Entonces es mejor no
ignorar ese pensamiento, no dejarlo pasar. Es preciso tomar esa nube de tan
inquietante aspecto para intentar saber por qué tiene esa forma.
Vías distintas que convergen en un
estado parecido: ambas inician al sujeto en la observación constante de sí. La
práctica de la meditación y la terapia se suman a la visión de mundo, un
componente del ser y el estar que modifica la relación con la realidad.
Curiosamente, ambas provocan que el sujeto tenga una mejor conciencia de su
presente. Sólo aquí, sólo ahora, sólo esto. Quien medita de pronto puede
descubrirse saboreando su desayuno como si fuera el primero que probara en su
vida ―porque, en efecto, es el primero: “la creación del mundo sucede todos los
días”, escribió Proust. Quien acude al consultorio del psicoanalista se da
cuenta de que la historia de un amor malogrado es eso, una historia de su
pasado, un fragmento de sí, pero no el guión que se escenificará una y otra vez
con todas sus relaciones amorosas, no con esa relación que ahora vive.
Es curioso porque, comparado con la
meditación, el psicoanálisis es una disciplina más bien nueva. Los budistas (y
antes, los hindúes) llegaron hace siglos a conclusiones similares que Freud y
Lacan, y acaso de manera más asequible: que el reconocimiento de sí es el
fundamento del conocimiento y la vida en el mundo.
De ello emana paz y bendición para todos los seres”.
I Ching: T’ai / La Paz
“Todos piensan en cambiar
el mundo,
pero nadie piensa en
cambiarse a sí mismo”.
León Tolstoi
Guerra y paz
En estos momentos estoy montando al piano Peace Piece (“Pieza de paz”) de Bill Evans, el “poeta del piano”.
La composición parece fácil de interpretar: la mano izquierda ejecuta una
secuencia de notas y acordes que, al principio, parece fija, como un bajo continuo
barroco, un ostinato casi minimalista
cuya ejecución es sumamente lenta, a la manera de un performance de Taijiquan,
sin apuros y ansiedades, sin precipitaciones. Cuando aparece la melodía en la
mano derecha, esta se desarrolla, al comienzo, con pocas notas que van
surgiendo desde la atmósfera hechizante de la lenta cadencia armónica de la
obra de Evans.
Primeros compases de Peace Piece: ostinato de la mano izquierda.
Pero
mientras la pieza avanza, pequeñas distorsiones van apareciendo en aquel basso continuo. Unas son métricas, otras
rítmicas, otras armónicas; todas muy sutiles, como pequeños guiños hechos al
oyente. La marcha armónica de la paz no
es una marcha fúnebre, regular y sostenida, aunque tiene, en la pieza, un
indudable pathos elegíaco.
Peace Piece. Bill Evans
Se
dice de la música de Evans que es equilibrada y armoniosa. Pero nos
equivocaríamos al categorizarlo como un clasicista, apasionado por el orden
geométrico, el equilibrio y la contención. No obstante, la intensidad emocional
de las interpretaciones de Evans se logra no por la vía de la efusividad
expresiva –lo cual lo colocaría del lado de los románticos y expresionistas-,
sino de la intensidad sutil de las atmósferas sonoras. De modo que la cadencia
armónica de Peace Piece nos dice algo
del clima anímico propio de la paz, del temperamento que exige, y de las
mutaciones –como acaece con el cielo mismo- que van abriendo umbrales de
posibilidades para esa tonalidad del espíritu que llamamos «paz». De ahí que se
diga de Evans, como intérprete de jazz, que no tocaba el piano, sino que tocaba
el alma de sus oyentes.
Interpreto la pieza, y, aunque no puedo todavía tocarla completa, el
sentimiento de paz y belleza me abruma. Me levanto del piano y ejecuto la forma
de 12 secuencias de Sun Taijiquan que me enseñara hace ya algún tiempo el
maestro Paul Lam. No fue una escogencia premeditada, simplemente surgió de
improviso, del fondo de mi alma, el impulso de hacerla. El Sun es el más “bailable”
de los estilos de Tai Chi. Hay algo de tango
en los “pasos armónicos” del estilo creado por el gran maestro Sun Lutang. Por
un momento me vi a mi mismo como el invidente teniente coronel Frank Slade (Al
Pacino), bailando un instante con mi sombra
Por una cabeza,* como si se tratara de la grácil Donna (Gabrielle Anwar),
en la película Perfume de mujer.
Perfume de mujer de Martin Brest. Escena del baile de tango.
¿Acaso no son el Taijiquan (como arte marcial) y el tango “artes
trágicas” –como señaló Rafael López-Pedraza? En la primera luchamos y en la
segunda bailamos con la muerte, la
sombra profunda y obscura detrás de todas las sombras… “Sueño de una sombra es
el hombre”, cantó el gran poeta griego Píndaro hace más de dos milenios.
La parte de Peace Piece que me
está costando interpretar es aquella donde una serie de notas extrañas a la
armonía, entran en juego. Es ahí donde el pathos
-¿el “perfume” de amor y muerte?- convoca al pensamiento, y entonces nos
preguntamos: «¿Qué es la paz?»
La pieza de Evans está escrita en Do Mayor. En casi toda la obra, las
melodías apacibles y juguetonas que se suceden no son más que variaciones de
arpegios del acorde de Do, con su séptima (nota Si) y su novena (Re).** Pero en
el compas No. 46, un poco más allá de la mitad de la pieza, comienzan a
aparecer notas bastantes alejadas de esa tonalidad, como Re sostenido o Sol
sostenido, entre otras. La aparición sin preparación alguna de esas disonancias
no representa una zona tonal distinta y menos aún una especie región modulante,
lo que implicaría el paso a una sección contrastante con tensiones armónicas
por resolver formalmente. Chuck Israels, bajista de Evans, escribe sobre Peace Piece:
“Peace Piece es un ejemplo de la profundidad de la técnica
compositiva de Evans. Es una pieza de ostinato, compuesta y grabada mucho
antes de la síntesis superficial más reciente de la música india y
estadounidense; de hecho, le debe más a Satie y Debussy que a Ravi
Shankar. La improvisación comienza simplemente sobre un ostinato suave,
que se desvanece rápidamente en el fondo. Evans permite que la fantasía
que evoluciona desde el motivo de apertura (una inversión de la quinta que
desciende en el ostinato) tenga más libertad de la que tendría en una
improvisación vinculada a un acompañamiento cambiante. Aprovecha el
ostinato como un elemento unificador contra el cual florecen las ideas,
volviéndose más exuberantes y coloridas a medida que la pieza se
desarrolla. Las polivalencias y los ritmos cruzados aumentan en densidad a
medida que el ostinato ondula suavemente, proporcionando una referencia rítmica
y tonal central. La improvisación se vuelve cada vez más compleja frente a
la implacable simplicidad del acompañamiento, hasta que, cerca del final, Evans
reconcilia gradualmente los dos elementos”.
Entonces, la armonía de base –el apacible ostinato- no cambia en lo
esencial. Esas notas “extrañas” que repentinamente aparecen en la melodía, al principio
cumplen el papel que les asigna la teoría clásica, como el de apoyaturas. Pero
luego de ellas emerge un verdadero “modo” melódico; extraño –sí-, pero no menos
sereno y calmo que aquellos más acordes con la armonía básica de la pieza. Ese
nuevo y extraño modo melódico no representa a la guerra ni nada por el estilo.
No tiene la función de “contra sujeto”, como se estila en la sonata clásica.
Digamos de paso, que el tema de la “paz” ha sido tratado en música
académica casi siempre en un contexto sacro, en el cual es relevante la reconciliación. La paz y la buena
venturanza parecen ser dones celestes que los hombres, cegados por sus vicios y
pecados mundanos, se obstinan en rechazar. De Vivaldi, en el temprano barroco,
tenemos Et in terra pax hominibus Gloria
(R589), para coro y orquesta:
Ya en el barroco tardío, Händel compondrá un Et in tierra pax Gloria, para soprano y orquesta:
A pesar de Alejo Carpentier y su Concierto
barroco (donde jazz y música barroca tienden puentes sobre el tiempo), la
“paz” que emana de estas piezas es quizá demasiado angelical, de un orden
diferente al “sabor” mundano que toda pieza de jazz evidencia. Los ángeles del
cristianismo pertenecen al cielo transuránico, como dirían los platónicos, a un
orbe trascendente idealizado, negación de lo terrestre y los mortales que le
habitan. El ángel, en arte -al decir de García Lorca, necesita la compañía y la
correspondencia de la Musa y del Duende, que es como decir la manifestación de
la armonía entre espíritu, alma y cuerpo.
“Dirá: paz, paz, paz, / entre el tirite de cuchillos y
melones de dinamita”
Federico García Lorca
El vuelo del espíritu puede ser demasiado abstracto o indiferente, si no
está atado a la tierra por las raíces del alma y el soma. El síndrome de Ícaro
suele ser el resultado de ese vuelo deslastrado. Y aunque el barroco es el
período donde se manifiesta con fuerza ese ángel caído y apesadumbrado que es
la melancolía –según el grabado homónimo de Durero-, la terredad, como escribió nuestro poeta Eugenio Montejo, prefiere los
hombres a los ángeles, y a estos los inspiran las musas y los poseen los
“duendes” (o los daimones).
La posible “mundanidad” o “terredad” de la pieza de Evans –hipótesis a la
que llegamos por contraste con las piezas de Vivaldi y Händel- no la convierte
en una obra “realista”, que ve paz sólo en la ausencia de conflictos; circunstancia
ésta que sería, entonces, casi consustancial con la naturaleza humana: homo homini lupus.
Si Peace Piece re-vela algo de
la esencia de la “paz” no puede ser reducida a un comentario como el del romano
Vegecio: “si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra”. Entonces
pensamos en la pax romana (siglos I
al II de nuestra Era, aproximadamente), sostenida por sus legiones, y en la pax britannica del siglo XIX, sustentada
en el poderío de su Marina Real. Esa es la “paz” paradójica del chiste de
Quino:
La paz auténtica no puede ser un período de preparación para la
violencia o un período de tranquilidad forzada. La “paz de los sepulcros” es
casi la consecuencia lógica de esa manera de entender la paz –como interregno
entre conflictos perennes-, sobre todo en nuestro tiempo, donde guerra es
sinónimo de exterminio, la verdadera e impensable “solución final”.
“Aquel que en la paz / por la guerra suspira, / ya despedirse puede / del placer y de la dicha / de esperar que a las almas / ingenuas las anima.”
J.W. Goethe.
Según el taoísmo, si se piensa en el “bien” –por poner un ejemplo-,
enseguida surge su opuesto, el “mal”. Las ideas, los conceptos, las
significaciones y los valores son polares, presentándose a la mente como
opuestos, cuando realmente son nociones complementarias. El cosmos está
constituido por los infinitos avatares del Yin y del Yang.
Entonces, quizá sea tan peligroso concebir una paz signada por la
amenaza de la violencia -una especie de ser forzados a la paz, del mismo modo
como ciertas ideologías proponen felicidad a la fuerza, lo cual constituye un
contrasentido-, como una paz surgida de la simple represión de la violencia,
que al fin y al cabo representa un forzamiento a la inversa. Ésta también sería
una paz sin mérito, pues no habría tentación alguna que vencer ni conflicto que
resolver, como una paz impuesta por lobotomía, por la supresión de todo lo que
en nosotros llama a la agresividad, la rebelión, la violencia, la discordia y
la guerra: una paz lograda a través de la castración de nuestra condición
homínida. Esa condición donde -tendidos como estamos entre el mono y el
transhombre (Übermensch)- nuestro tío,
el amoroso bonobo, se sienta a nuestra diestra y el otro tío, el pendenciero
chimpancé, a nuestra siniestra.
En Moby Dick, Herman Melville
escribe:
“Y es que, de
la misma forma que el espantoso océano rodea a la verde tierra, así en el alma
del hombre se encuentra también una isla paradisíaca, una Tahití, colmada de
paz y de alegría pero rodeada asimismo por todas partes de toda clase de
terrores que la experiencia de nuestra vida sólo nos permite conocer a medias.
Dios os guarde. Os aconsejo que no os alejéis demasiado de esta isla, porque
podrías no volver jamás a ella.”
Algunos artistas tienen que llegar a esa isla-paraíso, cruzando el
tormentoso mar de los horrores, el que “parece conducir directamente al corazón
de las inmensas tinieblas” (Joseph Conrad). Evans se fue autodestruyendo
paulatinamente bajo el abuso de drogas y alcohol, mientras construía para los
otros su arte excelso y sutil. Decía que se levantaba a diario con un dolor
como la muerte, y que sólo con las drogas podía transmutarlo y transfigurarse.
Si bien Peace Piece no fue compuesta
en la época terminal de Evans, él ya estaba bastante adentrado en el consumo de
heroína para la fecha (1958).
“Muchas veces pensé que la paz había llegado / cuando la paz estaba muy lejos- / como los náufragos- creen que ven la tierra- / en el centro del mar- / y luchan más débilmente -sólo para probar / tan desahuciadamente como yo- / cuántas ficticias costas- / antes del puerto hay-“
I
many times thought Peace had come
Emily Dickinson
Otro gran artista, Ernest Hemingway, aquejado de profundas depresiones
que lo llevarían al suicidio, nos legó como obra postrera una verdadera oda a
la vida y a la alegría de vivir: París
era una fiesta.
“París no se acaba nunca, y el
recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de
cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin
importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía
la pena, y uno recibía siempre algo a cambio de lo que allí dejaba. Yo he
hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y
muy felices.”
El artista es aquel que baja al inframundo a robar los tesoros a la
muerte. En el duelo de espejos y sombras con la fatalidad, el artista escapa
con los tesoros que ofrendará a sus semejantes, al regresar a su hogar. En esos
“tesoros”, como dice Conrad en su Prefacio a El Negro del Narcissus,
“encontrarán: aliento, consuelo, temor, encanto –todo cuanto pidieron-
y, quizá, también ese destello de la verdad,
que se olvidaron de pedir”. (Cursivas nuestras)
Pero a veces el artista no regresa de su visita a los infiernos, o
regresa despojado de su alma o herido mortalmente.
“La paz se revela por las
batallas”
Emily Dickinson
Vuelvo a hacer la forma de Sun Taijiquan. ¿Lucho o bailo con mi sombra?
¿Quién soy y quién (o qué) es ella (si es que somos “algo”)? ¿Venzo yo o soy
vencido? “El que vence a los otros es fuerte, pero el
que se vence a sí mismo es poderoso.”, dice Lao Tsé, de modo que esta paradoja
me transfigura en sonrisa, como el Gato de Cheshire, tal como busca la alquimia
taoísta de la Sonrisa Interior. En su comentario sobre ese capítulo del Tao Te King, Wang Chen dice:
“[…] cuando los pequeños y los débiles alcanzan el
Tao, tienen éxito sin combate”
(Wang Chen. El
Tao de la paz).
La sonrisa del Gato de Cheshire.
En la mitología griega, la guerra de Troya comienza porque a la boda de
Peleo y Tetis fueron invitados todos los dioses olímpicos menos Eris, la diosa
de la discordia. Esta se presenta de improviso en la fiesta y deja un regalo:
una manzana con la inscripción “A la más hermosa”. Las diosas Hera, Afrodita y
Atenea se disputan el regalo. Zeus quiso resolver la disputa nombrando a Paris,
príncipe de Troya, como árbitro en la disputa. Hera le ofreció poder, Atenea le
ofreció sabiduría, y Afrodita le ofreció el amor de la mujer más bella del
mundo. Paris concedió la manzana a Afrodita. La mujer más hermosa del mundo era
Helena.“En hermosura iguala a las diosas inmortales”, escribe sobre ella
Esquilo en su Orestía.
La fiesta es el paganismo por excelencia, escribe Nietzsche, y Lezama
Lima añade que es un lujo de la amistad. Y aún así, en la fiesta de los dioses
se comete el error de dejar fuera a la discordia.
La guerra es el resultado del quiebre de la amistad y de la intolerancia frente
a la pluralidad. Re-con-ciliación (etimológicamente: “volver a llamar a la
unión”) es una convocatoria sólo posible bajo la condición de una gran y
sincera tolerancia, de la aceptación de las diferencias, aún las más extremas.
Reconciliar no es unificar o igualar a la manera de Procusto, es festejar las
diferencias bajo las bendiciones del amor.
Lovecraft dice que el 24 de diciembre es el día que marca el final de
las fiestas del solsticio de invierno que se han celebrado desde tiempo
inmemorial, mucho antes de que el ser humano hubiese devenido tal. Para los
hombres del occidente cristiano, ese día celebramos el nacimiento de Jesús de
Nazaret. La música que más asociamos con esa festividad es el villancico Noche de paz, del austriaco Franz Xaver
Gruber, que fuera compuesta en 1818, siendo la letra de Joseph Mohr (escrita en
1816). La canción, traducida a más de 300 idiomas, fue cantada a la vez en
alemán y en inglés durante el comienzo de la Tregua de Navidad de 1914. Dicha
tregua fue un alto al fuego no oficial que aconteció en el frente occidental
durante el primer año de la Gran Guerra, en la cual los soldados de los bandos
enfrentados confraternizaron, sepultaron a los camaradas caídos y celebraron juntos
la Navidad, en ese inesperado momento de calma en medio de la “tierra de
nadie”, el desolado yermo que dejó la espantosa tormenta de acero y muerte, la
hecatombe de la conflagración mundial.
Noche de Paz. Coro "Miguel de Cervantes"
R. C.
(Continuará…)
Notas:
*Sombra: en la psicología profunda de
Jung, la parte inconsciente de la personalidad. Esa noción le da otra
perspectiva al hacer formas o esquemas de Taijiquan, en el llamado “boxeo de
sombras” chino.
**Prefiero esa interpretación de
la melodía a clasificarla como un arpegio de la dominante de Do Mayor (Sol
Mayor).