martes, 14 de noviembre de 2017

TAI CHI SOUL Roberto Chacón (Magazine No. 586)

LA PAZ SEA CONTIGO (I)

A Bill Evans, in memoriam

“El Cielo se ha colocado por debajo de la Tierra.
Así sus fuerzas se unen en íntima armonía.
De ello emana paz y bendición para todos los seres”.
I Ching: T’ai / La Paz

“Todos piensan en cambiar el mundo,
pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.
León Tolstoi
Guerra y paz

En estos momentos estoy montando al piano Peace Piece (“Pieza de paz”) de Bill Evans, el “poeta del piano”. La composición parece fácil de interpretar: la mano izquierda ejecuta una secuencia de notas y acordes que, al principio, parece fija, como un bajo continuo barroco, un ostinato casi minimalista cuya ejecución es sumamente lenta, a la manera de un performance de Taijiquan, sin apuros y ansiedades, sin precipitaciones. Cuando aparece la melodía en la mano derecha, esta se desarrolla, al comienzo, con pocas notas que van surgiendo desde la atmósfera hechizante de la lenta cadencia armónica de la obra de Evans.

Primeros compases de Peace Piece: ostinato de la mano izquierda.

Pero mientras la pieza avanza, pequeñas distorsiones van apareciendo en aquel basso continuo. Unas son métricas, otras rítmicas, otras armónicas; todas muy sutiles, como pequeños guiños hechos al oyente. La marcha armónica de la paz no es una marcha fúnebre, regular y sostenida, aunque tiene, en la pieza, un indudable pathos elegíaco.

Peace Piece. Bill Evans

Se dice de la música de Evans que es equilibrada y armoniosa. Pero nos equivocaríamos al categorizarlo como un clasicista, apasionado por el orden geométrico, el equilibrio y la contención. No obstante, la intensidad emocional de las interpretaciones de Evans se logra no por la vía de la efusividad expresiva –lo cual lo colocaría del lado de los románticos y expresionistas-, sino de la intensidad sutil de las atmósferas sonoras. De modo que la cadencia armónica de Peace Piece nos dice algo del clima anímico propio de la paz, del temperamento que exige, y de las mutaciones –como acaece con el cielo mismo- que van abriendo umbrales de posibilidades para esa tonalidad del espíritu que llamamos «paz». De ahí que se diga de Evans, como intérprete de jazz, que no tocaba el piano, sino que tocaba el alma de sus oyentes.

Interpreto la pieza, y, aunque no puedo todavía tocarla completa, el sentimiento de paz y belleza me abruma. Me levanto del piano y ejecuto la forma de 12 secuencias de Sun Taijiquan que me enseñara hace ya algún tiempo el maestro Paul Lam. No fue una escogencia premeditada, simplemente surgió de improviso, del fondo de mi alma, el impulso de hacerla. El Sun es el más “bailable” de los estilos de Tai Chi. Hay algo de tango en los “pasos armónicos” del estilo creado por el gran maestro Sun Lutang. Por un momento me vi a mi mismo como el invidente teniente coronel Frank Slade (Al Pacino), bailando un instante con mi sombra Por una cabeza,* como si se tratara de la grácil Donna (Gabrielle Anwar), en la película Perfume de mujer.

Perfume de mujer de Martin Brest. Escena del baile de tango.

¿Acaso no son el Taijiquan (como arte marcial) y el tango “artes trágicas” –como señaló Rafael López-Pedraza? En la primera luchamos y en la segunda bailamos con la muerte, la sombra profunda y obscura detrás de todas las sombras… “Sueño de una sombra es el hombre”, cantó el gran poeta griego Píndaro hace más de dos milenios.

La parte de Peace Piece que me está costando interpretar es aquella donde una serie de notas extrañas a la armonía, entran en juego. Es ahí donde el pathos -¿el “perfume” de amor y muerte?- convoca al pensamiento, y entonces nos preguntamos: «¿Qué es la paz

La pieza de Evans está escrita en Do Mayor. En casi toda la obra, las melodías apacibles y juguetonas que se suceden no son más que variaciones de arpegios del acorde de Do, con su séptima (nota Si) y su novena (Re).** Pero en el compas No. 46, un poco más allá de la mitad de la pieza, comienzan a aparecer notas bastantes alejadas de esa tonalidad, como Re sostenido o Sol sostenido, entre otras. La aparición sin preparación alguna de esas disonancias no representa una zona tonal distinta y menos aún una especie región modulante, lo que implicaría el paso a una sección contrastante con tensiones armónicas por resolver formalmente. Chuck Israels, bajista de Evans, escribe sobre Peace Piece:

Peace Piece es un ejemplo de la profundidad de la técnica compositiva de Evans. Es una pieza de ostinato, compuesta y grabada mucho antes de la síntesis superficial más reciente de la música india y estadounidense; de hecho, le debe más a Satie y Debussy que a Ravi Shankar. La improvisación comienza simplemente sobre un ostinato suave, que se desvanece rápidamente en el fondo. Evans permite que la fantasía que evoluciona desde el motivo de apertura (una inversión de la quinta que desciende en el ostinato) tenga más libertad de la que tendría en una improvisación vinculada a un acompañamiento cambiante. Aprovecha el ostinato como un elemento unificador contra el cual florecen las ideas, volviéndose más exuberantes y coloridas a medida que la pieza se desarrolla. Las polivalencias y los ritmos cruzados aumentan en densidad a medida que el ostinato ondula suavemente, proporcionando una referencia rítmica y tonal central. La improvisación se vuelve cada vez más compleja frente a la implacable simplicidad del acompañamiento, hasta que, cerca del final, Evans reconcilia gradualmente los dos elementos”.

Entonces, la armonía de base –el apacible ostinato- no cambia en lo esencial. Esas notas “extrañas” que repentinamente aparecen en la melodía, al principio cumplen el papel que les asigna la teoría clásica, como el de apoyaturas. Pero luego de ellas emerge un verdadero “modo” melódico; extraño –sí-, pero no menos sereno y calmo que aquellos más acordes con la armonía básica de la pieza. Ese nuevo y extraño modo melódico no representa a la guerra ni nada por el estilo. No tiene la función de “contra sujeto”, como se estila en la sonata clásica.

Digamos de paso, que el tema de la “paz” ha sido tratado en música académica casi siempre en un contexto sacro, en el cual es relevante la reconciliación. La paz y la buena venturanza parecen ser dones celestes que los hombres, cegados por sus vicios y pecados mundanos, se obstinan en rechazar. De Vivaldi, en el temprano barroco, tenemos Et in terra pax hominibus Gloria (R589), para coro y orquesta:


Ya en el barroco tardío, Händel compondrá un Et in tierra pax Gloria, para soprano y orquesta:


A pesar de Alejo Carpentier y su Concierto barroco (donde jazz y música barroca tienden puentes sobre el tiempo), la “paz” que emana de estas piezas es quizá demasiado angelical, de un orden diferente al “sabor” mundano que toda pieza de jazz evidencia. Los ángeles del cristianismo pertenecen al cielo transuránico, como dirían los platónicos, a un orbe trascendente idealizado, negación de lo terrestre y los mortales que le habitan. El ángel, en arte -al decir de García Lorca, necesita la compañía y la correspondencia de la Musa y del Duende, que es como decir la manifestación de la armonía entre espíritu, alma y cuerpo.

“Dirá: paz, paz, paz, / entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita”
Federico García Lorca

El vuelo del espíritu puede ser demasiado abstracto o indiferente, si no está atado a la tierra por las raíces del alma y el soma. El síndrome de Ícaro suele ser el resultado de ese vuelo deslastrado. Y aunque el barroco es el período donde se manifiesta con fuerza ese ángel caído y apesadumbrado que es la melancolía –según el grabado homónimo de Durero-, la terredad, como escribió nuestro poeta Eugenio Montejo, prefiere los hombres a los ángeles, y a estos los inspiran las musas y los poseen los “duendes” (o los daimones).

La posible “mundanidad” o “terredad” de la pieza de Evans –hipótesis a la que llegamos por contraste con las piezas de Vivaldi y Händel- no la convierte en una obra “realista”, que ve paz sólo en la ausencia de conflictos; circunstancia ésta que sería, entonces, casi consustancial con la naturaleza humana: homo homini lupus.

Si Peace Piece re-vela algo de la esencia de la “paz” no puede ser reducida a un comentario como el del romano Vegecio: “si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra”. Entonces pensamos en la pax romana (siglos I al II de nuestra Era, aproximadamente), sostenida por sus legiones, y en la pax britannica del siglo XIX, sustentada en el poderío de su Marina Real. Esa es la “paz” paradójica del chiste de Quino:


La paz auténtica no puede ser un período de preparación para la violencia o un período de tranquilidad forzada. La “paz de los sepulcros” es casi la consecuencia lógica de esa manera de entender la paz –como interregno entre conflictos perennes-, sobre todo en nuestro tiempo, donde guerra es sinónimo de exterminio, la verdadera e impensable “solución final”.

“Aquel que en la paz / por la guerra suspira, / ya despedirse puede / del placer y de la dicha / de esperar que a las almas / ingenuas las anima.”
J.W. Goethe.

Según el taoísmo, si se piensa en el “bien” –por poner un ejemplo-, enseguida surge su opuesto, el “mal”. Las ideas, los conceptos, las significaciones y los valores son polares, presentándose a la mente como opuestos, cuando realmente son nociones complementarias. El cosmos está constituido por los infinitos avatares del Yin y del Yang.

Entonces, quizá sea tan peligroso concebir una paz signada por la amenaza de la violencia -una especie de ser forzados a la paz, del mismo modo como ciertas ideologías proponen felicidad a la fuerza, lo cual constituye un contrasentido-, como una paz surgida de la simple represión de la violencia, que al fin y al cabo representa un forzamiento a la inversa. Ésta también sería una paz sin mérito, pues no habría tentación alguna que vencer ni conflicto que resolver, como una paz impuesta por lobotomía, por la supresión de todo lo que en nosotros llama a la agresividad, la rebelión, la violencia, la discordia y la guerra: una paz lograda a través de la castración de nuestra condición homínida. Esa condición donde -tendidos como estamos entre el mono y el transhombre (Übermensch)- nuestro tío, el amoroso bonobo, se sienta a nuestra diestra y el otro tío, el pendenciero chimpancé, a nuestra siniestra.

En Moby Dick, Herman Melville escribe:

“Y es que, de la misma forma que el espantoso océano rodea a la verde tierra, así en el alma del hombre se encuentra también una isla paradisíaca, una Tahití, colmada de paz y de alegría pero rodeada asimismo por todas partes de toda clase de terrores que la experiencia de nuestra vida sólo nos permite conocer a medias. Dios os guarde. Os aconsejo que no os alejéis demasiado de esta isla, porque podrías no volver jamás a ella.”

Algunos artistas tienen que llegar a esa isla-paraíso, cruzando el tormentoso mar de los horrores, el que “parece conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas” (Joseph Conrad). Evans se fue autodestruyendo paulatinamente bajo el abuso de drogas y alcohol, mientras construía para los otros su arte excelso y sutil. Decía que se levantaba a diario con un dolor como la muerte, y que sólo con las drogas podía transmutarlo y transfigurarse. Si bien Peace Piece no fue compuesta en la época terminal de Evans, él ya estaba bastante adentrado en el consumo de heroína para la fecha (1958).

“Muchas veces pensé que la paz había llegado / cuando la paz estaba muy lejos- / como los náufragos- creen que ven la tierra- / en el centro del mar- /  y luchan más débilmente -sólo para probar / tan desahuciadamente como yo- / cuántas ficticias costas- / antes del puerto hay-“
I many times thought Peace had come
Emily Dickinson

Otro gran artista, Ernest Hemingway, aquejado de profundas depresiones que lo llevarían al suicidio, nos legó como obra postrera una verdadera oda a la vida y a la alegría de vivir: París era una fiesta.

“París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a cambio de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.”

El artista es aquel que baja al inframundo a robar los tesoros a la muerte. En el duelo de espejos y sombras con la fatalidad, el artista escapa con los tesoros que ofrendará a sus semejantes, al regresar a su hogar. En esos “tesoros”, como dice Conrad en su Prefacio a El Negro del Narcissus,

“encontrarán: aliento, consuelo, temor, encanto –todo cuanto pidieron- y, quizá, también ese destello de la verdad, que se olvidaron de pedir”. (Cursivas nuestras)

Pero a veces el artista no regresa de su visita a los infiernos, o regresa despojado de su alma o herido mortalmente.

“La paz se revela por las batallas”
Emily Dickinson

Vuelvo a hacer la forma de Sun Taijiquan. ¿Lucho o bailo con mi sombra? ¿Quién soy y quién (o qué) es ella (si es que somos “algo”)? ¿Venzo yo o soy vencido? “El que vence a los otros es fuerte, pero el que se vence a sí mismo es poderoso.”, dice Lao Tsé, de modo que esta paradoja me transfigura en sonrisa, como el Gato de Cheshire, tal como busca la alquimia taoísta de la Sonrisa Interior. En su comentario sobre ese capítulo del Tao Te King, Wang Chen dice:

“[…] cuando los pequeños y los débiles alcanzan el Tao, tienen éxito sin combate”
(Wang Chen. El Tao de la paz).

La sonrisa del Gato de Cheshire.

En la mitología griega, la guerra de Troya comienza porque a la boda de Peleo y Tetis fueron invitados todos los dioses olímpicos menos Eris, la diosa de la discordia. Esta se presenta de improviso en la fiesta y deja un regalo: una manzana con la inscripción “A la más hermosa”. Las diosas Hera, Afrodita y Atenea se disputan el regalo. Zeus quiso resolver la disputa nombrando a Paris, príncipe de Troya, como árbitro en la disputa. Hera le ofreció poder, Atenea le ofreció sabiduría, y Afrodita le ofreció el amor de la mujer más bella del mundo. Paris concedió la manzana a Afrodita. La mujer más hermosa del mundo era Helena. “En hermosura iguala a las diosas inmortales”, escribe sobre ella Esquilo en su Orestía.

La fiesta es el paganismo por excelencia, escribe Nietzsche, y Lezama Lima añade que es un lujo de la amistad. Y aún así, en la fiesta de los dioses se comete el error de dejar fuera a la discordia. La guerra es el resultado del quiebre de la amistad y de la intolerancia frente a la pluralidad. Re-con-ciliación (etimológicamente: “volver a llamar a la unión”) es una convocatoria sólo posible bajo la condición de una gran y sincera tolerancia, de la aceptación de las diferencias, aún las más extremas. Reconciliar no es unificar o igualar a la manera de Procusto, es festejar las diferencias bajo las bendiciones del amor.

Lovecraft dice que el 24 de diciembre es el día que marca el final de las fiestas del solsticio de invierno que se han celebrado desde tiempo inmemorial, mucho antes de que el ser humano hubiese devenido tal. Para los hombres del occidente cristiano, ese día celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret. La música que más asociamos con esa festividad es el villancico Noche de paz, del austriaco Franz Xaver Gruber, que fuera compuesta en 1818, siendo la letra de Joseph Mohr (escrita en 1816). La canción, traducida a más de 300 idiomas, fue cantada a la vez en alemán y en inglés durante el comienzo de la Tregua de Navidad de 1914. Dicha tregua fue un alto al fuego no oficial que aconteció en el frente occidental durante el primer año de la Gran Guerra, en la cual los soldados de los bandos enfrentados confraternizaron, sepultaron a los camaradas caídos y celebraron juntos la Navidad, en ese inesperado momento de calma en medio de la “tierra de nadie”, el desolado yermo que dejó la espantosa tormenta de acero y muerte, la hecatombe de la conflagración mundial.

Noche de Paz. Coro "Miguel de Cervantes"
R. C.

(Continuará…)

Notas:
*Sombra: en la psicología profunda de Jung, la parte inconsciente de la personalidad. Esa noción le da otra perspectiva al hacer formas o esquemas de Taijiquan, en el llamado “boxeo de sombras” chino.

**Prefiero esa interpretación de la melodía a clasificarla como un arpegio de la dominante de Do Mayor (Sol Mayor).



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