LA PAZ SEA CONTIGO (I)
A Bill Evans, in memoriam
“El Cielo se ha colocado por debajo de la Tierra.
Así sus fuerzas se unen en íntima armonía.
De ello emana paz y bendición para todos los seres”.
I Ching: T’ai / La Paz
“Todos piensan en cambiar
el mundo,
pero nadie piensa en
cambiarse a sí mismo”.
León Tolstoi
Guerra y paz
En estos momentos estoy montando al piano Peace Piece (“Pieza de paz”) de Bill Evans, el “poeta del piano”.
La composición parece fácil de interpretar: la mano izquierda ejecuta una
secuencia de notas y acordes que, al principio, parece fija, como un bajo continuo
barroco, un ostinato casi minimalista
cuya ejecución es sumamente lenta, a la manera de un performance de Taijiquan,
sin apuros y ansiedades, sin precipitaciones. Cuando aparece la melodía en la
mano derecha, esta se desarrolla, al comienzo, con pocas notas que van
surgiendo desde la atmósfera hechizante de la lenta cadencia armónica de la
obra de Evans.
Primeros compases de Peace Piece: ostinato de la mano izquierda.
Pero
mientras la pieza avanza, pequeñas distorsiones van apareciendo en aquel basso continuo. Unas son métricas, otras
rítmicas, otras armónicas; todas muy sutiles, como pequeños guiños hechos al
oyente. La marcha armónica de la paz no
es una marcha fúnebre, regular y sostenida, aunque tiene, en la pieza, un
indudable pathos elegíaco.
Peace Piece. Bill Evans
Se
dice de la música de Evans que es equilibrada y armoniosa. Pero nos
equivocaríamos al categorizarlo como un clasicista, apasionado por el orden
geométrico, el equilibrio y la contención. No obstante, la intensidad emocional
de las interpretaciones de Evans se logra no por la vía de la efusividad
expresiva –lo cual lo colocaría del lado de los románticos y expresionistas-,
sino de la intensidad sutil de las atmósferas sonoras. De modo que la cadencia
armónica de Peace Piece nos dice algo
del clima anímico propio de la paz, del temperamento que exige, y de las
mutaciones –como acaece con el cielo mismo- que van abriendo umbrales de
posibilidades para esa tonalidad del espíritu que llamamos «paz». De ahí que se
diga de Evans, como intérprete de jazz, que no tocaba el piano, sino que tocaba
el alma de sus oyentes.
Interpreto la pieza, y, aunque no puedo todavía tocarla completa, el
sentimiento de paz y belleza me abruma. Me levanto del piano y ejecuto la forma
de 12 secuencias de Sun Taijiquan que me enseñara hace ya algún tiempo el
maestro Paul Lam. No fue una escogencia premeditada, simplemente surgió de
improviso, del fondo de mi alma, el impulso de hacerla. El Sun es el más “bailable”
de los estilos de Tai Chi. Hay algo de tango
en los “pasos armónicos” del estilo creado por el gran maestro Sun Lutang. Por
un momento me vi a mi mismo como el invidente teniente coronel Frank Slade (Al
Pacino), bailando un instante con mi sombra
Por una cabeza,* como si se tratara de la grácil Donna (Gabrielle Anwar),
en la película Perfume de mujer.
Perfume de mujer de Martin Brest. Escena del baile de tango.
¿Acaso no son el Taijiquan (como arte marcial) y el tango “artes
trágicas” –como señaló Rafael López-Pedraza? En la primera luchamos y en la
segunda bailamos con la muerte, la
sombra profunda y obscura detrás de todas las sombras… “Sueño de una sombra es
el hombre”, cantó el gran poeta griego Píndaro hace más de dos milenios.
La parte de Peace Piece que me
está costando interpretar es aquella donde una serie de notas extrañas a la
armonía, entran en juego. Es ahí donde el pathos
-¿el “perfume” de amor y muerte?- convoca al pensamiento, y entonces nos
preguntamos: «¿Qué es la paz?»
La pieza de Evans está escrita en Do Mayor. En casi toda la obra, las
melodías apacibles y juguetonas que se suceden no son más que variaciones de
arpegios del acorde de Do, con su séptima (nota Si) y su novena (Re).** Pero en
el compas No. 46, un poco más allá de la mitad de la pieza, comienzan a
aparecer notas bastantes alejadas de esa tonalidad, como Re sostenido o Sol
sostenido, entre otras. La aparición sin preparación alguna de esas disonancias
no representa una zona tonal distinta y menos aún una especie región modulante,
lo que implicaría el paso a una sección contrastante con tensiones armónicas
por resolver formalmente. Chuck Israels, bajista de Evans, escribe sobre Peace Piece:
“Peace Piece es un ejemplo de la profundidad de la técnica compositiva de Evans. Es una pieza de ostinato, compuesta y grabada mucho antes de la síntesis superficial más reciente de la música india y estadounidense; de hecho, le debe más a Satie y Debussy que a Ravi Shankar. La improvisación comienza simplemente sobre un ostinato suave, que se desvanece rápidamente en el fondo. Evans permite que la fantasía que evoluciona desde el motivo de apertura (una inversión de la quinta que desciende en el ostinato) tenga más libertad de la que tendría en una improvisación vinculada a un acompañamiento cambiante. Aprovecha el ostinato como un elemento unificador contra el cual florecen las ideas, volviéndose más exuberantes y coloridas a medida que la pieza se desarrolla. Las polivalencias y los ritmos cruzados aumentan en densidad a medida que el ostinato ondula suavemente, proporcionando una referencia rítmica y tonal central. La improvisación se vuelve cada vez más compleja frente a la implacable simplicidad del acompañamiento, hasta que, cerca del final, Evans reconcilia gradualmente los dos elementos”.
Entonces, la armonía de base –el apacible ostinato- no cambia en lo
esencial. Esas notas “extrañas” que repentinamente aparecen en la melodía, al principio
cumplen el papel que les asigna la teoría clásica, como el de apoyaturas. Pero
luego de ellas emerge un verdadero “modo” melódico; extraño –sí-, pero no menos
sereno y calmo que aquellos más acordes con la armonía básica de la pieza. Ese
nuevo y extraño modo melódico no representa a la guerra ni nada por el estilo.
No tiene la función de “contra sujeto”, como se estila en la sonata clásica.
Digamos de paso, que el tema de la “paz” ha sido tratado en música
académica casi siempre en un contexto sacro, en el cual es relevante la reconciliación. La paz y la buena
venturanza parecen ser dones celestes que los hombres, cegados por sus vicios y
pecados mundanos, se obstinan en rechazar. De Vivaldi, en el temprano barroco,
tenemos Et in terra pax hominibus Gloria
(R589), para coro y orquesta:
Ya en el barroco tardío, Händel compondrá un Et in tierra pax Gloria, para soprano y orquesta:
A pesar de Alejo Carpentier y su Concierto
barroco (donde jazz y música barroca tienden puentes sobre el tiempo), la
“paz” que emana de estas piezas es quizá demasiado angelical, de un orden
diferente al “sabor” mundano que toda pieza de jazz evidencia. Los ángeles del
cristianismo pertenecen al cielo transuránico, como dirían los platónicos, a un
orbe trascendente idealizado, negación de lo terrestre y los mortales que le
habitan. El ángel, en arte -al decir de García Lorca, necesita la compañía y la
correspondencia de la Musa y del Duende, que es como decir la manifestación de
la armonía entre espíritu, alma y cuerpo.
“Dirá: paz, paz, paz, / entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita”
Federico García Lorca
El vuelo del espíritu puede ser demasiado abstracto o indiferente, si no
está atado a la tierra por las raíces del alma y el soma. El síndrome de Ícaro
suele ser el resultado de ese vuelo deslastrado. Y aunque el barroco es el
período donde se manifiesta con fuerza ese ángel caído y apesadumbrado que es
la melancolía –según el grabado homónimo de Durero-, la terredad, como escribió nuestro poeta Eugenio Montejo, prefiere los
hombres a los ángeles, y a estos los inspiran las musas y los poseen los
“duendes” (o los daimones).
La posible “mundanidad” o “terredad” de la pieza de Evans –hipótesis a la
que llegamos por contraste con las piezas de Vivaldi y Händel- no la convierte
en una obra “realista”, que ve paz sólo en la ausencia de conflictos; circunstancia
ésta que sería, entonces, casi consustancial con la naturaleza humana: homo homini lupus.
Si Peace Piece re-vela algo de
la esencia de la “paz” no puede ser reducida a un comentario como el del romano
Vegecio: “si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra”. Entonces
pensamos en la pax romana (siglos I
al II de nuestra Era, aproximadamente), sostenida por sus legiones, y en la pax britannica del siglo XIX, sustentada
en el poderío de su Marina Real. Esa es la “paz” paradójica del chiste de
Quino:
La paz auténtica no puede ser un período de preparación para la
violencia o un período de tranquilidad forzada. La “paz de los sepulcros” es
casi la consecuencia lógica de esa manera de entender la paz –como interregno
entre conflictos perennes-, sobre todo en nuestro tiempo, donde guerra es
sinónimo de exterminio, la verdadera e impensable “solución final”.
“Aquel que en la paz / por la guerra suspira, / ya despedirse puede / del placer y de la dicha / de esperar que a las almas / ingenuas las anima.”
J.W. Goethe.
Según el taoísmo, si se piensa en el “bien” –por poner un ejemplo-,
enseguida surge su opuesto, el “mal”. Las ideas, los conceptos, las
significaciones y los valores son polares, presentándose a la mente como
opuestos, cuando realmente son nociones complementarias. El cosmos está
constituido por los infinitos avatares del Yin y del Yang.
Entonces, quizá sea tan peligroso concebir una paz signada por la
amenaza de la violencia -una especie de ser forzados a la paz, del mismo modo
como ciertas ideologías proponen felicidad a la fuerza, lo cual constituye un
contrasentido-, como una paz surgida de la simple represión de la violencia,
que al fin y al cabo representa un forzamiento a la inversa. Ésta también sería
una paz sin mérito, pues no habría tentación alguna que vencer ni conflicto que
resolver, como una paz impuesta por lobotomía, por la supresión de todo lo que
en nosotros llama a la agresividad, la rebelión, la violencia, la discordia y
la guerra: una paz lograda a través de la castración de nuestra condición
homínida. Esa condición donde -tendidos como estamos entre el mono y el
transhombre (Übermensch)- nuestro tío,
el amoroso bonobo, se sienta a nuestra diestra y el otro tío, el pendenciero
chimpancé, a nuestra siniestra.
En Moby Dick, Herman Melville
escribe:
“Y es que, de la misma forma que el espantoso océano rodea a la verde tierra, así en el alma del hombre se encuentra también una isla paradisíaca, una Tahití, colmada de paz y de alegría pero rodeada asimismo por todas partes de toda clase de terrores que la experiencia de nuestra vida sólo nos permite conocer a medias. Dios os guarde. Os aconsejo que no os alejéis demasiado de esta isla, porque podrías no volver jamás a ella.”
Algunos artistas tienen que llegar a esa isla-paraíso, cruzando el
tormentoso mar de los horrores, el que “parece conducir directamente al corazón
de las inmensas tinieblas” (Joseph Conrad). Evans se fue autodestruyendo
paulatinamente bajo el abuso de drogas y alcohol, mientras construía para los
otros su arte excelso y sutil. Decía que se levantaba a diario con un dolor
como la muerte, y que sólo con las drogas podía transmutarlo y transfigurarse.
Si bien Peace Piece no fue compuesta
en la época terminal de Evans, él ya estaba bastante adentrado en el consumo de
heroína para la fecha (1958).
“Muchas veces pensé que la paz había llegado / cuando la paz estaba muy lejos- / como los náufragos- creen que ven la tierra- / en el centro del mar- / y luchan más débilmente -sólo para probar / tan desahuciadamente como yo- / cuántas ficticias costas- / antes del puerto hay-“
I
many times thought Peace had come
Emily Dickinson
Otro gran artista, Ernest Hemingway, aquejado de profundas depresiones
que lo llevarían al suicidio, nos legó como obra postrera una verdadera oda a
la vida y a la alegría de vivir: París
era una fiesta.
“París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a cambio de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.”
El artista es aquel que baja al inframundo a robar los tesoros a la
muerte. En el duelo de espejos y sombras con la fatalidad, el artista escapa
con los tesoros que ofrendará a sus semejantes, al regresar a su hogar. En esos
“tesoros”, como dice Conrad en su Prefacio a El Negro del Narcissus,
“encontrarán: aliento, consuelo, temor, encanto –todo cuanto pidieron- y, quizá, también ese destello de la verdad, que se olvidaron de pedir”. (Cursivas nuestras)
Pero a veces el artista no regresa de su visita a los infiernos, o
regresa despojado de su alma o herido mortalmente.
“La paz se revela por las batallas”
Emily Dickinson
Vuelvo a hacer la forma de Sun Taijiquan. ¿Lucho o bailo con mi sombra?
¿Quién soy y quién (o qué) es ella (si es que somos “algo”)? ¿Venzo yo o soy
vencido? “El que vence a los otros es fuerte, pero el
que se vence a sí mismo es poderoso.”, dice Lao Tsé, de modo que esta paradoja
me transfigura en sonrisa, como el Gato de Cheshire, tal como busca la alquimia
taoísta de la Sonrisa Interior. En su comentario sobre ese capítulo del Tao Te King, Wang Chen dice:
“[…] cuando los pequeños y los débiles alcanzan el Tao, tienen éxito sin combate”
(Wang Chen. El
Tao de la paz).
La sonrisa del Gato de Cheshire.
La fiesta es el paganismo por excelencia, escribe Nietzsche, y Lezama
Lima añade que es un lujo de la amistad. Y aún así, en la fiesta de los dioses
se comete el error de dejar fuera a la discordia.
La guerra es el resultado del quiebre de la amistad y de la intolerancia frente
a la pluralidad. Re-con-ciliación (etimológicamente: “volver a llamar a la
unión”) es una convocatoria sólo posible bajo la condición de una gran y
sincera tolerancia, de la aceptación de las diferencias, aún las más extremas.
Reconciliar no es unificar o igualar a la manera de Procusto, es festejar las
diferencias bajo las bendiciones del amor.
Lovecraft dice que el 24 de diciembre es el día que marca el final de
las fiestas del solsticio de invierno que se han celebrado desde tiempo
inmemorial, mucho antes de que el ser humano hubiese devenido tal. Para los
hombres del occidente cristiano, ese día celebramos el nacimiento de Jesús de
Nazaret. La música que más asociamos con esa festividad es el villancico Noche de paz, del austriaco Franz Xaver
Gruber, que fuera compuesta en 1818, siendo la letra de Joseph Mohr (escrita en
1816). La canción, traducida a más de 300 idiomas, fue cantada a la vez en
alemán y en inglés durante el comienzo de la Tregua de Navidad de 1914. Dicha
tregua fue un alto al fuego no oficial que aconteció en el frente occidental
durante el primer año de la Gran Guerra, en la cual los soldados de los bandos
enfrentados confraternizaron, sepultaron a los camaradas caídos y celebraron juntos
la Navidad, en ese inesperado momento de calma en medio de la “tierra de
nadie”, el desolado yermo que dejó la espantosa tormenta de acero y muerte, la
hecatombe de la conflagración mundial.
Noche de Paz. Coro "Miguel de Cervantes"
R. C.
(Continuará…)
Notas:
*Sombra: en la psicología profunda de
Jung, la parte inconsciente de la personalidad. Esa noción le da otra
perspectiva al hacer formas o esquemas de Taijiquan, en el llamado “boxeo de
sombras” chino.
**Prefiero esa interpretación de
la melodía a clasificarla como un arpegio de la dominante de Do Mayor (Sol
Mayor).
Muy interesante e instructivo...
ResponderBorrarMuchas gracias por compartirlo :)