martes, 14 de noviembre de 2017

SECCIONES QUINCENALES (Magazine No. 586)

CONTENIDO:
  • Recomendaciones del Magazine (Cine y TV)
  • Blog del Mes (Katherine Chacón)
  • 365 Meditaciones Tao (Ming Dao Deng)
  • Meditación: El arte de recordar quién eres (Osho)
  • Cuento

RECOMENDACIONES DEL MAGAZINE:

CINE Y TV:
  • Camino hacia mí (Lian James, Steve Carrell, Maya Rudolph, Toni Colette y Sam Rockwell / Dir.: Nat Faxon / TV Filme / FOX 1)
  • Jenny’s Wedding (Katherine Heigl, Alexis Bledel y Tom Wilkinson / Dir.: Mary Agnes Donoghue / TV Filme / HBO)
  • Volando cometas (Cometas en el cielo) (Khalid Abdala, Zekeria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmoodzada / Dir.: Marc Foster / TV Filme / Sundance)



BLOG DE LA SEMANA (Por Katherine Chacón): https://cuidadoconloshuevos.blogspot.com/ Un divertido Blog de humor

365 MEDITACIONES TAO (Ming Dao Deng)

XXIX

Cicatrices
Las marcas en arcilla seca desaparecen
Sólo cuando la arcilla se ablanda otra vez.
Las cicatrices del yo desaparecen
Sólo cuando uno se suaviza por dentro.

A través de la vida, pero especialmente durante la juventud, nos son infringidas muchas cicatrices. Algunas son el resultado de violencia, de abuso, de violación o de guerra. Otras surgen de la mala educación. Unas pocas vienen de la humillación y el fracaso. Otras son causadas por nuestras propias desventuras. A menos que nos recuperemos de esas heridas, las cicatrices nos estropean para siempre.

Las escrituras clásicas nos urgen a renunciar a nuestras propias lujurias y pecados. Pero las cicatrices que se produjeron sin nuestra culpa también pueden impedirnos el éxito espiritual. Desafortunadamente, muchas veces es más fácil dejar un mal hábito que recuperarse de las incisiones de la violencia de otros. La única forma de hacerlo es mediante el auto cultivo. Los doctores y los sacerdotes sólo pueden hacer un tanto. El verdadero curso de la curación depende solamente de nosotros. Para lograrlo, debemos adquirir muchos métodos, viajar ampliamente, luchar por superar nuestras fobias personales, y tal vez lo más importante de todo, tratar de adquirir la menor cantidad de nuevos problemas que sea posible. A menos que lo hagamos, cada uno de ellos nos impedirá la verdadera comunión con el Tao.

MEDITACIÓN: EL ARTE DE RECORDAR QUIÉN ERES (Osho)


“Una rebelión que es religiosa, que es espiritual, que no surge de las llamas de la violencia sino que nace de la fragancia del amor y la compasión, de la meditación, de estar alerta y consciente, es la única posibilidad de transformar este maravilloso planeta en un paraíso.”



CUENTO

LA IDENTIDAD


Yo venía cansado. Mis botas estaban cubiertas de lodo y las arrastraba como si fueran féretros. La mochila se me encajaba en la espalda, pesada. Había caminado mucho, tanto que lo hacía como un animal que se defiende. Pasó un campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con trabajo me senté a su lado. Calaba frío. Tenía la boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la saliva se me había hecho pastosa. Las ruedas se hundían en la tierra dando vuelta lentamente. Pensé que debía hacer el esfuerzo de girar como las ruedas y empecé a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. Él contestaba por no dejar y seguimos con una gran paciencia, con la misma paciencia de la mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la paciencia del mismo camino, seco y vencido, polvoroso y viejo, hilvanando palabras cerradas como semillas, mientras el aire se enrarecía porque íbamos de subida –casi siempre se va de subida-, hablamos, no sé, del hambre, de la sed, de la montaña, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto, en medio de la tosquedad de nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos atravesó blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos comunicamos cosas inesperadas, cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo de una jornada gris un espacio tierno y verde, como cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era forastero y sólo pronuncié unas cuantas palabras que saqué de mi mochila, pero eran como las suyas y nada más las cambiamos unas por otras. Él se entusiasmó, me miraba a los ojos, y bruscamente los árboles rompieron el silencio. “Sabe, pronto saldrá el agua de las hendiduras”. “No es malo vivir en la altura. Lo malo es bajar al pueblo a echarse un trago porque luego allá andan las viejas calientes. Después es más difícil volver a remontarse, no más acordándose de ellas”… Dijimos que se iba a quitar el frío, que allá lejos estaban los nubarrones empujándolo y que la cosecha podía ser buena. Caían nuestras palabras como gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendíamos.

Llegamos al pueblo donde estaba el único mesón. Cuando bajé de la carreta empezó a buscarse en todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revés, inquieto, ansioso, reteniéndome con los ojos: “¿Qué le regalaré? ¿qué le regalo? Le quiero hacer un regalo…” Buscaba a su alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando el campo. Hurgoneó de nuevo en su vestido de miseria, en su pantalón tieso, jaspeado de mugre, en su saco usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo. Miró hacia arriba, con una mirada circular que quería abarcar el universo entero. El mundo permanecía remoto, lejano, indiferente. Y de pronto todas las arrugas de su rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me sonrieron. Todos los gallos del mundo habían pisoteado su cara, llenándola de patas. Extrajo avergonzado un papelito de no sé dónde, se sentó nuevamente en la carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamudeó:

-Ya sé, le voy a regalar mi nombre.

 Elena Poniatowska


De noche vienes (1979), México D.F., Ediciones Era, 1985, págs. 16-17


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