martes, 4 de abril de 2017

CALEIDOSCOPIO Yilda Conquista (Magazine No. 568)

¿ES POSIBLE DESRANCHIFICARNOS? (I)

“Me sentí aliviado. Como sabía ahora el nombre del
mal que me aquejaba, podría quizás vencerlo más fácilmente.
No era ya un mal disperso e incorpóreo;
había encarnado en una palabra,
tenía cuerpo visible; era, pues,
para mí cosa fácil iniciar la lucha con él.”
Nikos Kazantzakis
Zorba el griego

Qué es ranchificar


La palabra “ranchificar” tiene orígenes populares, no académicos o eruditos. Fue el mismo pueblo venezolano el que comenzó a identificar y dar nombre a ese proceso de por sí informe, variopinto y corrosivo, que casi se ha hecho connatural con nuestro gentilicio.

El término está ligado al “rancho”, la precaria vivienda rural de los campesinos pobres de la Venezuela de antaño que se trocó en prototipo de las improvisadas viviendas urbanas típicas de los barrios marginales.

Según el diccionario digital tuBabel.com, “ranchificar” significa:

“Verbo de origen popular en Venezuela, empleado en términos jocosos, referidos a los ranchos: tipos de viviendas improvisadas construidas en terrenos inestables. El rancho es una clasificación de inmueble que representa pobreza. Una persona ‘ranchificada’ es alguien mediocre, sin proyecciones de vida. De ahí la frase ‘el rancho lo llevas en la cabeza’. Es decir, alguien ‘ranchificado’.”

Una anécdota de Roberto Chacón, cuando pertenecía al grupo de escritores de la revista de ensayos Umbrales, en las postrimerías del siglo XX, fue que estando con Numa Tortolero en uno de los últimos pisos de un alto edificio del centro de Caracas, al ver desde arriba las azoteas de los edificios contiguos, les asombró el descubrir que, desde esa perspectiva, la ciudad urbanizada parecía una zona marginal, pues todas las edificaciones tenían en sus terrazas construcciones tipo rancho, con techos de zinc, paredes de materiales improvisados o de bloques sin frisar, etc.; constructos además, hechos sin la menor consideración con respecto al entorno urbanístico y a la arquitectura del edificio que la soportaba.

Tal fue la impresión, ante esa imagen de la degradación de los ambientes y la multiplicación de lo mal hecho, que se discutió el tema largamente en el comité editorial de la revista, y se decidió que Numa escribiese un texto al respecto, que llevaría por título “La ranchificación”. Ese texto, lamentablemente, nunca fue escrito por razones que no vienen al caso ventilar ahora.


Como escribí en una nota al pie de página de “La importancia de la casa, según Lin Yutang (I)” (publicado en Nei Dan Magazine No. 528), el “rancho” es indudablemente un fenómeno de las clases populares depauperadas venezolanas, pero la “ranchificación”, como “ideología” –como “estilo” nacional- sólo puede provenir de la conversión del “rancho” en una especie de proto-estereotipo colectivo amorfo, como modalidad de ser asumida principalmente por las élites culturales, intelectuales, políticas, económicas y profesionales del país.

La idea de la cultura como algo accesorio, “cosmético” (kitsch), y la confusión de lo público, con lo colectivo –lo que implica un caldo de cultivo de ideologías colectivistas- y con lo popular –lo völkish [populista]*, es lo que ha convertido a la ranchificación en la forma tercermundista típica del quehacer impoético (Heidegger dixit) de nuestra civilización moderna.

El arquitecto Tomás José Sanabria dice al respecto:

“¡El que sufre de Ranchosis, ranchifica! […] Sufren de Ranchosis los que compran su vivienda y al pagar su cuota inicial proceden a modificarla lo más posible, construyen en los retiros (si se trata de una casa) así sea un multimillonario, invadiendo los balcones (en caso de apartamentos) sin importarle en absoluto lo que ello pueda significar para el vecino y como este  sufre de la misma enfermedad no valora el hecho, hace lo propio y así continuamos la ranchificación.” (T. J. Sanabria. “Ranchosis”. El Nacional. 21 de febrero del 2.008).


Recordemos que nuestro tiempo está regido por el imperativo nihilista del Ge-Stellen: la movilización total del ente –incluyendo al hombre- hasta que de éste no queda nada. El carácter impoético de tal imperativo se nos re-vela en dos facetas complementarias: el Ge-Stellen como proliferación de lo mal hecho o deforme, de la multiplicación sin límites del adefesio y el mamotreto**, y el Ge-Stellen como “movilización total”, la política moderna oscurecida por las ominosas nubes de tormenta de los horizontes totalitarios.

En otras palabras, la problemática poiética del hombre está imbricada indisolublemente con las posibilidades políticas de democratización no colectivista, como lo es la de la república en tanto campo privilegiado de convivencialidad (a través del acceso público a lo público), pues, tal como ha dicho Pérez Oramas, la esencia de la marginalización es un fenómeno netamente in-cultural, que restringe el acceso de las personas al discurso público, donde de forma privilegiada tienen resonancia pública los grandes hechos culturales.***

En su escrito “Ranchosis” (16 de febrero del 2.008) Tomás José Sanabria comienza a definir la palabra “ranchificación”:

“He usado reiteradamente el calificativo de ‘ranchificar’ al referirme a la acción, tan común en nuestro medio, de alterar un espacio decente por otro de muy inferior calidad que se ajusta más a nuestras necesidades momentáneas sin tomar en cuenta lo que ello pueda afectar al vecino o al vecindario. Ranchificar no significa construir ranchos ¡no! Es un síntoma enfermizo de actuar frente al ambiente de forma egoísta, sin respetar normas establecidas. Esto ha venido sucediendo sin excepción en nuestros poblados y en todo el ambiente nacional (esté o no construido). Desde el poblado más pequeño hasta la gran Metrópolis Caraqueña. A primeras de cambio luce que es por falta de autoridad pero no es así, más bien es por el virus que los venezolanos llevamos por dentro y que causa una terrible enfermedad a la cual le he dado el nombre de ‘Ranchosis’.” (Cursivas nuestras)

En esta sección “Caleidoscopio” de Nei Dan Magazine hemos publicado varios textos donde buscamos tantear las diversas causas y recurrencias que han hecho posible entre nosotros el síndrome de la “ranchosis”, especialmente en “La importancia de la casa, según Lin Yutang”, así como atisbos de posibles terapias o curas, como en “Embellecimiento de áreas comunes en edificaciones de propiedad horizontal”. Por supuesto, sabemos que la diagnosis del síndrome y la elaboración de las terapias pertinentes, implica una labor de largo aliento, que debe involucrar a un buen número de inteligencias, En especial en el caso aquí tratado, donde más que una enfermedad lo que tenemos es un enfermo, como dicen los homeópatas.

Sin embargo, el hecho de que ya exista una palabra-metáfora con la cual dar nombre al síndrome representa un gran paso adelante. En la novela Zorba el griego, de Kazantzakis leemos:

“A cada galería [Zorba] le había dado nombre y en cada una de las vetas dábales rostros a las fuerzas ocultas, de modo que ya no podían disimularse ante él. –Si yo sé que ésta –decía– es la galería Canavaro (así tenía bautizada a la primera que abriéramos), ¿qué demonios podría hacerme? La conozco por su nombre; no puede tener la audacia de engañarme.”

El escrito ya señalado de T. J. Sanabria termina con estas palabras de Simón Bolívar: “… un mal que no se conoce no se puede jamás curar”. Y conocer comienza por re-conocer, identificar, nombrar.

En las palabras de Zorba citadas está implícita la noción de que los entes y las fuerzas invisibles ajenas al hombre, pueden encontrar un lugar dentro del cosmos o mundo humano gracias a su expresión en el lenguaje. El paso de lo sin forma, y por tanto incognoscible, a lo formado, y por tanto cognoscible, se hace a través de la palabra, de ahí el bíblico “al principio fue el Verbo”.

Bajo el pensamiento heideggeriano de que la esencia del habitar humano es poética, podemos entender que ese “discurso público” del que nos habla Pérez Oramas, tiene que hundir sus raíces, por necesidad, en la poiesis (el hacer surgir el ser del no-ser, el cosmos del caos), y en el poeta como aquel que nombra lo sagrado. Sólo así los “grandes hechos culturales” pueden tener resonancia, sentido profundo, en alma de una nación histórica.

El lenguaje no es un simple medio para comunicarnos, ni las palabras meras etiquetas de las cosas. El lenguaje es el lugar privilegiado donde el Ser se expresa, de-velándose en las palabras. La poesía nos recuerda esta función primigenia del lenguaje. Gracias a la poesía el Ser del ente (cosa) se “aviene a lo permanente de su aparecer”, siendo lo que llamamos belleza esa re-velación del Ser del ente (Alethiea: des-ocultamiento en el ocultarse).

Ese “discurso” público, entonces, no debe ser tomado simplemente como un conjunto de enunciados donde se expresa de modo ordenado el tema al que hacemos referencia. Ni tampoco en el sentido de la teoría crítica:

“En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.” (M. Foucault. El orden del discurso).

Si existe esa relación, establecida por Pérez Oramas, entre el discurso público –que fundamentalmente versa sobre lo que es de todos pero de nadie en particular-, y “los grandes hechos culturales”, esa idea de discurso debe tener por fundamento un pensar poetizante, donde los poetas donan el sentido nombrando lo sagrado, el cual es recibido por los guardianes, los portadores del sentido que se cristalizan en la existencia histórica de un pueblo (comunidad), donde el habitar la tierra es solidario con un hablar-para-otros.

La historia auténtica, en sentido heideggeriano, es interna, existenciaria. La historia común no tendría sentido para una comunidad determinada si los poetas (los artistas) no hubiesen donado el horizonte de sentido donde es posible interpretar el mundo y sus acontecimientos.

"EI arte permite surgir a la verdad. En tanto guardianía creadora el arte hace brotar a la verdad del ente en la obra. La palabra origen mienta el hacer brotar algo, el traerlo hacia el ser en el salto fundador desde la fuente esencial.[...] Esto es así, porque el arte es en su esencia un origen: una manera excepcional como la verdad llega a ser, esto es, como deviene histórica”. (Martín Heidegger. El origen de la obra de arte).

Entonces, “ranchificar”, desde el punto de vista de una historia interior, es una patología del alma vernácula propia de los tiempos de su eclipse. Este síndrome refiere la degradación constante de los espacios interiores, los espacios del alma, bajo imperativos que se justifican en la sobrevivencia. Si el arte permite surgir la verdad, la ranchosis da licencia a la mentira. Si la belleza es la re-velación del Ser del ente, la ranchificación trata sobre la degradación y descuido permanente de los entes, la abdicación voluntaria de nuestra guardianía.

De ahí que no nos importe que esa degradación afecte negativamente nuestra convivencialidad, corroyendo los cimientos de la comunidad, y maltratando su hábitat y su paisaje. Se trata de un perseverar colectivo en las formas inauténticas del vivir, dando la espalda a nuestro destino común.

Un poeta anónimo escribió un graffiti en las paredes de la antigua Alejandría:

“Cuando tengas dos denarios,
                                                gástate uno en pan
                                                y el otro en Jacintos,
                             para alegrar tu alma.

Este poeta tenía la sabiduría hoy perdida de la mesura: “nada en exceso” como decía una inscripción del Templo de Delfos. En sus versos trata de equilibrar, de establecer una armonía, entre el mundo de la necesidad y el orbe del alma. Nuestro tiempo de titanes no conoce los límites, y, como nos recuerda Camus, gusta de elegir los extremos. Elegimos o el materialismo más vulgar, ese que hizo decir a Marx que él no era marxista, o una busca espiritual fanática o meramente abstraída del mundo.

Los venezolanos parece que sólo hubiésemos recibido los dos primeros versos de ese antiguo graffiti, y, además, de una manera inquietantemente diferente, “gástate uno en pan y el otro malbarátalo”.

Según una etimología falsa de Hesíodo, “titán” significa “el que abusa”. La ranchificación es parte de ese endógeno abusar de nosotros mismos y de los demás, y así, vivir pasando trabajo, como escribió Rómulo Gallegos en las palabras finales del guión de Doña Bárbara, la película mejicana protagonizada por María Félix.

Si “marginales somos todos”, lo somos no con la significación tendencioso del slogan político, sino en el sentido de hacer connivencia con la oclusión de los espacios y discursos públicos, justificando conductas sociales desalmadas y canallescas, convirtiéndonos en portadores y guardianes no del sentido, sino del caos y la malevolencia, de lo impoético en todos sus aspectos: la ranchificación como bajeza de alma y como proliferación de lo mal hecho y del malhechor.

Si como han afirmado varios de nuestros escritores y pensadores, el venezolano pospone lo poiético debido a la necesidad de sobrevivir, debemos recordar las palabras de Elías Canetti al comenzar su exposición sobre la sobrevivencia en su obra cumbre Masa y poder: “El momento de sobrevivir es el momento del poder”. ¿Es extraño, entonces, que en estos tiempos en que los ciudadanos de Venezuela pasan más necesidad y ven amenazada su sobrevivencia inmediata por el hambre y la delincuencia, el gobierno nacional lance una triunfal exposición llamada “La Venezuela Potencia”?

Ese círculo vicioso de la degradación que pasa por la ideología ranchificadora de las élites gobernantes y la marginalización generalizada, inmersa en el mundo de la supervivencia, ha llegado a su cenit histórico con el chavismo. Pero para ser justos, comenzó indudablemente en el siglo XIX, y se entronizó en nuestro acervo identitario con la “cultura adeca” de la llamada Cuarta República.

Como ya observó el gran poeta Rafael Cadenas en su libro En torno al lenguaje, la degradación del lenguaje implica la corrupción y descomposición de toda la cultura. Ahí podemos encontrar el germen infeccioso del que surge toda ranchosis. Si en tiempos de la Cuarta República –época en que fue publicado el libro-, la situación de la lengua en Venezuela era preocupante, en estos momentos la situación es realmente alarmante, dado que se convirtió en política oficial la apología del insulto, la jerga hamponil idealizada como “lenguaje popular”, y sobre todo, una especie de neolengua, al estilo de la novela 1984 de Orwell, cuyo fin último es que ya no se pueda pensar fuera de los términos que la clase gobernante ha establecido. En esta neolengua chavista, lo público sólo puede ser pensado en términos colectivistas y völkish.****
Yilda Conquista y Roberto Chacón

(Continuará…)

Notas:
*La solidaridad entre lo völkish y lo kitsch, como en el chavismo (Revolución Bovesiana), es de tal magnitud, que uno muy bien podría crear el neologismo völkitsch.

**Está multiplicación sin límites de lo deforme, es el motivo de que pueda llamarse a nuestra época titánica: sin límites y sin forma. Es también la razón de que el hombre de hoy pueble la tierra pero no la habite (consecuencia inevitable del dominio de lo impoético), pues la esencia del habitar humano es poética. Nuestra globalización contemporánea puede ser entendida, entonces, como un proceso de des-habitar la Tierra. De ahí que la misma Tierra pueda ser “terraformada” por aquellos que la pueblan pero no la habitan.

***“Embellecimiento de áreas comunes en edificaciones de propiedad horizontal” (I). Nei Dan Magazine No. 560. Tomado de La república baldía,de Luis Pérez Oramas.

****Al respecto ver: La neolengua del poder en Venezuela. Dominación política y destrucción de la democracia. Antonio Canova González, Carlos Leáñez Aristimuño, Giusseppe Graterol Stefanelli, Luis A. Herrera Orellana y Marjuli Matheus Hidalgo. Editorial Galipán. Caracas, 2015.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario