LA
PAZ SEA CONTIGO (VII)
“Si
no tenemos paz dentro de nosotros,
de
nada sirve buscarla fuera.”
François de la
Rochefoucauld
“La paz comienza con una sonrisa”
Madre
Teresa de Calcuta
“El suicidio más
largo de la historia”, eso se ha dicho de la muerte de Bill Evans. Escribe su
biógrafo Pettinger, que “quienes acudían a sus conciertos eran conscientes de
que cualquier noche podía ser la última”. El alcohol y, sobre todo, la heroína,
terminarán con su vida el 15 de septiembre de 1980. Éstas fueron las armas. El
motivo…: la vida y su sino trágico. Un año antes, su entrañable hermano y
supervisor musical, Harry, recibió un diagnóstico terrible: era esquizofrénico. Se
internó en una clínica de la que salió sólo para suicidarse. Con anterioridad,
la esposa de Bill, Ellaine, se había lanzado a los rieles del tren cuando éste
la dejó por Nenette Zazzara. Está, a su vez, lo abandonó en 1978, al saber que
el jazzista había vuelto a la heroína. No olvidemos el terrible golpe que para
Evans significó la muerte del bajista Scott La Faro.
Nuestra cultura cristiana/moderna
ha condenado y trivializado a la vez al suicidio. Albert Camus, conectado con
los antiguos como ninguno, dijo: “No hay sino un
problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio.” Devolviéndole toda
su dignidad y profundidad a tan viejo cuestión.
Hay artistas en los cuales el trabajo que realiza la muerte sobre ellos se
nos muestra como una exquisita danza. De ese tango bailado al filo de la navaja
el artista afina sus dones y nos entrega sus más maravillosos regalos. Pero un
día la muerte da el paso conclusivo y la exquisita danza finaliza. Pensemos en París era una fiesta, un libro cuya lectura
nos entrega de inmediato la más vivaz y sensual alegría de vivir; obra que
Hemingway escribió poco antes de suicidarse, atormentado por la depresión. Para
Evans se trató de un vals, un largo vals con el Señor de las Tinieblas. Su
primer éxito fue Waltz for Debby (1956),
su último álbum: “The
Last Waltz: The Final Recordings” (1980).
Bill Evans: “The Last Waltz: The Final
Recordings” (Agosto 31 de 1980 / Milestone Records)
Gilles Deleuze afirma que los pensadores y los escritores tienen mala
salud (física y mental) –con sus excepciones, por supuesto- porque están
demasiado expuestos a la vida, andan en medio de la corriente más tortuosa y
violenta del torrente del vivir. Especialmente los poetas de nuestro tiempo
sufren en una proporción importante una verdadera epidemia de enfermedades
mentales, o sucumben ante vicios desmedidos, lastrados por tragedias personales
y colectivas. “Cada
uno arriesgaba algo, ha ido lo más lejos posible en este riesgo, y extrae de ahí
un derecho imprescriptible”, escribe Deleuze en su libro Lógica del sentido, hablando de Artaud, Fitzgerald, Nietzsche,
Lowry y Bousquet.
El artista y el pensador bajan al Hades a través de sus propias heridas.
Lo que entregan a los demás, los tesoros robados al dios del inframundo, tiene
como posibilidad única el hecho de que tales heridas nunca sanen, de que nunca
cierren. Puede que las heridas mejoren, o puede que se conviertan en una
rasgadura tal que se termina tragado y regurgitado por los mil demonios del
Averno.
SANACIÓN
No soy un mecanismo,
no soy un conjunto de partes
diversas,
ni estoy enfermo porque el
mecanismo
funcione mal.
Estoy enfermo de heridas del alma,
hasta el yo emocional profundo.
Las heridas del alma duran mucho,
mucho tiempo,
sólo el tiempo las puede curar,
y la paciencia, y cierto difícil
arrepentimiento,
largo y difícil arrepentimiento,
y la comprensión del error de la
vida,
y la liberación de la eterna
repetición
del error que la humanidad
ha decidido santificar.
D. H. Lawrence
Al escribir estas últimas líneas, recuerdo el verso de Emily Dickinson:
“La paz se revela por las batallas”. En el Bhavagad Gita, el gran guerrero Aryuna (o Arjuna), cavila sobre la
batalla que se aproxima: el inicio del mitológico enfrentamiento de Kuruksheta,
donde medirán fuerzas los clanes reales emparentados de los Pándavas y el de
los Kauravas. Aryuna, príncipe Pándava, tiene dudas sobre la confrontación que
se avecina y su papel en ésta. Sus contrincantes son parientes, amigos y
maestros muy queridos. Pide consejo a su auriga, quien resulta ser nada menos
que el dios Krishna.
El
dios le dice que tiene que cumplir su deber de príncipe y guerrero, que le es
imposible rehuir su destino. Pero también le enseña la vía de la liberación (moksha) a través del nishkam karma yoga, el Yoga de la acción
desinteresada, sin apegos, es decir, sin karma (no condicionada por los frutos
de la acción). Sólo a través del nishkam
karma, Aryuna estará en paz consigo mismo, y podrá entrar a la batalla en
ciernes develándola en lo que verdaderamente es: un juego divino, Maya.
GRODECK
Hacia la noche,
los bosques otoñales resuenan
con armas
mortales
Sobre las doradas
llanuras, los azules lagos
el más obscuro
sol, gira.
La noche
envuelve guerreros moribundos y
al salvaje
lamento de sus fragmentadas bocas.
Quieta en el
espesor de los sauces
–Nube roja
habitada por un dios iracundo–
la sangre es
vertida en el frío de la luna.
Todos los
caminos desembocan en negra podredumbre.
Sobre las ramas
de oro de la noche y las estrellas
ondea la sombra
de la hermana por el mudo bosque.
Para saludar los
espíritus de los héroes, las cabezas de sangre.
Y suavemente
entre los rojos otoñales suenan oscuras flautas.
¡Oh, más
soberbio duelo! Tus altares de bronce
la llama
ardiente del espíritu nutre ahora un tremendo dolor:
…los nietos
nonatos.
Georg Trakl
“La paz se revela por las batallas”.
En el arte del Tai Chi Chuan, cada practicante sincero es Aryuna,
intentando aprender y poner en práctica el arte mistérico de la acción virtuosa
(excelencia [areté] / potencia-eficacia
[té/dé]) sin apego, espontánea y plena de atención. En tanto el combate
Tai Chi es hacer Tao (Dao) con el contrincante, la misma naturaleza aparente de
dicha confrontación la devela como una ilusión (en el sentido de juego divino),
que no hay nadie luchando. Sólo así
se entiende que el Tai Chi sea un arte marcial que cultiva la serenidad. Desde
el punto de vista del pensamiento hinduista, el tipo de acción que induce la
práctica del Tai Chi es denominada Sattva
(acción pura), la acción que se traduce en calma.
En el Chi Kung (Qigong) de origen taoísta, una de las practicas más
sanadoras lo constituye la de la “Sonrisa Interior”. Esta práctica es como una
gran caricia del alma para el cuerpo, estableciéndose una relación activa y
amorosa entre ambos polos de lo que somos. Es una forma de agradecer a nuestros
órganos por sus funciones, y, al liberarlos de tensiones, se alegra todo
nuestro ser. La sonrisa es una poderosa forma de transmutar nuestra energía positivamente
y enriquecer nuestro ánimo. “Lo que el sol es para las flores, la sonrisa es
para la humanidad”, escribió el ensayista inglés Joseph Addison.
El amor empieza por casa, digámoslo así. Como observa Osho, el amor a
otros sin amarse a uno mismo es una invención del Ego para complacer(se). En el
amor hacia uno mismo no hay Ego, de manera que todo en uno importa, en el
cuerpo tanto como en el psiquismo. Así como es en el amor, también es en la
paz.
Don
Sebesky: Peace Piece. Álbum: “I
Remember Bill (A Tribute to Bill Evans)”.
Quería que
hubiese una especie de paralelismo entre la escritura de esta serie de textos
sobre la paz, y mi desentrañar los misterios interpretativos de Peace Piece. Sin embargo, esto a final
de cuentas resultó imposible. La pieza parece fácil de interpretar, pero esa
sencillez esconde dificultades que sólo la práctica constante y el tiempo
pueden resolver. Lo que consideramos una segunda parte de la composición de
Evans, esa donde aumentan las disonancias en las notas de la mano derecha y los
cambios sutiles del patrón de la mano izquierda, es realmente difícil, pero no
por las notas alteradas que se alejan del modo base, sino por la velocidad y el
registro en el cual tienen que ser ejecutadas. Al estudiar esa parte observo
que Evans usa escalas y arpegios enmarcados dentro de los dos modos de la
escala de seis tonos (una segunda mayor entre cada nota), pero los termina en
secuencias cromáticas. Debido al registro sobreagudo donde se realiza la mayor
parte de ese material melódico, crean una atmósfera que sólo puedo describir
como de “otredad amigable”: cantos de Aves del Paraíso Perdido, polvo de
estrellas de otros universos que se derraman sobre nosotros, voces que nos interpelan
ininteligiblemente, sonidos-metales y sonidos-colores… Brota en medio de esa “otredad
celeste”, un arpegio de sol jónico séptima mayor que esparce su magia
centelleante desde el registro medio al alto. Todavía mis dedos no son lo
suficientemente sabios como para rendir el adecuado homenaje interpretativo a
tales maravillas.
Un amigo
dice que la puerta a la felicidad se abre en Bye Bye Blackbird, interpretada por el quinteto de Miles Davis y
John Coltrane (álbum: “Round About Midnight” / 1957 / Columbia Records), entre
el minuto y 10 segundos, y el minuto y treinta y cinco segundos, tiempo en el
que comienza el solo de trompeta de Miles Davis. En Peace Piece hay muchas puertas a la bienaventuranza, como el pasaje
de quintas y cuartas que va desde el compas 32 al 35 (2’:40’’ a 2’:56’’) o los nueve
compases que van desde el número 68 hasta el final, música exquisita y sutil que
hubiese provocado la envidia del mismísimo Debussy.
Miles
Davis: Bye Bye Blackbird
Se
describe a Peace Piece como una improvisación
pastoral, de carácter meditativo, introvertido, y de atmósfera reverente, pura “gracia
divina” (en el sentido que le da Osho). Pero quizá, lo más interesante que se dice
sobre la pieza es que es, sobre todo, más un estado de ánimo que una composición musical.
THE PEACEFUL SHEPHERD
If
heaven were to do again,
And
on the pasture bars,
I
leaned to line the figures in
Between
the dotted starts,
I
should be tempted to forget,
I
fear, the Crown of Rule,
The
Scales of Trade, the Cross of Faith,
As
hardly worth renewal.
For
these have governed in our lives,
And
see how men have warred.
The
Cross, the Crown, the Scales may all
As well have been the Sword.
As well have been the Sword.
Robert
Frost
(EL PASTOR PACÍFICO
Si el
cielo volviera a hacer,
Y en los
pastizales,
Me
incliné para alinear las figuras en
Entre los
comienzos punteados,
Debería
sentir la tentación de olvidar
Me temo,
la corona de la regla,
Las escalas
del comercio, la cruz de la fe,
Como
apenas vale la pena renovarlo.
Porque
estos han gobernado en nuestras vidas,
Y mira
cómo los hombres han luchado.
La cruz,
la corona, las escamas pueden todos
También
ha sido la espada.
Robert
Frost)
https://www.youtube.com/watch?v=oZPr0vV1pMU&feature=emb_err_watch_on_yt
Roy Eaton performs Bill Evans Peace Piece.
Roy Eaton performs Bill Evans Peace Piece.
Álbum:
“I Play for Peace”. Roy Eaton, piano.
“La paz se revela por las batallas”.
Si
seguimos al verso de Dickinson, la paz no tendría sentido si no estuviera en
relación íntima y necesaria con el espíritu agonal. De ser así, el Tai Chi
Chuan y el Aikido, como Artes Marciales de Paz, serían disciplinas absurdas,
como lo es un oxímoron con pretensiones de koan.
Los antiguos griegos sabían muy bien esto, pues la paz era sagrada: las grandes
fiestas sacras panhelénicas, como las Olimpíadas o los Juegos Píticos (Oráculo
de Delfos) imponían un período de paz, la “tregua sagrada”, que todos los
griegos tenían que respetar. Pero el espíritu agonal era divino, lo que hace
decir a Nietzsche que el griego antiguo luchaba como si todas las deidades del
Olimpo estuvieran de su lado, porque el combate es la ley severa que rige en
Diké (justicia divina), de modo que toda su cosmodicea se fundamenta en lo
agonal:
“Las cosas mismas, que la inteligencia limitada del hombre y del animal cree sólidas y constantes, no tienen una existencia real, no son más que el fulgor y la chispa de las espadas desenvainadas, son el resplandor de la victoria en la lucha de las cualidades opuestas.”
Según
Heidegger, nuestra misma existencia en tanto Dasein (“ser-ahí”), tiene por condición de posibilidad la lucha
entre el “mundo” y la “tierra”. “Mundo” hace referencia a la madeja de usos y
significaciones en la cual se encuentra sumergida una colectividad humana
histórica. En tanto Dasein, el hombre
es eyectado –arrojado- a un “mundo”. La “tierra” no es el planeta, ni el suelo
continental ni un hábitat universalizado; es un “país”, una localidad con
determinadas características, sobre la que se erige y sostiene un “mundo”
histórico determinado.
En la
obra de arte acaece la verdad. La verdad acontece como oscilación constante
entre visibilidad y ocultamiento. La obra revela “la verdad del ser”: es
apertura y ocultamiento en un mismo movimiento. En esa “apertura” que se muestra
en la obra de arte, ésta pone al descubierto un mundo, haciéndolo surgir a través de la red de relaciones que urde
a su alrededor y a partir de sí misma.
La obra
de arte también elabora, hace emerger, a la tierra.
La obra se caracteriza en que, a través de sus materiales constitutivos, nos los
ofrece y los oculta a la vez. Si el mundo
es afín a la apertura, la tierra lo
es al ocultamiento, a la reserva de las relaciones y significaciones. El mundo es el horizonte histórico interpretativo
que instaura la obra de arte, horizonte que siempre encuentra resistencia en la
tierra, cuyo repliegue sobre sí impone
límites al interpretar mundano.
Entonces,
toda obra de arte pone de manifiesto la “contienda” entre mundo y tierra. Contienda
que es análoga a las relaciones complementarias entre el Yin y el Yang en el
pensamiento chino, puesto que el mundo
reposa sobre la tierra, y ésta lo
sostiene retirándose en el combate que soporta con el mundo.
Heidegger es el maestro pensador
de los estados de ánimo (temple anímico). En un hermoso texto del filósofo
venezolano Numa Tortolero, “La noción de Stimmung
de Heidegger: un pitagorismo sin matemática”, (1) se desarrolla la idea de que
los estados de ánimo, que para Heidegger son existenciarios –estructuras y estados que son inherentes a nuestro Dasein-, pueden ser entendidos como
“estados musicales”, al sumarle la noción pitagórica sobre los afectos y la
armonía. La palabra alemana Stimmung
nos recuerda esta convergencia de nociones, pues significa “estado de ánimo” y
también “afinación”.
“He estado indagando en torno a estos acercamientos a la música en los que sonidos y escalas particulares son utilizadas intencionalmente para producir ciertos significados emocionales [como las ragas]... Me gustaría darles a las personas algo como la felicidad. Me gustaría descubrir un método que me permitiera hacer llover en ese momento, si así lo quisiera. Si uno de mis amigos está enfermo, me gustaría tocar cierta canción para que se curara; cuando no tuviera dinero, llevaría una canción diferente e inmediatamente recibiría el dinero que necesita. Pero cuáles son estas piezas y cuál es el camino que uno debe recorrer para lograr su conocimiento, eso no lo sé. Los verdaderos poderes de la música son todavía desconocidos.”
John Coltrane
Para los griegos, musiké como arte, reunía a la música, la
danza y la poesía. En tanto tal, como poiesis,
involucraba no sólo aspectos técnicos sino también “la locura divina”: la inspiración
sagrada, el entusiasmo, el arrebato, el rapto mediúmnico.
Para suscitar la poiesis, los artistas siempre establecen
un diálogo, precario e inconcluso, con lo sagrado (lo ignoto, misterioso,
desconocido, lo Otro). A veces ese diálogo se entiende como un mero balbuceo,
un entrever, un vislumbrar el sentido (la donación sagrada). Entonces se crean
signos, trazos, gestos, que se toman por cifras de lo apenas rozado, símbolos a
descifrar o que nos descifran… Dédalos del sentido y el sin sentido. Ese caos
está en cada uno de nosotros, pero sólo el artista lo quiere convertir en una
“estrella danzarina” (Nietzsche).
Lo sagrado (la Otredad abismal) es
un ámbito que se abre primeramente en nuestra interioridad. Es lo misterioso
que nos sostiene, y que realmente somos. Tanto más misteriosos y desconocidos
porque no hay espejo alguno que refleje apenas una imagen borrosa y fugaz que
ilumine el abismo que somos, cual relámpago entre desfiladeros. El artista
establece ese diálogo mudo horadando sobre sí mismo, sobre su piel, carne, alma
y espíritu. Esculpiendo sobre sus huesos y pintando con su sangre, danzando
frenéticamente y gritando por el dolor que produce el éxtasis, el rapto divino.
Su abrirse al cielo y al prójimo es un despellejamiento, el exponerse en carne
viva y alma viva. Y es sobre eso sobre expuesto, donde se marca la huella sacra
como hecha con un hierro candente. Ese es el trazo de sentido que da certeza,
temple y autenticidad a su testimonio. El artista es un rastro de sentido
perdido y siempre recobrado, la huella palpitante de lo ignoto. “El poeta
nombra lo sagrado” (Heidegger).
Stephen
Anderson: “Remenbering the rain: the music of Bill Evans” (Art of live records
/ 2006).
Paradojalmente,
es el ámbito de lo sagrado donde todo cobra sentido. Eso puede ser entendido
como paz. Entonces, siguiendo a
Heidegger y a Dickinson, estar en paz no es evitar la conflictividad inherente
al mundo. La paz sólo cobra sentido pleno con respecto al habitar. La paz es parte del cuidado inherente al habitar. Cuidar
significa que algo o alguien déjase ser en lo que es en elevada propiedad, en excelencia. En la poiesis de la obra de arte, el artista entrega un arquetipo del
cuidado, al develar a través de lo excelente la verdad del ser en la obra.
“Poéticamente habita el hombre…” (Hörderlin).
Dice Tortolero en su ensayo, que
lo más cercano que podemos encontrar en Heidegger a la armonía pitagórica es el
término serenidad (Gelassenheit): “Tal vez la esencia del
pensar que aún buscamos está inserta en la serenidad” (Heidegger). La
“serenidad” heideggeriana implica armonía y equilibrio entre el afirmar la
técnica inherente al mundo moderno, y negarla. Implica otras perspectivas
distintas al “im-poner” (Ge-Stellen)
propio del mundo técnico, del “nihilismo consumado”.
Esa noción de serenidad heideggeriana, abre las
posibilidades para lo pacífico (Wolfgang
Sützl) entendido en términos postmetafísicos (postmorales y postestéticos).
Como hemos apuntado anteriormente, la paz no puede ser un producto de la
violencia (la victoria, la eliminación o asimilación de los contrarios), ni ser
un eidos (idea platónica), que
siempre tenga por no-lugar un origen perdido (el paraíso religioso o
“paleolítico”) o un futuro por construir (los paraísos marxistas o
tecnológicos). Esto último refleja la tendencia de querer salir del nihilismo
actual buscando reconstruir mundos perdidos (aunque se pongan como objetivos
del progreso). Pero, además, esos “paraísos”, por unánimes y unidimensionales, implican
violencia y guerra sin límites en pro de su obtención. Nietzsche dice sobre la
moral y el tipo de paz que ésta posibilita:
“[…] hasta ahora la moral nunca fue un problema... […], más bien fue, precisamente, aquello en donde luego de toda desconfianza, discordia, contradicción, se llegaba a un acuerdo entre todos, el sagrado lugar de la paz, donde los pensadores descansaban de sí mismos.”
Lo pacífico debe pensarse como acontecimiento, como habilidad para
habitar en un mundo inseguro, de “convivir” con éste de forma pacífica, tener
la serenidad de aceptar la técnica y
poder así vivirla de un modo no técnico. La paz ya no es única ni universal ni
perfecta, ni debe ser estable (eternizable) ni total (“muerte de Dios” significa
la imposibilidad de cualquier totalidad), tiene que ser pensada en términos de
pluralidad, localidad, adaptabilidad y evolución temporal.
En el arte, la paz ya no puede
representar estados edénicos ni jornadas heroicas de movimientos políticos
mesiánicos. Lo pacífico está en el aquí y ahora, en la variopinta, mezclada y
contaminada actualidad. La verdad de la obra de arte es el mostrar la
oscilación del ser entre visibilidad y ocultamiento, de modo que ésta siempre
produce identificación y extrañamiento. Esa oscilación es un juego (Maya) como la obra misma.
En Peace Piece Evans “jugó” al piano, en el sentido de que improvisó,
y, también, en que “interpretó” (play)
el instrumento. De ninguna manera intentó el jazzista apropiarse de la “paz”,
ni definirla, ni representarla. Su pieza es más bien una invitación para que
cada cual encuentre el estado de ánimo propicio para el juego de la serenidad,
el estado interior pacífico. Esto
constituye un verdadero chance a la paz, una ocasión y una posibilidad.
John
Lennon and Plastic Ono Band: Give a Peace
Chance
Si los
estados de ánimo son musicales (poiéticos),
Peace Piece es la composición que
pone en evidencia esto, puesto que siendo una pieza musical, se nos ofrece como
un estado anímico. En ese temple de ánimo pacífico, se entabla una conversación
entre el sympathos y el
extrañamiento, convocándolos al cuidado en el habitar, aún experimentándolo trágicamente, desde el desarraigo.
Los
Estados, los políticos, los movimientos partidistas, las variadas militancias,
todos se quieren apropiar de la «PAZ», identificarse con ésta, definirla en sus
términos. Paz que se quiere alcanzar o proteger mostrando los filosos dientes
de los artefactos bélicos o a través de las retóricas del odio, vanamente
camufladas, muchas veces, bajo el lenguaje “políticamente correcto”. Peace Piece, al contrario, nos ofrece un
ámbito pacífico, amable y festivo, donde todos estamos invitados, incluso Eris (Discordia). El sentido se presenta
ahí, donde hay convergencia y festejo.
La “paz”
que todos los discursos del poder-dominio y de las múltiples moralinas que
campean en los desiertos nihilistas ventean como bien colectivo, por excluir a
Eris, siempre reciben su correspondiente “manzana de la discordia”. Ahí, en la
discordia, la armonía del ánimo es expuesta riesgosamente a los avatares de la
guerra y la venganza. Recordemos que Dis
es la deidad romana del inframundo, de modo que podemos decir, que “dis-cordia”
puede entenderse como el corazón y el “acorde” (armonía / concordia) en su
tránsito por el Hades, por el reino de los muertos.
En la
fiesta de la paz no puede excluirse ni a Eris ni a Hades ni al diablo. El que
comprende a fondo el fenómeno humano sabe que bien y mal están entrañablemente
unidos y tienen fronteras borrosas y permeables. En el Fausto de Goethe leemos, ante la pregunta que inquiere sobre la
identidad de Mefistófeles:
“-Una
parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el
bien”.
En el
Prólogo de José María Guelbenzu a El
maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, aparece el siguiente texto:
“El diablo representa aquí [en la novela de Bulgákov] algo más que la malicia y la sátira, es la representación de lo imprevisto, de lo no planificable, del poder del misterio en la vida de los seres humanos y, probablemente, de la fuerza de la imaginación.”
Pax tragicae, paz trágica. Aquella que vivimos al momento porque sabemos que no
existió nunca una paz edénica, ni existirá en el futuro, al menos que nos
refiramos a la paz de los sepulcros. “La paz se revela por las
batallas”. Tragedia también significa contemplarse y templarse en lo infernal.
“Alma serena, como la calma de los mares” escribe el trágico Esquilo,
describiendo la entrada de la bella Helena en Troya, preludio de una guerra de
diez años y de una leyenda que resuena a través de los siglos.
Transfigurar
el sufrimiento en virtud. Esa es la esencia del pathos y pensamiento trágicos. El consuelo tiene la mala
consciencia de intentar librarse del sufrimiento depreciándolo a través de la
minusvalía del sufriente mismo, banalizando su destino (su “camino”). Como
alguien dijo, la bondad es la más egoísta de las virtudes, pues la más de las
veces no es otra cosa que una cómoda indulgencia, una proyección de la lástima
por uno mismo, de auto indulgencia, es decir, de la ceguera ante lo sacro. En
cambio, la tragedia es un logro verdaderamente formativo, la esencia de la paideia, al forjar el ánimo a través del
sufrimiento inherente a la condición mortal, revelando su carácter de don
divino.
The Peace Piece. Bob
Cruise. Álbum “Jazzhouse Vol. 1” (Oh Yes Records / 2016)
Nietzsche escribe: “alimento una
gran tolerancia, es decir, me hago generosamente violencia a mí mismo”. El Tai
Chi Chuan, según el maestro Tew Bunnag, es un “lenguaje” (poiético) que permite realizar la alquimia de la violencia. Nuestro
cuerpo y psiquismo tienden a guardar (como imitando las prácticas acumulativas
del capital) los excesos de ira, la rabia contenida, convirtiéndolas en
resentimiento y odio, los cuales finalmente causan enfermedad. El Tai Chi
devuelve esa rabia a la acción, y más allá aún, la codifica y transfigura en un
elegante lenguaje de movimientos y transformaciones de energía. Al practicar
este arte marcial, el cuerpo psico-físico se relaja integralmente, se desanuda, haciéndose más fluido en sus
desplazamientos, y a la vez, más aplomado en su estar. El Tai Chi, el arte de
la “generosa violencia”.
(Continuará…)
Notas:
Roberto
Chacón
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