miércoles, 18 de marzo de 2020

TAI CHI SOUL Roberto Chacón (Magazine No. 614)


LA PAZ SEA CONTIGO (VII)

“Si no tenemos paz dentro de nosotros,
de nada sirve buscarla fuera.”
François de la Rochefoucauld

“La paz comienza con una sonrisa”
Madre Teresa de Calcuta

“El suicidio más largo de la historia”, eso se ha dicho de la muerte de Bill Evans. Escribe su biógrafo Pettinger, que “quienes acudían a sus conciertos eran conscientes de que cualquier noche podía ser la última”. El alcohol y, sobre todo, la heroína, terminarán con su vida el 15 de septiembre de 1980. Éstas fueron las armas. El motivo…: la vida y su sino trágico. Un año antes, su entrañable hermano y supervisor musical, Harry, recibió un diagnóstico terrible: era esquizofrénico. Se internó en una clínica de la que salió sólo para suicidarse. Con anterioridad, la esposa de Bill, Ellaine, se había lanzado a los rieles del tren cuando éste la dejó por Nenette Zazzara. Está, a su vez, lo abandonó en 1978, al saber que el jazzista había vuelto a la heroína. No olvidemos el terrible golpe que para Evans significó la muerte del bajista Scott La Faro.

Nuestra cultura cristiana/moderna ha condenado y trivializado a la vez al suicidio. Albert Camus, conectado con los antiguos como ninguno, dijo: “No hay sino un problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio.” Devolviéndole toda su dignidad y profundidad a tan viejo cuestión.

Hay artistas en los cuales el trabajo que realiza la muerte sobre ellos se nos muestra como una exquisita danza. De ese tango bailado al filo de la navaja el artista afina sus dones y nos entrega sus más maravillosos regalos. Pero un día la muerte da el paso conclusivo y la exquisita danza finaliza. Pensemos en París era una fiesta, un libro cuya lectura nos entrega de inmediato la más vivaz y sensual alegría de vivir; obra que Hemingway escribió poco antes de suicidarse, atormentado por la depresión. Para Evans se trató de un vals, un largo vals con el Señor de las Tinieblas. Su primer éxito fue Waltz for Debby (1956), su último álbum: “The Last Waltz: The Final Recordings” (1980).

Bill Evans: “The Last Waltz: The Final Recordings” (Agosto 31 de 1980 / Milestone Records)

Gilles Deleuze afirma que los pensadores y los escritores tienen mala salud (física y mental) –con sus excepciones, por supuesto- porque están demasiado expuestos a la vida, andan en medio de la corriente más tortuosa y violenta del torrente del vivir. Especialmente los poetas de nuestro tiempo sufren en una proporción importante una verdadera epidemia de enfermedades mentales, o sucumben ante vicios desmedidos, lastrados por tragedias personales y colectivas. “Cada uno arriesgaba algo, ha ido lo más lejos posible en este riesgo, y extrae de ahí un derecho imprescriptible”, escribe Deleuze en su libro Lógica del sentido, hablando de Artaud, Fitzgerald, Nietzsche, Lowry y Bousquet.

El artista y el pensador bajan al Hades a través de sus propias heridas. Lo que entregan a los demás, los tesoros robados al dios del inframundo, tiene como posibilidad única el hecho de que tales heridas nunca sanen, de que nunca cierren. Puede que las heridas mejoren, o puede que se conviertan en una rasgadura tal que se termina tragado y regurgitado por los mil demonios del Averno.

SANACIÓN

No soy un mecanismo,
no soy un conjunto de partes diversas,
ni estoy enfermo porque el mecanismo
funcione mal.

Estoy enfermo de heridas del alma,
hasta el yo emocional profundo.
Las heridas del alma duran mucho, mucho tiempo,
sólo el tiempo las puede curar,
y la paciencia, y cierto difícil arrepentimiento,
largo y difícil arrepentimiento,
y la comprensión del error de la vida,
y la liberación de la eterna repetición
del error que la humanidad
ha decidido santificar.

D. H. Lawrence

Al escribir estas últimas líneas, recuerdo el verso de Emily Dickinson: “La paz se revela por las batallas”. En el Bhavagad Gita, el gran guerrero Aryuna (o Arjuna), cavila sobre la batalla que se aproxima: el inicio del mitológico enfrentamiento de Kuruksheta, donde medirán fuerzas los clanes reales emparentados de los Pándavas y el de los Kauravas. Aryuna, príncipe Pándava, tiene dudas sobre la confrontación que se avecina y su papel en ésta. Sus contrincantes son parientes, amigos y maestros muy queridos. Pide consejo a su auriga, quien resulta ser nada menos que el dios Krishna.

El dios le dice que tiene que cumplir su deber de príncipe y guerrero, que le es imposible rehuir su destino. Pero también le enseña la vía de la liberación (moksha) a través del nishkam karma yoga, el Yoga de la acción desinteresada, sin apegos, es decir, sin karma (no condicionada por los frutos de la acción). Sólo a través del nishkam karma, Aryuna estará en paz consigo mismo, y podrá entrar a la batalla en ciernes develándola en lo que verdaderamente es: un juego divino, Maya.

GRODECK
Hacia la noche, los bosques otoñales resuenan
con armas mortales
Sobre las doradas llanuras, los azules lagos
el más obscuro sol, gira.
La noche envuelve guerreros moribundos y
al salvaje lamento de sus fragmentadas bocas.
Quieta en el espesor de los sauces
–Nube roja habitada por un dios iracundo–
la sangre es vertida en el frío de la luna.
Todos los caminos desembocan en negra podredumbre.
Sobre las ramas de oro de la noche y las estrellas
ondea la sombra de la hermana por el mudo bosque.
Para saludar los espíritus de los héroes, las cabezas de sangre.
Y suavemente entre los rojos otoñales suenan oscuras flautas.
¡Oh, más soberbio duelo! Tus altares de bronce
la llama ardiente del espíritu nutre ahora un tremendo dolor:
…los nietos nonatos.
Georg Trakl

La paz se revela por las batallas”.

En el arte del Tai Chi Chuan, cada practicante sincero es Aryuna, intentando aprender y poner en práctica el arte mistérico de la acción virtuosa (excelencia [areté] / potencia-eficacia [/]) sin apego, espontánea y plena de atención. En tanto el combate Tai Chi es hacer Tao (Dao) con el contrincante, la misma naturaleza aparente de dicha confrontación la devela como una ilusión (en el sentido de juego divino), que no hay nadie luchando. Sólo así se entiende que el Tai Chi sea un arte marcial que cultiva la serenidad. Desde el punto de vista del pensamiento hinduista, el tipo de acción que induce la práctica del Tai Chi es denominada Sattva (acción pura), la acción que se traduce en calma.

En el Chi Kung (Qigong) de origen taoísta, una de las practicas más sanadoras lo constituye la de la “Sonrisa Interior”. Esta práctica es como una gran caricia del alma para el cuerpo, estableciéndose una relación activa y amorosa entre ambos polos de lo que somos. Es una forma de agradecer a nuestros órganos por sus funciones, y, al liberarlos de tensiones, se alegra todo nuestro ser. La sonrisa es una poderosa forma de transmutar nuestra energía positivamente y enriquecer nuestro ánimo. “Lo que el sol es para las flores, la sonrisa es para la humanidad”, escribió el ensayista inglés Joseph Addison.

El amor empieza por casa, digámoslo así. Como observa Osho, el amor a otros sin amarse a uno mismo es una invención del Ego para complacer(se). En el amor hacia uno mismo no hay Ego, de manera que todo en uno importa, en el cuerpo tanto como en el psiquismo. Así como es en el amor, también es en la paz.

Don Sebesky: Peace Piece. Álbum: “I Remember Bill (A Tribute to Bill Evans)”.

Quería que hubiese una especie de paralelismo entre la escritura de esta serie de textos sobre la paz, y mi desentrañar los misterios interpretativos de Peace Piece. Sin embargo, esto a final de cuentas resultó imposible. La pieza parece fácil de interpretar, pero esa sencillez esconde dificultades que sólo la práctica constante y el tiempo pueden resolver. Lo que consideramos una segunda parte de la composición de Evans, esa donde aumentan las disonancias en las notas de la mano derecha y los cambios sutiles del patrón de la mano izquierda, es realmente difícil, pero no por las notas alteradas que se alejan del modo base, sino por la velocidad y el registro en el cual tienen que ser ejecutadas. Al estudiar esa parte observo que Evans usa escalas y arpegios enmarcados dentro de los dos modos de la escala de seis tonos (una segunda mayor entre cada nota), pero los termina en secuencias cromáticas. Debido al registro sobreagudo donde se realiza la mayor parte de ese material melódico, crean una atmósfera que sólo puedo describir como de “otredad amigable”: cantos de Aves del Paraíso Perdido, polvo de estrellas de otros universos que se derraman sobre nosotros, voces que nos interpelan ininteligiblemente, sonidos-metales y sonidos-colores… Brota en medio de esa “otredad celeste”, un arpegio de sol jónico séptima mayor que esparce su magia centelleante desde el registro medio al alto. Todavía mis dedos no son lo suficientemente sabios como para rendir el adecuado homenaje interpretativo a tales maravillas.

Un amigo dice que la puerta a la felicidad se abre en Bye Bye Blackbird, interpretada por el quinteto de Miles Davis y John Coltrane (álbum: “Round About Midnight” / 1957 / Columbia Records), entre el minuto y 10 segundos, y el minuto y treinta y cinco segundos, tiempo en el que comienza el solo de trompeta de Miles Davis. En Peace Piece hay muchas puertas a la bienaventuranza, como el pasaje de quintas y cuartas que va desde el compas 32 al 35 (2’:40’’ a 2’:56’’) o los nueve compases que van desde el número 68 hasta el final, música exquisita y sutil que hubiese provocado la envidia del mismísimo Debussy.

Miles Davis: Bye Bye Blackbird

Se describe a Peace Piece como una improvisación pastoral, de carácter meditativo, introvertido, y de atmósfera reverente, pura “gracia divina” (en el sentido que le da Osho). Pero quizá, lo más interesante que se dice sobre la pieza es que es, sobre todo, más un estado de ánimo que una composición musical.

THE PEACEFUL SHEPHERD
If heaven were to do again,
And on the pasture bars,
I leaned to line the figures in
Between the dotted starts,

I should be tempted to forget,
I fear, the Crown of Rule,
The Scales of Trade, the Cross of Faith,
As hardly worth renewal.

For these have governed in our lives,
And see how men have warred.
The Cross, the Crown, the Scales may all
As well have been the Sword.
Robert Frost

(EL PASTOR PACÍFICO
Si el cielo volviera a hacer,
Y en los pastizales,
Me incliné para alinear las figuras en
Entre los comienzos punteados,

Debería sentir la tentación de olvidar
Me temo, la corona de la regla,
Las escalas del comercio, la cruz de la fe,
Como apenas vale la pena renovarlo.

Porque estos han gobernado en nuestras vidas,
Y mira cómo los hombres han luchado.
La cruz, la corona, las escamas pueden todos
También ha sido la espada.
Robert Frost)

Álbum: “I Play for Peace”. Roy Eaton, piano.


La paz se revela por las batallas”.

Si seguimos al verso de Dickinson, la paz no tendría sentido si no estuviera en relación íntima y necesaria con el espíritu agonal. De ser así, el Tai Chi Chuan y el Aikido, como Artes Marciales de Paz, serían disciplinas absurdas, como lo es un oxímoron con pretensiones de koan. Los antiguos griegos sabían muy bien esto, pues la paz era sagrada: las grandes fiestas sacras panhelénicas, como las Olimpíadas o los Juegos Píticos (Oráculo de Delfos) imponían un período de paz, la “tregua sagrada”, que todos los griegos tenían que respetar. Pero el espíritu agonal era divino, lo que hace decir a Nietzsche que el griego antiguo luchaba como si todas las deidades del Olimpo estuvieran de su lado, porque el combate es la ley severa que rige en Diké (justicia divina), de modo que toda su cosmodicea se fundamenta en lo agonal:

“Las cosas mismas, que la inteligencia limitada del hombre y del animal cree sólidas y constantes, no tienen una existencia real, no son más que el fulgor y la chispa de las espadas desenvainadas, son el resplandor de la victoria en la lucha de las cualidades opuestas.”

Según Heidegger, nuestra misma existencia en tanto Dasein (“ser-ahí”), tiene por condición de posibilidad la lucha entre el “mundo” y la “tierra”. “Mundo” hace referencia a la madeja de usos y significaciones en la cual se encuentra sumergida una colectividad humana histórica. En tanto Dasein, el hombre es eyectado –arrojado- a un “mundo”. La “tierra” no es el planeta, ni el suelo continental ni un hábitat universalizado; es un “país”, una localidad con determinadas características, sobre la que se erige y sostiene un “mundo” histórico determinado.

En la obra de arte acaece la verdad. La verdad acontece como oscilación constante entre visibilidad y ocultamiento. La obra revela “la verdad del ser”: es apertura y ocultamiento en un mismo movimiento. En esa “apertura” que se muestra en la obra de arte, ésta pone al descubierto un mundo, haciéndolo surgir a través de la red de relaciones que urde a su alrededor y a partir de sí misma.

La obra de arte también elabora, hace emerger, a la tierra. La obra se caracteriza en que, a través de sus materiales constitutivos, nos los ofrece y los oculta a la vez. Si el mundo es afín a la apertura, la tierra lo es al ocultamiento, a la reserva de las relaciones y significaciones. El mundo es el horizonte histórico interpretativo que instaura la obra de arte, horizonte que siempre encuentra resistencia en la tierra, cuyo repliegue sobre sí impone límites al interpretar mundano.

Entonces, toda obra de arte pone de manifiesto la “contienda” entre mundo y tierra. Contienda que es análoga a las relaciones complementarias entre el Yin y el Yang en el pensamiento chino, puesto que el mundo reposa sobre la tierra, y ésta lo sostiene retirándose en el combate que soporta con el mundo.

Heidegger es el maestro pensador de los estados de ánimo (temple anímico). En un hermoso texto del filósofo venezolano Numa Tortolero, “La noción de Stimmung de Heidegger: un pitagorismo sin matemática”, (1) se desarrolla la idea de que los estados de ánimo, que para Heidegger son existenciarios –estructuras y estados que son inherentes a nuestro Dasein-, pueden ser entendidos como “estados musicales”, al sumarle la noción pitagórica sobre los afectos y la armonía. La palabra alemana Stimmung nos recuerda esta convergencia de nociones, pues significa “estado de ánimo” y también “afinación”.

“He estado indagando en torno a estos acercamientos a la música en los que sonidos y escalas particulares son utilizadas intencionalmente para producir ciertos significados emocionales [como las ragas]... Me gustaría darles a las personas algo como la felicidad. Me gustaría descubrir un método que me permitiera hacer llover en ese momento, si así lo quisiera. Si uno de mis amigos está enfermo, me gustaría tocar cierta canción para que se curara; cuando no tuviera dinero, llevaría una canción diferente e inmediatamente recibiría el dinero que necesita. Pero cuáles son estas piezas y cuál es el camino que uno debe recorrer para lograr su conocimiento, eso no lo sé. Los verdaderos poderes de la música son todavía desconocidos.”
John Coltrane

Para los griegos, musiké como arte, reunía a la música, la danza y la poesía. En tanto tal, como poiesis, involucraba no sólo aspectos técnicos sino también “la locura divina”: la inspiración sagrada, el entusiasmo, el arrebato, el rapto mediúmnico.

Para suscitar la poiesis, los artistas siempre establecen un diálogo, precario e inconcluso, con lo sagrado (lo ignoto, misterioso, desconocido, lo Otro). A veces ese diálogo se entiende como un mero balbuceo, un entrever, un vislumbrar el sentido (la donación sagrada). Entonces se crean signos, trazos, gestos, que se toman por cifras de lo apenas rozado, símbolos a descifrar o que nos descifran… Dédalos del sentido y el sin sentido. Ese caos está en cada uno de nosotros, pero sólo el artista lo quiere convertir en una “estrella danzarina” (Nietzsche).

Lo sagrado (la Otredad abismal) es un ámbito que se abre primeramente en nuestra interioridad. Es lo misterioso que nos sostiene, y que realmente somos. Tanto más misteriosos y desconocidos porque no hay espejo alguno que refleje apenas una imagen borrosa y fugaz que ilumine el abismo que somos, cual relámpago entre desfiladeros. El artista establece ese diálogo mudo horadando sobre sí mismo, sobre su piel, carne, alma y espíritu. Esculpiendo sobre sus huesos y pintando con su sangre, danzando frenéticamente y gritando por el dolor que produce el éxtasis, el rapto divino. Su abrirse al cielo y al prójimo es un despellejamiento, el exponerse en carne viva y alma viva. Y es sobre eso sobre expuesto, donde se marca la huella sacra como hecha con un hierro candente. Ese es el trazo de sentido que da certeza, temple y autenticidad a su testimonio. El artista es un rastro de sentido perdido y siempre recobrado, la huella palpitante de lo ignoto. “El poeta nombra lo sagrado” (Heidegger).

Stephen Anderson: “Remenbering the rain: the music of Bill Evans” (Art of live records / 2006).

Paradojalmente, es el ámbito de lo sagrado donde todo cobra sentido. Eso puede ser entendido como paz. Entonces, siguiendo a Heidegger y a Dickinson, estar en paz no es evitar la conflictividad inherente al mundo. La paz sólo cobra sentido pleno con respecto al habitar. La paz es parte del cuidado inherente al habitar. Cuidar significa que algo o alguien déjase ser en lo que es en elevada propiedad, en excelencia. En la poiesis de la obra de arte, el artista entrega un arquetipo del cuidado, al develar a través de lo excelente la verdad del ser en la obra. “Poéticamente habita el hombre…” (Hörderlin).

Dice Tortolero en su ensayo, que lo más cercano que podemos encontrar en Heidegger a la armonía pitagórica es el término serenidad (Gelassenheit): “Tal vez la esencia del pensar que aún buscamos está inserta en la serenidad” (Heidegger). La “serenidad” heideggeriana implica armonía y equilibrio entre el afirmar la técnica inherente al mundo moderno, y negarla. Implica otras perspectivas distintas al “im-poner” (Ge-Stellen) propio del mundo técnico, del “nihilismo consumado”.

Esa noción de serenidad heideggeriana, abre las posibilidades para lo pacífico (Wolfgang Sützl) entendido en términos postmetafísicos (postmorales y postestéticos). Como hemos apuntado anteriormente, la paz no puede ser un producto de la violencia (la victoria, la eliminación o asimilación de los contrarios), ni ser un eidos (idea platónica), que siempre tenga por no-lugar un origen perdido (el paraíso religioso o “paleolítico”) o un futuro por construir (los paraísos marxistas o tecnológicos). Esto último refleja la tendencia de querer salir del nihilismo actual buscando reconstruir mundos perdidos (aunque se pongan como objetivos del progreso). Pero, además, esos “paraísos”, por unánimes y unidimensionales, implican violencia y guerra sin límites en pro de su obtención. Nietzsche dice sobre la moral y el tipo de paz que ésta posibilita:

“[…] hasta ahora la moral nunca fue un problema... […], más bien fue, precisamente, aquello en donde luego de toda desconfianza, discordia, contradicción, se llegaba a un acuerdo entre todos, el sagrado lugar de la paz, donde los pensadores descansaban de sí mismos.”

Lo pacífico debe pensarse como acontecimiento, como habilidad para habitar en un mundo inseguro, de “convivir” con éste de forma pacífica, tener la serenidad de aceptar la técnica y poder así vivirla de un modo no técnico. La paz ya no es única ni universal ni perfecta, ni debe ser estable (eternizable) ni total (“muerte de Dios significa la imposibilidad de cualquier totalidad), tiene que ser pensada en términos de pluralidad, localidad, adaptabilidad y evolución temporal.

En el arte, la paz ya no puede representar estados edénicos ni jornadas heroicas de movimientos políticos mesiánicos. Lo pacífico está en el aquí y ahora, en la variopinta, mezclada y contaminada actualidad. La verdad de la obra de arte es el mostrar la oscilación del ser entre visibilidad y ocultamiento, de modo que ésta siempre produce identificación y extrañamiento. Esa oscilación es un juego (Maya) como la obra misma.

En Peace Piece Evans “jugó” al piano, en el sentido de que improvisó, y, también, en que “interpretó” (play) el instrumento. De ninguna manera intentó el jazzista apropiarse de la “paz”, ni definirla, ni representarla. Su pieza es más bien una invitación para que cada cual encuentre el estado de ánimo propicio para el juego de la serenidad, el estado interior pacífico. Esto constituye un verdadero chance a la paz, una ocasión y una posibilidad.

John Lennon and Plastic Ono Band: Give a Peace Chance

Si los estados de ánimo son musicales (poiéticos), Peace Piece es la composición que pone en evidencia esto, puesto que siendo una pieza musical, se nos ofrece como un estado anímico. En ese temple de ánimo pacífico, se entabla una conversación entre el sympathos y el extrañamiento, convocándolos al cuidado en el habitar, aún experimentándolo trágicamente, desde el desarraigo.

Los Estados, los políticos, los movimientos partidistas, las variadas militancias, todos se quieren apropiar de la «PAZ», identificarse con ésta, definirla en sus términos. Paz que se quiere alcanzar o proteger mostrando los filosos dientes de los artefactos bélicos o a través de las retóricas del odio, vanamente camufladas, muchas veces, bajo el lenguaje “políticamente correcto”. Peace Piece, al contrario, nos ofrece un ámbito pacífico, amable y festivo, donde todos estamos invitados, incluso Eris (Discordia). El sentido se presenta ahí, donde hay convergencia y festejo.

La “paz” que todos los discursos del poder-dominio y de las múltiples moralinas que campean en los desiertos nihilistas ventean como bien colectivo, por excluir a Eris, siempre reciben su correspondiente “manzana de la discordia”. Ahí, en la discordia, la armonía del ánimo es expuesta riesgosamente a los avatares de la guerra y la venganza. Recordemos que Dis es la deidad romana del inframundo, de modo que podemos decir, que “dis-cordia” puede entenderse como el corazón y el “acorde” (armonía / concordia) en su tránsito por el Hades, por el reino de los muertos.

En la fiesta de la paz no puede excluirse ni a Eris ni a Hades ni al diablo. El que comprende a fondo el fenómeno humano sabe que bien y mal están entrañablemente unidos y tienen fronteras borrosas y permeables. En el Fausto de Goethe leemos, ante la pregunta que inquiere sobre la identidad de Mefistófeles:

“-Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien”.

En el Prólogo de José María Guelbenzu a El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, aparece el siguiente texto:

“El diablo representa aquí [en la novela de Bulgákov] algo más que la malicia y la sátira, es la representación de lo imprevisto, de lo no planificable, del poder del misterio en la vida de los seres humanos y, probablemente, de la fuerza de la imaginación.”

Pax tragicae, paz trágica. Aquella que vivimos al momento porque sabemos que no existió nunca una paz edénica, ni existirá en el futuro, al menos que nos refiramos a la paz de los sepulcros. “La paz se revela por las batallas”. Tragedia también significa contemplarse y templarse en lo infernal. “Alma serena, como la calma de los mares” escribe el trágico Esquilo, describiendo la entrada de la bella Helena en Troya, preludio de una guerra de diez años y de una leyenda que resuena a través de los siglos.

Transfigurar el sufrimiento en virtud. Esa es la esencia del pathos y pensamiento trágicos. El consuelo tiene la mala consciencia de intentar librarse del sufrimiento depreciándolo a través de la minusvalía del sufriente mismo, banalizando su destino (su “camino”). Como alguien dijo, la bondad es la más egoísta de las virtudes, pues la más de las veces no es otra cosa que una cómoda indulgencia, una proyección de la lástima por uno mismo, de auto indulgencia, es decir, de la ceguera ante lo sacro. En cambio, la tragedia es un logro verdaderamente formativo, la esencia de la paideia, al forjar el ánimo a través del sufrimiento inherente a la condición mortal, revelando su carácter de don divino.

The Peace Piece. Bob Cruise. Álbum “Jazzhouse Vol. 1” (Oh Yes Records / 2016)

Nietzsche escribe: “alimento una gran tolerancia, es decir, me hago generosamente violencia a mí mismo”. El Tai Chi Chuan, según el maestro Tew Bunnag, es un “lenguaje” (poiético) que permite realizar la alquimia de la violencia. Nuestro cuerpo y psiquismo tienden a guardar (como imitando las prácticas acumulativas del capital) los excesos de ira, la rabia contenida, convirtiéndolas en resentimiento y odio, los cuales finalmente causan enfermedad. El Tai Chi devuelve esa rabia a la acción, y más allá aún, la codifica y transfigura en un elegante lenguaje de movimientos y transformaciones de energía. Al practicar este arte marcial, el cuerpo psico-físico se relaja integralmente, se desanuda, haciéndose más fluido en sus desplazamientos, y a la vez, más aplomado en su estar. El Tai Chi, el arte de la “generosa violencia”.

(Continuará…)

Notas:

Roberto Chacón



TAI CHI SOUL (ÍNDICE)

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