martes, 21 de febrero de 2017

ARTÍCULOS DEL ARCHIVO NEI DAN (Magazine No. 563)

EL ARTISTA MARCIAL DEL TAI CHI CHUAN
(Una Introducción al Artista del hambre, de Kafka)

«Sí, pero nosotros tenemos a Mozart»
Comentario del gran violinista Isaac Stern (1920-2001),
al observar la ejecución de dos artistas marciales chinos.

“Gracias a la maestría en su arte, apreciamos y agradecemos el dolor del artista.
Las heridas de su alma, los pesares y padecimientos exacerbados por su sensibilidad.
Y, por sobre todas las cosas, el desgarramiento inmisericorde de la individuación.
Todo ello configura la materia oscura que el artista en
éxtasis transfigura en ofrendas y dones para los demás.”
R. C.


Es fácil constatar los múltiples aspectos del Tai Chi Chuan que habitualmente motivan la reflexión de cultores e investigadores: temas como marcialidad y combate, salud, historia, características internas, estilos y linajes, taoísmo, meditación, etc., etc. Pero es muy raro encontrar escritos que versen sobre los aspectos propiamente artísticos (plásticos, armónicos, formales, estilísticos, expresivos…, en fin, “estéticos” -en un sentido no afectado del término) del Tai Chi en tanto Arte Marcial.

En otros escritos (1) he afirmado que la condición de posibilidad de lo artístico en el seno de lo marcial estriba en la creación de formas o composiciones orgánicas (los géneros o estilos marciales), de gran armonía y plasticidad, que puedan conjugar en una propuesta armónica y generatriz, tanto el cultivo profundo de determinadas habilidades de combate -basadas en ciertos principios axiomáticos correspondientes a cada estilo o género-, como la formación integral del combatiente. En otras palabras, el hacer Tao entre los aspectos prácticos del combate y modalidades propias del trabajo interno.

Los géneros o estilos marciales que se entienden de esta manera “artística”, ponen como fundamento o condición de posibilidad de la adquisición de las habilidades marciales, el que el adepto sea cultivado y forjado en una “escuela de vida”, a través de un proceso alquímico de estilización y refinamiento tanto de las capacidades para la lucha, como del talante moral, de la consonancia entre alma, vida y corazón. Tomando palabras de Albert Camus, el arte marcial sólo puede ser escuela de vida, si es, en un sentido elevado, “escuela de arte”.

El Tai Chi Chuan, como estilo, pone en cuestión la noción de marcialidad que comúnmente se maneja sobre los estilos externos y los “sistemas de defensa personal” (2) (hiperbolizada, además, en la mayoría de las películas de artes marciales), con su énfasis en la fuerza, la rapidez y la dureza, afirmando que el vacío, la relajación y la suavidad pueden ser factores marciales mucho más decisivos a la hora de un enfrentamiento. El Tai Chi no postula por ende, como logro, el formar un súper hombre, un guerrero perfecto e invencible, sino poner en manos de cualquier mortal las habilidades naturales más sencillas de cultivar, destrezas de lucha inherentes a nuestro diseño corporal y gravitatorio, todas al alcance del ser humano común. Verdad que palpamos en la abuelita que rechaza a un hombre joven que le dobla en peso y estatura, con un simple giro de su cintura.

El Arte Marcial en tanto tal, no puede medirse solamente por sus logros en el combate (real o deportivo). El combate, como la guerra, es un albur (un azar), que es preferible evitar. Por eso los maestros hablan que la mejor pelea es la que se evita. El artista marcial debe dominar y perfeccionar todo lo que atañe a sus habilidades de combate y su integridad como ser, pero también debe estar consciente que en el combate puede pasar cualquier cosa, que no puede tener control de todas las variables que entran en juego en una batalla (3). Al ser humano no le fue dado el don de la certidumbre perfecta y la infalibilidad; fallar es parte de su condición mortal. Así se entiende mejor el que muchos artistas marciales, sean vencidos frecuentemente por peleadores callejeros, personas carentes de todo estilo marcial y, la mayoría de las veces, de cultivo integral de su ser.

Esto también dilucida la cuestión de cuál estilo marcial es superior, porque en un combate no es el estilo de lucha el que es puesto a prueba, sino el hombre. El hombre y su circunstancia, entre las que no deja de jugar la suerte o el destino (como quieran llamarlo). En el combate, el artista marcial se pone a prueba frente a su contrincante, por un lado para palpar qué grado de dominio y perfeccionamiento ha logrado en sus destrezas de lucha; por otro, qué grado de unidad de intención y serenidad de espíritu ha alcanzado en medio de un contexto de alta incertidumbre y tensión; y sobre todo, qué calidad de armonía e integración ha logrado forjar entre ambos orbes. En el arte del Tai Chi, hay que sumar la condición de que en la lucha, hay que ser uno con el contrario, de hacer un Tao con el rival. Lo cual da pie para el desarrollo dentro del estilo de una ética de protección del contrincante (poco recordada, por cierto), que llevada a grados extremos, puede hacer que un gran maestro se deje vencer o decida a huir ante atacantes menos entrenados, simplemente para no hacerles daño.(4)

De modo que el arte marcial busca algo más importante y profundo que la mera eficacia combativa. El artista marcial no debería estar demasiado interesado en la victoria o la derrota (síntomas de ansiedad y expectación compulsiva más que de alerta y serenidad), sino que el combate se libre siempre bajo las condiciones de vida que él mismo se ha impuesto, que venza o caiga derrotado bajo la ley de su arte, con la integración elegante y armónica en el vivir y combatir que ha cultivado durante gran parte de su existencia.

Ahora bien, en nuestro mundo moderno obsesionado por la eficiencia, por los resultados, por la efectividad, ¿cuántas personas podrán apreciar el arte de luchar de un artista marcial en medio de un combate cualquiera, tal como lo hemos decantado en estas líneas? Como ocurre con el ayunador del cuento de Kafka, la incomprensión general por aquello en lo que consiste el arte del artista marcial, es lo que amenaza por extinguir tal arte, en un grado mayor y más letal que el advenimiento histórico de las armas de fuego.

Pero el arte marcial también se expresa en la ejecución de estructuras (formas) o de motivos marciales aislados, así como en otras facetas del largo y arduo entrenamiento, que es como decir la vida misma del artista marcial. Ahí es donde la parte marcial del arte entronca con el arte de vida. Kung Fu (Gong Fu), el nombre con el cual se dieron a conocer las Artes Marciales Chinas, significa “dominar una actividad con maestría”, con mucha práctica, trabajo y dedicación (según el maestro Shi Ya Ming, la ideografía de “Kung Fu” significa: “afilar todos los días la navaja, desde que amanece hasta que anochece, para sobrepasar el cielo”). Todo arte implica una disciplina obsesiva que se ve transmutada en intenso placer, por parte del artista, con el fin de hacerse uno con los imperativos de su arte. Esa forja lenta y trabajosa del arte debería ser cónsona y acorde a la fragua y el temple del vivir íntegro del cultor. La práctica diaria enfatiza el hecho de que en el arte marcial, para tener una oportunidad de vencer a un oponente, hay que vencerse primero uno mismo, vencer todo aquello que nos fragmenta y nos divide internamente, especialmente al Ego, constructo mental donde reunimos todos los encadenamientos sociales y proyectamos todas las escisiones (empezando por la separación entre Yo y Mundo).

El arte marcial, como la tauromaquia, muestra el esfuerzo del hombre por llevar el arte (la alquimia generatriz y formativa que refina virtudes y éxtasis a partir de materiales toscos o deleznables) a los terrenos más problemáticos de nuestra condición humana, terrenos como la violencia, fronterizos con las raíces homínidas y predatorias presentes en nuestra raza de mortales. Como la civilización moderna trata de separarse de esas raíces, en lugar de cultivarlas alquímicamente, en el sentido artístico que antes señalamos, tanto el arte marcial como la tauromaquia están condenados a la extinción, en lo que compete a su verdadero sentido artístico y a su necesidad profunda en el marco de la problematicidad de la existencia humana sobre la tierra. Porque, ¿no es acaso un milagro el que el hombre logre templar su espíritu y entregar formas, belleza y sabiduría profunda a partir de un “material” como la violencia física, de la amenaza misma de sufrimiento y muerte?

Al respecto, el maestro Tew Bunnag nos dice:

Para mí luchar siempre ha sido un medio para explorar la posibilidad de salir de la violencia, que es algo muy difícil. […] Creo que en nuestra época las artes marciales son un lenguaje, porque ya no estamos en un tiempo en el que sirvan para ir a la guerra y matar o que te maten. Hoy día si quieres matar a alguien no aprendes Taichi, te buscas una pistola o algo así. En este contexto social creo que el arte marcial continúa siendo importante como un área donde explorar nuestra propia violencia y buscar la forma de ir más allá, hacia la paz. Eso es lo que aparece casi siempre cuando entro en este terreno con mis alumnos: la posibilidad de investigar este tema en profundidad, mucho más allá de las creencias, y esto es algo muy difícil. Porque alguien puede creer firmemente en la paz y pensar que tiene superada su propia violencia interior, pero después, en el trato con la familia o con los seres cercanos surgen la rabia, la impaciencia, las palabra crueles... […]
A mí me interesa este nivel de las artes marciales que no tiene nada que ver con ganar o perder en la lucha, ni con la competición, porque aunque esas cosas pueden dar muchas satisfacciones, en realidad lo que me importa es el lenguaje de exploración y descubrimiento que no hace daño y con el que podemos reír, jugar y aprender. El lado marcial nos ofrece una oportunidad que se presenta muy raras veces, sobre todo de adultos, porque hemos perdido la posibilidad de jugar a pelearnos con golpes, patadas, puñetazos, etc.” (“El desafío de la transformación”. Entrevista a Tew Bunnag. Por Teresa Rodríguez. Revista Tai Chi Chuan No. 9. Otoño 2006. Negritas nuestras).

En otro escrito (5) he hablado del Tai Chi Chuan como “arte trágico”, es decir, como arte que profundiza y cultiva los aspectos más oscuros y terribles de nuestra condición mortal, signados todos por la presencia de la muerte. Tiene que ser trágico, si es que pretende ser también un “Camino de sabiduría”, un arte de “cultivo del Ser”, pues sólo la intensa consciencia de nuestra mortalidad funge como condición de posibilidad para la experiencia cumbre del Samadhi. La tragedia ática, el Cante Jondo, la tauromaquia, el blues y el tango de arrabal, son otras tantas artes trágicas, dionisíacas, que intiman con la muerte. Las artes marciales en general, pero en especial el Tai Chi por ser el prototipo de las artes internas, tiene por nuez de sentido el hacer Tao con el agresor externo, pero también con aquello que nos traiciona y nos escinde internamente. Todos ellos son aliados de la muerte (“de la separación del Yin y del Yang”); de modo que el Tai Chi es una posibilidad cierta de hacer Tao con las fuerzas de la muerte presentes en nosotros mismos, danzando con éstas para transmutarlas en dones para la vida, en fuerza de ánimo para vivir y dar vida.


He ahí otra faceta del arte presente en el arte marcial: la elevada misión del arte es ética, moral. No en el sentido de códigos y preceptos para vivir en sociedad, sino en el sentido de que el arte debe dar aliento, entregar ánimo, fuerza de espíritu, subir la moral a los seres humanos, signados por el desamparo de la condición mortal, y tentados por desaliento nihilista.

Considerando que el nihilismo se alimenta del sinsentido de la vida, de lo vano del vivir, de que la vida no vale la pena ser vivida tal como es; el arte marcial (como las otras artes trágicas y las artes en general), desde los umbrales mismos donde acechan la muerte y el aniquilamiento, crea y cultiva sentido: entrega sentido a la vida, porque es capaz de dar sentido al combate, a la violencia, y porque encuentra sentido (o lo genera) en lo más oscuro de nuestra alma, y en las fuerzas mismas de la muerte que nos rodean y habitan. De esa forma el arte da aliento al vivir humano, crea formas donde más bien debería haber caos, y transmuta lo más terrible de nuestra condición, en dones y regalos para la vida toda; aunque el sinsentido, el desaliento, el caos y la muerte sigan ahí, como la arena bajo los pies del caminante.

Ahora bien, un artista marcial –en nuestro caso uno de Tai Chi- pule y desarrolla su arte a través de años de dura disciplina, de paciente entrega y práctica consciente. ¿Y cuáles son los frutos de ese arduo trabajo de años, del entrenamiento de toda una vida? ¿Habrá espectadores suficientes que puedan apreciar, no tanto si ejecutando una forma cualquiera expresa intención, se mueve con armonía o muestra enraizamiento en sus posturas (entre otras cualidades que se buscan para degustar el nivel de realización en el arte); sino, mirando más lejos y profundo, si baila con la muerte y es uno con ella, si ha transmutado la propia violencia en bellas formas, si le ha dado sentido al combate consigo mismo, si el espectador recibe junto a todo eso, una pizca de ánimo y aliento gracias a su perfomance, si siente en su corazón que el artista ha logrado trasmutar su condición en algo más completo e íntegro y se ha transfigurado en algo mejor…? ¿Cuántas veces en su vida, el artista marcial logrará mostrar verdaderamente todo lo que exige su arte? ¿Cuántas veces le será dada la dicha de enseñar bellamente aquello “mejor”, refinado y decantado, con que su arduo entrenamiento ha enriquecido su cuerpo y su alma? ¿Alguien recordará conmovido alguna de sus presentaciones? Y, mirando aún más allá, ¿quién reconocerá y se deleitará con las evoluciones y transfiguraciones que se han dado en el vivir del artista marcial y de quienes lo rodean, de la incidencia del arte cultivado en la vida, incluso en la del mismo espectador?

Puede pensarse que con las “artes internas” –entre ellas el Tai chi- basta únicamente la satisfacción y plenitud lograda por el adepto en su cultivo. El arquetipo del artista interno, el alquimista, palpa los resultados de su “gran obra” sólo al final de sus días, porque la misma no puede ser diferente a la totalidad de su vivir. Pero también hay que decir, que “arte interno” no significa ni puede significar de ninguna manera arte egoísta o arte solipsista.(6)

Jean-Claude Sapin dice al final del Prefacio a su libro Tai Chi Chuan. Meditación en movimiento, lo siguiente:

“La concepción relativamente extendida de una cultura occidental desarmada por completo, «desnuda como un gusano», en su tentativa de enfrentarse a la búsqueda de las tradiciones orientales, no me parece fundada. El arte hacia el cual no dirigimos bastante nuestra mirada, participa de intenciones que no tienen nada que envidiar a las búsquedas hindúes y chinas. Sería recomendable que prestásemos atención a nuestros músicos, pintores y poetas. Bien es verdad que estamos lejos de considerarles como gurús dignos de escucha.”

El arte occidental también puede ser un puente válido y necesario para comprender y asimilar las artes orientales, sobre todo las “interiores”. Un camino más para forjar el Tao entre Oriente y Occidente. “Nosotros tenemos a Mozart”, y también a Kafka; y he ahí el por qué de que presentemos aquí su cuento El artista del hambre: ¿hasta qué punto el destino de todo artista -incluyendo los marciales- no presenta alguna correspondencia, alguna resonancia, con el del ayunador kafkiano?
R. C.

Notas: 
(1) Problemas genealógicos del Tai Chi Chuan en Venezuela” y, especialmente, “¿A qué cuerpo da forma el Tai Chi? Tai Chi Chuan y ‘Cuerpo Psíquico’” (R. C. / Nei Dan Magazine 2009)

(2) Los sistemas modernos de lucha que buscando la maximización de la eficacia combativa, dejan de lado la formación y transformación integral del practicante, y más aún, al arte como una expresión de armonía y elegancia profunda entre cuerpo y espíritu.

(3) Una situación de combate es aquella en la cual, por predominar la violencia, está signada justamente por el descontrol, por lo imprevisible, apareciendo entonces posibilidades de acción que escapan a la reflexión, y variables de interacción imposible de ser procesadas conscientemente. En esa situación de caos, los combatientes se ven abrumados por el estrés y la adrenalina, y por el miedo y rabia extremos, entre otras emociones desencadenadas, además de reacciones físicas instintivas sin control posible. De paso, las consecuencias del combate (lesiones graves, problemas legales, condena pública, etc.) pesan antes, durante y después del mismo. (El “combate deportivo” sólo es una simulación de esa situación de combate real).

(4) Existen dos cuentos -uno de ellos donde el protagonista es Yang Luchan- sobre agresores que aparentemente vencieron a maestros marciales, pero que luego del combate enfermaron gravemente, mientras los maestros salieron ilesos del mismo. (“La capa mágica” y “Una bomba de tiempo” en el Blanco Invisible, recopilación de Pascal Faultiot).

(5) “Cuatro Metáforas sobre el Tai Chi Chuan. ‘Hacer Tai Chi es hacer Mabu’” (R. C. / Nei Dan Magazine No. 31. Octubre 2004).


(6) “Ningún hombre es una isla, ni está completo en sí mismo; todo hombre es un trozo del continente, una parte de la totalidad; si un pedazo de tierra fuera barrido por el mar, daría igual que pasara en Europa, o en un promontorio, o en la mansión de tus amigos o en la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me empequeñece, porque estoy integrado en la humanidad; por eso no envíes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas, porque doblan por ti.” John Done (1572-1631).

Roberto Chacón
Nei Dan Magazine No. 314 (29-03-11)
Sección. "Artículos"


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