LA IMPORTANCIA DE LA CASA, SEGÚN LIN YUTANG (VI)
[americano]
se debe a su legítimo mundo
ancestral, es un primitivo que
hereda
pecados y maldiciones.”
José
Lezama Lima
Sumas
críticas del americano
“El diálogo entre el ‘bárbaro’
y el ‘civilizado’ es un admirable
y complejo drama.”
Enrique
Bernardo Núñez
Juicios
sobre la historia de Venezuela
Junto a Doña Bárbara y Canaima, de Rómulo Gallegos, existen otros textos claves que giran
en torno al pensamiento trágico y la matria sombría: Casas muertas, de Miguel Otero Silva; Nostromo, de Joseph Conrad; “Espíritus de la sabana” y “Por un
pensamiento trágico” de Roberto Chacón; “Matar al centauro”, de Oscar González;
y “El miedo”, de María Margarita López. Conrad aporta la necesaria mirada del otro, que necesitamos para que lo
propuesto adquiera relieve, perspectiva a profundidad. Además, en lo que a
ética se refiere, Conrad es un auténtico barómetro, capaz de develar y delinear
la más mínima señal de descompostura del ethos.
Pudieran agregarse otros textos, como Los
viajeros de Indias, de Francisco Herrera Luque, si tomamos este texto no en
un sentido psico-biologicista –que terminaría apelando también a la sangre-
sino en el de una fenomenología de la historia cultural del venezolano.
Como nos
recuerda el poeta Cadenas, lo auténticamente humano es lo que se manifiesta de
adentro hacia afuera, lo que proviene de nuestro interior. En sintonía de
poetas, Rilke escribió: “Pero fuera, fuera todo es desmedido”. Cuando hablamos
de la sombra de la matria, no nos referimos a un fenómeno ambiental que
condicionaría al hombre de una manera mecanicista. Se trata más bien de un diálogo
entre naturaleza y hombre, donde el lado siniestro del paisaje revela también
los aspectos sombríos del alma del paisano.
Nunca, como dijera Lezama, “una reducción de la naturaleza al hombre,
prescindiendo del paisaje.”
El equívoco
anti trágico con lo silvestre y el paisaje es el de la idealización de la
naturaleza. A través de clichés como el de la imaginación pastoril, la
naturaleza es beatificada y el paisaje se hace sinónimo de lo bonito (panorama). “Bonito” tiene que
ver, a la vez, con lo bello y lo bueno, pero lo bueno como excelencia (Areté). El kitsch aparece como una
“moralización” de lo bello, a la vez, resultado de una reducción del sentido de
lo bueno al ámbito del comportamiento estrictamente moral. Es decir, lo bello
sólo es reconocido como tal si representa también lo bueno moralmente aceptado.
Lo bello convertido en moralina es lo “bonito” típico del kitsch.
Por otra
parte, la racionalización científica –abiertamente nihilista- coloca lo
terrible y obscuro que es esencial a la naturaleza y sus poderes generativos,
en el plano desanimado de las causas. La apariencia objetiva de la tecnociencia
esconde la ambición fáustica de conocerlo todo para controlarlo completamente,
de modo que la reducción de la naturaleza a mecanismos causales abre las
puertas de la posibilidad de una manipulación que expurgue a la naturaleza de
sus aristas peligrosas y siniestras, un saneamiento a profundidad de la
naturaleza realizado a conveniencia del hombre y, además, a costa de él mismo,
en tanto es también una criatura del orbe natural.
El poeta
estadounidense Wendell Berry afirma, en su libro Desiertos imprevistos (The Unforeseen
Wilderness: Kentucky's Red River Gorge) que al entrar en un sitio
particular del mundo silvestre (un desierto, un bosque, etc.), ese lugar nos
abre a una forma ética de habitarlo correctamente. Más que describir objetivamente
el hábitat -como haría un investigador científico- se trata más bien de estar
atentos a cómo se ve y cómo nos afecta. Lo imprevisto de un lugar es
fundamental en la apertura mutua de éste y nuestro ser, de la posibilidad del
encuentro con lo otro. La extrañeza
que podemos encontrar en un sitio silvestre, revela nuestra propia
familiaridad, que puede ser aquello que por ser tan propio, obvio y cercano,
simplemente nos es invisible. En cambio, las ideas preconcebidas sobre lo que
es un lugar silvestre, cierra el diálogo posible, pues reducen aquello donde se
revela lo natural a lo previsible y predecible, cercenando de entrada la
posibilidad de cualquier experiencia reveladora.
El libro de
Berry está acompañado de fotografías del mítico fotógrafo estadounidense Ralph
Eugene Meatyard. Las imágenes de Meatyard sobre la garganta del río rojo de
Kentucky son extremadamente siniestras, revelando una naturaleza profundamente
sombría y potencialmente amenazadora. Muchos ecologistas criticaron estas
fotografías que no hacían aparecer lo silvestre amigado al hombre. Meatyard les
respondió diciendo que si realmente se está dispuesto a amar a la naturaleza,
hay que aceptarla con sus aspectos terribles y siniestros. La mirada de
Meatyard sobre la naturaleza es una mirada trágica, que no tiene temor de ver y
revelar lo abisal y lo letal inherentes al mundo salvaje.
Nuestra mirada
interior, como el lente de Meatyard, debe descubrir lo siniestro y lo letal que
forma la sombra de nuestra matria. Primero, del llano, por ser éste, como
escribe Oscar González, el crisol primero de lo “nacional”:
“Antes de escribir Doña Bárbara, Gallegos tuvo que buscar el lugar de origen del alma venezolana; y ése lugar lo halló allá, donde confluyen los tres ríos que bordean nuestros llanos centrales. Estos ríos son el Arauca, el Meta y el Orinoco (río que separa los llanos de la región de Guayana y Amazonas). Para Gallegos, el alma del venezolano estaba en el llanero ¿Por qué el llanero y no el andino, el oriental, el marabino o el central? El llanero era un grupo étnico nuevo, propio de nuestra región; en él, en su persona, están fusionada las tres razas: el negro, el blanco y el indio. Y los llaneros, primero en la guerra de independencia, y luego en la federal, dejaron sus simientes por casi todas las regiones del país.” (“Matar al centauro”. Oscar González).
El llano
venezolano tiene una doble polaridad: es un desierto y, la otra mitad del
tiempo, un pantano. Bachelard dice que sin un polo del mundo, el alma no se
establece. Habría que preguntarse entonces no por la carencia de alma entre
nosotros –dado que esa polaridad abre la posibilidad de su establecimiento-,
sino por su descuido histórico, bajo una especie de vocación atávica por lo
desalmado.
Ese llano bipolar ya estaba prefigurado en la
llanura de Ate (el Error) descrita por Empédocles (h. 495/490 – h. 435/430
a.C.). Para este pensador, las aguas del olvido (río Lete) no sólo corrían por
el Hades (el inframundo griego), sino también por la superficie de la Tierra:
“Según lo que Empédocles parecía querer decir, existían unos demonios caídos que vagaban por un paraje de destrucción, recorrido por un río, cuyas aguas disolventes tenían el poder de pudrir lo que se sumergía en ellas. Este paraje desolador, infectado de aguas muertas, era la llanura de Ate (el Error), situada no en el Hades sino en la Tierra. Aquella era una «región funesta, donde Muerte y Odio y otros genios de la destrucción, junto con las plagas que azotan, las putrefacciones y los líquidos que de ellos brotan, vagan en la obscuridad de la llanura del Error».” (La imagen y el olvido: El arte como engaño en la filosofía de Platón. Pedro Azara).
Recordemos
que Doña Bárbara comienza con la
imagen de “un bongo remonta el Arauca…”. ¿Acaso se trata de una imagen del cruce
del río Aqueronte para penetrar en los infiernos? Con esta imagen se nos viene
a la memoria también, el periplo del pequeño vapor sin nombre con el cual
Marlow remota el río Congo, en busca de Kurtz, ese ser desalmado atrapado entre
la modernidad devastadora y el salvajismo del mundo tribal, en El corazón de las tinieblas de Conrad.*
Ya hemos
dicho que para los griegos antiguos, el desierto asiático, por su vastedad
desmesurada, era el espacio que sólo podían habitar titanes y bárbaros. En este
desierto nada se puede erigir, de modo que sus habitantes están condenados a
vagar en éste, a errar. “Hay que vivir el desierto ‘tal como se refleja en el
interior del hombre errante’”, escribe Bachelard citando al poeta Philippe
Diolé. “Podría decirse que el llanero carece de casa”, nos recuerda Oscar
González.
Parece antitético
(mas, la imaginería mítica no tiene por qué ser coherente), pero el carácter
errabundo el llanero, su falta de hogar,
no lo hace precisamente libre.
Tengamos en cuenta que en las leyendas sobre seres errabundos, como el judío
errante o el holandés errante, estos están condenados
eternamente a vagar sin rumbo ni sentido. Quizá, al quedar “tocado” después de
su encuentro con Satanás, el catire Florentino estaría comenzando su
transformación –como imagen- en una figura parecida a las señaladas, en el
“llanero errante”.
Un verso del poeta T'ao Han (Dinastía Tang) puede aplicarse, entonces, al llanero: "Mi alma se lanza más allá / [...] / Errante y cautiva a la vez". Alma llanera, vagabunda por necesidad, pero también trágicamente atrapada en un ignoto laberinto atávico. Hablando de sus experiencias en esa otra llanura arquetípica sudamericana, la pampa, Jules Supervielle escribe:
Un verso del poeta T'ao Han (Dinastía Tang) puede aplicarse, entonces, al llanero: "Mi alma se lanza más allá / [...] / Errante y cautiva a la vez". Alma llanera, vagabunda por necesidad, pero también trágicamente atrapada en un ignoto laberinto atávico. Hablando de sus experiencias en esa otra llanura arquetípica sudamericana, la pampa, Jules Supervielle escribe:
“En razón misma de un exceso de caballo y de libertad y de este horizonte inmutable, pese a nuestras desesperadas galopadas, la pampa tomaba para mí el aspecto de una cárcel más grande que las otras.” (Gravitations).
Bachelard nos
habla de otra polaridad de la llanura (La
poética del espacio): una basada en palabras de Rilke, y la otra en Henri
Bosco. Rilke dice, citado por Bachelard: “La llanura es el sentimiento que nos
engrandece”. Estas palabras resuenan en otras de Diolé: “En el desierto no se
puede sostener un alma pequeña”. Pero si tomamos nuestra llanura como un
inframundo, que, como tal, posee algo de “mundo bizarro”, entonces, ¿ese
sentimiento que nos engrandece no se habrá invertido en complejo de
inferioridad, compensado desviadamente por el anhelo de poder, el poder que
remeda la grandeza?
Henri Bosco
habla de la vastedad de la llanura como algo que lo saca de sí –se ausenta de
sí mismo- y, fragmentándolo en inconsciencias fantasmagóricas, lo dispersa.
Entonces, siguiendo a Bachelard, con la llanura estamos entre los polos de la dominación y la dispersión. En medio de ambos está la soledad del hombre que se
pone de relieve en los espacios desolados. Bosco escribe:
“En el desierto oculto que llevamos en nosotros, donde ha penetrado el desierto de arena y de piedra, la extensión del alma se pierde a través de la extensión infinitamente inhabitada que asuela las soledades de la tierra”. (L’antiquaire)
Bachelard señala
otro texto de Bosco: “En mí se extendía de nuevo ese vacío, y yo era el
desierto en el desierto”. Y luego nos dice que ese libro –Hyancinthe- termina con esta frase: “Ya no tenía alma”.
El desierto
mengua el alma. Los temores del llanero que habita la sabana son ceder a la
tentación de la vastedad, y perderse en ésta. Perderse aquí puede entenderse en
su sentido literal y también en su sentido moral. Se tiene miedo de un
vaciamiento de la conciencia, del ánimo y del espíritu. El tentador también es el
Señor Satanás. En el llano son comunes los cuentos sobre hombres que se
adentraron en el desierto y, enloquecidos en las soledades, se convierten en
salvajes. Otros cuentos versan sobre los peligros de alelarse con la lejanía,
de volverse demasiado melancólicos o taciturnos, de perder la cordura por sólo
mirar la corriente de un río al orinar en ésta.***
“El Llano enloquece, y la locura del hombre de la tierra ancha y libre es ser llanero siempre. En la guerra buena, esa locura fue la carga irresistible del pajonal incendiado en Mucuritas y el retozo heroico de Queseras del Medio; en el trabajo: la doma y el ojeo, que no son trabajos, sino temeridades; en el descanso: la llanura en la malicia del «cacho», en la bellaquería del «pasaje», en la melancolía sensual de la copla; en el perezoso abandono: la tierra inmensa por delante y no andar, el horizonte todo abierto y no buscar nada; en la amistad: la desconfianza, al principio, y luego la franqueza absoluta; en el odio: la arremetida impetuosa; en el amor: «primero mi caballo». ¡La llanura siempre!” (Doña Bárbara).
Si seguimos
la imagen de Camus, de que la modernidad es como un desierto, un vacío que
hemos hecho a nuestro alrededor, entonces podemos entrever cómo convergen y
redundan, esa voluntad de dominación y esa dispersión endógenas, con el Ge-Stellen –la reducción del ser a nada
(Heidegger)- y la industria del entretenimiento (las nuevas tecnologías de
“desinhibición de las masas” (Slöterdijk). Formas extremas de la voluntad de dominio y la dispersión del alma (del descuido y la desatención). Entonces, un desierto se sobrepone
a otro, lo reduplica y se replica.
El drama
fundamental de la llanura se da entre lo que Bachelard llamaría las imágenes materiales del agua y la sequía (cosa
que afirma al hablar de Diolé). Este drama se daría en nuestra alma como una
bipolaridad entre melancolía (la melancolía que acompaña a la vastedad) y la rabia,
con sus consabidos “parientes”: el rencor y el resentimiento. Herrera Luque escribe: "En semejantes condiciones es natural que el hombre de América se fuese consumiendo de tristeza y rencor [...] (Los viajeros de Indias).
La rabia es concomitante con la dominación, con la voluntad de dominio, que al ser frustrada por el clima, la naturaleza y los hombres, se transforma en rencor. La cólera es conquistadora, nos dice Bachelard (El agua y los sueños), y nos recuerda que en la batalla entre el hombre y el mundo, no es el mundo el que empieza.
La rabia es concomitante con la dominación, con la voluntad de dominio, que al ser frustrada por el clima, la naturaleza y los hombres, se transforma en rencor. La cólera es conquistadora, nos dice Bachelard (El agua y los sueños), y nos recuerda que en la batalla entre el hombre y el mundo, no es el mundo el que empieza.
La melancolía
–miedo y tristeza- corresponde a la dispersión: las inmensas soledades desmayan
las potencias del alma, la cual se empequeñece y se minimiza hasta percibirse
como una insignificante briza de paja a merced de la naturaleza y el tiempo.
“Cielos y llanuras abrazadoras. Cólera y angustia”, escribe Enrique Bernardo
Núñez en La galera de Tiberio.
En su escrito
“Matar al centauro”, Oscar González destaca que los nombres de los personajes
de Gallegos en su Doña Bárbara, son
harto simbólicos: Santos Luzardo: “santa luz que arde”. Doña Bárbara, la
barbarie personificada. El nombre de Lorenzo Barquero puede que sea apenas un
poco más críptico. Por una parte el nombre, Lorenzo, proveniente del latín (Laurentius), significa “coronado de
laureles”. Uno de los personajes históricos con ese nombre más famosos es San
Lorenzo mártir (c.225-258 d.C.), a quien se había confiado nada menos y nada
más que el Santo Grial, siendo su último guardián de jerarquía. Según la
leyenda, en tiempos de las persecuciones del emperador Valeriano, ante las que
finalmente caería, San Lorenzo mando a ocultar el Santo Grial a España (Huesca),
donde se le escondería de tal forma que se perdería del todo.
Más
significativo aún es su apellido: Barquero. Todo barquero es Caronte, el mítico
remero que cruza a los muertos a través del río Aqueronte, que separa nuestro mundo
del Hades. Dice Bachelard: “Sin Caronte no hay infierno”, y, “La barca de
Caronte se dirige siempre a los infiernos.” Como señala González, el mismo
Lorenzo Barquero da cuenta de su involución, de su caída o cruce de aguas, de cómo siendo alguien “laureado” –pero sin
verdaderos méritos, como en el cuento del niño del diente roto-, cayó en manos
de Doña Bárbara, quien literalmente lo convirtió en un despojo humano (la devoradora
de hombres lo fagocitó y regurgitó). En ese momento de la confesión de Barquero,
Santos Luzardo, que lo escucha, está muy cerca tanto del personaje de Marlow en
su encuentro con Kurtz (Corazón de las
tinieblas) como del capitán Willard (Martin Sheen) con el Coronel Kurtz
(Marlon Brandon) en Apocalypse Now.
En otras palabras, está siendo testigo de la agonía de un desalmado, y también representa
a su verdugo, el hombre que viene a remplazar al taita agotado, y que por
tanto, de a poco se va transformando en éste.
¿No recuerda
esto último también al Rey Pescador (rey tullido o herido), el último guardián
del Grial, y a su reino infértil convertido en un páramo desolado de las
leyendas artúricas? En el libro de Chrétien de Troyes, Perceval, el Cuento del Grial, en la desoladora escena cuando
Perceval se encuentra por primera vez con el Rey Pescador y ve el Grial, es
incapaz de enunciar la pregunta que curaría al rey y, por ende, volvería a hacer
fértil su reino. Cuando por fin se atreve a hacerla, no hay nadie que pueda
escucharlo. “Entre el silencio y la palabra, la desesperación. Llama y nadie le
responde”, escribe Francisco Rivera (Entre
el silencio y la palabra). ¿Será ésta la imagen de nuestra condición anímica
incurable, la falta de una palabra que no llega a su debido tiempo, de una
llamada sin respuesta y de un mutismo infecundo?
González dice
que la involución de Barquero, que representaría un complejo nacional, responde a una ignorancia fundamental, que se
erige como presunto saber, la cual finalmente se hace aliada de la barbarie, y
hasta la potencia, tanto por rechazarla y menospreciarla, como por no tener la
suficiente solidez y entereza para no caer bajo su influjo. Para Sócrates, la
ignorancia era la causante del error ético y del actuar mal. Mutatis mutandi, también hay que tomar en cuenta la ignorancia ética, como el entregarse a un saber
nefasto, luciferino, como el del Dr. Jekyll, cuando prepara un brebaje que
permite escindir la buena consciencia de los aspectos más malvados y primitivos
del alma humana (Mr. Hyde) o el del Dr. Frankenstein, al construir y dar vida a
la criatura. ****“El barquero es el
guardián de un misterio “, nos recuerda Bachelard; y así parece serlo, en buena
magnitud, en Doña Bárbara.
Ahora bien,
si en Doña Bárbara hay un barquero (y realmente hay varios), entonces el llano
es, simbólicamente hablando, un infierno, un tártaro o inframundo. Un Hades
cruzado por ríos gigantes, caudalosas corrientes equivalentes, a su manera, al
Aqueronte (penas), Cocito (lamentaciones), Flegetonte (fuego), Leto (olvido) y
Estigia (Odio).
En la Divina Comedia de Dante, aparece otro
barquero, el iracundo Flegias, quien conduce a Dante y Virgilio sobre la
pantanosa laguna Estigia, donde desemboca el río del mismo nombre y que
representa el Odio. Eso ocurre en el Quinto Círculo, el de la Ira y la Pereza.
Hay que tomar en cuenta que la pereza es la otra cara de la voluntad de
dominio. En ese círculo, los iracundos se atacan entre sí a mordiscos y los
perezosos se ahogan en el fango. En un episodio sobre la barca, un condenado le
habla a Dante y este lo maldice, lo que sugiere que Dante terminó contagiándose
con la pecaminosa ira imperante.
En la puerta
del Infierno están escritas estas palabras: «Es
por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y
al lugar donde sufre la raza condenada, […], abandona la esperanza si entras
aquí». Tal vez, según hemos visto, Gallegos
hubiera podido poner estas palabras como epígrafe de su novela.
El Quinto
Círculo del Infierno, la Quinta Paila… ¿No es el reino del Señor Satanás, el
príncipe de los demonios del Averno? Satanás, el “adversario” o “enemigo”,
sinónimo de Lucifer o Luzbel, “el portador del Luz” (¡Luzardo!), ángel caído en
desgracia por oponerse a Dios (soberbia). También se le denomina el “mentiroso”
y el “¨Padre de la mentira”. En Doña
Bárbara leemos:
“–Pero como le digo esto, también le digo lo otro: eso es lo que cuenta la gente, pero no hay que fiarse mucho, porque el llanero es mentiroso de nación, aunque me esté mal el decirlo, y hasta cuando cuenta algo que es verdad, lo desagera tanto, que es como si juera mentira.” (Doña Bárbara)
Venezuela se
enorgullece de su guerra de independencia porque es la única donde enfrentó victoriosamente
a una potencia extranjera, todas las demás guerras que ha padecido han sido
civiles, fratricidas. Las guerras malas,
si seguimos el pensamiento de Gallegos. ¿No es eso lo propio del Quinto
Círculo, el ciego combate de los iracundos entre sí? Demás está decir que la
propia guerra de independencia tuvo más características de guerra civil que de
conflagración contra otra nación.
“Nunca como entonces se vio claro lo que Rojas diría luego al trazar la figura de Boves, de que la guerra a muerte había sido principalmente la de unos venezolanos contra otros, o sea de los venezolanos realistas contra los venezolanos republicanos.” (E. B. Núñez. Arístides Rojas).
Conrad, describiendo a un
general de Sulaco, un puerto caribeño de ficción, que bien pudiera ser Puerto
Cabello, en su novela Nostromo, dice:
“[…] el llanero, que parecía haber adquirido, sin saber cómo, su buen
humor de soldado aguerrido, su conocimiento del mundo, y sus modales propios
del puesto que ocupaba, en medio de las
feroces peleas con sus compatriotas.” (Cursivas nuestras).
“Ernest
Seillière –escribe Bachelard- observa precisamente, al pasar, que la vegetación
profusa del pantano es el símbolo del telurismo”. Quizá por eso haya tenido
tanto acierto en conectarse con lo más profundo del telurismo criollo, el
“verde caballo” de Antonio Márquez Salas, pues en éste se unirían el caballo y
la imaginería del espacio, y el verdor vegetal de la ciénaga (“aquel barro
tibio y fétido”), con su evocación telúrica. El inframundo (debajo del mundo) no
es más que una manera enfática de darse el telurismo.
Que el
pantano, por sus aguas y vegetación, sea símbolo de lo terrestre, puede que
tenga que ver con el recuerdo ancestral de la Gran Diosa Madre, que con muchos
nombres ha existido en la mayor parte de los pueblos neolíticos. Esta diosa,
que simboliza los poderes de fertilidad de la tierra, está asociada al elemento
agua, el más femenino por naturaleza, y con la potencia germinativa del mundo
vegetal.
La posesión
colectiva que sufrió el pueblo alemán con el nazismo tiene que ver, según Jung,
con Wotan, el antiguo dios germánico, guerrero chamánico de los bosques. Para
Canetti, la imagen del bosque, hondamente arraigada en el espíritu alemán,
también simboliza al ejército. El ejército es una de las “masas artíficiales”
(cohesionadas libidinalmente en torno a un jefe), junto con la Iglesia,
estudiadas por Freud.
Para González,
nuestra posesión endémica como pueblo, esa que nos lleva a auto flagelarnos y
embestirnos mutuamente sin misericordia, cíclicamente, es el arquetipo del centauro. Recordemos que los centauros
son seres salvajes, violentos y pendencieros, sin
leyes ni hospitalidad, esclavos de las pasiones animales, tal como su mitad de
cuerpo cuadrúpeda lo prefigura. Seguramente
otros complejos psicopatológicos y míticos giran en torno al arquetipo del
centauro. Ahora bien, habría que preguntarnos, de entrada, como la Gran Diosa
Madre termina encarnada en un personaje como Doña Bárbara, la “devoradora de
hombres”.
Yilda Conquista
(Continuará...)
Notas:
*Como aparece
en Apocalypse Now de Coppola,
simbolizando esta polaridad nefasta, Kurtz tiene en su mesa de noche The Waste Land de T. S. Eliot, junto a La rama dorada de James George Frazer.
**Cuando
Simón Rodríguez dice “o inventamos o erramos”, ¿se estaba refiriendo a la
poiesis (creación; no el “invento” científico o sociopolítico) como única
salida para no errar (vagar) por la llanura del Error? De aquellos que han
entrado al Hades y vuelto a salir para contarlo están los más grandes poetas,
el mítico Orfeo y Dante, así como el hombre que tenía por nombre alternativo
“Nadie”: Ulises.
***Esto de
perder el alma al ver la corriente de un río mientras se orina en éste, tiene
una doble raíz mítica: por un lado, el río se lleva la imagen reflejada (el
alma) hacia la lejanía; por otra, orinar sobre el río es una ruptura de viejos
tabúes sobre el respeto debido a las corrientes y manantiales sagrados, ruptura
que conlleva siempre un fuerte castigo.
****Doña
Bárbara es, entonces, doblemente ignorante: por su violenta inconsciencia y por
su usó de la brujería (magia negra) para atraer el amor.
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