martes, 5 de mayo de 2020

DEL DIARIO DE NANI María Margarita López (Magazine No. 615)

RECUERDO EN LISBOA


Hace ya muchos años un hijo que trabajaba en Portugal me invitó para que conociera ese país. Vino a visitarme y nos fuimos juntos a Lisboa, en donde él residía. Tenía la ilusión de que sus obligaciones laborales le permitieran estar conmigo durante mi permanencia en esa ciudad, lo cual no sucedió pues tuvo que ausentarse durante la mayor parte del tiempo. No me sentí sola pues me acompañaron la amabilidad de los lisboetas y el cielo de Lisboa, que cuando lo miraba me recordaba mucho al de Caracas.

Muy cerca de la vivienda de mi hijo estaba una parada de autobuses que cubrían diversas rutas. Uno me llevaba a la Plaza del Marqués de Pombal, desde donde partían buses turísticos al Santuario de Fátima, hacia puntos interesantes de la ciudad, tales como los museos,  el Barrio Alfama, el Castillo San Jorge, el Monasterio de San Jerónimo, la Catedral de Lisboa. Lamentablemente había lugares cerrados por refacciones debidas a los preparativos para la próxima Gran Exposición, uno de ellos la Iglesia del Carmo, sobre la que me había comentado mi hijo.

En la parada de autobuses mencionada tomaba uno cuya ruta terminaba en una plaza muy grande en el centro de la ciudad, desde donde caminaba por estrechas calles inolvidables, con nombres alusivos a los diversos  gremios: de los Doradores, de La Plata, de Zapateros, y otras, por las que iba bajando hasta una plaza grande y hermosa ya muy cerca de la costa.  

Voces ilustres han opinado que en el alma portuguesa, además de la tendencia a la tristeza, a la melancolía por algo que pudo haber sido y no fue, a lo perdido sin saber cómo y por qué, a la saudade, en fin, está también presente la afición al esoterismo. Si no la afición, al menos la atracción por lo esotérico está en casi todos los hombres y la atmósfera espiritual de Lisboa tuvo para mí el poder de avivarla.

Cuando caminaba pensaba que mis pasos eran golpes dados en alguna puerta que podría abrirse para que algo me fuera revelado, no sabía qué, y aunque la idea no se convirtió en obsesión, a veces el pensamiento me hacía detenerme para sentarme en algún sitio tranquilo para meditar si había o no recibido alguna revelación sutil sobre ese algo ignoto. Tal vez yo carecía de las características requeridas para llamar a aquella puerta, o ignoraba cómo llamar, o nada tenía que saber. Sin embargo, algo sí tenía claro: el misterio estaba enterrado en Lisboa y no a causa del devastador terremoto seguido por un tsunami que la ciudad sufrió en 1755, sino de un evento personal o colectivo sucedido en un tiempo mucho más lejano.

Me despedí de Lisboa con afecto, por los días tranquilos que me había brindado, convencida de que solamente viviendo ahí el resto de mi vida podría tal vez esclarecer la misteriosa relación entre esa ciudad y yo.

Algunos años después, por complacer a una amiga, fui a una reunión en Umbanda expresión de sincretismo religioso originada en Brasil. En el centro de un círculo que hacíamos varios asistentes, una persona en estado de trance llegó a mí y me palmeó en los hombros, diciendo ¡qué buen caballo!. Supe después que significaba que yo era médium.

Nunca intenté tomar ese sendero pero de haberme metido en ese mundo, probablemente habría aprendido la manera de entrar en trance y tal vez  hubiera podido volver a Lisboa para descifrar el enigma de ese algo relacionado conmigo enterrado en ese lugar tan atrayente.

Metida en ese recuerdo me he puesto a pensar que al nacer nuestro grito llama a la puerta del Omnisciente y en nuestras manos queda dibujado el destino que estamos obligados a desentrañar, junto con el don de saber cuál puerta tocar para descifrar cada momento de la vida, para que del deleite y el placer extraigamos hasta la última gota y de la poción amarga, la sabiduría que entra en su composición.

El don permanece adormecido y de mil maneras el hombre, con diversos resultados, trata de despertarlo. Los más exitosos, los que han recibido el don de amar, porque el amor es la llave que abre todas las puertas.

El resto, las sombras que somos, queda todo enterrado pues a la tierra volvemos.

¿Qué puede estar en Lisboa que tenga que ver conmigo?  Solamente alguna sombra que fui y que mi alma recordó porque a través de ella vivió la poesía de saborear hasta la última gota del deleite de un amor dichoso.
María Margarita López
Abril 11/ 2018




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