RECUERDO EN LISBOA
Hace
ya muchos años un hijo que trabajaba en Portugal me invitó para que conociera
ese país. Vino a visitarme y nos fuimos juntos a Lisboa, en donde él residía.
Tenía la ilusión de que sus obligaciones laborales le permitieran estar conmigo
durante mi permanencia en esa ciudad, lo cual no sucedió pues tuvo que
ausentarse durante la mayor parte del tiempo. No me sentí sola pues me acompañaron
la amabilidad de los lisboetas y el cielo de Lisboa, que cuando lo miraba me
recordaba mucho al de Caracas.
Muy
cerca de la vivienda de mi hijo estaba una parada de autobuses que cubrían
diversas rutas. Uno me llevaba a la Plaza del Marqués de Pombal, desde donde
partían buses turísticos al Santuario de Fátima, hacia puntos interesantes de la
ciudad, tales como los museos, el Barrio
Alfama, el Castillo San Jorge, el Monasterio de San Jerónimo, la Catedral de
Lisboa. Lamentablemente había lugares cerrados por refacciones debidas a los
preparativos para la próxima Gran Exposición, uno de ellos la Iglesia del Carmo,
sobre la que me había comentado mi hijo.
En
la parada de autobuses mencionada tomaba uno cuya ruta terminaba en una plaza
muy grande en el centro de la ciudad, desde donde caminaba por estrechas calles
inolvidables, con nombres alusivos a los diversos gremios: de los Doradores, de La Plata, de
Zapateros, y otras, por las que iba bajando hasta una plaza grande y hermosa ya
muy cerca de la costa.
Voces
ilustres han opinado que en el alma portuguesa, además de la tendencia a la
tristeza, a la melancolía por algo que pudo haber sido y no fue, a lo perdido
sin saber cómo y por qué, a la saudade, en fin, está también presente la
afición al esoterismo. Si no la afición, al menos la atracción por lo esotérico
está en casi todos los hombres y la atmósfera espiritual de Lisboa tuvo para mí
el poder de avivarla.
Cuando
caminaba pensaba que mis pasos eran golpes dados en alguna puerta que podría
abrirse para que algo me fuera revelado, no sabía qué, y aunque la idea no se
convirtió en obsesión, a veces el pensamiento me hacía detenerme para sentarme
en algún sitio tranquilo para meditar si había o no recibido alguna revelación sutil
sobre ese algo ignoto. Tal vez yo carecía de las características requeridas para
llamar a aquella puerta, o ignoraba cómo llamar, o nada tenía que saber. Sin
embargo, algo sí tenía claro: el misterio estaba enterrado en Lisboa y no a
causa del devastador terremoto seguido por un tsunami que la ciudad sufrió en
1755, sino de un evento personal o colectivo sucedido en un tiempo mucho más
lejano.
Me
despedí de Lisboa con afecto, por los días tranquilos que me había brindado,
convencida de que solamente viviendo ahí el resto de mi vida podría tal vez
esclarecer la misteriosa relación entre esa ciudad y yo.
Algunos
años después, por complacer a una amiga, fui a una reunión en Umbanda expresión
de sincretismo religioso originada en Brasil. En el centro de un círculo que
hacíamos varios asistentes, una persona en estado de trance llegó a mí y me palmeó
en los hombros, diciendo ¡qué buen caballo!. Supe después que significaba que
yo era médium.
Nunca
intenté tomar ese sendero pero de haberme metido en ese mundo, probablemente habría
aprendido la manera de entrar en trance y tal vez hubiera podido volver a Lisboa para descifrar
el enigma de ese algo relacionado conmigo enterrado en ese lugar tan atrayente.
Metida
en ese recuerdo me he puesto a pensar que al nacer nuestro grito llama a la
puerta del Omnisciente y en nuestras manos queda dibujado el destino que
estamos obligados a desentrañar, junto con el don de saber cuál puerta tocar
para descifrar cada momento de la vida, para que del deleite y el placer
extraigamos hasta la última gota y de la poción amarga, la sabiduría que entra
en su composición.
El
don permanece adormecido y de mil maneras el hombre, con diversos resultados, trata
de despertarlo. Los más exitosos, los que han recibido el
don de amar, porque el amor es la llave que abre todas las puertas.
El
resto, las sombras que somos, queda todo enterrado pues a la tierra volvemos.
¿Qué
puede estar en Lisboa que tenga que ver conmigo? Solamente alguna sombra que fui y que mi alma
recordó porque a través de ella vivió la poesía de saborear hasta la última
gota del deleite de un amor dichoso.
María
Margarita López
Abril
11/ 2018
DEL DIARIO DE NANI (ÍNDICE)
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