LOS CELOS Y LA ENVIDIA (II)
Los
celos ponen en escena un extraño reparto de personajes: el moralista, el
detective, el paranoide, el ultraconservador. En general la palabra “paranoia”
se interpreta etimológicamente en el sentido de un conocimiento (noia) que está
“al lado” (para): estar al lado de uno mismo, estar loco. Pero yo prefiero
considerarla como un conocimiento que está fuera de uno mismo. Estas figuras
del alma que pretenden saber tanto –el moralista y todos los demás—quieren
descubrir lo que pasa. Suponen que está tramando algo amenazador y peligroso.
Van encarnizadamente sobre la pista de los hechos, pero se comportan como si no
conocieran ningún detalle. Si mi joven paciente no se hubiera identificado tan
fuertemente con el niño inocente, habría sabido lo que pasaba. Su inocencia era
una manipulación y una venda para los ojos. En realidad, él lo sabía, pero al
identificarse con el inocente, no tenía que actuar de manera coherente con lo
que sabía.
El
conocimiento paranoide satisface al masoquista, que se deleita en que lo
hieran. Es típico de muchas formas de masoquismo asumir el papel de niño
inocente. Esto podría ser un acto apotropaico, palabra que se refiere a
las formas mágicas y rituales de mantener a raya el mal. Al presentar el papel
del inocente, el joven no tenía que entrar en el complicado mundo de la
relación. Podía ocultar sus propios “rasgos desatados” y culpar a su novia por
los suyos. Si la hubiera abordado como una persona adulta, con todas sus
complicaciones, habría tenido que enfrentarse con su posible rechazo, por sus
propias razones, o bien habría tenido que admitir—y afrontar—la complejidad de
la naturaleza de su novia. Así, en cambio, podía refugiarse en el lugar
del niño, donde, por una extraña paradoja, su protección quedaba asegurada por
el hecho de estar herido.
Los
sentimientos de violencia del joven demuestran qué punto estaba escindido del
poder de su conocimiento. Cegado por una nube de inocencia, parecía no conocer
a su novia o no conocerse a sí mismo, o no tener idea de la complejidad de las
relaciones en general. Lo único que pedía era atención y afecto, y cuando no
los obtenía, se sentía controlado y se quejaba de que estaban jugando con él.
Entonces, en vez de un poder más auténtico, lo que expresaba tumultuosamente
era una violenta cólera.
Paradójicamente,
si pudiera dejar que los celos trabajasen desde dentro a la manera de un
detective, en nombre de su alma, en vez de aflorar como un complejo paranoide
desenfrenado, descubriría muchas cosas sobre sí mismo y sobre el amor. Si
pudiera dejar que el moralista se asentara más profundamente en su alma, podría
llegar a una sensibilidad ética flexible y capaz de hacer lugar, al mismo
tiempo, a la tolerancia y a la exigencia. El elemento paranoide de sus celos
mantiene accesible la posibilidad de un conocimiento más profundo, pero también
se disocia de la voluntad y la intencionalidad. Sigue siendo no realista y
retorcido, y, sin embargo es la materia prima de la sabiduría. Este síntoma es
tremendamente importante, pero necesita “educación”: que lo saquen fuera para
estudiarlo. Tiene que volverse mucho más refinado y alcanzar niveles que
trasciendan la violencia y la vacía desconfianza.
En
el transcurso de varios meses de sesiones, las emociones primarias de los celos
dieron origen a una gran cantidad de historias, recuerdos e ideas. No estábamos
buscando una clave vital que explicara la situación y la hiciera desaparecer.
Muy al contrario, estos relatos daban cuerpo a los celos, de modo que podían
hacerse más generosamente presentes. La idea era dejar que se revelaran solos,
permitirles aumentar en vez de disminuir, para que así perdieran parcialmente
su compulsión. El aspecto obsesivo de los celos parece ser, en parte, una
función de su carácter oculto, puesto que emergen cuando no se los revela y no
se les da lugar.
Cuando los sentimientos y las
imágenes de los celos se adentran en el corazón y en la mente, tiene lugar una
especie de iniciación. La persona celosa descubre nuevas
maneras de pensar y una apreciación diferente de las complicadas exigencias del
amor. Es un bautismo de fuego en una nueva religión del alma. Su rígido
moralismo se manifiesta directamente allí donde se lo puede ver tal como es, y
por lo tanto se lo puede atemperar en nombre de la flexibilidad y la
exploración de valores.
Mi
moderno Hipólito no quería crecer y formar parte de una sociedad heterogénea.
En Eurípides, el joven se pasa todo el tiempo con sus compañeros adolescentes y
sus caballos. Las mujeres son una amenaza y una contaminación: la “alteridad”
personificada. Mi Hombre de la Bicicleta era exquisitamente puer: de
una pureza infantil en sus pensamientos, pero áspero en su comportamiento.
Tenía el extraño carácter numinoso con que nos encontramos cada vez que los
opuestos se aproximan el uno al otro. Era puro y brutal, elevado en sus valores
y feo en su odio por la mujer. Sus valores idealistas eran inmaculados que no veía
su propia sombra de altanería y misoginia. La pureza había triunfado sobre su
alma, y por eso su alma estaba profundamente perturbada.
Hera: la diosa de los celos
Afrodita
y Ártemis no son las únicas imágenes de los celos que nos ofrece la mitología.
Todos los dioses y diosas son capaces de cóleras violentas, pero la más celosa
es Hera, la esposa de Zeus, siempre pronta a estallar en un ataque de celos a
causa del tenorio que tiene por marido. A lo largo de la historia se ha
criticado a Zeus como un gran dios que es también un amante infiel. Pero la
mitología, aunque esté formulada en imágenes tomadas de la vida mortal, no es
un retrato fiel de las cualidades y flaquezas humanas. Siempre tenemos que
mirar en profundidad un mito para discernir su necesidad y su misterio. Si lo
vemos con ojo poético, nos daremos cuenta de que es coherente que el gobernador
del universo quiera tener vinculaciones eróticas con todo lo que hay en
el mundo.
Pero,
¿qué significaría ser la esposa de ese deseo desencadenado? En términos
humanos, sería como ser la mujer de un artista locamente inspirado o de un
político agraciado con un carisma capaz de llevarlo a la posición de líder
mundial. ¿Cómo se puede ser la esposa de un deseo de proporciones cósmicas sin
sentirse siempre amenazada?
Es
curioso que en la mitología griega a la mujer del más grande de los dioses se
la conozca principalmente por sus celos. Hera no es la reina que se preocupa
por el sufrimiento de sus súbditos. No es la belleza absoluta dotada del poder
absoluto. Es una esposa inquieta, escandalosamente enfurecida, traicionada y
ultrajada. La cólera de Hera es del color de sus celos en no menor medida que
la lujuria es el tono con el que Zeus gobierna el mundo. Es como si los celos
fueran tan importantes para el mantenimiento de la vida y de la cultura como el
consejo y el poder político de Zeus. Mitológicamente, los celos están unidos
con las fuerzas que gobiernan en la vida y en la cultura.
Zeus,
que zanja las disputas fundamentales de la existencia y sirve como el “dios
padre” originario, está ávido de todas las cosas particulares en el mundo que
gobierna. Mientras que su deseo se dirige al mundo, la furia de Hera habla en
nombre del hogar, la familia y el matrimonio. La tensión entre ellos es el yin
y el yang del hogar y la interioridad. Si no nos pusiéramos celosos, se
producirían demasiados acontecimientos, se viviría demasiada vida, se
establecerían demasiadas conexiones sin llegar a profundizarlas. Los celos
sirven al alma imponiéndole límites y reflexión.
Una
de las piedras con que tropieza el intento de abordar una religión politeísta
desde un punto de vista monoteísta es la validación—que en el politeísmo se
encuentra por todas partes—de las experiencias improbables. En la religión de
Hera, una de las grandes virtudes es la posesividad. Desde su punto de vista no
solamente está bien, sino que es una exigencia sentirse ultrajado por la
infidelidad. Mi joven paciente violentamente celoso no había descubierto
todavía la virtud de la posesividad. La sentía como algo externo a sí mismo y
ajeno a sus valores, y por lo tanto su posesividad era compulsiva y
abrumadora, lo tomaba por sorpresa. Su desesperado deseo de contar con la
fidelidad de su novia era la compensación de un sentimiento de unión no
demasiado profundo. Él jugaba a la intimidad y a estar juntos, pero cuando
realmente lo acometían tales sentimientos, los sentía ajenos. No sabía qué
hacer con ellos.
En
una cultura que premia la libertad y las opciones individuales, el deseo de
poseer es un fragmento de la sombra, pero es también un deseo real. Los celos
se dan en la auténtica conexión con otra persona. Pero esta conexión plantea
graves exigencias. Nos pide que amemos el apego y la dependencia, que nos
arriesguemos al insoportable dolor de la separación, y que encontremos la
realización en la relación con otra persona, un atributo tradicional de Hera.
Al
mismo tiempo, debemos recordar que, a pesar de su posesividad, Hera se siente
atraída por el dios de la liberación erótica. Ella encarna la mitad de la
dialéctica del apego y de la dispersión del deseo. Entra en juego en la tensión
entre tener a otra persona y no tenerla. Vivir esa tensión es una manera de
reunir diferentes aspectos de nosotros mismos, la visión que sabe que somos
todo individuos, que en última instancia estamos solos en esta vida, y que
dependemos totalmente los unos de los otros. Cuando alguna parte de nosotros
está ávida de más experiencia, de otras personas y de empezar de nuevo, los
celos recuerdan el apego y sienten el infinito dolor de la separación y el
divorcio.
En
una cultura en que las mujeres están oprimidas y todo lo femenino es
infravalorado, “esposa” no es un titulo tan honorable como podría serlo. Cuando
esta imagen del anima no tiene cabida en la psique de los hombres,
entonces la condición de esposa se convierte en una dependencia literal, y a la
mujer se le dan todas las responsabilidades del hogar y los hijos Los hombres
están libres de las restricciones de la vida hogareña, pero también sufren una
pérdida, porque el cuidado del hogar y de la familia devuelve al alma vastas
cantidades de sentimientos y de imaginación. Típicamente, los hombres prefieren
el camino emprendedor de los negocios, el comercio o su carrera. Y por
supuesto, la mujer de carrera también pierde anima si se consagra al
mito de la construcción de la cultura. Muchas personas, tanto hombres como
mujeres, pueden mirar con desdén la imagen de la esposa y alegrarse de verse
libres de su inferioridad. En este contexto, la imagen mitológica de Hera es
para nosotros un recordatorio del honor debido a la esposa, puesto que su
figura mítica sugiere que la “esposa” es uno de los rostros profundos del alma.
En
Hera, la persona tiene más el carácter de individuo cuando se la define en
relación con otra, aunque parezca que esta idea vaya en contra de todas
nuestras nociones modernas del valor de la independencia e individualidad. En
nuestra época se considera que no está bien encontrar la identidad en la
relación con otra persona, y sin embargo, éste es el mismo de Hera. Ella es la
dependencia a la que se ha conferido dignidad, e incluso divinidad. En tiempos
antiguos se le rendían grandes honores y se la adoraba con profundo afecto y
mucha reverencia. Cuando la gente se queja de que cada vez que tienen una
relación de pareja se vuelven demasiado dependientes, podríamos ver este
síntoma como una carencia de la sensibilidad de Hera, y la medicina podría ser
cultivar el aprecio de una unión más profunda en el amor y el apego.
Se
requiere una habilidad y una sensibilidad especiales para que un hombre o una
mujer evoque a la “esposa” en su relación de pareja. Generalmente reducimos la
realidad arquetípica a un papel social. Una mujer se introduce en el papel de
la esposa, y el hombre la trata en consecuencia. Pero hay una vasta diferencia
entre el arquetipo y el papel. Se puede introducir a Hera en la relación de tal
manera que el hecho de ser atento y servicial con el otro esté vitalmente
presente en ambos. O se puede evocar a Hera como la atmósfera de mutua
dependencia e identidad en cuanto pareja. En el espíritu de la diosa, tanto el
hombre como la mujer protegen su relación y valoran las señales de su mutua
dependencia. Por Hera, llamamos por teléfono a nuestra pareja cuando estamos de
viaje o fuera de la ciudad, y también por Hera la incluimos en nuestras
visiones del futuro.
El
sentimiento de celos puede estar relacionado con este elemento de dependencia
en la pareja. Los celos forman parte del arquetipo. Hera es amorosa y celosa.
Pero cuando se toma en serio el valor del verdadero compañerismo, la diosa
abandona el escenario y la relación se reduce a un mero estar juntos. Entonces
los individuos se dividen en el independiente que representa la libertad, y el
“codependiente”, atormentado por los celos. Si en un matrimonio uno de los
miembros es claramente la esposa—y no se trata siempre de la mujer—entonces no
se está rindiendo homenaje a Hera. Si se enfrenta usted con los síntomas de un
matrimonio con problemas, examine la situación para ver si Hera está molesta.
El
matrimonio que Hera tan fervorosamente reverencia no es sólo la relación
concreta entre un hombre y una mujer, sino también cualquier tipo de conexión,
emocional o cósmica. Como dice Jung, el matrimonio es siempre un asunto del
alma. Hera también puede proteger la unión de diferentes elementos dentro de
una persona o en una sociedad.
Frecuentemente,
la gente sueña con esposas y maridos. Si no nos limitamos a considerar estos
sueños como algo que sólo tiene que ver con el matrimonio real y concreto,
pueden llevarnos a contemplar uniones más sutiles. Por ejemplo, un hombre sueña
que está en un bar con una mujer que le parece atractiva. Ella lo besa y a él
le gusta, pero sigue mirando hacia atrás para ver si su esposa lo observa. En
la vida real, este hombre está casado y es feliz, aunque a veces le inquieta
sentirse atraído por otras mujeres. También ocasionalmente sueña con el
alcohol. En general, en estos sueños se encuentra con alguien que está
bebiendo y él siente repulsión. Este hombre es muy estricto y formal, de modo
que no es sorprendente ver que sus sueños se abren en direcciones diferentes.
La conciencia que tiene de su “esposa”--todo aquello con lo que está casado—es
fuerte y muy útil para él. Si se dejara llevar por todo lo que lo atrae, eso
podría ser el fin de su matrimonio, y su vida terminaría sin duda hecha
pedazos. Por otra parte, las necesidades dionisíacas y afrodíticas de su alma,
expresadas en sus sueños por el alcohol y el sexo, también reclaman cierta atención.
Esta es en realidad la principal tensión de su vida en este momento: una
lealtad bien ejercida hacia su esposa y su sistema de valores se ve cuestionada
por una invitación a experimentar y explorar en una dirección más apasionada.
Una
mujer cuenta un sueño en el que su marido y sus tres hijos están merendando en
la falda de una verde colina con tres pelirrojas desconocidas. En el sueño,
ella sabe que las mujeres son amantes de su marido, y también dedican una
cierta atención erótica a los niños. La soñante los ve desde una ventana de su
casa y siente a la vez placer, al ver la felicidad de su familia, y celos de
las tres mujeres.
Otra
vez vemos la dialéctica que es tan típica de Hera. La soñante disfruta de su
papel de esposa y madre en el sueño, pero también siente celos ante la
proximidad y la nota erótica de las mujeres. La imagen de tres mujeres es común
en los sueños y en el arte: las tres gracias o las tres parcas, el pasado, el
presente y el futuro. Quizás alguna pasión nueva, ardiente (roja) y fatal—no
necesariamente una persona—esté entrando en el alma de la soñante, dando origen
a la conocida tensión entra la nueva pasión y las antiguas y amadas estructuras
vitales. La soñante está en el papel de la observadora, sentada en su hogar,
como Hera, vigilando a distancia esta nueva dinámica.
Nuestros
amores no siempre son humanos. El poeta Wendell Berry hace una interesante
confesión en uno de sus libros. Dice que a veces, cuando viaja, se enamora de
un lugar y tiene intensas fantasías de ir a vivir allí, igual que una persona
podría acariciar pensamientos eróticos con respecto a una nueva pareja. Pero
después Berry habla desde Hera, recomendando fidelidad al hogar. No debemos
dejarnos seducir por estos hechizos de afuera, aconseja. No parece que los
sueños sobre este tema están tan seguros de lo que deberíamos hacer
cuando nos enfrentamos con ésta tensión. Simplemente nos presentan la escena y
el sentimiento de celos que mantiene la lealtad al hogar. La tensión se da
entre el apego a lo que es y la promesa de una nueva pasión. Para cuidar el
alma, quizá no nos quede otra opción que la de abrir el corazón lo bastante
como para dar cabida a esa tensión y, de forma politeísta, prestar oídos a
ambas necesidades.
Unas
palabras más sobre Hera: Karl Kerényi, el historiador que fue amigo de Jung y
desarrolló su propio enfoque arquetípico de la mitología, hace un comentario
interesante en su libro Zeus y Hera. La diosa se realizaba,
nos dice, al hacer el amor. (El término realizar es una palabra
especial de Hera; otros términos griegos usados como atributos de Hera se
relacionan con la palabra telos, que significa finalidad o propósito).
Kerényi nos dice, pues, que en Hera es esencial encontrar su propósito y su
realización en el sexo. Puede parecer obvio que la relación sexual forma parte
de la condición de esposa, pero quiero insistir en la idea de que éste
particular aspecto de la sexualidad, es decir, la realización de la intimidad y
el compañerismo, tiene su divinidad. A Hera se le honraba como amante de Zeus.
El “Himno homérico a Hera” nos dice que ella y Zeus gozaron de una luna de miel
de trescientos años.
Además,
Kerényi menciona que Hera renovaba su virginidad todos los años en la fuente
Kanathos (una fuente real en la que se sumergía la estatua de Hera en un ritual
anual), de modo que se presentaba a Zeus como una niña para ver realizada su
sexualidad.
En
lenguaje junguiano podríamos decir que Hera forma parte del anima del sexo. En
el lecho matrimonial, lo miembros de la pareja pueden enfrentarse el uno al
otro como si fuera la primera vez, disfrutando así de la posibilidad de la
virginidad renovable imaginada por Hera. Si una relación reverencia a esta
diosa, es bendecida por los placeres de la realización del vínculo sexual entre
dos personas. El problema es que Hera sólo se la puede invocar en su naturaleza
completa, que incluye sus celos y su condición de esposa, que en ocasiones
puede ir acompañada por sentimientos de inferioridad y dependencia. Para
encontrar alma en la relación de pareja y en la sexual, es necesario apreciar
los sentimientos inferiores que forman parte del arquetipo de la “esposa”.
Se
ha dicho que el dios que trae la dolencia es el que la sana. Es el “sanador que
hiere” o el “heridor que sana”. Si la dolencia son los celos, entonces la
sanadora podría ser Hera, que los conoce mejor que nadie. Por lo tanto estamos
de vuelta en el punto de partida. Si nos queremos curar de los celos, quizás
tengamos que adentrarnos homeopáticamente en ellos. Es probable que para poder rendir homenaje a Hera haya que tomarse aún
más a pecho esas características que en los celos son tan acusadas: la
dependencia, la identidad vivida a través de otra persona, la ansiedad por
proteger la unión. Si los celos son compulsivos y abrumadores,
entonces quizá Hera esté quejándose de que se la descuida y de que la relación
no tenga la plenitud de alma que sólo ella puede aportarle. Lo extraño es que
tal vez los mismos celos contengan las semillas de la realización tanto de la
sexualidad como de la intimidad.
Autor:
Thomas Moore
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