martes, 30 de mayo de 2017

DEL DIARIO DE NANI María Margarita López (Magazine No. 575)

LOS CELOS Y LA ENVIDIA (II)


Los celos ponen en escena un extraño reparto de personajes: el moralista, el detective, el paranoide, el ultraconservador. En general la palabra “paranoia” se interpreta etimológicamente en el sentido de un conocimiento (noia) que está “al lado” (para): estar al lado de uno mismo, estar loco. Pero yo prefiero considerarla como un conocimiento que está fuera de uno mismo. Estas figuras del alma que pretenden saber tanto –el moralista y todos los demás—quieren descubrir lo que pasa. Suponen que está tramando algo amenazador y peligroso. Van encarnizadamente sobre la pista de los hechos, pero se comportan como si no conocieran ningún detalle. Si mi joven paciente no se hubiera identificado tan fuertemente con el niño inocente, habría sabido lo que pasaba. Su inocencia era una manipulación y una venda para los ojos. En realidad, él lo sabía, pero al identificarse con el inocente, no tenía que actuar de manera coherente con lo que sabía.

El conocimiento paranoide satisface al masoquista, que se deleita en que lo hieran. Es típico de muchas formas de masoquismo asumir el papel de niño inocente. Esto podría ser un acto apotropaico, palabra que se refiere a las formas mágicas y rituales de mantener a raya el mal. Al presentar el papel del inocente, el joven no tenía que entrar en el complicado mundo de la relación. Podía ocultar sus propios “rasgos desatados” y culpar a su novia por los suyos. Si la hubiera abordado como una persona adulta, con todas sus complicaciones, habría tenido que enfrentarse con su posible rechazo, por sus propias razones, o bien habría tenido que admitir—y afrontar—la complejidad de la naturaleza de  su novia. Así, en cambio, podía refugiarse en el lugar del niño, donde, por una extraña paradoja, su protección quedaba asegurada por el hecho de estar herido.

Los sentimientos de violencia del joven demuestran qué punto estaba escindido del poder de su conocimiento. Cegado por una nube de inocencia, parecía no conocer a su novia o no conocerse a sí mismo, o no tener idea de la complejidad de las relaciones en general. Lo único que pedía era atención y afecto, y cuando no los obtenía, se sentía controlado y se quejaba de que estaban jugando con él. Entonces, en vez de un poder más auténtico, lo que expresaba tumultuosamente era una violenta cólera.

Paradójicamente, si pudiera dejar que los celos trabajasen desde dentro a la manera de un detective, en nombre de su alma, en vez de aflorar como un complejo paranoide desenfrenado, descubriría muchas cosas sobre sí mismo y sobre el amor. Si pudiera dejar que el moralista se asentara más profundamente en su alma, podría llegar a una sensibilidad ética flexible y capaz de hacer lugar, al mismo tiempo, a la tolerancia y a la exigencia. El elemento paranoide de sus celos mantiene accesible la posibilidad de un conocimiento más profundo, pero también se disocia de la voluntad y la intencionalidad. Sigue siendo no realista y retorcido, y, sin embargo es la materia prima de la sabiduría. Este síntoma es tremendamente importante, pero necesita “educación”: que lo saquen fuera para estudiarlo. Tiene que volverse mucho más refinado y alcanzar niveles que trasciendan la violencia y la vacía desconfianza.

En el transcurso de varios meses de sesiones, las emociones primarias de los celos dieron origen a una gran cantidad de historias, recuerdos e ideas. No estábamos buscando una clave vital que explicara la situación y la hiciera desaparecer. Muy al contrario, estos relatos daban cuerpo a los celos, de modo que podían hacerse más generosamente presentes. La idea era dejar que se revelaran solos, permitirles aumentar en vez de disminuir, para que así perdieran parcialmente su compulsión. El aspecto obsesivo de los celos parece ser, en parte, una función de su carácter oculto, puesto que emergen cuando no se los revela y no se les da lugar.

Cuando los sentimientos y las imágenes de los celos se adentran en el corazón y en la mente, tiene lugar una especie de iniciación. La persona celosa descubre nuevas maneras de pensar y una apreciación diferente de las complicadas exigencias del amor. Es un bautismo de fuego en una nueva religión del alma. Su rígido moralismo se manifiesta directamente allí donde se lo puede ver tal como es, y por lo tanto se lo puede atemperar en nombre de la flexibilidad y la exploración de valores.

Mi moderno Hipólito no quería crecer y formar parte de una sociedad heterogénea. En Eurípides, el joven se pasa todo el tiempo con sus compañeros adolescentes y sus caballos. Las mujeres son una amenaza y una contaminación: la “alteridad” personificada. Mi Hombre de la Bicicleta era exquisitamente puer: de una pureza infantil en sus pensamientos, pero áspero en su comportamiento. Tenía el extraño carácter numinoso con que nos encontramos cada vez que los opuestos se aproximan el uno al otro. Era puro y brutal, elevado en sus valores y feo en su odio por la mujer. Sus valores idealistas eran inmaculados que no veía su propia sombra de altanería y misoginia. La pureza había triunfado sobre su alma, y por eso su alma estaba profundamente perturbada.

Hera: la diosa de los celos


Afrodita y Ártemis no son las únicas imágenes de los celos que nos ofrece la mitología. Todos los dioses y diosas son capaces de cóleras violentas, pero la más celosa es Hera, la esposa de Zeus, siempre pronta a estallar en un ataque de celos a causa del tenorio que tiene por marido. A lo largo de la historia se ha criticado a Zeus como un gran dios que es también un amante infiel. Pero la mitología, aunque esté formulada en imágenes tomadas de la vida mortal, no es un retrato fiel de las cualidades y flaquezas humanas. Siempre tenemos que mirar en profundidad un mito para discernir su necesidad y su misterio. Si lo vemos con ojo poético, nos daremos cuenta de que es coherente que el gobernador del universo quiera tener vinculaciones eróticas con todo lo que hay en el  mundo.

Pero, ¿qué significaría ser la esposa de ese deseo desencadenado? En términos humanos, sería como ser la mujer de un artista locamente inspirado o de un político agraciado con un carisma capaz de llevarlo a la posición de líder mundial. ¿Cómo se puede ser la esposa de un deseo de proporciones cósmicas sin sentirse siempre amenazada?

Es curioso que en la mitología griega a la mujer del más grande de los dioses se la conozca principalmente por sus celos. Hera no es la reina que se preocupa por el sufrimiento de sus súbditos. No es la belleza absoluta dotada del poder absoluto. Es una esposa inquieta, escandalosamente enfurecida, traicionada y ultrajada. La cólera de Hera es del color de sus celos en no menor medida que la lujuria es el tono con el que Zeus gobierna el mundo. Es como si los celos fueran tan importantes para el mantenimiento de la vida y de la cultura como el consejo y el poder político de Zeus. Mitológicamente, los celos están unidos con las fuerzas que gobiernan en la vida y en la cultura.

Zeus, que zanja las disputas fundamentales de la existencia y sirve como el “dios padre” originario, está ávido de todas las cosas particulares en el mundo que gobierna. Mientras que su deseo se dirige al mundo, la furia de Hera habla en nombre del hogar, la familia y el matrimonio. La tensión entre ellos es el yin y el yang del hogar y la interioridad. Si no nos pusiéramos celosos, se producirían demasiados acontecimientos, se viviría demasiada vida, se establecerían demasiadas conexiones sin llegar a profundizarlas. Los celos sirven al alma imponiéndole límites y reflexión.

Una de las piedras con que tropieza el intento de abordar una religión politeísta desde un punto de vista monoteísta es la validación—que en el politeísmo se encuentra por todas partes—de las experiencias improbables. En la religión de Hera, una de las grandes virtudes es la posesividad. Desde su punto de vista no solamente está bien, sino que es una exigencia sentirse ultrajado por la infidelidad. Mi joven paciente violentamente celoso no había descubierto todavía la virtud de la posesividad. La sentía como algo externo a sí mismo y ajeno a sus valores, y por lo tanto su posesividad era compulsiva y abrumadora,  lo tomaba por sorpresa. Su desesperado deseo de contar con la fidelidad de su novia era la compensación de  un sentimiento de unión no demasiado profundo. Él jugaba a la intimidad y a estar juntos, pero cuando realmente lo acometían tales sentimientos, los sentía ajenos. No sabía qué hacer con ellos.

En una cultura que premia la libertad y las opciones individuales, el deseo de poseer es un fragmento de la sombra, pero es también un deseo real. Los celos se dan en la auténtica conexión con otra persona. Pero esta conexión plantea graves exigencias. Nos pide que amemos el apego y la dependencia, que nos arriesguemos al insoportable dolor de la separación, y que encontremos la realización en la relación con otra persona, un atributo tradicional de Hera.

Al mismo tiempo, debemos recordar que, a pesar de su posesividad, Hera se siente atraída por el dios de la liberación erótica. Ella encarna la mitad de la dialéctica del apego y de la dispersión del deseo. Entra en juego en la tensión entre tener a otra persona y no tenerla. Vivir esa tensión es una manera de reunir diferentes aspectos de nosotros mismos, la visión que sabe que somos todo individuos, que en última instancia estamos solos en esta vida, y que dependemos totalmente los unos de los otros. Cuando alguna parte de nosotros está ávida de más experiencia, de otras personas y de empezar de nuevo, los celos recuerdan el apego y sienten el infinito dolor de la separación y el divorcio.

La esposa arquetípica


 En una cultura en que las mujeres están oprimidas y todo lo femenino es infravalorado, “esposa” no es un titulo tan honorable como podría serlo. Cuando esta imagen del anima no tiene cabida en la psique de los hombres, entonces la condición de esposa se convierte en una dependencia literal, y a la mujer se le dan todas las responsabilidades del hogar y los hijos Los hombres están libres de las restricciones de la vida hogareña, pero también sufren una pérdida, porque el cuidado del hogar y de la familia devuelve al alma vastas cantidades de sentimientos y de imaginación. Típicamente, los hombres prefieren el camino emprendedor de los negocios, el comercio o su carrera. Y por supuesto, la mujer de carrera también pierde anima si se consagra al mito de la construcción de la cultura. Muchas personas, tanto hombres como mujeres, pueden mirar con desdén la imagen de la esposa y alegrarse de verse libres de su inferioridad. En este contexto, la imagen mitológica de Hera es para nosotros un recordatorio del honor debido a la esposa, puesto que su figura mítica sugiere que la “esposa” es uno de los rostros profundos del alma.

En Hera, la persona tiene más el carácter de individuo cuando se la define en relación con otra, aunque parezca que esta idea vaya en contra de todas nuestras nociones modernas del valor de la independencia e individualidad. En nuestra época se considera que no está bien encontrar la identidad en la relación con otra persona, y sin embargo, éste es el mismo de Hera. Ella es la dependencia a la que se ha conferido dignidad, e incluso divinidad. En tiempos antiguos se le rendían grandes honores y se la adoraba con profundo afecto y mucha reverencia. Cuando la gente se queja de que cada vez que tienen una relación de pareja se vuelven demasiado dependientes, podríamos ver este síntoma como una carencia de la sensibilidad de Hera, y la medicina podría ser cultivar el aprecio de una unión más profunda en el amor y el apego.

Se requiere una habilidad y una sensibilidad especiales para que un hombre o una mujer evoque a la “esposa” en su relación de pareja. Generalmente reducimos la realidad arquetípica a un papel social. Una mujer se introduce en el papel de la esposa, y el hombre la trata en consecuencia. Pero hay una vasta diferencia entre el arquetipo y el papel. Se puede introducir a Hera en la relación de tal manera que el hecho de ser atento y servicial con el otro esté vitalmente presente en ambos. O se puede evocar a Hera como la atmósfera de mutua dependencia e identidad en cuanto pareja. En el espíritu de la diosa, tanto el hombre como la mujer protegen su relación y valoran las señales de su mutua dependencia. Por Hera, llamamos por teléfono a nuestra pareja cuando estamos de viaje o fuera de la ciudad, y también por Hera la incluimos en nuestras visiones del futuro.

El sentimiento de celos puede estar relacionado con este elemento de dependencia en la pareja. Los celos forman parte del arquetipo. Hera es amorosa y celosa. Pero cuando se toma en serio el valor del verdadero compañerismo, la diosa abandona el escenario y la relación se reduce a un mero estar juntos. Entonces los individuos se dividen en el independiente que representa la libertad, y el “codependiente”, atormentado por los celos. Si en un matrimonio uno de los miembros es claramente la esposa—y no se trata siempre de la mujer—entonces no se está rindiendo homenaje a Hera. Si se enfrenta usted con los síntomas de un matrimonio con problemas, examine la situación para ver si Hera está molesta.

El matrimonio que Hera tan fervorosamente reverencia no es sólo la relación concreta entre un hombre y una mujer, sino también cualquier tipo de conexión, emocional o cósmica. Como dice Jung, el matrimonio es siempre un asunto del alma. Hera también puede proteger la unión de diferentes elementos dentro de una persona o en una sociedad.

Frecuentemente, la gente sueña con esposas y maridos. Si no nos limitamos a considerar estos sueños como algo que sólo tiene que ver con el matrimonio real y concreto, pueden llevarnos a contemplar uniones más sutiles. Por ejemplo, un hombre sueña que está en un bar con una mujer que le parece atractiva. Ella lo besa y a él le gusta, pero sigue mirando hacia atrás para ver si su esposa lo observa. En la vida real, este hombre está casado y es feliz, aunque a veces le inquieta sentirse atraído por otras mujeres. También ocasionalmente sueña con el alcohol. En general, en estos sueños se  encuentra con alguien que está bebiendo y él siente repulsión. Este hombre es muy estricto y formal, de modo que no es sorprendente ver que sus sueños se abren en direcciones diferentes. La conciencia que tiene de su “esposa”--todo aquello con lo que está casado—es fuerte y muy útil para él. Si se dejara llevar por todo lo que lo atrae, eso podría ser el fin de su matrimonio, y su vida terminaría sin duda hecha pedazos. Por otra parte, las necesidades dionisíacas y afrodíticas de su alma, expresadas en sus sueños por el alcohol y el sexo, también reclaman cierta atención. Esta es en realidad la principal tensión de su vida en este momento: una lealtad bien ejercida hacia su esposa y su sistema de valores se ve cuestionada por una invitación a experimentar y explorar en una dirección más apasionada.

Una mujer cuenta un sueño en el que su marido y sus tres hijos están merendando en la falda de una verde colina con tres pelirrojas desconocidas. En el sueño, ella sabe que las mujeres son amantes de su marido, y también dedican una cierta atención erótica a los niños. La soñante los ve desde una ventana de su casa y siente a la vez placer, al ver la felicidad de su familia, y celos de las tres mujeres.

Otra vez vemos la dialéctica que es tan típica de Hera. La soñante disfruta de su papel de esposa y madre en el sueño, pero también siente celos ante la proximidad y la nota erótica de las mujeres. La imagen de tres mujeres es común en los sueños y en el arte: las tres gracias o las tres parcas, el pasado, el presente y el futuro. Quizás alguna pasión nueva, ardiente (roja) y fatal—no necesariamente una persona—esté entrando en el alma de la soñante, dando origen a la conocida tensión entra la nueva pasión y las antiguas y amadas estructuras vitales. La soñante está en el papel de la observadora, sentada en su hogar, como Hera, vigilando a distancia esta nueva dinámica.

Nuestros amores no siempre son humanos. El poeta Wendell Berry hace una interesante confesión en uno de sus libros. Dice que a veces, cuando viaja, se enamora de un lugar y tiene intensas fantasías de ir a vivir allí, igual que una persona podría acariciar pensamientos eróticos con respecto a una nueva pareja. Pero después Berry habla desde Hera, recomendando fidelidad al hogar. No debemos dejarnos seducir por estos hechizos de afuera, aconseja. No parece que los sueños sobre este tema están tan seguros de lo que deberíamos hacer cuando nos enfrentamos con ésta tensión. Simplemente nos presentan la escena y el sentimiento de celos que mantiene la lealtad al hogar. La tensión se da entre el apego a lo que es y la promesa de una nueva pasión. Para cuidar el alma, quizá no nos quede otra opción que la de abrir el corazón lo bastante como para dar cabida a esa tensión y, de forma politeísta, prestar oídos a ambas necesidades.

Unas palabras más sobre Hera: Karl Kerényi, el historiador que fue amigo de Jung y desarrolló su propio enfoque arquetípico de la mitología, hace un comentario interesante en su libro Zeus y Hera. La diosa se realizaba, nos dice, al hacer el amor. (El término realizar es una palabra especial de Hera; otros términos griegos usados como atributos de Hera se relacionan con la palabra telos, que significa finalidad o propósito). Kerényi nos dice, pues, que en Hera es esencial encontrar su propósito y su realización en el sexo. Puede parecer obvio que la relación sexual forma parte de la condición de esposa, pero quiero insistir en la idea de que éste particular aspecto de la sexualidad, es decir, la realización de la intimidad y el compañerismo, tiene su divinidad. A Hera se le honraba como amante de Zeus. El “Himno homérico a Hera” nos dice que ella y Zeus gozaron de una luna de miel de trescientos años.

Además, Kerényi menciona que Hera renovaba su virginidad todos los años en la fuente Kanathos (una fuente real en la que se sumergía la estatua de Hera en un ritual anual), de modo que se presentaba a Zeus como una niña para ver realizada su sexualidad.

En lenguaje junguiano podríamos decir que Hera forma parte del anima del sexo. En el lecho matrimonial, lo miembros de la pareja pueden enfrentarse el uno al otro como si fuera la primera vez, disfrutando así de la posibilidad de la virginidad renovable imaginada por Hera. Si una relación reverencia a esta diosa, es bendecida por los placeres de la realización del vínculo sexual entre dos personas. El problema es que Hera sólo se la puede invocar en su naturaleza completa, que incluye sus celos y su condición de esposa, que en ocasiones puede ir acompañada por sentimientos de inferioridad y dependencia. Para encontrar alma en la relación de pareja y en la sexual, es necesario apreciar los sentimientos inferiores que forman parte del arquetipo de la “esposa”.


Se ha dicho que el dios que trae la dolencia es el que la sana. Es el “sanador que hiere” o el “heridor que sana”. Si la dolencia son los celos, entonces la sanadora podría ser Hera, que los conoce mejor que nadie. Por lo tanto estamos de vuelta en el punto de partida. Si nos queremos curar de los celos, quizás tengamos que adentrarnos homeopáticamente en ellos. Es probable que para poder rendir homenaje a Hera haya que tomarse aún más a pecho esas características que en los celos son tan acusadas: la dependencia, la identidad vivida a través de otra persona, la ansiedad por proteger la unión. Si los celos son compulsivos y abrumadores, entonces quizá Hera esté quejándose de que se la descuida y de que la relación no tenga la plenitud de alma que sólo ella puede aportarle. Lo extraño es que tal vez los mismos celos contengan las semillas de la realización tanto de la sexualidad como de la intimidad.
Autor: Thomas Moore




No hay comentarios.:

Publicar un comentario