¿ES POSIBLE DESRANCHIFICARNOS? (II)
Si
existe una idea con la cual pudiésemos resumir lo expuesto en nuestro escrito
“La importancia de la casa, según Lin Yutang” es que ese decir popular venezolano
de que “no somos un país sino un poco de gente viviendo en un territorio”,
devela que poblamos una región de la Tierra, mas, como pueblo, no la habitamos,
puesto que nuestro horizonte de sentido –ese sentido-raíz que ha debido ser
donado por los poetas y los artistas-, está eclipsado por tinieblas propias,
endógenas, a la que se han sumado las humaredas septentrionales, el smog nihilista
que exuda el mundo “moderno”.
En
El retorno de los brujos, Pauwels y
Bergier asoman un juego de imaginación que viene al caso: el de aventurar lo
que hubiese podido ser Gengis Khan si hubiese tenido a su alcance la tecnología
moderna: teléfono, radio, industrias, divisiones blindadas, submarinos, aviones...:
¡Hitler! Así mismo, podemos pensar en un José Tomás Boves armado con el
Manifiesto Comunista, con la mitología de Libertador y del “guerrillero
heroico”, con televisoras y radioemisoras a su entera disposición, con los
recursos del oro negro del siglo XXI…: ¿“El innombrable”?
Si
pudiera declararse un “Monumento a la Ranchificación” para el área de la “Gran
Caracas”* quizá no habría mejor candidato que el penthouse que hizo construir
el alcalde Jorge Rodríguez en el Palacio Municipal de Caracas. De este
exabrupto ranchi-tectónico ha dicho Hannia Gómez, directora de la Fundación
Memoria Urbana, lo siguiente:
“Esta es una usurpación de un bien de todos los venezolanos y un abuso de poder. En donde se construyó esa sala en algún momento hubo un techo a dos aguas, pero en alguna de las intervenciones que sufrió el edificio pusieron una platabanda. Lo que corresponde es demoler ese salón y volverle a poner el techo como es. No pueden violentar el patrimonio. Esa estructura debe ser preservada”. (“El penthouse de Jorge Rodríguez que profanó el Palacio Municipal de Caracas, Emily Avendaño, El Estimulo, Martes, 10-01-2017)
Consejo Municipal de Caracas con su "penthouse"
La
construcción de ese penthouse es la guinda del pastel del proceso de
ranchificación que han sufrido y sufren actualmente las azoteas de Caracas, se
trate de edificaciones patrimoniales, premios nacionales de arquitectura, o
sencillos bloques de apartamento, tal como apuntamos en la primera parte de
este escrito. Y es también el faro negativo para lo peor de la voluntad
ranchificadora oficialista: la Misión Vivienda, llamada por muchos la “Misión
Terror”. Allí tenemos a los que tienen el “rancho en la cabeza”, al mando de un
ministerio de vivienda, con abundantes recursos para el clientelismo político,
y con todos los pretextos que pueden dar justificativos sacrosantos como el de
las construcciones de “interés social”; justificativos tras lo que se escudan
realizaciones compulsivas, abarrotamiento y hacinamiento de espacios y
servicios urbanos, y abuso generalizado en cuanto a permitir edificaciones
invasivas y alteraciones urbanísticas que afectan negativamente el buen vivir
citadino.
¡Cuántos
edificios invadidos convertidos en ranchos de “propiedad horizontal”! ¡Cuántas
viviendas arruinadas! ¡Cuántos vecindarios alterados y degradados que han
terminado degenerando en peligrosísimas “zonas rojas”!
Nuestro
gran poeta Rafael Cadenas ha señalado la poca habitabilidad –en el sentido en que hemos venido hablando- que
tienen las viviendas de “interés social” (En
torno al lenguaje). Como nos hemos tapado los oídos para no escuchar a los
poetas, dirigiendo a ciegas nuestra nave de los locos hacia el Caribdis de lo
atávico o el Escila ideológico, el déficit habitacional terminó convertido, en
nuestro días, en una “deuda social” a ser pagada compulsivamente por todos los
ciudadanos, y, en el extremo del delirio stalinista, en un “arma de la
revolución”: poblaciones comprometidas de por vida a servir a los intereses del
Estado (vivienda compra lealtad) y siembra de poblaciones afectas al partido de gobierno en áreas de
mayoritario voto opositor en busca de distorsiones favorables en el padrón electoral y el control de la disidencia.
El
que ha creído ingenuamente que la “revolución bonita”** ofrecía una alternativa
ante lo impoético que anida en el
nihilismo consumado imperante en el mundo de hoy, no sabe la complicidad que
existe entre el nihilismo (Ge Stellen)
y la proliferación masiva de lo mal hecho, de la industrialización del
mamotreto y el adefesio. Lo que hemos tenido todos estos años “revolucionarios”
son dosis cada vez mayores de colectivización del rancho, de ranchosis aguda.
Edificio La Francia, hoy día, después de ser expropiado por la revolución.
Hemos
afirmado que existe una relación esencial entre la poesía (poiesis) y la vida política (la vida en la polis), debido a que el horizonte de sentido bajo el cual se
configura un pueblo histórico es dado por los artistas, y primordialmente, por
los poetas.** De modo que el discurso público, en tanto modela en un momento
dado las posibilidades de convivencia de todos, también se cimenta, por
necesidad, en ese sentido fundacional
donado por los artistas.
Ese
sentido, por supuesto, no es unívoco ni eterno, cambia históricamente, con el
aporte de cada poeta y artista, y, por las posibilidades hermenéuticas de cada
época; pero, por estar dirigido a todos
los miembros de la comunidad, no puede ser apropiado ni mutilado por una
facción política determinada. Ese “sentido” fundacional posibilita la
conversación plural y comunitaria en torno a lo público (lo que es de todos y
de nadie en particular); por ende, son peligrosos síntomas de una condensación
reificadora (cosificante) y de una interesada conversión esteticista (kitsch) el hecho de que una persona o
partido pretenda monopolizar su interpretación o apropiarse de su universo de
posibilidades, reduciendo tal sentido a unívocas significaciones doctrinarias.
Más
trágico aún es cuando una comunidad no logra cristalizar ese sentido donado por
los poetas, cuando no alcanza a cuajar históricamente porque no escucha la voz
de sus artistas que habla a las profundidades del alma colectiva. Esa voz no
puede ser ni emitida ni suplantada por profetas y políticos, ni ser
monopolizada por voceros mendaces y mezquinos. Y si la comunidad está sorda a la
interpelación de esa voz poiética, aquella se destina inexorablemente a la errancia: a vagar y a divagar, a ir a la deriva y
declinar en torno a una polis –una república- fallida.
La
Gran Venezuela y la Venezuela Potencia son, en tanto imágenes petulantes,
síntomas de ese resentimiento histórico nacional tanto como lo fueron las pretensiones
aristocráticas de los mantuanos en tiempos de la colonia, el “ta´barato” del
boom mayamero o las muchachas de barrio que van a sus trabajos vestidas con
zapatos Christian Dior y carteras Gucci hoy día. La abundancia petrolera no ha
transformado el hecho de que siempre hemos sido un país muy pobre; tan pobre,
que los ricos de la colonia, los “grandes cacaos”, vivían en casas de paredes
de bahareque y piso de tierra apisonada cubierta de pieles de vaca para
disimular. Siempre recordamos que los exploradores europeos vieron en estas
tierras el jardín del Edén y la Tierra de Gracia, y olvidamos lo que significa
nuestro nombre: una pequeña Venecia (que es sólo una ciudad lacustre italiana),
y quizá, por el sufijo despectivo, una Venecia de muy poca estima, de mala vida, una Venecia perdida…
Sin
duda, la vanidad, y el falso orgullo son marcas distintivas de nuestro
gentilicio. Cosa que en importantes dirigentes históricos ha llegado a convertirse
muchas veces en arrogancia y megalomanía. En la mitología, Tifón es un titán,
un gigante lleno de soberbia. En el Fedro
platónico, Sócrates señala que Tifón es un ser complejo (¿acomplejado?) y loco de orgullo. Según la lectura de
Jaques Derrida (El animal que voy
si[gui]endo), para los griegos antiguos, la modestia (el estar sin Tifón / a-typhos:
modesto, no inflado) sólo podía resultar del conocimiento de uno mismo, del
cuidado de sí.
Tifón
es un hijo de Gea (la Tierra) con Tártaro: el vacío inferior. Para Homero, es hijo de una versión arcaica de
Hera, generado por ella sola, sin padre.***
Tifón luchó contra Zeus, la máxima deidad olímpica, para vengar la derrota de
los titanes en la titanomaquia. Vencido por Zeus, Tifón fue confinado al Monte
Etna, el de las conocidas erupciones periódicas devastadoras.
Titán Tifón
Gracias
a los ciclones tropicales, podemos encontrar las filiaciones mito-simbólicas
entre Tifón y Huracán, uno de los dioses del mal de los Taínos del Caribe
(“Hurican” o “Jurakan”), directamente relacionado con el fenómeno de los
ciclones. Este dios taíno derivaría del dios maya “Hunracán”, quien fue el
causante del diluvio universal que según su mitología, acabó con los primeros
hombres que habían ofendido a las deidades. “Hunracán” es el dios del fuego, el
viento y las tormentas. Su nombre significa “una sola pierna”, pues su cuerpo
es el de una serpiente. Por su parte, Tifón no es representado con serpientes
que forman sus piernas, brotando de los muslos. Éste titán, vomita fuego y crea
ciclones y tormentas.
Esta
convergencia simbólica entre Tifón y Huracán sugiere los aspectos destructivos
que se ocultan tras nuestro falso orgullo, nuestro Ego colectivo inflado, ese
que nos hace correr fatuamente tras las cuentas de vidrio que ofrece cualquier embaucador
o hacia El Dorado que creemos merecer. Producto de nuestro vacío inferior –de
una falta de raíces y centro-, ese querer aparentar ser más de lo que se es,
expresa sintomáticamente nuestros más arraigados complejos compensatorios vernáculos,
que han sido disparados al extremo por la abundancia petrolera. Así como el
semi desierto llanero reaparece inclemente tras las inundaciones invernales,
nuestras miserias se airean altaneras bajo el sol al declinar un ciclo de
abundancia cualquiera. Nuestra pobreza no proviene, entonces, en lo esencial,
de nuestras condiciones materiales de vida, sino de una específica pobreza de
alma, de una pobreza interior enquistada en nuestro ser colectivo.
Hunrakán
Una imagen pop que puede ayudar a entender la relación entre el "viento desatado" y la inflación del Ego es el Gordo Huracán (Huracán Harry), "que lleva adentro más aire que pan". Un villano del comic Cool McCool (Bob Kane) cuyo poder consistía en crear ciclones y huracanes para lanzarlos contra sus enemigos. En política esa inflación egóica se transforma fácilmente en "viento articulado" y ciclones retóricos, en logomanía y verborrea. De esa inclinación latinoamericana por el discurso henchido y ampuloso, dice Joseph Conrad en su novela Nostromo:
En varios de sus escritos, Pérez Oramas ha señalado que, como sociedad, nos caracteriza un desprecio de las formas.**** Ese desprecio iría desde la desestima de la importancia medular de lo poético para el vivir pleno (que como tal no está exento del pathos trágico), más allá, incluso de su relevancia para la conformación dinámica del espíritu de un pueblo histórico (volksgeist), hasta la del rechazo de todo aquello que implique normas de convivencia política y ciudadana. Por eso, en ese “desprecio” fundamental, estriba la simiente de “nuestra infelicidad colectiva, de nuestro fracaso en la historia” (Luis Pérez Oramas: “La dictadura sin nombre”. Prodavinci. 08 de abril 2017).
“En cuanto a los demás, ¿qué se me da a mí de que ese modo de hablar sea la voz del destino o un simple trozo de elocuencia hueca y estruendosa? Por cierto que de esa clase de elocuencia se produce bastante en ambas Américas. El clima de Nuevo Mundo parece favorable al arte de la declamación. ¿Recuerdas cómo el querido Avellanos perora durante horas seguidas en sus visitas?”
En varios de sus escritos, Pérez Oramas ha señalado que, como sociedad, nos caracteriza un desprecio de las formas.**** Ese desprecio iría desde la desestima de la importancia medular de lo poético para el vivir pleno (que como tal no está exento del pathos trágico), más allá, incluso de su relevancia para la conformación dinámica del espíritu de un pueblo histórico (volksgeist), hasta la del rechazo de todo aquello que implique normas de convivencia política y ciudadana. Por eso, en ese “desprecio” fundamental, estriba la simiente de “nuestra infelicidad colectiva, de nuestro fracaso en la historia” (Luis Pérez Oramas: “La dictadura sin nombre”. Prodavinci. 08 de abril 2017).
Al
final de Ídolos rotos, de Manuel Díaz
Rodríguez, cuando una revolución triunfante entra en Caracas, el populacho y la
soldadesca destrozan y mancillan la escultura más bella realizada por el
protagonista: la «Venus criolla». La belleza es la gloria de la forma, su
armonía más lograda en cuanto a proporciones y simetrías, según los antiguos.
Por ende, el rechazo a la belleza también está implícito en ese hacer las cosas
como salgan, ese no importar el cómo de lo que se hace, el “como vaya viniendo
vamos viendo” que está en la nuez de nuestra alma colectiva ranchificada,
tentada a cada instante por lo informe y lo mal hecho, y, también, por al abuso
y el atropello.
Manuel Díaz Rodríguez
Al
desprecio por las formas podemos sumar que el venezolano no soporta lo sublime (Doris Aponte dixit). Entendamos
el sentimiento de lo sublime como elevación
(Longino), como el placer estético que deriva del “asombro sin peligro” (Edmund
Burke), o como la contemplación de aquello que nos sobrepasa (Kant), ya el mismo Immanuel (Kant) había observado que
para apreciar lo sublime los hombres necesitaban cierta cultura, y que las personas
rudas o se atemorizan ante tal contemplación, o se protegen bajo un grueso
manto de indiferencia o burla.
También
podemos entender sublimación en
los términos de Freud: la energía libidinal puede des-literalizarse, ir a zonas
de la actividad humana distintas a la sexualidad. Ese desvío hacia un nuevo fin
de las pulsiones sexuales puede tener destinos diferentes, siendo los más
logrados el arte y la actividad intelectual. Dicho de otra forma, la cultura
humana, para Freud, es el resultado de la sublimación.
Otra
perspectiva sobre la sublimación nos la da la alquimia. En este antiguo cuerpo de sabiduría, la sublimación
consiste en el proceso por el cual se transforma (transmuta) la materia a través del
fuego. Siendo este proceso esencial en la misión del alquimista, que es la de liberar el Ánima Mundi que se halla aprisionada en
la materia.
Podemos
pensar las consecuencias nefastas que acarrea para un pueblo el desprecio de
las formas y la incomprensión frente a lo sublime. Si las puertas de la
“sublimación” se obstruyen y cierran, quizá no quede otra alternativa que
seguir un falso camino de elevación: la fatuidad, el falso orgullo, la
inflación del Ego y el delirio megalomaniaco.
Desde
el punto de vista republicano, para nosotros es mejor, entonces, sentarnos a
leer concienzudamente un texto como “Democracia y modestia” de Albert Camus,
que intentar cumplir irreflexivamente un “glorioso” diktat testamentario como el “Plan de la patria” de Chávez; o, al
menos, deberíamos leer el último bajo la luz del primero.
La
diosa griega de la modestia era Aidos. También lo era de la vergüenza y de la
dignidad humana, términos que no estaban muy lejos uno del otro, para el
antiguo heleno. La palabra latina modestia
proviene de modus (medida), de manera que “modestia” significa el someterse a unas normas, mesura y moderación. De
ahí la estrecha relación mitológica entre Aidos y Némesis, la diosa que castiga
a quien traspase los límites, el pecado de hybris
(desmesura). La modestia es una virtud que da mesura y temple al hombre, que le
contiene frente a las tentaciones de ser como el animal y el dios, el bárbaro y
el titán.
Némesis
Cuando
Oscar Wilde dijo que la vida imitaba al arte, estaba trastocando la visión
cosmética y funcional del arte como mímesis: copia de la realidad.***** Como
decía Paul Klee, el arte no reproduce lo visible, sino que lo hace visible (hace visible lo
invisible). En esto conectaba con la esencia de la poiesis, que para los griegos era el hacer aparecer el ser del
no-ser.
En
un país donde un tumulto y un “¡ahí, mi caballo!” conforman una revolución, una
subida de precios del petróleo nos hace “grandes” y un arengador cuartelario
termina siendo un “gigante inmortal”, los poetas y demás artistas, en tanto
signados por la busca implacable de la autenticidad, han tenido que encontrar
su camino descendiendo a la pobreza de un decir y un hacer provisorios, una
senda de modestia, anti heroica y despojada.
El
Discurso de Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua de nuestro
poeta Armando Rojas Guardia, es un texto esencial para entender los vacíos
culturales tras nuestro actual colapso, el cual también repite magnificado, una historia de cien
años de soledad y fracasos, de irreflexión y descalabros colectivos.
Positivistas, socialdemócratas, neoliberales, militaristas y marxistas
variopintos, desarrollistas todos, han mordido el polvo de la derrota una y
otra vez ante el mismo enemigo: nosotros mismos. Rojas Guardia dice al
respecto:
“Porque ‘consciencia del fracaso’, como oportunidad individual o colectiva, es también seguir la ruta que nos traza el poema de Rafael Cadenas, Fracaso, al cual yo haría una lectura obligatoria en todas las escuelas del país, para que nos sirviera de antídoto, de revulsivo y de advertencia desde la niñez: la ruta no épica ni heroica de salir de la cháchara, de la panoplia, de la frivolidad, del inmenso espejismo petrolero, hacia el paladeo gustoso de nuestros límites, nuestra menesterosidad, nuestra indigencia, para transformarlos en creatividad espiritual y madurez salvadora. Sólo así la marginalidad dejará de ser una maldición, una condena, y se constituirá en una verdadera llamada, en una genuina vocación, en una manera-otra, insólita, de acceder al centro.”
Armando
Reverón, nuestro más importante artista plástico, puede servirnos de ejemplo de
lo que los poetas y artistas de estas tierras, en sus obras más logradas, han
tratado de “hacer visible”, de entregar como germen arquetipal para la
transfiguración del alma colectiva. Su muy particular “ofrenda a los muertos
revertida”, el auténtico legado de vitalidad, de simiente vivificadora que siempre hemos de honrar y agradecer, si nos dejamos nutrir enteramente por su esencia. Porque,
¿qué otra cosa es la aventura artística reveroniana en Macuto, sino la de
transmutar con la sola potencia de la ensoñación poética, un rancho en un castillo (el Castillete)?
Castillete de Armando Reverón en Macuto
Yilda Conquista y Roberto Chacón
(Continuará…)
Notas:
*La
palabra “gran” (que hace referencia a “grande”) es de esos términos que en el
contexto de nuestras problemáticas psico-culturales deberíamos usar con
infinito cuidado y contención. Igual pasa con palabras como “pueblo” y
“popular”. El edificio La Francia, es la otra edificación que disputa la
supremacía en cuanto a los procesos de ranchificación oficialista en Caracas.
**Desde
el punto de vista de la ranchificación, es harto sintomático que el tema de la
“casa”, sea central en la poesía venezolana (aunque no exclusivamente de ésta).
***Sobre
la familia matricentrada (sin padre) en este contexto, ver: “La importancia de
la casa, según Lin Yutang” (VII). Sección “Caleidoscopio” (Nei Dan Magazine No.
552).
****Ese desprecio por las formas ha encontrado su justificativo ideal en la moderna jerga revolucionaria: las formas son burguesas.
*****Recordemos
que esa visión kitsch del arte es compartida por los marxistas, quienes siempre
intentan constreñir el arte a un uso propagandístico y decorativo. Esta falta
de sentido estético profundo siempre ha hecho al marxismo político sospechoso
en cuanto a sus reales intenciones de transformar la vida, provocando la duda
de si su verdadero universo de deseo no está configurado exclusivamente en torno al poder.
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