LAS NUBES MAESTRAS
Me
gustan las casas de muñecas, hacer pompas de jabón y contemplar las nubes. En
esto último andaba y veía que un telón de gasa de un gris pálido y monótono
cubría el abandonado escenario del oeste mientras en el teatro del sureste las
nubes se entregaban a la luz y al viento. Los colores no eran muchos pero sí
las formas que se transformaban con la velocidad de un pestañeo.
De
pronto una gran nube gris tornada en ave inmensa con alas desplegadas venía
hacia mí, portadora de alegría, pues el vuelo de las aves hechas de nubes trae
buenos augurios. El ave desapareció y muchísimas nubes de diversos tamaños y de
grises diversos se ordenaron en un círculo dejando en el centro un espacio azul
muy tenue en el que refulgía una cinta luminosa y serpenteante.
Pensé:
es como un anfiteatro para la enseñanza de la medicina y las nubes deben ser
las maestras que ahora imparten una clase. Me concentré para oírlas y me
dijeron que la sinuosidad de la cinta luminosa simbolizaba la del camino de
nuestras vidas, cuyo trayecto en algún punto, quizás durante un sueño, es
interrumpido por una pregunta que el universo y todas las almas que lo han
habitado nos hacen, pidiéndonos que decidamos si queremos proseguir o si
preferimos unirnos de nuevo con el todo... pero esa pregunta y nuestra
respuesta la olvidamos totalmente y sentimos que la muerte nos espera agazapada
y nos asalta cuando menos lo esperamos siendo la verdad que junto con el
universo y las almas hemos establecido el cuándo, el cómo y todas las
minuciosas circunstancias.
Nuestra
alma eterna está siempre enamorada de lo efímero, de la forma que habita, de
las que roza en su viaje, y en especial de alguna en donde vive un alma con la
que misteriosamente se produce un reconocimiento pleno, un lazo estrecho de
comunión...y es para aminorar el sufrimiento a la hora del desprendimiento que
el ritual de la pregunta nos es recordado para que en ese minuto ineluctable
tengamos consciencia de que nosotros mismos decidimos abrir las alas para el
vuelo en ese momento, en esas circunstancias... ¿Acaso ese recordatorio hará que
se suavice el sufrimiento de la despedida definitiva?
Vi
de nuevo la escena celestial, la cinta luminosa se había bifurcado, una de sus
puntas ascendía, la otra proseguía hasta extinguirse, expresión visual de las
dos respuestas.
El
anfiteatro de las nubes maestras desapareció y en su lugar quedaron las nubes
danzarinas, las que ejecutan actos de magia y se transforman en miles de seres
fantánticos o en animales que nos son conocidos, en rostros, en paisajes, que
por un breve rato contemplé, antes de
comenzar otra de mis actividades favoritas: el chikung llamado Ba Duan Jin.
Apenas
iniciaba el primer movimiento, cuando llegó el recuerdo: unos pocos días
atrás, ejecutando muy lentamente ese
mismo movimiento y contemplando un sol crepuscular extraordinario, coronado por
su propia luz, sentí de pronto que de todo mi cuerpo venían las palabras, que
no llegué a articular: !Acepto mi muerte!...
Ya
las nubes maestras me habían explicado que en algún momento tendría que vivir
esa experiencia y el recordarla me hace sentir privilegiada; gracias al
chikung, el cuerpo, sintiendo su propia unidad y su pertenencia al todo, había
respondido que aún llevando el peso de la lúcida admisión de su finitud, quería
proseguir por el tiempo que le fuera otorgado.
Conozco
parte de la respuesta y sé que la aceptación de la muerte es un compromiso
interior que requiere ser reiterado, pero que significa una gran ventaja en la
cruel batalla que libra el ser humano ante la certidumbre de su inevitable
mortalidad. Los detalles que puedan rodear ese evento en gran medida podemos
modularlos de acuerdo con nuestro estilo de vida y con nuestros pensamientos,
positivos o negativos, pero siempre podemos imaginar acontecimientos que
estarían fuera de nuestro control. Esos pensamientos que a veces o
frecuentemente nos asaltan alimentan la angustia de vivir.
Para
aliviar esa angustia, cuando ejecuto los movimientos del Ba Duan Jin, que
literalmente se traduce como Ocho Hebras de Brocado, pienso que cada una de las
células de mi cuerpo le entrega a Dios hilos de seda para que, habiendo
aceptado la muerte, Él urda el tejido de mi vida por venir como un tapiz de
brocado, tan luminoso y coronado de luz como el sol de aquella tarde.
María Margarita
López
2004
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