EL ZORRO
Y EL CENTAURO (III)
No hay que olvidar, sin embargo, que tanto Rommel
como Villa, tuvieron brillantes oficiales bajo su mando, cuya visión
estratégico-táctica, un poco más sistemática u ortodoxa, compensaba en buena
parte, las virtudes militares heterodoxas de ambos comandantes, que de tan
exitosas que resultaban corrían el riesgo de hacerse unilaterales y
tendenciosas, y, por tanto, predecibles.
Felipe Ángeles
Villa contó con el general de división Felipe
Ángeles (1859-1919), un militar de carrera y hábil estratega, quien fungió como
jefe de artillería de la División del Norte. Los análisis de las victorias
villistas de 1914, que condujeron a la toma de Ciudad de México, nos hablan de
la importante contribución de Ángeles en las mismas. En 1915, Ángeles aconsejó
a Villa no atacar a las fuerzas de Álvaro Obregón en Celaya (El Bajío), donde
estaban atrincherados las fuerzas federales al estilo del frente occidental
europeo (casamatas con ametralladoras, campos de minas, alambradas de púas,
etc.). Villa, demasiado confiado de sus dotes tácticas, no le escuchó. El
resultado fue la primera de una serie de derrotas que acabaron finalmente con
la División del Norte, y más tarde, con el propio Villa y Ángeles.* Demás está
decir, que las derrotas y asesinatos de Villa y Zapata truncaron las
posibilidades de éxito verdadero de la Gran Revolución Mexicana.
Ludwig Crüwell
El general de panzertruppen
Ludwig Crüwell fue personalmente solicitado por Rommel para conducir el Afrikakorps, en 1941, luego de estar
bajo las órdenes de Kleist y destacarse en las campañas de Yugoeslavia y
Ucrania. Dicen los estudiosos militares, que Crüwell tendió una trampa perfecta
para destruir al VIII Ejército británico cuando éste lanzó la Operación
Cruzader, una ofensiva aliada destinada a liberar Tobruk a principios de 1942
(por aquel entonces sitiada por Rommel); la misma fracasó cuando impulsivamente
Rommel lanzó una temeraria incursión hacia la frontera egipcia, la cual originó
una serie de percances que culminaron en la primera derrota del Afrikakorps ante los británicos; y,
quizá, en la pérdida de la única oportunidad verdadera de acabar de una vez para
siempre con el VIII Ejército, y así poder tomar rápidamente Egipto y el canal
de Suez. Tiempo después, conduciendo magistralmente al Afrikakorps en la victoria de Ain El Gazala, fue derribado cuando
iba en su avioneta de observación y cayó prisionero de los ingleses. Rommel
debe haberlo echado mucho de menos durante los duros encuentros en El Alamein.
Como podemos constatar, una serie de semejanzas y
paralelismos unen a los dos legendarios comandantes de los que hablamos, cuyo
papel histórico es todavía hoy objeto de fuerte controversia. Pancho Villa:
paladín de la revolución o bandido, “Robin Hood” moderno o asesino despiadado,
hábil táctico o militar improvisado. Erwin Rommel: general nazi o caballero de
la guerra, gran capitán o comandante sobreestimado**, héroe del Tercer Reich y,
también, de la resistencia al régimen.***
Además, no hay duda del importante aporte a la
leyenda de estos hombres brindado por sus enemigos, en vida y luego de sus
decesos. La prensa estadounidense convirtió a Villa de bandido en héroe (y
luego del ataque a Columbus, otra vez en villano y asesino), y hasta una
película holliwoodense con Villa de protagonista comenzó a ser filmada en plena
revolución. En el cenit de su carrera revolucionaria, Villa fue a USA para
reunirse con Pershing (quien luego lo perseguiría infructuosamente por el norte
de México) y otros altos comandantes de EEUU, debido a que estos estaban
entusiasmados con las brillantes tácticas de Villa y querían conocerle
personalmente. Luego de su muerte, las fuerzas conservadoras triunfantes de la
revolución mexicana, se apoderaron del mito revolucionario, entronizando a
Villa en el panteón de los héroes de la Revolución…
Antes de que el mismo Goebbels, Ministro de
Propaganda del Reich, lo encumbrara como héroe de guerra, la prensa británica,
de la Commonwealth y estadounidense ya había hecho del “Desert Fox” un gran
comandante y un caballero cabal en medio de los horrores de la guerra moderna.
Como ya señalamos, Churchill le alabó sorpresivamente en la Cámara de los
Comunes diciendo que era un “gran general”. Luego, en el 3er Volumen de su obra
La segunda guerra mundial, Churchill
escribió sobre Rommel:
“También merece nuestro respeto, porque, a pesar de ser un soldado alemán leal, llegó a odiar a Hitler y todas sus obras, tomando parte en la conspiración para rescatar a Alemania, desplazando al maniático tirano. Por ello, pagó el precio más alto con su vida. En las sombrías guerras de la democracia moderna, hay muy poco lugar para la caballerosidad.”
Los generales británicos en Egipto llegaron a
sentir una especie de paralizante admiración, que les hacia disculparse de sus
derrotas señalando someramente que “bueno, se trataba de Rommel”. Bernard
Montgomery, el general británico que finalmente derrotó a Rommel, y quien fuera
nombrado en el comando del VIII Ejército justamente porque era “inmune” a la
leyenda del “Zorro del Desierto”, lo encumbraría luego como gran estratega por
sobre todos los demás grandes generales del conflicto, llegando a colocar en su
vehículo de comando un retrato del general germano, para que le sirviese de
motivo de emulación y de recordatorio de la envergadura de su rival. Monty
quizá siguió el ejemplo de los antiguos griegos, para quien la gloria sólo es
alcanzable por la grandeza del contrincante vencido. George Patton llegó a
sentir una fijación similar por Rommel, y lo tenía como el vivo ejemplo del
ejecutor ideal del tipo de operaciones con blindados, a máxima velocidad, que a
él le gustaba comandar.
Bernard Montgomery
A Villa y Rommel, los enlaza, más que nada, el mito
trágico que acompaña a los más brillantes comandantes, como Aníbal Barca o
Napoleón Bonaparte, que a pesar de la importancia de sus victorias, no lograron
cambiar definitivamente una situación estratégica global desfavorable. Villa,
junto a Zapata, llegaron a cumplir el sueño de todo revolucionario en armas: la
toma del Estado (el poder). Pero, ajenos a ambiciones personales, creyeron que
esto bastaba y no aprovecharon sus triunfos para levantar un Estado
revolucionario y así sustituir el ejército nacional por uno revolucionario.
Cuando quisieron enmendar el error, la situación favorable a la revolución
había pasado, y ambos sucumbieron en medio del reflujo revolucionario y el
ascenso de las fuerzas conservadoras nacionales e internacionales.
George Patton
En la guerra del desierto nor-africano, Rommel
fracasó no sólo porque nunca tuvo los suministros que realmente necesitaba o
porque Hitler no concedió importancia al frente libio. Ya en Francia, Rommel
había llevado a sus límites la blitzkrieg,
y había comprobado que Alemania no estaba preparada plenamente para tal cosa.
La motorización parcial de la Wehrmatch,
que tantos problemas causaría en la guerra contra Rusia, se debía a
insuficiencias estructurales en la industria automotriz del Reich,
insuficiencias que ni las industrias automotrices francesa y checa, puestas al
servicio de la Alemania nazi, pudieron solventar. Y más problemática aún era la
carencia europea de petróleo, materia prima indispensable para llevar a cabo a cabalidad una guerra mecanizada. Estas insuficiencias estructurales
industriales y el escaso acceso a materias primas estratégicas, tal como
ocurrió en la 1era Guerra Mundial, hacían impracticable una victoria alemana en
una guerra mecanizada global. Alemania, la nación del Eje más industrializada,
produjo mucho menos aviones y barcos que Gran Bretaña, y mucho menos aviones y
tanques que la Rusia soviética. Esto sin nombrar a los EEUU, el “arsenal de las
democracias”, país que para entonces producía el 65% de las mercaderías
industriales del orbe.
Pero otra cosa también los hermana: ambos
estuvieron muy cerca de darse cuenta de un hecho que ahora salta a la vista:
que toda guerra es, en esencia, asimétrica; que toda guerra presupone no sólo
diferenciales de potencial bélico entre los rivales, sino también, ambigüedades
y vacíos interpretativos –llenos de posibilidades de innovación- en las
llamadas convenciones de la guerra, que pueden ser ampliamente explotados por
un contendor en detrimento del otro. Y debía ser así en estos dos hombres de
recorridos singulares. Uno, “prestado” a la guerra convencional desde el
bandidaje y la guerrilla; el otro, que desde la profesión militar se fue
acercando cada vez más a la tenue y borrosa línea que separa la guerra
convencional de los recursos bélicos no convencionales y la creatividad
heterodoxa.
Pero justamente las mismas dotes del genio militar
le enceguecen a la hora de darse plenamente cuenta de ese descubrimiento
crucial. Siente que cada batalla le abre nuevas posibilidades que debe
aprovechar en su totalidad. Día a día asume que sólo en la batalla puede
cambiarse la situación global desfavorable; que si se aprovechan a plenitud las
oportunidades que brinda cada victoria, finalmente la situación estratégica
total se tornará a su favor. Un genio militar puede constatar, en una
determinada oportunidad, que carece de suficientes pertrechos, pero vence al
enemigo y se apodera de los suyos…; de modo que se va convenciendo así mismo de
que la respuesta para cambiar el curso desfavorable de la guerra también tiene
que estar en una batalla, una batalla decisiva… Esta es la tentación mayúscula
que va cegando al genio militar y no le permite descubrir las implicaciones de
la guerra y sus asimetrías constitutivas. Así, Villa se apresura a entablar
combate con Obregón, debido a que sabe que sus suministros de armas están
bloqueados por los estadounidenses. Rommel anticipa que pronto van a llegar los
estadounidenses a África, así que no puede perder tiempo y marcha hacia
Alejandría, haciendo colapsar así a su endeble red logística. Ambos brillantes
comandantes son forzados así a dar batallas “cruciales” y son derrotados
decisivamente en las mismas.
Una batalla “crucial” es una convención
–principalmente una apuesta psicológica- entre los contendientes sobre la
importancia decisiva de un encuentro. ¿Por qué la batalla de Kiev de 1941, no
fue una “batalla decisiva”, tratándose de la capital económica de la URSS,
defendida por un héroe de la revolución de 1918, el Mariscal Simeón Budionni, y
siendo capturados más de 600 mil soldados del Ejército Rojo (para muchos, el
peor desastre militar de la historia), y si lo fue la batalla de Stalingrado,
una ciudad de menor importancia a orillas del lejano Volga, que acabó con la
destrucción del VI Ejército alemán, pero al costo de un millón de bajas por
parte soviética? Parte de la respuesta proviene que a los rusos el desastre de
Kiev les proporcionó el tiempo que necesitaban para defender Moscú, su capital
política y centro de su red de comunicaciones. En cuanto a Stalingrado, la
respuesta estriba en la importancia simbólica de la ciudad, dado su nombre (la
ciudad de Stalin), del encono puesto durante largos meses no sólo por las
tropas combatientes, sino también por las maquinarias de propaganda rivales, y,
por supuesto, por el calificativo de desastre que le confirió Goebbels
(declarando hasta un duelo nacional), en su intento maquiavélico de usar la
derrota para lanzar un equivalente nazi del “sangre, sudor y lágrimas” de
Churchill, y empujar así a una Alemania “resteada” en la vorágine de la “guerra
total”.
Nguyen Giap
El comandante vietnamita Nguyen
Giap, un gran estratega y logístico, pero pésimo táctico, venció a los
franceses en una “batalla decisiva”: Dien Bien Phu. Pero años después, contra
los estadounidenses, primera potencia del orbe, desarrolló todos los recursos
de las “tácticas fabianas”**** y otras posibilidades de la guerra asimétrica, y
se dio el lujo de ganar una guerra perdiendo todas las batallas importantes, y
es más, transformó en “decisiva” a su favor, una derrota mayúscula, como lo fue
la de la Ofensiva del Tet.
“Guerra asimétrica” pudiera entenderse, entonces,
como aquella en la cual uno de los contendores, el que es tomado como más
débil, desde el punto de vista convencional (inferioridad numérica, escasa
preparación militar, menor poder de fuego, inferior tecnología bélica, menores
recursos industriales, etc.), tiene la primera opción de ganar la guerra, aún
perdiendo todas las batallas, las cuales fungen de escenario ideal para dirimir
los encuentros en los términos militares convencionales, pero que no
constituyen ni de cerca la totalidad de las posibilidades del acontecer bélico,
ni tienen de suyo un carácter “decisivo” en cuanto a determinar al ganador y al
perdedor dentro de un conflicto determinado.
El arte marcial del Tai Chi Chuan, pudiera ser
entendido así, como una figura arquetípica de toda “guerra asimétrica”. Dichos
del arte como “lo débil vence a lo fuerte” o “se empieza después pero se llega
antes”, pudieran servir igualmente como lemas instructivos en cualquier curso
sobre tácticas guerrilleras. En el Tai Chi, la esencia del combate es una
alquimia en la cual el agredido convierte sus supuestas desventajas en puntos
fuertes, y el agresor cae derrotado por su misma fuerza, tamaño y rapidez.
Entonces, la “asimetría” es esencial para este tipo de combate, pues sin ella
sería imposible la alquimia antes descrita.
Esto confiere al Tai Chi, y la cultura que le es
concomitante, una cierta importancia desde el punto de vista de la encrucijada
civilizatoria en la cual nos encontramos actualmente. Llamamos a nuestra
civilización “moderna” y al “sistema” imperante “capitalismo”, como si estas
palabras encerraran la verdad simple e inteligible de lo que somos; como si
nosotros pudiéramos ver a la sociedad y el tiempo en que estamos inmersos con
la misma objetividad y certeza con que estudiamos otras culturas o períodos
históricos (si es que esto es igualmente posible). Usando una metáfora cara a
las medicinas tradicionales, la “locura económica” que llamamos “capitalismo”,
tal como Carl Marx la estudió, tal vez sea el nombre de un síntoma importante,
más no la descripción absoluta del síndrome -el mal civilizatorio- que
padecemos colectivamente.
Desde que Louis Althusser no pudo demostrar
convincentemente en qué consistía la determinación en nuestra sociedad de la
infraestructura económica “en última instancia”, que el marxismo, como
“ciencia” se adjudica conocer, han surgido diversos y divergentes estudios para
tratar de descifrar las compulsiones secretas que motorizan los procesos
“civilizatorios” que nos constituyen. Uno de esos estudiosos heterodoxos de
nuestro tiempo es el francés Paul Virilio (1932-).
Paul Virilio
En su niñez (1940), Virilio, quien residía en
Nantes (puerto sobre el Canal de la Mancha, en Bretaña), fue sorprendido y
marcado profundamente por la bliztkrieg
del panzergruppe de Hermann Hoth,
justamente donde estaba encuadrada la VII panzerdivision
de Rommel. De sus reflexiones sobre la velocidad y la guerra, la política y la
tecnología, surgiría uno de sus libros más conocidos: Velocidad y política (1977). En el mismo, establece la preeminencia
del modelo militar, en la organización de masas y las políticas demográficas
civilizatorias (especialmente las modernas), así como la lógica industrial capitalista
que es necesaria para alimentar tal modelo en nuestro tiempo. Para Virilio, la
busca tecnológica-militar de velocidad y aceleración, es la condición de
posibilidad de la acumulación de riquezas y la circulación de mercancías, más
que derivar de éstas, de manera que la economía capitalista es una suerte de
“economía de guerra”, una economía total, de exterminio. Lo más inquietante de
las reflexiones críticas de Virilio, es que la fascinación tecnológica-militar
por la velocidad y la aceleración, es solidaria con las tendencias
civilizatorias modernas de carácter despótico (totalitarismos). Como han
señalado otros importantes pensadores desde otras perspectivas de estudio,
***** la Alemania nazi (como modelo de estado despótico), no es una anormalidad en la historia
contemporánea, es un probable destino civilizatorio, a menos que los ciudadanos
tomen consciencia de las lógicas mecánicas que preparan, justifican y conducen
al arribo de tal posibilidad funesta, y sean así desarmadas por el colectivo.
En su cuento “Deutches Requiem”, J. L. Borges, a
través del relato de su personaje, el nazi Otto Dietrich zur Linde, afirma que
el Tercer Reich triunfó finalmente, a pesar de su aniquilamiento por los
aliados, porque logró imponer su propia lógica constitutiva –la guerra total;
la guerra de exterminio- a sus rivales. Estos no convencieron a los nazis de
las bondades y conveniencias del cristianismo o de las ideas modernas de
“libertad, igualdad y fraternidad”, de los “derechos del hombre y el
ciudadano”; no, los sometieron a fuerza de bombardeos indiscriminados, de
bloqueo económico contra toda la población enemiga, de velocidad y aceleración
máximas de sus ejércitos mecanizados, de propaganda incesante y manipuladora, y
finalmente –para sus aliados nipones- terror nuclear. Al respecto Otto zur
Linde declara:
“El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo, que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. […]. Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos sus víctimas. […].”
Esto, sumado a la “bomba de tiempo” de Goebbels
(los filmes y fotografías nazis de propaganda que todavía causan fascinación y
crean una seductora imagen de “Estado perfecto” sobre el Tercer Reich), y a las
aseveraciones del sub-comandante Marcos, sobre la “Guerra Fría” como “tercera
guerra mundial” (con su amenaza global de exterminio) y la globalización como
“cuarta guerra mundial” (con su amenaza global de exterminio de la humanidad en
cuanto a su acervo cultural ancestral, a su diversidad cultural y a su
sustentabilidad ecológica, a través de una guerra total económica), nos hacen
ver que las teorías de Virilio revelan rasgos de nuestra civilización a los que
estamos inconscientes, “dormidos”. Aspectos de nuestra vida cotidiana, como la
ropa (que desde los trajes de vestir hasta las vestimentas informales derivan
de trajes militares), la mayor parte de la tecnología doméstica, el urbanismo,
la sistematización de las comunicaciones y la producción, y mucho más, están
originados y pertenecen en gran medida a esa maximización de la velocidad y la
aceleración que el modelo militar determina y busca obsesivamente. Por eso no
nos debería extrañar que mientras otras civilizaciones tuvieron al ágora, o al
templo, como centro y corazón de su cultura, la nuestra tenga como núcleo, el
complejo militar-tecnológico-industrial-mediático.
(Continuará…)
Notas:
*A raíz de esa derrota, Ángeles se separo de Villa.
**Mientras Montgomery, en sus escritos, declaró que
Rommel no había cometido ningún error estratégico de importancia, otros
militares británicos han aseverado, que Rommel no estaba apto para conducir una
gran unidad militar, como un cuerpo de ejército, y que a lo sumo, sus mejores
dotes de comandante táctico hubieran podido destacar si se le hubiese dado el
mando de un regimiento, o, como mucho, una división.
***Todavía es objeto de polémica si Rommel fue un
nazi o no, y si participó o no en el complot contra Hitler de 1944.
****Quinto Fabio Máximo (280-203 a.C.) fue un
político y militar romano que se enfrentó a Aníbal durante la II Guerra Púnica.
Dado que cada vez que los romanos daban batalla a Aníbal, éste los derrotaba
completamente, Fabio decidió no enfrentarlo en batalla, sino hacerle la guerra
por medios indirectos, hostigándolo con tácticas de guerrilla y atacando sus
líneas de abastecimiento, campamentos de rezagados y bases de retaguardia.
*****Michael Foucault, por ejemplo, desde la
perspectiva de sus estudios sobre el bio-poder, ha aseverado la tendencia
moderna a la excesiva identificación político-social a través de la sangre
(“raza”) y la discriminación, segregación y exterminio étnico que esto
posibilita. Basta contemplar la historia reciente (Bosnia, Ruanda), para ver la
concreción de sus vaticinios.
Roberto Chacón
Nei Dan Magazine No. 359 (17-04-12)
Sección "Artículos"
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