martes, 19 de febrero de 2019

TAI CHI SOUL Roberto Chacón (Magazine No. 602)


LA PAZ SEA CONTIGO (IV)

“La belleza es insoportable, nos conduce a la desesperación,
 ofreciéndonos por un minuto la mirada a una eternidad
que nos gustaría extender sobre la totalidad del tiempo.”

No hay alegría de vivir sin desesperación de vivir.
Albert Camus

No he terminado de montar Peace Piece. Me falta poco para completarla, pero avanzo lento. No es una pieza fácil, aunque lo parece al escucharla, o al mirar la partitura. Muchas figuras rítmicas de la melodía, en especial algunos arpegios, requieren destreza. El ostinato de la mano izquierda debe sostenerse, pero hay que estar atentos a los pequeños cambios –de notas, de ritmo, de tempo- que sufre a lo largo de la pieza. La parte final, con sus arpegios de notas alteradas, no es fácil de interpretar, por lo menos para un pianista intermedio como es mi caso.

Puede que, todavía, no haya alcanzado un grado de madurez tal que pueda acceder a los misterios que pulsan los latidos de la pieza. De ahí que invoque a las musas y a los duendes, y también a los ángeles “terrestres”. Medito antes y después de interpretar la pieza. Medito mientras la interpreto, o al menos lo intento. Me enamoro de ese proceso. Quizá, el proceso –el camino- tiene alguna analogía con el enamoramiento, con individualizarse en la misma trama del devenir en la cual uno va individualizando a otra persona.

Peace Piece puede ser entendida, como toda obra de arte, como un viaje hacia el sí mismo (self), del que nos habla Gustav Jung, o, al menos, como su imagen sonora, su “preludio”. Si es cierto que en el centro de uno mismo se encuentra la isla-paraíso descrita por Melville. Seguramente lo fue, para Evans, en la epifanía de un momento de intensa belleza (la “eternidad de un minuto” de Camus), y puede serlo también para un intérprete u oyente afortunado.

HACIA MÍ MISMO.

Uno de mis deseos es que aquellos árboles oscuros,
Tan viejos y firmes que la brisa apenas los penetra,
No fuesen la máscara de una penumbra discreta,
Estiradas sombras, lejos al borde del destino.

No he de ser retenido, pero en ese algún día,
En su inmensidad debería escabullirme,
Intrépido, buscando incesante la tierra abierta,
O el sendero donde la rueda lenta vierte arena.

No veo por qué yo debería volver,
O por qué los otros mis pasos deben rastrear
Para alcanzarme, pues deberían extrañarme,
Sabiendo largo tiempo que todavía los amo.

No me encontrarían distinto del que supieron contemplar,
Sólo más seguro de que aquello que pensaba era verdad.

Into My Own; Robert Frost (1874-1963)

Seguramente, como dijo el poeta Jules Supervielle, somos los “Habitantes delicados de los bosques de nosotros mismos”. “Delicados”: colmados de gracia, que propenden a colocar lo angelical sobre lo infernal, según escribió Onfray. Pero atención, para poner lo angelical sobre lo infernal, no se puede partir de una negación del inframundo. Como en la alquimia, se parte de lo más bajo y putrefacto –la nigredo- para llegar al oro alquímico a través del proceso de la sublimación. La ley de la gracia no prescinde de la gravedad: le complementa. Sólo así se entiende que disfrutemos de estar “colgados” (como el Colgado del Tarot) entre el Cielo y la Tierra –y, también, entre el mono y el súper-hombre.


En el hermoso documental Zhu Xiao-Mei: como Bach derrotó a Mao, la pianista china Zhu Xiao-Mei reflexiona profundamente sobre la música de Bach. Durante una gira por China, las autoridades de ese país querían que interpretase las Variaciones Goldberg de J. S. Bach en el escenario más grande de Shanghai. Ella escoge una sala pequeña para ese concierto. Para la pianista, la música de Bach no es melodramática ni grandilocuente. Su obra maestra, las Variaciones Goldberg, son un canto a un temple espiritual que sólo se da en la serenidad, las mesura y la intimidad. Entonces la pianista se pregunta si el público chino –un público joven y adinerado, pero que todavía tiene cuentas pendientes con el pasado, en especial con la “Revolución Cultural”-, está lo suficientemente maduro para escuchar la música de Bach.

Un extracto de las Variaciones Goldberg de J. S. Bach, interpretadas por Zhu Xiao-Mei en la iglesia St. Thomás de Leipzig, donde se encuentra la tumba del insigne compositor.

Para Heidegger, el tiempo es la maduración de la temporalidad. Que es como decir que el tiempo mismo no es solamente el paso de las horas, sino un advenimiento paulatino que entreteje, ciñe y acrisola los destinos.

En la Era Moderna, sustituimos el designio de los dioses por la voluntad del hombre. No se trató de un descenso de la voluntad humana “a la pobreza de su esencia provisoria”, como hubiese querido Heidegger, sino de su entronización primordial en los mecanismos del motor de la historia: su fáustica divinización.

El dejar de ser el centro del universo con Copérnico, estar emparentado con los monos gracias a Darwin, y con su autonomía y libre albedrío puestos en duda por el predominio de oscuras fuerzas colectivas –Marx-, e individuales –Freud-, no hizo al hombre más humilde y mesurado, sino que lo impulsó a hacer lo imposible por apoderarse de los controles del universo con vistas a revertir su desamparo existencial por la vía del dominio absoluto del cosmos. Así, en lugar de profundizar en la sacralidad inherente al pathos trágico, despertó en él un deseo luciferino, una hybris bárbara y titánica a la vez. Por eso es indecoroso decir que somos hijos de los griegos, pues más nos asemejamos a las muchedumbres de servidores del teocentrismo que alguna vez amenazaran la Hélade, hace más de dos mil años… (apenas ayer)…, según nos recuerda Camus.

Esa voluntad desbocada, que no conoce límites, proviene -en palabras de Heidegger- “de la extraña sobre medida de un furioso medir y calcular”, desmesurada voluntad de dominio tecnocrática sobre la cual se basa la violenta “reducción del ente a nada” o “nihilismo consumado”.

Por otra parte, el “motor de la historia” es, al decir de Marx la lucha de clases, idea que hoy, en nuestra época nihilista, se ha transformado en el justificativo de toda clase de luchas, en la guerra perenne. Albert Camus explica este proceso así:

“[…] la filosofía moderna sitúa los valores al final de la acción. Los valores no existen pero llegan a ser, de suerte que no los conocemos en su integridad sino al término de la historia. Con tales valores desaparecen los límites y como las concepciones acerca de lo que ellos llegarán a ser difieren y como no existe lucha que, sin el freno de esos mismos valores, no se extienda indefinidamente, los mesianismos se atreven hoy a todo y sus clamores se fundan en el choque de los imperios” (A. Camus: El destierro de Helena).

El voluntarismo moderno, ansioso y violento, pero falto de la brújula del fundamento, entabla entonces una lucha sin sentido con la temporalidad como maduración, que como tal implica límites y rechaza violaciones. De ahí que seamos una civilización púber, inmadura, titánicamente adolescente; la cual, tras los imperativos del “progreso”, transgrede todos los límites y profana todo lo venerable. ¡Oh hombre! ¡El animal que venera…! (Nietzsche).

Desde el frenesí por la satisfacción inmediata de las necesidades (convertidas en “necedades”), a la pretensión de creer que se puede crecer indefinidamente a base de reiteradas revoluciones (no sólo políticas), se vislumbra toda la gama en que se despliega el moderno delirio nihilista del “todo es posible”.

Se ha descrito al “espíritu moderno” perdido en el absurdo, desde el punto de vista de los valores, como corroído en sus fundamentos por el resentimiento y la envidia (Max Scheler y Nietzsche), debemos tener en cuenta que en esencia, esas pasiones nocivas están dirigidas contra el tiempo (Kronos/Saturno), contra nuestro ser temporal, contra nuestra condición de mortales.

Paradójicamente, el famoso Cuarteto Kronos, también tiene una versión de Peace Piece:

Kronos Quarted: Music of Bill Evans

En esa lucha contra la temporalidad como maduración podemos inscribir todos los proyectos –de raigambre cristiana- del tipo crecimiento personal y mejoramiento moral. La sabiduría budista, que no necesita de dioses para plantarse en el terreno de lo sagrado, nos dice que no tenemos que luchar para lograr ser mejores, que somos perfectos aquí y ahora, sólo que lo ignoramos, pues no hemos despertado a nuestro ser esencial, a lo que realmente somos.

En la ópera El caballero de la rosa, de Richard Strauss, podemos escuchar el célebre monólogo de la Mariscala (“Da geht er hin”) -personaje femenino ya en plena madurez cuyo amante es mucho más joven-, que se queja tristemente del paso del tiempo, mientras se contempla largamente en el espejo:

“[…] la joven de otras épocas ya no existe. Y sin embargo, ¿no es siempre la misma en el corazón? Antes, la pequeña Resi, luego, la princesa madura... ¿Cómo puede ocurrir? ¿Cómo lo permite Dios? Si al menos impidiera que se tuviera aquel aspecto al envejecer... ¿El sentido de todo? Permanece en secreto. Y se está allí para soportarlo. Y toda la diferencia está en cómo...”

Marschallin's Monologue from Rosenkavalier
Elisabeth Schwarzkopf singing “Da Geht Er Hin”, from the Czinner film conducted by Karajan (1960)

En cambio, una estrofa de As Time Goes By (El tiempo pasa) de Herman Hupfeld, pieza emblemática del filme Casablanca de Michael Curtiz, da con la esencia de la temporalidad del ser:

“Debes recordar esto […] / las cosas fundamentales suceden / mientras pasa el tiempo”.

Casablanca - As Time Goes By - Original Song by Sam (Dooley Wilson)

La maduración de la temporalidad, el espesamiento del tiempo, la armonía entre los diversos ciclos temporales, constituyen el camino para el despertar a la paz. En la paz, las oposiciones aparentes se reconocen como complementarios. La inmadurez es ese estar resentidos con el tiempo, concebirlo sólo como medida de lo que va pasando, por ende, sentirlo fundamentalmente como pérdida, lo que nos hace imposible apreciar sus dones, esenciales para el arte de vivir.

En esta expropiación y alienación del tiempo de nosotros mismos –ya que somos fundamentalmente temporales-, se basa la ilusión de hacer de todos los complementarios, antagonistas que luchan perennemente. Lo “impoético” se enseñorea de los corazones cuando nos hacemos insensibles a las correspondencias y resonancias entre los opuestos complementarios, haciéndonos unilaterales y unidimensionales, a la espera de la victoria final de los extremos de nuestra preferencia. Triunfo imposible porque, según el taoísmo, la sola postulación de una polaridad ya crea su “contrario” (complemento).

Para los antiguos chinos, la separación del Yin y del Yang era sinónimo de “muerte”. Cuando somos ciegos y sordos ante las relaciones sutiles que se establecen entre los opuestos complementarios, perdemos la sensibilidad ante lo esencial: el sentido, su circulación y sus transformaciones. Olvidamos así la capacidad de vivir en un cosmos armónico, cayendo en el nihilismo: el errar en las marismas del caos y el sin sentido. Esto nos aqueja tan profundamente que enfermamos colectivamente de la peor de las infertilidades e impotencias: la falta de vitalidad y virtudes poiéticas que impide que habitemos la tierra.

Podemos pensar, entonces, que la esencia de lo que somos arraiga en el misterio de la paz, sólo que no hemos despertado a esa paz profunda, a la serenidad que constituye nuestro ser primordial, que es esencialmente, temporal. No tenemos que “luchar” por la paz, lo cual sería un contrasentido, uno de esos que tanto gustan al alma moderna perdida en el eclipse total del “olvido del ser”.

Según Bachelard, la esencia de nuestro ser es Yin. Para Jung, nuestra alma está compuesta por un arquetipo femenino (el ánima) y otro masculino (el ánimus). El ánima (Yin) no es la contraparte especular, simétrica, del ánimus (Yang). Posee una primacía fundamental, fundacional. El ánima “se profundiza y reina descendiendo hacia la gruta del ser. Descendiendo, descendiendo siempre se descubre la ontología de los valores del ánima”. (1)

Bachelard pregunta, al hablar del ánima: “si en nosotros no existiera un ser femenino, ¿cómo descansaríamos?” De ahí que inscriba todos nuestros ensueños, especialmente los poéticos, bajo el signo del ánima. “El ánima, principio de nuestro reposo, es la naturaleza que se basta a sí misma”. El ánima sería el principio de la ensoñación del ser (donde el hombre es un ser por imaginar), de un ser que aspira a la tranquilidad, el reposo y la continuidad. Jung definió al ánima como el “arquetipo de la vida”.

El Tai Chi Chuan es un arte marcial esencialmente Yin. De ahí parten muchos de los malos entendidos que hay sobre esta arte de combate. El que cree que la única posibilidad del arte marcial es el predominio del Yang, al estilo Bruce Lee, no verá en el Tai Chi sino una danza terapéutica, a lo sumo. Si conoce las variantes híbridas del Tai Chi, que han sido inoculadas con altas dosis de artes marciales externas, preferirá éstas a los estilos puros, mucho más suaves y relajados. Y, además, se hará fanático de todas esas historias tendenciosas sobre una vasta confabulación destinada a ablandar y adulterar ese arte marcial, que va desde Yang Luchan, en el siglo XIX, hasta los actuales dirigentes deportivos chinos y los grandes maestros que fungen como guardianes de los principales estilos de Tai Chi Chuan.

Si congeniamos con los argumentos de Bachelard, lo que hace al Tai Chi Chuan un arte marcial poético (poiético), profundamente creativo y multifacético, es su esencia Yin, que está indicada por una sola y fundamental palabra: la suavidad. Una de las metáforas para entender el Tai Chi, “hacer Tai Chi es hacer Ma Bu (Postura de Jinete)” nos indica ese estado de relajación tónica, esa actitud basal de soltar(se) por la cual, en la práctica de los motivos del arte, siempre estamos cayendo, descendiendo, sentándonos sobre nosotros mismos para poder descansar sobre el centro del planeta.

En esto el arte marcial del Taijiquan se asemeja al arte de la tauromaquia (que no por cruel deja de ser arte). Ambas son expresiones cimeras de la danza mistérica del Yin y del Yang. En el toreo, el hombre se viste de mujer fatal para llevar al toro a su sacrificio final. En el Taijiquan, el artista marcial se mueve como una dama que danza, para que pueda dar un golpe letal como un tigre que ataca.

En el capítulo 32 (“Tao eterno, sin nombre”) del Tao Te Ching (Daode Jing) de Lao Tsé (Laozi), comentado por Wang Chen en el Tao de la Paz, leemos “La inmanencia del Tao bajo el Cielo / es como los arroyos del valle que desembocan en / los grandes ríos y mares.” Un comentario del traductor Ralph D. Sawyer sobre esta línea resalta que el Tao conquista a través de la sumisión, “consecuencia necesaria de la inversión de los extremos”.

Si poéticamente habita el hombre, como enunció Hörderlin, la Musa (el arquetipo de lo creativo femenino) está en el meollo de aquello por lo cual los mortales erigimos un mundo donde establecer nuestro hogar. Según Michel Onfray, las personificaciones de lo femenino pueden reducirse a Eva (saber), Ónfale (poder), Carmen (placer), Elvira (matrimonio), Medea (pasión) y María (maternidad). Sin embargo, aquella que siempre nos estará esperando después de todos los naufragios y extravíos de la vida es Penélope:

“En mares helados o aguas quemantes, entre la furia de una y la violencia de la otra, mis peregrinaciones me han hecho abordar zonas hospitalarias o siniestras, seductoras o insoportables, pero siempre hubo una Penélope que jamás juzgó, jamás despreció, y tejía siempre su tela esperando que yo volviera al puerto, mojado, empapado, extenuado. Semejante grandeza es femenina […]” (M. Onfray. “Penélope y las otras”. El deseo de ser un volcán).

Y al final de su escrito nos dice sobre Penélope: “Y en el fondo negro y húmedo de la tumba, es con ella y con ninguna otra con quien querrá compartir la eternidad”.

El amor del hombre por Penélope está en las antípodas del que J. L. Borges sugiere es su poema El amenazado, pero le presupone y le comprende, como el mar tormentoso se corresponde con la isla-paraíso de Melville.


“Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir / […]
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.”
Jorge Luis Borges
El amenazado

La mujer puede ser más terrible que el hombre en la guerra y en el amor, como escribiera Nietzsche, pero ella también constituye la fuente inagotable y vivificadora para el reposo del guerrero. Según el jefe lakota Tatanka Lyotanka (“Toro Sentado” / Sitting Bull), un guerrero no es aquel que asesina a otros hombres: es un cuidador, un custodio, de su familia y sus seres allegados, de todos aquellos que no pueden defenderse por sí mismos, de sus tierras, de los animales, los bosques y los arroyos.

Ese estado de reposo Yin es lo que el maestro Osho denomina “relajación” (Creatividad). La relajación es el estado fundamental del ser, “la relajación es estar en casa”, al decir de Osho. No tiene nada que ver con falta de acción. Relajación no es actividad pero implica acción. Esta noción de Osho está muy cerca del wu-wei chino, la acción en la no acción, o con el nishkam karma hinduista, la acción sin ego ni deseo, el hacer por el gozo del hacer mismo.

“Paz” proviene del latín pax, que es un verbo, indicando que se alcanza la paz a través de nuestro accionar, pero no necesariamente a través de nuestra “actividad”, la cual estaría regida por nuestro ego en la prosecución compulsiva de los deseos individuales y/o colectivos.

La paciencia es la sabiduría sobre la paz. “Paciencia” deriva de “paciente”, el que sufre o padece. Pathos es un término griego antiguo que significa “sufrir”, y que puede entenderse como todo aquello en lo que somos pasivos, que no agenciamos con nuestra actividad sino que debemos recibir y padecer.

Da pacem (La paz). Arvo Pärt (1935- )
Estonian Philharmonic Chamber Choir. Dirige: Paul Hillier]

No nos extrañe, ante lo ya dicho, que en la mitología griega, la paz sea divinizada a través de una diosa. La diosa griega de la paz es Irene o Eirene, “la que trae la paz”, una de las tres Horas, junto a sus hermanas Dike (“Justicia” [Humana]) y Eunomía (“Buen orden”). Es hija de Temis (“Justicia divina”) y Zeus. Eirene no constituía una mera personificación tardía de la noción de paz, sino que ya aparecía en la religión griega primitiva. La sola presencia de Eirene y los mitos que le corresponden nos indica que, para los antiguos griegos, la paz era esencial para las divinidades mismas y para el advenimiento del cosmos olímpico. En el plano terrestre, las Horas señalan que la interrelación entre paz, buen orden o gobierno, y justicia es una relación de interdependencia, que basta con que una esté ausente para que las otras dos también desaparezcan. Por ello las Horas eran guardianas del orden social, y protegían a la polis de la violencia y el caos.

Las Horas

Las Horas conforman una de esas tríadas de diosas, como las Moiras o las Musas, que establecen una conexión entre el politeísmo griego y el culto a la Triple Diosa Blanca del neolítico matricial, la Gran Diosa Madre pre-aria. De esas tríadas divinas, las Horas representan aquella donde sus constituyentes están más individualizadas. Las Horas regían tanto los ritmos naturales (2) como los cívicos, de modo que podemos pensar que la paz tiene que ver con la temporalidad como sustancia –no como medida-, es decir, con los diversos ciclos de vida y muerte que se dan en la naturaleza y en el hombre, con dejar que el tiempo se acrisole, madure. Por eso, a pesar de su linaje celeste, se les consideraba “hijas de la tierra”, aportándole a ésta los nutrientes esenciales. De ahí que se les diera el atributo de “diosas de la fertilidad”. En esa relación con la fertilidad natural, Eirene estaba a asociada a la época del florecimiento y el fructificar de las plantas. También se les relaciona con el calendario sagrado, especialmente con la celebración de festividades religiosas. Eirene en particular era llamada “amiga de las fiestas”.

De modo que a través de Eirene y sus hermanas las Horas, sabemos que los griegos antiguos no tenían una concepción negativa de la paz –ausencia de guerra-, sino altamente afirmativa: como un don celeste que ayudaba a los hombres a vivir en armonía –alejando la Hybris-, de modo que pudiera fructificar la agricultura y florecer la vida cívica, conforme al tiempo y sus presentes. La paz así entendida es una condición del “habitar”.

Habitar es morar. La etimología de morar dice que viene del latín morari: retardarse, entretenerse, obrar con lentitud, detenerse. Por extensión del sentido: permanecer y residir. Hacer Tai Chi Chuan es una de las vías para que volvamos a habitar la tierra, morando primero en nuestro cuerpo.

Aunque sus raíces etimológicas son distintas, “morar” resuena en “memorar”, que tiene por significados primigenios “recordar” y “cuidar”. Para Heidegger, el pensar (filosofía) y la poesía (arte) son dos modos superlativos de memorar el Ser, de agradecer. La madre de todas las Musas era Mnemósine, “la memoria”. He ahí una cara de la relación entrañable entre poiésis y habitar.

Onfray dice, al final de su texto “Penélope y las otras”, que ningún hombre escoge el vagabundeo y el sufrimiento (exilio, destierro, extravío), es más bien lo contrario, somos “elegidos” por éstos. El “hogar” entraña su pérdida, así como nuestra mundanidad nos condena a la inautenticidad, al olvido de quiénes somos y del sentido de nuestra existencia.

“Es por eso que este tema me provoca una inexorable melancolía”, declara Onfray para cerrar su texto. Estas palabras me hacen recordar que en Peace Piece hay también algo más de Chopin, quizá un toque de melancolía, como la que tiñe su obra maestra Tristesse:

Étude Op. 10 in E Major, “Tristesse”. Interpreta Claudio Arrau (1956), el “filósofo del piano”.

En su libro French Music and Jazz in Conversation, Deborah Mawer resalta la afinidad de la música impresionista con la introversión modal presente, sobre todo, en una obra como Peace Piece. Según la autora, en 1958 Evans participó, junto a Miles Davis y John Coltrane, en un álbum del músico de jazz francés Michel Legrand, Legrand Jazz. En aquel entonces, Legrand hizo arreglos para Evans y su trío de piezas de Fauré y Chopin. De este hecho proviene el comentario del gran pianista clásico Arturo Benedetti Michelangeli: “Bill Evans es el intérprete ideal de la música de Gabriel Fauré”. A su vez, el pianista de jazz francés Bernard Maury, amigo de Evans, declaró que los modernos músicos de jazz descendían directamente de la escuela francesa de Fauré, Ravel, Debussy, Lili Boulanger y Henri Dutilleux.

En 1997, el pianista clásico francés Jean-Yves Thibaudet lanzó un álbum solista titulado Conversaciones con Bill Evans (haciendo alusión al álbum de Evans Conversations with Myself). Donde versiona varias piezas emblemáticas del repertorio de Evans. Su versión de Peace Piece es todavía más deudora del estilo de Satie de lo que Evans mismo hubiese deseado.

La versión de Peace Piece de Thibaudet, disponible en Youtube, está bloqueada para Venezuela, pero tenemos su interpretación de la pieza más emblemática de Evans, el Waltz For Debby (dedicada a su sobrina), en conjunción con el Love Theme From “Espartacus”, para que aprecien la forma como este pianista académico interpreta el repertorio de jazz del “poeta del piano”.


Por supuesto, proviniendo Thibaudet del mundo de la música clásica, y siendo, además, un especialista en el repertorio pianístico de los compositores impresionistas, puede preverse fácilmente que lo que faltó en sus interpretaciones de la música de Evans fue jazz: improvisación y swing. Aunque fuese ese swing sutil y delicado que Evans pone en juego en Peace Piece.

“¡Santo el saxofón gimiente! ¡Santo el apocalipsis bop! ¡Santas las bandas de jazz la marihuana hipster paz peyote pipas y tambores!”
Allen Ginsberg
“Sagrado”
El aullido y otros poemás

Ese swing presente en Peace Piece es el que hace posible que otros intérpretes de jazz improvisen también sobre el tema, en consonancia con la génesis de la pieza y con la esencia del género jazzístico, como hace el pianista y compositor de jazz, Jim Hegarty:


Roberto Chacón

(Continuará…)

Notas:
1. Gastón Bachelard. La poética de la ensoñación. Capítulo: “Ensoñaciones sobre la ensoñación. Animus-anima”.
2. Los ritmos naturales principales son las cuatro estaciones, el ciclo día noche, el ciclo lunar, etc. Las Horas, como tríada, tiene como basamento el antiguo sistema neolítico de las tres estaciones, dividiéndose el año en tres tercios.



TAI CHI SOUL (ÍNDICE)

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