ACERCA DE LA ASTROLOGÍA (y Fin)
James Hillman
Sugeriría
un modo más fenomenológico de leer y menos metafísico o teológico. La
fenomenología trata con las cosas tal como aparecen. Deja de lado las
especulaciones sobre orígenes, causas, explicaciones, teorías. Así es como
trabajo en psicología. No tengo teoría de los sueños: cómo vienen, qué buscan,
dónde se originan. Tampoco tengo una teoría de los síntomas, de las neurosis,
de la locura o de la salud mental. No conozco las fuentes primarias de ninguna
de las cosas que me encuentro en la práctica. No sé qué ha provocado los
acontecimientos sobre los que se me informa, y no me preocupo en absoluto por
sus orígenes. No atribuyo el poder literal de cuasalidad a un recuerdo paterno
de abuso brutal o un recuerdo materno de descuidada crueldad. En cambio,
contemplo los fenómenos. Estudio lo que se presenta: el problema, las imágenes,
los dolores, los sorprendentes giros del destino -aspirando a salvar los
fenómenos de las explicaciones para poder permanecer enfocado en sus rostros.
Tomo cada cosa por lo que muestra. He asimilado entre mis hábitos mentales lo
que la filosofía, tanto oriental como occidental, han enseñado: la causalidad
en este simple sentido es ilusoria. Más aún: deviene un método para huir de la
confrontación con los fenómenos que están justo enfrente de la propia nariz.
Esto es lo que quise decir antes al afirmar que no entiendo la astrología.
Además, no necesito ni quiero entenderla. Ya es suficiente para mí ese
compromiso con sus proveedoras y eficaces revelaciones.
De
modo que una cuadratura Júpiter-Saturno en signos fijos, tal como yo tengo, una
Luna o un Plutón aislados con sólo débiles contactos o ninguno, no son causas
de problemas o errores, miserias o luchas. Estas posiciones en un tema natal
proporcionan imágenes a ser ponderadas por su riqueza simbólica y
amplificaciones míticas. Proveen datos arquetipales, dones divinos.
Aquí
intento mostrar el paralelismo entre un enfoque fenomenológico, arquetipal, en
la práctica de la psicología y en la práctica de la astrología. También intento
distinguir entre lo práctico y lo empírico. La astrología es un arte práctico,
pero no una ciencia empírica. Algunos, como Gauquelin, pueden tratar de
establecer una base empírica para ella, juntando pruebas estadísticas de datos
reunidos. Yo no veo la necesidad de esto. ¿Es que acaso establecemos el valor
práctico y la veracidad del arte por medio de datos estadísticos? Nuestras
pruebas tanto en la terapia como en la astrología no son de tipo científico
sino de tipo humano: anécdota, testimonio, revelación.
Quizás
no debiera plantear esta distinción con tanto rigor, esta distinción entre
práctico y empírico. “Empírico” original y tradicionalmente no significaba
establecer una idea por medio del método científico. Más bien, “empírico” se
refería originalmente a los médicos, sanadores y practicantes que se guiaban y
basaban sus prácticas en la observación y en la experiencia más que en la
teoría. Lo que digo es que no tenemos que tener una teoría explicativa para las
experiencias psicológicas y/o astrológicas a fin de practicar nuestras
profesiones. Sólo necesitamos dedicarnos a los fenómenos; necesitamos estudiar,
cuidar, vigilar, escuchar, a fin de ser practicantes responsables de nuestros
artes.
He
de confesar que tomo más bien literalmente las dos primeras palabras en la
frase de Paracelso; “El Cielo retiene” (dentro de su esfera)”. Y no arguyo con
él acerca de las palabras “mitad” y “todo” (mitad de todos los cuerpos y los males).
No creo que haya querido decir mitad matemáticamente, como cincuenta por
ciento. Creo que quiso decir que uno sólo consigue una media-verdad, una cura
parcial, un entendimiento defectuoso si uno descuida el Cielo. Respecto a la
enorme generalización de esa palabra “todo”, tengo que conceder que o bien el
cosmos entero lleva los efectos del Cielo, o uno debe decidir qué partes no
están bajo su gobierno, qué acontecimientos y cuerpos pueden declararse
independientes de los efectos de los Dioses.
Pero
en aquellas primeras palabras “El Cielo retiene”- he ahí el misterio! ‘Cielo’,
la palabra, entró en el inglés a través del Sajón, el antiguo Alemán gótico. El
origen último de la palabra “cielo“ (heaven), dice el diccionario, es
desconocido. Se lo define como más allá del firmamento (sky); mientras que
cielos, en plural, se usa para regiones, esferas, jerarquías bajo cuya ley
vivimos, más allá y desconocidas, y a las cuales cada vida e incluso cada
momento de la vida aspira como si fuera su fin o su meta. El Cielo connota lo
divino, como cuando al probar una tarta borracha de chocolate amargo exclamamos
“celestial, divino”. Y “séptimo cielo” es el mayor júbilo, y “cielos arriba”
invoca a los Dioses y Diosas.
Ahora
atendamos a lo siguiente. Paracelso dice que este cielo que rige la mitad de
nuestras vidas no está sólo más allá del firmamento y es invisible, externo a
la esfera humana, sino que, horribile dictu, retiene, contiene, preserva,
guarda, no deja ir, no se abre a esa mitad de nuestras vidas, nuestros cuerpos
y nuestros males, así como a todos los cuerpos y males en la tierra.
¿Está
Paracelso bajo la influencia de la vieja ecuación de Dios y Saturno, un dios
controlador, retentivo anal, un Dios ausente que contiene la mitad del destino
en sus manos y que sin embargo es un Dios que no puede ser visto, mostrar su
rostro, manifestarse? Creo que esa visión del Cielo puede haber prevalecido en
tiempos de Paracelso, también antes y después, pero no creo que fuera su
visión, ni que él fuera ese tipo de criatura de Saturno.
De
modo que nosotros, humanos, conscientes de que vivimos sólo de medias-verdades
y vemos sólo a través de un cristal oscuro, nos volvemos a la astrología para
encontrar el camino de regreso al cielo, a la fuente invisible que afecta a
nuestros cuerpos y a nuestros males. En términos de Jung, estamos en busca del
Dios en la enfermedad , no meramente esta o aquella enfermedad (disease)
literalmente clasificada, sino en la inquietud (dis-ease) llamada también vida.
El astrólogo revierte los acontecimientos a sus causas en los cielos, sacando
así a la persona fuera de las circunstancias y orientándola hacia el cielo. De
aquí el sentimiento revelatorio cuando se hace una interpretación conmovedora;
la puerta del cielo imprevistamente se abre, se hace la conexión entre las dos
mitades, esta vida aquí y esa esfera allí. La astrología es entonces un arte
divino, pero no el arte de la adivinación, pues eso es nuevamente literalismo:
un literalismo de la predicción y del tiempo.
La
tarea del astrólogo, entonces, como la del psicólogo arquetipal, es menos traer
los dones del Dios a mi vida, que el dar vida a los Dioses. Cada visión, cada
patología, cada trozo de buena suerte que conecto a los planetas mantiene vivos
a los Dioses. A ésto los cristianos podrían llamarlo un movimiento redentor.
Prefiero ver esta tarea de devolver los acontecimientos a los celestes
invisibles, un proceso de epistrophé siguiendo la idea del Neoplatonismo, o
ta’wil en el misticismo persa. Esta visión ve el mundo entero lleno de un
innato deseo de retornar a su fuente imaginal, su esencia arquetipal, su otra
mitad en el Cielo.
Así,
por ejemplo, aquí estoy, digamos un ascendente Géminis, en todos mis males y en
mi cuerpo: las vacilaciones del carácter, la atención distraída y dividida, la
duplicidad, la divertida tortura de ver ambos lados y luchar con las
oposiciones, nervioso, encantador e impaciente, a la vez la lengua presta del
engaño que formula la vida, como un periodista o un predicador, antes de
vivirla, la intensa sensibilidad, los pequeños acuerdos, las múltiples
conexiones del prestidigitador, del charlatán y del murmurador, el agotamiento
que llega con la prisa y la excesiva conectividad , todas estas características
pertenecen a mi carácter, esto es, el depósito celestial en mi alma, un tesoro
de mercurio tornasolado, un mineral metálico o un cuerpo planetario al cual mi
vida, tal como la vivo, puede pulir y volver lustroso y útil. Este pulir de los
males de lo dado es lo que los escritores como Blake y Keats y Lawrence han
llamado “almificar” (soul-making). El almificar (soul-making) devuelve a los
Dioses lo que me dieron y que traje conmigo al llegar, devolviéndolo más
“refinado” y “sofisticado” como dicen los alquimistas.
Cada
vez que una consulta astrológica puede devolver una característica a su divino
personaje (character), pulir un problema para que brille en una luz diferente,
revelar al Dios en la enfermedad, dejar al cliente ver claramente por un
momento aquella otra mitad celestial, el astrólogo está realizando una
epistrophé (conversión), devolviendo una mescolanza en lo humano a un mito en
los Dioses.
Para
que no concluyáis que mi énfasis en los dioses, lo divino, los cielos, los
invisibles, es elevado e intelectual, recordemos que los planetas residen
primariamente dentro de constelaciones de animales. Los planetas están
principalmente guardados en las cuadras entre bestias. ¿Porqué este más allá
del Cielo está diseñado por un mapa de formas animales, y estas formas son tan
terrenales: no halcones y búhos y palomas, o ruiseñores o águilas, sino
serpientes y escorpiones, peces y cangrejos, carneros y cabras, caballos y
toros? ¿A qué viene esta preponderancia de animales?
Para
nuestras mentes vulgares, arrogantes, recientes, occidentales, “animal” significa
bruto, bestia, tonto, más bajo en la escala evolutiva. Sin embargo en la
mayoría del mundo antes de nuestros tiempos y aún hoy mismo en muchos sitios
del mundo, los animales son los verdaderos maestros de la humanidad, espíritus
guardianes y constantes compañeros del alma. Algunas terapias intentan
despertar esta conexión arcaica con el animal, pero la astrología ya lo hace
para nosotros- así de simple! Nacido en el año del Tigre… Uau! Sol en el
Cangrejo- oooohhh! Marte en el Toro y Venus en Escorpio: vigilad!!!
Estas
formas animales que permean la imaginación astrológica presentan el animal como
un contenedor cósmico de poderes invisibles. Los animales como formas de lo
divino, que es exactamente lo que los antiguos egipcios sentían y que también
es verdad para culturas desde el Japón Shintoista hasta la Polinesia, gran
parte de África hasta los nativos de las regiones circumpolares. La astronomía
continúa trabajando con espacios con forma de animales configurados por líneas
entre los puntos brillantes de las estrellas. Conectad los puntos y veréis lo
invisible volverse un toro, un león, un par de peces.
La
astrología trabaja matemáticamente, y uno normalmente supondría que los números
y los animales tienen poco que ver unos con otros, unos abstractos, los otros
tan concretos como la sangre, los dientes, el pelo y el veneno. Pero dos
pasajes básicos en los textos de cosmología que sustentan la cultura mitológica
occidental e islámica unen a los animales y los números. El primero es el arca
de Noé, descrita con medidas detalladas para dar forma a la nave que puede
contener todos los animales. El segundo está en el Timeo de Platón (fr. 55c).
Allí podemos leer acerca de una figura de doce lados usada por el creador para
el “todo”. Platón da una forma geométrica para los cuatro elementos, y luego de
esta quinta y más comprensiva forma de todas, dice que contiene “esquemas de
figuras animales”. Esta figura de doce lados, con forma de animal, es paralela
a otro pasaje de La República de Platón (589 b-c) donde presenta “la imagen
simbólica del alma” como una bestia de muchas cabezas con un anillo de cabezas
domadas y salvajes.
Para
la cosmología antigua no había necesariamente separación entre lo geométrico y
lo orgánico; se correspondían, lo que nos dice hoy que los cálculos matemáticos
de la astrología no son sólo necesidades rituales para enfocar la conciencia en
el caso a mano y abstraerlo en una cartas visible. Los números también son
modos de hacer precisas las diversas fuerzas animales, la bestia de muchas cabezas
que vitaliza y conduce el alma, la vida instintiva que nos guía como nuestra
compañera del alma. De nuevo el peligro del poder compulsivo de la astrología:
mientras jugamos con números y reconocemos los grados, también estamos
reconociendo la casa animal que contiene el alma, de hecho la casa animal que
contiene todo el cosmos. Y no olvidemos que son los animales -incluido el
animal humano- los que el Dios bíblico considera la única parte de toda la
creación merecedora de salvar, una salvación que requiere que Noé tenga que
hacer antes deliberados cálculos matemáticos.
Finalmente,
entonces, si no es verdadera, ni es explicativa, si sus matemáticas son ritual
disfrazado y su referencia a los planetas concretas de la astronomía son
metáforas, ¿porqué nosotros, gente inteligente, racional, educada y sabia,
tales como vosotros y yo, nos hemos reunido aquí para volver a la astrología?
¿Porqué ajustados con cinturón de seguridad a un asiento en un avión que puede
llevarnos directo a la muerte abrimos la revista justo en la página de los
horóscopos del mes? ¿Porqué recogemos los consejos que se dan sobre un Mercurio
retrógrado, o analizamos la conducta de nuestro amante en término de humores
lunares, o esperamos algún cambio financiero radical en el próximo tránsito por
nuestra casa dos? Incluso cuando leemos tenemos que suspender la falta de
creencia, ocultando la pequeña vergüenza de que estamos leyendo la trivialidad
de una adivina…
Entonces,
¿por qué volvemos a ello? ¿Qué busca el alma, qué desea, por qué nos atrae tan
rápidamente? Mediante ese parágrafo de la última página regresamos a nuestro
daimon-estrella individual que contiene una porción de nuestro destino, esa
otra mitad. Buscamos de nuevo la conexión con nuestro compañero primordial, ese
hermano-hermana en el cielo que vive fuera de este cuerpo sujeto por un
cinturón de seguridad a su asiento, y que comparte nuestra vida en cada
instante -y este instante elevados en el aire que puede también ser el instante
de la muerte- porque conecta nuestra vida con Moira, el daimon de nuestro hado:
Moira, la palabra griega que significa simplemente una parcela, la mitad de
Paracelso.
Buscamos
en esa página de atrás, esos consejos y avisos, las predicciones y
asesoramentos, tan enigmáticos y sin embargo tan íntimos, volver a ligarnos a
los poderes, ritmos y mitos del cosmos, elevarnos fuera del avión en su ascenso
de 35,000 pies, a un más allá de personas planetarias, más allá de mi persona y
sus problemas, de sus días buenos y sus días malos.
Ese
párrafo acerca de Virgo o Libra en la última página de la revista nos eleva
fuera de nuestras mentes hacia otro lenguaje no terrestre, el lenguaje de las
estrellas y de las ruedas animalizadas de los cielos, donde el alma pueda
alojarse en imaginación, su primer hogar imaginal. Aunque el cielo nocturno
este cegado por la polución eléctrica, las estrellas eclipsadas, y los signos
zodiacales convertidos en baratijas para el comercio diario, Marte y Venus
reducidos al mundo gris del sexo de Juan y la infatuación de Luisa, la Luna un
lugar para poner la bandera americana…, aún así el lenguaje de la astrología,
sus rituales matemáticos, sus intérpretes sacerdotales, sus encantos y amuletos
que puedo tatuar en un pectoral o colgar en mi cuello , todo ello preserva mis
males conectados fuera de este cuerpo poseído por Gillette, Exon, Disney,
Walmart y el Bank of America. Un toque de astrología, la más leve referencia
exótica, y los cielos retornan, y el destino.
Así
que, astrólogos, en verdad tenéis un llamado superior, estáis al servicio de lo
otro-de-lo-humano, de la otra mitad. Y no os preocupéis por las elevadas
palabras y las visiones superiores, por el peligro de la inflación. Los Dioses
son implacables con los inflados. Saben cómo protegerse mejor que nosotros los
mortales. El que se limiten el uno al otro preserva su poder y es acaso
precisamente eso lo que los conserva tan duraderos, inmortales, seguros contra
la usurpación por parte de cualquier ideología monoteísta.
James Hillman
Conferencia dictada el 10-02-1997
Traducción de Enrique Eskenazi
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