martes, 19 de septiembre de 2017

TAI CHI SOUL Roberto Chacón (Magazine No. 582)

UNA ARTISTA DEL ZHAN ZHUANG (y Fin)

“Que tu cuerpo permanezca erguido
y tu contemplación sea una, y vendrá
la armonía celeste. Recoge tu saber.
Que tus actos sean uno, y vendrán los
espíritus a tu morada.”
Zhuang Zi

“Como si sus ramas protegieran a
todas las criaturas de los montes, el árbol
está de píe como un centinela, sereno y valiente
sobre la roca”.
Lam Kam Chuen
El camino de la energía

La enseñanza ética siempre ha planteado grandes retos. Que Aristóteles, el gran filósofo de la antigüedad, fuese el autor de algunos de los primeros tratados sobre la materia (Gran ética, Ética a Nicómaco y Ética a Eudemo), no impidió que el gran Alejandro de Macedonia incendiara -por mero afán de revancha- a Persépolis, la capital del imperio Persa, una de las maravillas del mundo antiguo. Como se sabe, Aristóteles fue el maestro de Alejandro Magno.

A los problemas éticos del mundo moderno, maximizados por el dominio planetario del nihilismo consumado (Ge-Stellen), se añaden hoy los problemas de ética conservacionista, ética ecológica y bio-ética. ¿Cómo educar al hombre de hoy para que sea un guardián de la naturaleza y no su destructor compulsivo? ¿Cómo hacer del hombre un custodio de la vida toda, cuando ha perdido completamente el sentido del cuidado de sí mismo y del cuidado de sus semejantes?

Estoy convencido de que la práctica del Zhan Zhuang en escuelas y otras instituciones educativas, abriría un abanico de posibilidades para hacer posible una enseñanza factible y experiencial que facilite no sólo la comprensión sino la praxis de los principios bioéticos fundamentales, de modo de poder establecer relaciones sanas y fructíferas con la vida toda, la natura que nos sustenta, nos rodea y la que también somos.


Cuando Albert Camus se refiere a la “abstracción de la peste”, está hablando de que los grandes crímenes que el hombre ha cometido, sobre todo a lo largo del siglo XX, han sido posibles porque la experiencia de empatía y compasión por otro ser humano presente y concreto ha sido sustituida por abstracciones asesinas: “judío”, “enemigo del pueblo”, “infrahumano”, “enemigo de clase”, “gusanos” (Cuba), “cucarachas” (Ruanda), etc., etc. Estas abstracciones funcionan y cobran sentido relevante en el marco de una “ideología”, es decir, de la lógica que se desprende de un conjunto de ideas rectoras, claves de comprensión del dogma político (intolerante) de turno; lógica que termina privando al adepto de cualquier capacidad crítica, puesto que dicha relación lógica sustituye tanto su poder de reflexión como la experiencia del mundo (J. M. Esquirol. El respeto o la mirada atenta). La “lógica de la idea” (ideología) se hace tan poderosa que no sólo sustituye la reflexión, sino la contrastabilidad empírica –fáctica: la ideología entonces se sobrepone (Ge Stellen: conjunto de “poneres”) a la realidad.

He ahí la razón por la cual las “ideologías” modernas, aunque tomen sus ideas rectoras de los metarrelatos emancipadores (cristianismo, islamismo fundamentalista, marxismo, liberalismo, ilustración, progreso tecno-científico, etc.), no supongan realmente procesos de liberación humana, sino todo lo contrario.

Cuando un schütze (soldado) de las SS asesinaba a un hombre de religión hebraica, no veía en ello crimen alguno debido a su “ideología”, pues no era un ser humano al que había ultimado, sino a una criatura perteneciente a una “raza inferior”, que además, como tal, quería contaminar su “sangre” tanto como destruir su patria, para así “dominar el mundo”. El semejante indefenso que asesinó, de carne y hueso, con pensamiento, alma y corazón, estimado por familiares y amigos, y unido a una comunidad vivencial, quedaba así oculto tras las espesas capas de abstracciones con las cuales tales crímenes no sólo estaban justificados, sino que se transformaban en actos virtuosos, patrióticos y benéficos para el futuro de la verdadera humanidad profetizada por la “ideología”.

La prédica del amor o la compasión universal es ineficaz si no se tiene experiencias concretas del amor o de la compasión. Cuando una persona dice que ama su “patria”, por ejemplo, en realidad está señalando que ama su hogar y familia, su vecindario y su “patria chica”, la localidad donde nació.*

Se puede amar a los árboles porque se ama o se ha amado a uno en particular. Y ese amor, justamente, lo ha destacado sobre el resto, lo ha captado en la plenitud de su individualidad, como entidad única e irrepetible, simpatizando intensamente con su ser y su acontecer.

Ahora bien, no hay experiencia más concreta y propia que aquella que surge de nuestro interior y emana de nosotros hacia el mundo. A través del Zhan Zhuang, como hemos señalado en páginas anteriores, tenemos una experiencia interior de lo que es ser una planta, un vegetal, y, de ahí, de lo que tenemos en común en nuestra naturaleza con toda la natura naturans y naturata (creadora y creada).

En el Tao del amor, la intimidad y compasión por nuestro árbol interior, abre las puertas para la comunión amorosa con un árbol concreto, y a través de él, con el resto del mundo vegetal. Este sentimiento que nos religa con la natura vegetativa, es análogo y concomitante al intercambio de energía que entraña la absorción de dióxido de carbono y la liberación de oxígeno producto del proceso de fotosíntesis de las plantas, y el consumo de oxígeno y la liberación de dióxido de carbono a través de la respiración de todos los seres vivos, incluyendo al hombre.


El filósofo estadounidense Theodore Roszak (1933-2011) habla sobre “experiencias trascendentes” en las cuales el hombre tiene acceso a lo que pudiéramos llamar sentido-raíz, es decir, la fuente radical del sentido. Ya Heidegger ha señalado que eso que los hombres llamamos “sentido” proviene del ámbito de lo sagrado, al cual acceden sólo ciertos y determinados poetas, en cuya obra creadora lo donan al resto de los mortales. Por ende, en un mundo desacralizado –impoético- como el nuestro, el sinsentido es lo que impera. A esa omnipresencia del sinsentido (el absurdo) se la ha llamado nihilismo consumado (olvido del ser).

En el mundo de hoy, cada vez estamos más privados de experiencias trascendentes, de epifanías y revelaciones, de experiencia interior y éxtasis sacro. Sustituimos el sentido por el valor y al valor por el significado, dando paso a las abstracciones arbitrarias con las cuales tratamos de dar algún orden funcional al caos imperante. No se trata sólo de que falten las buscas místicas o religiosas, o que hayamos olvidado todo lo referente a las técnicas chamánicas del éxtasis, o sobre los estados de ánimo “extraños” que pueden abrirnos las puertas a otros ámbitos del ser (entre otros asuntos semejantes), sino que nuestro existir moderno es refractario e impermeable a tales experiencias, dado que las mismas no pertenecen a la jerarquía de valores y significaciones que configuran nuestro ser contemporáneo, nuestra realidad. Siendo reducidas al rango de las experiencias subjetivas no sólo intrasmisibles sino irrelevantes para ser susceptibles de transmisión alguna.

El Zhan Zhuang nos da una oportunidad de tener una “experiencia trascendente”, en términos de Roszak, en la cual encontrar el sentido-raíz que pueda precipitar un trato diferente con la naturaleza, con la vida toda. Ese sentido-raíz, aunque tiene origen celeste (en el sentido chino de Cielo, un cielo inmanente), sólo puede germinar profundizándose hacia la tierra, como las raíces que crecen y se fortalecen en el practicante de “Abrazar el árbol”; puede que se trate de una única y misma raíz. En el Zarathustra nietzscheano se habla del “sentido de la Tierra”, ese permanecer fieles a la tierra y no traicionarla con esperanzas sobreterrenales (abstracciones ultraterrenas).**

“La tierra amada día tras día, 
maravillosa, errante,
que trae el sol al hombro de tan lejos
y lo prodiga en nuestras casas.
[…] La tierra es el único planeta
que prefiere los hombres a los ángeles”
Eugenio Montejo. “Solo la tierra”. Terredad.

Nietzsche también nos legó un acercamiento intempestivo a Dioniso, el antiguo dios del éxtasis en el paganismo griego. Nuestro orbe contemporáneo se caracteriza por el gran valor que concede a los estadios deportivos (deportes de masas) y el ninguno que da a los bosques sagrados. En esta distinción, propuesta en un discurso por Hitler, el pensador francés George Bataille (1897-1962) establece una de las diferencias clave entre el nazismo y la filosofía de Nietzsche.

Esa diferencia continúa vigente en nuestro mundo.*** El gran mitólogo húngaro Károly Kerényi, escribió un libro fundamental para las luchas biopolíticas de hoy: Dioniso: raíz de la vida indestructible. En éste se establece la distinción que hacían los griegos entre Zoe, la vida indiferenciada, lo común a todos los seres vivos (vida natural), y Bios, la vida limitada de un individuo o grupo en aquello que le es característico (para los hombres: vida política). La polis tenía que ver con el bios; en cambio, zoe tiene que ver con el hogar, de manera que es una noción que también atañe a la habitabilidad, al morar humano sobre la tierra.

El biopoder (uno de los dispositivos de poder planetario nacidos bajo la impronta del Ge Stellen o “movilización total del ente”) cuya esencia Foucault la enuncia como “poder para hacer vivir y dejar morir” y que puede traducirse como el sostén de vida tecno-industrial y bio-médico que se está entronizando de manera global, tiene por basamento la confusión entre bios y zoe, de modo que el pensador italiano Giorgio Agamben dice que de esa distinción, el hombre moderno no sabe nada (Agamben: Homo Sacer). La política se ha transformado entonces en una biopolítica, donde “el hombre moderno es un animal en la política cuya vida, en tanto que ser vivo, está en cuestión” (M. Foucault: La voluntad de saber)

Zhan Zhuang y Dioniso, son dos basas para una posible paideia (cultura formativa) conservacionista que proponga alternativas ecológicas y políticas viables a partir de una bioeticidad con “sentido de la tierra”, con raíces profundas en la vida indestructible.****

Los árboles tienden puentes de ramas y raíces entre la práctica de Qigong que tiene por arquetipo la postura de “Abrazar el árbol” y Sukites, uno de los epítetos de Dioniso, que significa “guardián de las higueras” (Ficus carica). Recordemos que otra higuera (Ficus religiosa) fue el Árbol Bodhi, bajo el cual Siddhartha Gautama alcanzó la iluminación. Esta higuera sagrada es un árbol semi-siempreverde, que alcanza su plenitud en la estación seca.

Esta reflexión está inspirada en la persona sobre la que versan esta serie de escritos, María Antonieta Arocha. Ella ha declarado en repetidas oportunidades la extrema sensibilidad que ha desarrollado por las plantas, al punto que ha intervenido varias veces en defensa de árboles a los que consideró injustamente talados, y ha discutido fuertemente con personas que han mostrado intención de dañar alguna planta. Su postura ética ante la vida en general, y ante la vegetal en particular, se desarrolló y se hizo plenamente consciente a la par de su práctica del Zhan Zhuang.

J. W. Goethe

En la novela Werther, de Goethe, el protagonista establece una relación profunda entre sus estados de ánimo, sus sentimientos y el paisaje, especialmente los árboles. En un momento dado, sale en apasionada defensa de dos nogales, arteramente talados por los caprichos de la esposa del párroco del pueblo. Así escribe a su amigo Guillermo:

“Tú recordarás aquellos nogales del presbiterio a cuya sombra me sentaba yo con Carlota. ¡Cuánto me alegraba el corazón la vista de estos magníficos árboles y cuánto embellecían el patio! ¡Cuánta frescura había en su sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran recuerdos vivos de los respetables párrocos que, en un tiempo ya remoto, los habían plantado. […] Por eso, cuando me sentaba debajo de estos nogales, en este recuerdo había algo querido y sagrado para mí. Ayer deplorábamos que los hayan cortado; el maestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo tal indignación, que sería capaz de matar al miserable que le dio el primer hachazo. Si yo fuera dueño de dos árboles semejantes, me bastaría ver uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por esto lo que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué sirve la conciencia de los hombres?”

Los hombres tribales nos parecen más conservacionistas, en comparación con nuestros contemporáneos modernos, por la sacralización de la naturaleza contenida en su visión y su experiencia del mundo. Animales y plantas llegaban a formar parte esencial de su familia (su sangre) a través de la sacralidad totémica. Thomas Moore, en El cuidado del alma, nos habla de dos árboles de castaño que dominan el edificio principal de la propiedad de sus abuelos, al norte de New York. Al referirse a esos castaños, Moore escribe: “En un sentido muy real, forman parte de la familia, están ligados a nosotros como individuos de otra especie, pero no de otra comunidad.”

En Werther, el protagonista visita su pueblo natal y su viaje espacial se transforma en un viaje hacia el pasado al encontrarse con un árbol, un viejo amigo y también un ancestro revelador:

“He visitado el pueblo donde nací, con toda la devoción de un peregrino, impresionándome una porción de sentimientos inesperados. Hice detener el coche frente al gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, a la parte sur, me apeé y mandé al cochero que fuese delante, con objeto de seguir yo a pie y saborear todos los recuerdos con toda la viveza y plenitud de la novedad. Me detuve bajo el tilo que en mi infancia había sido objeto y término de mis paseos.”

Nuestra alma también está conformada por una variada familia, como un panteón de deidades, y en ellas no sólo tienen lugar las potencias zoomórficas sino también las vegetales: árboles, arbustos y yerbas.

Como en la fábula de “El Roble y el junco”, de La Fontaine, lo vegetal tiene en nuestra imaginería dos polaridades, una la representa el árbol, la otra la yerba. El primero es símbolo de robustez, protección y permanencia, la otra, de sencillez, adaptabilidad y flexibilidad.

El roble y el junco

En su libro El camino de la energía, Lam Kam Chuen pondera mucho a los árboles, por ejemplo:

“Sus ramas extendidas están llenas, como cestas balanceantes saturadas de fruta. El árbol es fuerte en su crecimiento. En sus brazos, contiene innumerables semillas de futuros bosques.”

Pero en el texto “El bambú aguanta el peso” (El camino de la energía), escribe:

“Los enebros del templo han estado de pie durante muchos años […]. Ahora están envejeciendo. Sus pesadas ramas empiezan a debilitarse y a romperse. Cerca, un roble enorme yace en el suelo […]. Tras los árboles se alzan altos bambúes. […]. El sonido del viento llega desde el bosque. Como si se tratara de un millar de manos ondulando al viento, las hojas de todas las cañas giran lentamente. Por debajo de los retoños inclinados, el tallo de bambú está ligeramente curvado. Toma la fuerza de todos los elementos: resistente, arraigado, tranquilo. Al contrario que los árboles que se rompen y caen, su tallo es solo un hueco, nada más. Su fuerza reside en su vacío.”

Dice el Tao Te King (Dao De Jing): “Un gran árbol no resistirá a la tormenta o será cortado por el hacha. Lo flexible y tierno tiene una ventaja en este caso.”

Tanto desde el punto de vista del Zhan Zhuang Gong como el del Tai Chi Chuan, esa doble manifestación de lo vegetal –árbol/bambú- funciona como un arquetipo de cómo “estar en el mundo” (habitarlo), plenamente al alcance del hombre a través de determinadas prácticas psicofísicas –como las antes nombradas- y de su imaginería alquímica. Recordemos que en una de las tradiciones taoístas, Loa Zi crea el cosmos a partir de su cuerpo, de modo que sus pelos se convirtieron en los árboles y las hierbas.

Esa polaridad árbol/bambú (roble/junco) no establece una disyunción ni una contraposición. Más bien indica una dualidad complementaria, polos que se corresponden, y también un movimiento, como la luz de la física cuántica, que en algunos procesos tiene estado de onda, y en otros, de partícula. Corresponde al árbol y al hombre el estar erguidos entre el cielo y la tierra, descansando en la gravedad, pero, como en el Tai Chi Chuan, para adaptarse a las fluctuantes fuerzas del cosmos –sujetas a los interminables cambios del Yin y del Yang-, se debe saber “escuchar al viento” (saber el sentido de las fuerzas y el estado de los ámbitos y terrenos) para poder ceder y fluir, como hacen el bambú y el agua.

En el Tai Chi Chuan, los pies se enraízan hacia el centro de la Tierra y el cuerpo se yergue como un árbol hacia el cenit de la bóveda celeste, pero también los pies se desplazan como el agua, siempre fluyendo hacia lo bajo. La columna es como un tronco que comunica lo de arriba con lo de abajo, pero un tronco flexible que puede girar y ceder. Y los brazos son como ramas, a las cuales mueve el viento.

“El árbol da protección a la corriente, Se alza solitario como si fuera una criatura meditando. Sus oscilantes ramas se balancean entre la corriente del agua y la del viento” (Lam Kam Chuen. Ob. Cit.)

Una de las transmutaciones que agencia la práctica del Zhan Zhuang –entre otras- es la del espacio que nos rodea. Un modo de evitar la tensa lucha contra la gravedad, en las prácticas, es la de sentir el espacio circundante formado de innumerables esferas de todos los tamaños. En esas suaves y flexibles esferas, circundantes puntos de apoyo multiplicados, el practicante consigue un sólido pero mullido basamento para su cuerpo, y también un manto protector en el ambiente inmediato.

Pero lo más importante es que entonces, el cuerpo –Yang- comienza un proceso de yinificación, de hacerse menos sólido y más flexible -“hueco”-, mientras que el espacio circundante –Yin-, se yanifica, se hace más denso y sólido.

Estas esferas que se entretejen en el espacio, también responden a una doble polaridad: estructuran la densidad del espacio –con relación a nuestro cuerpo-, pero no dejan de ser también esferas huecas, o si se quiere, “Puertas Luna”, vacíos cerrados sobre sí mismos, como el Wuji primordial (vacío originario); y, como el aliento intermedio que -proveniente de Wuji- sostiene y transforma todos los entes del mundo, estas “puertas luna” que nos envuelven sirven también de umbrales para el paso y la transmutación entre lo interno y lo externo, lo propio y lo extraño.


Otra polaridad a tener en cuenta en esta imaginería arquetípica de lo vegetal es la que contrapone unas veces a la raíz con las ramas, y, en otras, con el tronco (la “Raíz del Caos”, el “Tronco del Vacío”). Un texto taoísta dice que el Tao es su propio tronco y su propia raíz. Ya el Tao Te King nos dice que

“Y Tao es el Fundamento Primordial, Eterno e Infinito de cada persona y del mundo material entero. La vía que nos une con este Fundamento se llama raíz.”

De ahí que “Los seres abundan y pululan / y cada uno regresa a su raíz” (Tao Te King), y “Hay la existencia: / Designa los diez mil seres exuberantes y copiosos / Troncos y tallos, ramas y hojas, verdeantes y tupidos, deslumbrantes y coloreados” (Zhuang Zi). Como en las polaridades arquetípicas ya estudiadas, también existe una correspondencia entre raíz y ramas (o tronco). Por eso el Huainan Zi nos dice: “Raíz y rama se responden mutuamente”.

Tengamos presente que el “trabajo interior” y su imaginería alquímica tiene como finalidad el despertar a la consciencia cósmica, pero siempre a través de un proceso de autorrealización, de individuación.

Una paideia no nihilista debe dar énfasis a los procesos de individuación sobre los planteamientos masificadores y colectivistas propios de nuestro ser moderno y de las ideologías que lo jalonan. El proceso de individuación, cuya cúspide –según Jung- es el Self –el “sí mismo”- es al mismo tiempo el umbral de acceso a la “conciencia cósmica”; la autorrealización –el conócete a ti mismo- y el Ánima Mundi son dos caras de la misma moneda, dos vías complementarias del camino que constituye nuestra vida.

La educación ecológica y bioética sólo puede darse, en los términos que aquí tratamos, dentro de una paideia que privilegie los procesos de individuación, y por ende, las “experiencias trascendentes”, la vivencia de lo numinoso que es posible alcanzar a través de la meditación y prácticas de Qi Gong.

Las experiencias místicas y los insight (revelación, despertar), parten de una intimidad con los numinoso, con la sacralidad inherente a nuestra existencia. Lo sacro es lo radicalmente otro, y las prácticas internas sólo nos re-velan que esa otredad es constitutiva de nuestro ser. Somos una especial y muy particular forma de manifestarse el misterio inefable de ser.

María Antonieta es una artista de Zhan Zhuang porque logra de-velarse profundamente como ser en las prácticas de esta forma de Qi Gong. Tan es así, que puede observarse un aura cuando practica una de las posturas Zhan Zhuang.

Para Walter Benjamin, el aura es “un entretejido muy especial de espacio y tiempo: aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar”. Para la obra de arte creación de la naturaleza o creación humana, el aura es un indicativo de su intimidad con lo sagrado (con la otredad más extrema), con la poiesis del ente como A-letheia (alumbramiento), es decir, con el des-ocultamiento de la verdad del ente, con la manifestación plena de su más radical singularidad, cuyo relieve emerge refulgente sobre el abismo de la nada.

Esa sensación de que cada cosa del mundo, cada ámbito y cada momento son únicos e irrepetibles, de que “todo está lleno de dioses”, como dijera Tales de Mileto, la teníamos cuando éramos niños, y luego se perdió en la socialización, que hoy día no puede estar desligada de las leyes abstractas de la equivalencia de los productos reproducidos en masa, lo cual posibilita su consumo infinito. El aura es un indicativo de la revelación de una singularidad extrema y auténtica, lo cual, por ende, tiene que estar ligado a la revelación de algo más

En las artes interiores como el Zhan Zhuang, la individuación va acompañada del cultivo pleno de la integridad. La verdad del ser del ente que re-vela el artista no puede estar divorciada de la autenticidad, de la honestidad. ¿No son la inautenticidad, la deshonestidad, las grandes tentaciones a vencer por todo artista?

Vivimos en tiempos oscuros, donde poderosas fuerzas tenebrosas pugnan por apoderarse del alma de los hombres. En tiempos de tinieblas es cuando más necesitamos ser realmente íntegros en nuestra conducta ética. A esa integridad firmemente enraizada la han llamado el “poder de uno”.

El “poder de uno” se caracteriza por una fortaleza interior que se manifiesta en el auto respeto, en la entereza de carácter y coraje de bien, pero también en la compasión y amor hacía uno mismo y el resto de las criaturas convocadas junto con nosotros a la existencia. Todo ello tiene por fundamento la asunción plena de nuestra mortalidad. Tengamos en cuenta que todos los discursos manipuladores son falsos –desde la publicidad hasta las logorreas totalitarias- porque esconden a conveniencia el carácter temporal y perecedero de todo lo que acontece en el mundo. Tras estas prácticas siempre hay finalidades colectivistas, donde lo público y político es expuesto en una constante e interesada confusión entre bios y zoe.

“El poder de uno”

En la película de Steven Spielberg Puente de espías (EEUU, 2015), el agente soviético Rudolf Abel (Mark Rylance) cuenta a su abogado estadounidense, James B. Donovan (Tom Hanks), que cuando era pequeño iba a su casa un hombre que le recordaba al propio Donovan. Su padre le dijo que observara con cuidado a ese hombre, ya que tenía muchas cosas que enseñarle. Durante mucho tiempo el niño no observó nada especialmente relevante en aquel señor, hasta que una vez

“[…] nuestra casa fue invadida por guardias partisanos. Docenas de ellos. Mi padre fue golpeado. Mi madre fue golpeada. Y este hombre, el amigo de mi padre, fue golpeado. Y vi a este hombre. Cada vez que era golpeado, volvía a ponerse de pie. Cuanto más duro lo golpeaban los soldados, él se volvía a parar. Creo que por eso se detuvo la golpiza y lo dejaron vivir. ‘Stoikiy mujik’. Quiere decir algo así como ‘Hombre de pie’. Hombre de pie.”

Puente de espías: Abel y Donovan

Hombre de pie: Como el estudiante chino que detuvo al tanque con su sola presencia inerme en la Plaza Tiananmen en 1989; como Ailer González, disidente cubana que meditó sentada en posición de loto en medio de una calle mientras decenas de “pioneros” cubanos marchaban amenazadoramente a su alrededor, azuzados por esbirros oficiales (Documental gusano); como la señora María José, que detuvo una tanqueta de la Guardia Nacional en las manifestaciones antigubernamentales de este año en Venezuela. Hombres y mujeres de pie…

Estos momentos icónicos antes reseñados muestran a simples seres humanos que hacen de su propia indefensión y desamparo, un punto de apoyo formidable contra las formas más violentas y coercitivas que adoptan los dispositivos de dominación en nuestro orbe contemporáneo.

“Hombre de pie” es también un buen nombre para el practicante de Zhan Zhuang. Esto no viene por una ligera asociación, el “poder de uno” también proviene del poder de la quietud. La actriz Amy Adams declaró en una entrevista que el silencio sólo se puede aprender escuchando. Sólo desde la profunda quietud podemos escucharnos a nosotros mismos, hasta que del silencio basal surja la intención prístina que manifieste lo que es apropiado hacer en cada circunstancia.

“Al oído del árbol
donde un ave susurre,
donde Orfeo sea una lira, una guitarra
y la sangre trasiegue sus infinitos cantos […]”
Eugenio Montejo. “Arqueologías”. Terredad.

Estética y ética no pueden ser separados para el buscador sincero de la autenticidad. En el cuento de Isak Dinessen El festín de Babette, la chef refiere las palabras que le dijera el cantante de ópera Achille Papin: “A través del mundo se propaga un grito largo que brota del corazón del artista: ¡dejad que lo haga lo mejor que me sea posible!”

Ese grito sólo puede ser proferido por un mortal, por un “hombre de pie”, que ha escuchado la voz del destino surgiendo de las profundidades abismales del silencio. Ha escuchado la llamada del ser. Si la más alta misión del hombre sobre la tierra es la custodia del ser, la primera y originaria forma de esta guardianía es la de dar testimonio de sí mismo y ser testigo de los avatares del ser en nuestra propia existencia finita. De modo que la forma más elevada de esa misión, se encuentra en la re-velación de la verdad del ser del ente: en el arte.

“El poeta nombra lo sagrado” (Heidegger). En el arte, el artista dona a los demás hombres el más preciado de los regalos, el sentido, en cuyo horizonte es posible el habitar sobre la tierra y el erigir un mundo. En el Zhan Zhuang, nuestra “realidad de verdad” (traducción de David García Bacca del término Dasein), ese ser yecto -arrojado al mundo-, cobra sentido como un estar erguidos entre la tierra y el cielo, descansando en la gravedad y sostenidos por el ámbito que nos circunda, postura que hace posible un symphatos genuino con el mundo vegetal, el reino que posibilita la vida toda en nuestro planeta, y, por ende, el reino viviente de la generosidad por antonomasia.

“Cuidar” también significa “terapia” (therapeia), de manera que el fungir como guardián del ser tiene su fundamento y condición de posibilidad en el cuidado de uno mismo, en la cura de sí. Recordemos que lo que preguntaba Sócrates a los habitantes de Atenas era si se estaban cuidando bien a sí mismos, si no se estaban distrayendo y descuidándose. Zhan Zhuang pudiera describirse entonces como la “práctica del cuidado de uno mismo que se cultiva estando de pie como un árbol”. El árbol representa siempre un magnífico arquetipo de guardianía, del amparo y cobijo que puede brindar la naturaleza.

“El árbol monta guardia, con sus ramas poderosas extendidas hacia el viento. Sus raíces están firmes bajo tierra, el tronco sereno. El árbol se mantiene firme y es un lugar de refugio.” (Lam Kam Chuen. Ob. Cit.)

“Guardan madera para barcos
y cuartetos de cuerda,
sin embargo cuanto saben de música
o de viajes
es el paso del viento.
  
Otros en cambio llevan por el mundo
un verdor errante
como el bosque de Macbeth
y aunque nos cubran de follajes
tienen vetas amargas, nudosas,
nunca darán una guitarra.”
Eugenio Montejo. “Los otros árboles”. Terredad.

La artista del Zhan Zhuang –María Antonieta- recuerda al “Artista del hambre” de Kafka, pero también al “árbol inútil” de Zhuang Zi. Refiere el maestro que Hui Tzu le dijo que tenía un árbol grande pero inútil, del cual no se podía sacar madera ni leña, por lo nudoso del tronco y lo retorcido de las ramas. Y luego le dijo que sus enseñanzas eran igualmente grandes e inútiles. Zhuang Zi respondió:

“¿Has observado alguna vez al gato salvaje? Agazapado, vigilando a su presa, salta en ésta y aquella dirección, arriba y abajo, y finalmente aterriza en la trampa.
Pero ¿has visto al yak? Enorme como una nube de tormenta, firme en su poderío. ¿Qué es grande? Desde luego. ¡No puede cazar ratones!
Igual ocurre con tu gran árbol. ¿Inútil? Entonces plántalo en las tierras áridas. En solitario.
Pasea apaciblemente por debajo, descansa bajo su sombra; ningún hacha ni decreto preparan su fin. Nadie lo cortará jamás.
¿Inútil? ¡Eres tú el que debería preocuparse!”

“El arte es inútil” declaró Oscar Wilde, intentando resguardarlo del utilitarismo ramplón que campeaba en su tiempo. Zhuang Zi da un paso más allá, haciéndonos entender la importancia de lo inútil, de su utilidad superior, que en el caso del arte en general, y del Zhan Zhuang en particular, algo hemos dilucidado en este escrito.

El Zhan Zhuang puede parecer, junto con la meditación sentados, como la practica más absurda e inútil, cuando la alquimia del arte justamente es la de hacer de lo más gratuito y falto de utilidad práctica, la nuez de sentido de nuestro estar en el mundo, erguidos sobre la nada.

Como dice el Tao Te King, “un gran árbol crece de un arbolito; una torre de nueve pisos empieza a construirse con un puñado de tierra; un viaje de mil li comienza con un paso.” ***** Ya nuestra María Antonieta es ese árbol grande. Yo sólo le sugerí como dar el primer paso, y ella sola ha recorrido las mil y una millas restantes. Alegría del pedagogo sincero: que la alumna supere al maestro.

En El festín de Babette, Papin le escribe a Philippa –una soprano fabulosa que por compromisos con su Padre, un reconocido Deán y profeta protestante, rechaza el ser cantante de ópera:

“Mientras escribo esto, siento que la tumba no es el final. Sin duda oiré otra vez su voz en el Paraíso. Allí cantará, sin temores ni escrúpulos, como Dios quiso que cantara. Allí será la gran artista que Dios quiso que fuera. ¡Ah, cómo embelesará a los ángeles!”

Yo no tengo que escribirle una carta semejante a María Antonieta. Celebró en vida su toque de gracia –su particular forma de agradecer- al permanecer suspendida entre el Cielo y la Tierra en sus prácticas de Zhan Zhuang. Ella ya es aquí y ahora la gran artista que el ser (el misterio) quiso que fuera. ¡Ah, cómo nos embelesa al estar allí, magníficamente erguida, de pie como un árbol!

“El otoño ha venido y se ha vuelto,
 nos ha arrastrado en su despojo hacia el vacío,
 hasta vernos desnudas las manos,
 pero ellos tras su paso se renuevan
 y siguen elevándose
 mecidos al verdor de sus deseos.”

Eugenio Montejo. “Los árboles de mi edad” Terredad.



Roberto Chacón

Notas:
*Eso se ha comprobado en las diferentes guerras, donde los soldados de un país invadido combaten con mayor tenacidad y hasta desesperación cuando el frente de batalla se encuentra cerca de sus hogares y terruños.
**Las “ideologías” se caracterizan por proponer sustitutos modernos del “cielo trascendente” cristiano: el futuro de la utopía, el reino del hombre nuevo, el paraíso bio-tecnológico, etc.
***El Tercer Reich fue el primer gran ensayo histórico de una sociedad regida por el biopoder.
****La biopolítica concomitante con el biopoder (que a su vez hereda la confiscación de la creación política de las personas realizada por las grandes instituciones y los partidos políticos en el siglo XIX) fundamenta exclusivamente al hombre político moderno como sujeto de derecho, pero una alternativa bioética es concebir al hombre político esencialmente como sujeto ético, sujeto de libertad y transformación.
*****Li: Antigua medida de longitud china, que varió mucho a lo largo del tiempo, pero que la mayor parte de su historia equivalía más o menos al tercio de una milla.



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