LA
ALEJANDRITA
Un veintiuno
de julio, el día de mi veintiún cumpleaños, me regalaron una alejandrita. No
estaba montada en joya alguna, era simplemente la piedra metida en una cajita
de cristal, encima de un algodón blanco. La persona que me la obsequió, que ya no está con
nosotros, me dijo: -Toma una Alexandrita, apréciala, es una gema muy bella y
difícil de encontrar, ya verás, ya verás…
No le hice
preguntas, ya que quien me había dado esa rara gema era alguien que me merecía
el máximo respeto, pero yo me cuestioné: “¿por qué me regalará esta piedra?,
con lo fácil que sería regalarme cualquier otra cosa”. Después, pensando con
más calma, atribuí ese presente tan especial al hecho que en una ocasión, en
una reunión donde estaba esta persona que me conocía desde muy niña, me oyó
comentar con entusiasmo sobre mi nuevo trabajo en el que siempre estaban incluidas
las pequeñas rocas y además se me ocurrió decir que tenía pensado hacer una
sencilla colección. De todos modos, yo consideraba que bien me podía haber
regalado algo más barato, propio de una incipiente coleccionista, como yo
pretendía ser.
Con el “lujo”
de alejandrita comencé mi colección, en la que fui juntando piedritas con poco
valor, lo normal en un principiante y además con escasos medios económicos. Las
tenía todas etiquetadas en una caja de plástico especial para estos menesteres
y que tiene las divisiones apropiadas para cada piedra. La alejandrita no
“pegaba” allí, por eso la mantuve en su cajita de cristal.
Mi trabajo
con las piedras cada día me gustaba más. En una ocasión, mi jefe me dijo:
-Anuchy, si quieres ascender en la empresa, debes saber algo más sobre la
materia con la que trabajas. Necesitaba conocimientos básicos para verlas más a
fondo, debía saber su composición química, dureza, peso específico y
yacimientos más importantes, porque a veces, dependiendo del aspecto de la
piedra, se puede identificar de dónde proviene, y un largo etc.; en fin, que
tenía que "reconocer" las piedras, inclusive debía saber usar algunos
aparatos para identificarlas dentro de su complejo mundo. Era la condición para
ascender y no lo pensé dos veces. Estudié cursos cortos de gemología y fueron
suficientes, no para ser erudita en ese campo ni mucho menos, pero sí para
subir un peldaño más en mi trabajo, también para maravillarme de la naturaleza
y cautivarme por la ciencia que estudia estos minerales.
El tiempo y
la vida, que no paran su curso trazado, y al parecer, “habían decidido”
mostrarme varios de los “caminos de las piedras”, hicieron que un día, en una
simple merienda con unas amigas, conociera a una señora que las estudiaba desde
el punto de vista terapéutico y esotérico, algo absolutamente desconocido por
mí. En medio de una conversación cualquiera, sin ton ni son, esta mujer me
preguntó mi signo. Le respondí mecánicamente: -Cáncer. Ella me dijo: - Las piedras de tu signo son:
la perla, la piedra de luna y la alejandrita. De inmediato me vino a la mente
mi bella gema y el día de mi veintiún cumpleaños. Involuntariamente pensé:
¿habrá sido entonces, el motivo de aquel regalo?. Yo seguía en mi terquedad y
me repetí en silencio, lo mismo que años atrás:- ¡Pero si hubiera sido mucho
más simple y barato regalarme una perla o una piedra de luna!. Esto no paró
ahí…
Un día
leyendo un libro de gemología, supe el origen del nombre de la alejandrita y me
volví a preguntar si acaso aquella preciosa piedra que me habían regalado un
veintiuno de julio, cuando yo cumplía la mayoría de edad, me la habían dado por
lo que viene a continuación:
La
alejandrita o alexandrita fué descubierta en Los Urales (Rusia), justo cuanto
el Zar Alejandro II cumplía la mayoría de edad: sus ¡VEINTIÚN AÑOS! y la
"bautizaron" con ese nombre en honor al zar y también por los colores
de la realeza rusa: el rojo y el verde.
La
alejandrita, junto con el Ojo de Gato, pertenecen a la familia de los
crisoberilos, pero la más preciada es la piedra del zar. No sólo es la más
valiosa dentro del grupo de los crisoberilos sino que puede ser más valiosa
inclusive que un diamante.
Algunos
sabemos que las denominadas "piedras preciosas", son aquellas que por
su belleza, dureza y dificultad al conseguirlas, se emplean en joyería y suelen
ser montadas en oro o platino, nunca en metales de poco valor. Las
"piedras preciosas" por siempre reconocidas son el diamante, la
esmeralda, el rubí y el zafiro, pero hay algunos prestigiosos gemólogos que
también consideran a otras piedras como preciosas, ya que sus características y
belleza las catapultan a esa categoría. La alejandrita es una de ellas. Tiene
una dureza de 8.5 en la escala de Mohs, es de una belleza única y no abunda.
Por si esto fuera poco tiene la rareza, yo diría la magia de cambiar de color.
De día, con luz natural es verde, como si de una esmeralda se tratara y de
noche, bajo la luz artificial se torna roja o frambuesa como un rubí. ¡Cuántas
veces yo abría la pequeña caja de cristal donde ella reposaba en su almohadita
blanca de algodón!. La veía de día con luz natural, y sí, era verde y cuando la
volvía a ver en la noche era como rojiza pero si la ponía bajo una lámpara parecía
un rubí.
Nuestra
piedra de hoy es transparente y translúcida y aunque tiene mucha dureza, es
necesario tener cuidado al trabajarla porque no admite mucha presión y si se le
somete a temperaturas muy elevadas cambia de color...¡sensible la chica!
Sus yacimientos
de Los Urales están prácticamente agotados. Hay alguno en Ceilán, Tasmania,
Rhodesia, USA y Madagascar, también casi extinguidos. Por años se había hecho
casi imposible conseguir una alejandrita, hasta que 1987 se encontró un
importante yacimiento en Minas Gerais (Brasil); y en el año 1995 otro en
Tanzania. El ejemplar mayor, registrado pesa 66ct y está en un museo de
Washington.
La
alejandrita es una piedra tan rara, bella y exótica que en una época, un
gemólogo de Tiffany, fanático de esta gema, hizo que la famosa casa diseñara
varias joyas importantes con ella, que
montaba en platino.
¡Bueno!... y
ahora les tengo que decir que ya no tengo mi alejandrita, porque hace algún
tiempo unos malvados ladrones que entraron en mi casa se llevaron las pocas
prendas que yo tenia, entre ellas mi pequeña colección de piedras que a duras
penas y con el paso de los años, había
logrado formar. Con ella se fue la reina, la zarina, la más preciada para mí y no sólo por su
belleza y valor económico sino por su historia conmigo, pero por sobretodo, sin
duda alguna, porque me la regaló un ser
entrañable, que de forma generosa y sin darme explicaciones me la dio. Yo, a
ciencia cierta, nunca supe el motivo. Quizás por algo de lo anteriormente
expuesto, no lo se. De lo único que me llegué a enterar es que esa piedra le
perteneció por años…algo que le agrega más valor sentimental.
Cuando el
director del Nei Dan Magazine, el profesor Roberto Chacón me invitó a que
colaborara en la revista y llegamos a un acuerdo, yo con libre albedrío pero de
forma muy formal, hice en mi cabeza un formato, un esquema a seguir para
elaborar esta sección...¡Ya lo pasé por alto!, pero no es mi culpa, es mi forma
de ser poco estereotipada, unida al recuerdo "perturbador" de mi apreciada
alejandrita, aquella que cual Zarina de Rusia, me regalaron el día de mis
veintiún cumpleaños. Ella fue una "piedra de mi camino".
Aprovecho que
estamos finalizando el año para enviarles un cordial saludo a todos los
lectores del Nei Dan Magazine, así como al director de la revista, a todo el
equipo de redacción y colaboradores y desearles/me J, unas fiestas de fin de año muy
felices y un año nuevo 2.010 lleno de dicha: salud, amor, paz…y algún dinerito.
Anuchy Ulloa
Nei Dan Magazines No. 256 (10-11-09) y No. 260 (08-12-09)
Sección: "Las piedras del camino" (A. Ulloa)
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