martes, 17 de enero de 2017

TAI CHI SOUL Roberto Chacón (Magazine No. 558)

HACER ALMA: ARTE Y TAI CHI CHUAN

A Paco Casado, in memoriam

“Quien se conoce y conoce al otro no puede obviar
que Oriente y Occidente son inseparables.”
J. W. Goethe

El sí-mismo [self] es también «la meta de la vida»,
pues es la expresión más completa de la
combinación del destino que se llama individuo.”
C. G. Jung

Si hay algo que revela en profundidad el arte marcial es que el sentido estético no es un mero adorno de nuestro “ser en el mundo” sino, literalmente, asunto de vida o muerte. En la conocida polaridad que hizo posible -al decir de Nietzsche- la tragedia ática, lo apolíneo y lo dionisiaco, la desmedida vitalidad de lo existente, representada por Dionisos, es embellecida y mesurada a través de las formas e imágenes artísticas, representadas por Apolo. Pero si Dionisos es también una personificación de Hades, el señor del inframundo, según dice Heráclito, Apolo resulta no ser menos letal, ya que a él se referían los griegos como el “dios que hiere de lejos”; y si Febo* era la deidad patrona de la sanación, también lo era de la muerte súbita y la enfermedad.

Dionisos cabalgando un leopardo

Reflexionando en lo anteriormente dicho, cobran pleno sentido las palabras con que da comienzo del ensayo “El destierro de Helena” de Albert Camus:

“Bien puede comprenderse que si los griegos llegaron a la desesperación en esos lugares, ello fue siempre a través de la belleza y de lo que esta tiene de opresivo. En esa dorada infelicidad culmina la tragedia.” (Cursivas nuestras)

Muchas veces no se entiende el pensamiento y el pathos trágico. Se le quiere comprender desde el punto de vista de la autoestima, que es un problema del Ego y no del alma. Tener la entereza, el temple y la honestidad de ver lo terrible de nuestra existencia, es la condición necesaria para poder transmutarla. Los griegos antiguos que se reconocían como mortales, hicieron de la más espantosa de nuestras limitaciones (la muerte), la mayor de las virtudes: la raíz de la intensidad del vivir, motivo de envidia para las divinidades inmortales.

En el Prefacio a su libro Tai Chi Chuan. Meditación en movimiento, el maestro francés de Taijiquan, Jean-Claude Sapin, compara las búsquedas espirituales hindúes y chinas con las de los artistas occidentales. Los segundos nada tienen que envidiar a los primeros, afirma Sapin, con la diferencia de que rara vez tomamos a nuestros artistas por “maestros”, en el sentido que tal palabra tiene en Oriente.

Sapin cuenta una anécdota respecto a la convergencia de las búsquedas de los artistas occidentales y los maestros orientales:

Cezanne: La casa del ahorcado
“En lo que a mí respecta, me siento deudor de un simple calendario de Correos por haberme hecho comprender ciertos ejercicios de meditación relacionados con el tai chi chuan. En la primera página, se permitía el lujo de reproducir un cuadro de Cezanne: La casa del ahorcado. El pintor invirtió de tal manera la perspectiva en este paisaje que todas las líneas del espacio se proyectan a partir de un punto central, que es exactamente el ojo del espectador funcionando como un tai chi. Precisando un poco más, el espacio del cuadro de Cezanne espera la mirada para llegar a ser, para nacer. ¡Cezanne, maestro taoísta al alcance de nuestros ojos!”

He tenido y tengo importantes maestros a lo largo de mi vida, tanto en literatura y música como en filosofía, Qigong o Tai chi. Guillermo Sucre y Rafael Cadenas, Friedrich Nietzsche y Albert Camus, Sauchin Chang y Javier Vásquez, entre otros, conforman los astros del firmamento de sentido de mi existencia. Sin embargo, el que considero el primero y más importante de todos es, sin dudas, el gran compositor francés Claude Debussy. Su música siempre ha sido para mí una epifanía y una re-velación, donde lo que se devela es, justamente, el misterio. Él dio el acabado definitivo a mi amor por Oriente, culminación de un extraño llamado que proviene insondable desde los más lejanos confines de nuestro mundo, y que desde temprana edad encontró un nido en mi corazón.

El repertorio de piezas que interpreto en el piano no es muy extenso. Pero a diferencia de muchos pianistas cuya preferencia se manifiesta por Federico Chopin, y, en menor medida, por J. S. Bach, buena parte de mi repertorio lo conforman piezas de Claude Debussy, como es de suponerse. Por lo menos seis de sus Preludios, incluido La catedral sumergida, y entre las piezas de mayor dificultad, el Arabesque No. 1 y una de sus Imágenes para piano: Homenaje a Rameau.

Los conocedores chinos siempre han afirmado que la música de Debussy es la que más se acerca a lo que ellos entienden por arte musical. Como dice el pianista chino Lang Lang en una de sus entrevistas, la música china es por naturaleza, “impresionista”. Ciertamente, pero a la manera del gran Claudio de Francia, y menos en la de Ravel, a pesar de toda la chinoiserie de la que hacen gala muchas de las composiciones de éste último artista.

Al decir de crítico Constant Lambert, Debussy usaba las escalas pentatónicas y la hexatónica o de tonos enteros (sugerida por la música javanesa), para moverse con entera libertad a través de todo el espectro musical, para fluir y flotar (feng-liu), como dirían los chinos.

La hexatónica es sin duda la sonoridad característica del misterio debussiano. Mientras que la fuerza primordial de la pentatonía le permitió usar sus escalas y sonoridades en una amplia paleta expresiva que va desde el encanto melódico que escuchamos en el Preludio La niña de los cabellos de lino, hasta la potencia tímbrica y armónica presente en los tres bocetos sinfónicos para orquesta titulados El mar.

Theodor Adorno llama la atención sobre una característica esencial de la música de Debussy: las sonoridades antiguas y ancestrales están unidas a una expresión de austeridad y, sobre todo, de severidad. Las voces de lo primigenio y de lo arcaico, siempre están teñidas de tintes trágicos y resonancias abismales.

Claude Debussy

Otra anécdota de Sapin, esta vez referida al violinista Isaac Stern, quien estuvo presente cuando el famoso equipo de Guoshu chino hizo una gira por Europa que culminó con su presentación en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Al observar la exhibición de dos artistas marciales chinos, Stern dijo emocionado: “Sí, pero nosotros tenemos a Mozart”. Sapin ve en esta reflexión de Stern, una comprensión profundad de la similitud de búsquedas que une al arte marcial oriental y las bellas artes occidentales.

Esto lo podemos apreciar en este hermoso video de animación de la Forma de Beijing (24 Yang) acompañada con música de J. S. Bach.


Si encontramos convergencias, resonancias y correspondencias entre las obras de los artistas modernos de Occidente y los maestros del Oriente, todavía resalta mayor la afinidad entre los intérpretes de artes marciales y los de otras artes. El ejecutante de Wushu, así como el instrumentista musical, el actor y el bailarín, entre otros, es un artista de lo que se ha denominado “la velada única”. Su arte no está plasmado en una obra de cierta duración, como la de pintores, poetas y literatos, escultores, etc., sino que debe realizarse en cada presentación, (cada vez) en un único performance, de modo que su arte siempre está en continua evolución y constantemente sometido a las cambiantes circunstancias externas e internas que le acaecen al intérprete. Cada presentación exige un constante estudio y trabajo preparatorio, innumerables ensayos y correcciones. De manera que el espectador sólo ve, ante determinada interpretación, la punta del iceberg de un largo y sostenido trabajo, cuyos logros y limitaciones se le revelan en una “velada única”.

En mi caso, además de practicante de Tai Chi  Chuan y Chi Kung, también soy pianista. Al tocar mi piano o al hacer Tai Chi recuerdo las palabras de Allan Watts, quien señala que en inglés, tocar el piano se dice play the piano, que traducido literalmente significa “jugar el piano”. Del mismo modo se dice ejecutar una forma de Tai Chi: play the Tai Chi, “jugar al Tai Chi”. Lo lúdico es parte esencial del “sentido estético”, pues nos jugamos la vida con la Creación como escenario privilegiado. El arte es un juego, pero un juego muy serio, severo.

A veces, al sentarme frente al piano y tocar la melodía pentatónica que sirve de introducción al Preludio Bruyères ("Brezos") de Debussy, me siento como el personaje de Charlie Marlow, al comienzo de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad: “la palma de la mano hacia afuera, de modo que con los pies cruzados ante sí parecía un Buda predicando, vestido a la europea y sin la flor de loto en la mano”.

Claude Debussy: Bruyères (Interpreta A. B. Michelangeli)

En el blog “La idea del Norte” (http://www.laideadelnorte.com/) leemos este texto sobre el pianista, que muy bien pudiese aplicarse también al “taichichero”.

“Para mí, un pianista es un héroe -independientemente de sus cualidades- y por tanto es siempre digno de admiración y respeto. Es un héroe porque batalla solo y, para colmo, contra sí mismo. Sin descanso. El desempeño de su actividad es absorbente y exigente en alto grado y de manera continua, y al mismo tiempo, le obliga a ser autoexigente. Es una dialéctica severa, dura y, al final, al fondo, lo mires como lo mires, lo veas o no, solitaria. Un pianista es alguien ante el espejo. De ahí el combate consigo mismo. Un pianista está solo, tanto -y de tal manera son las exigencias de su trabajo y la autoexigencia del mismo- que a veces no es consciente de que lo está: solo. Y su única recompensa es la entrega de lo mejor de sí mismo a los otros. Dicho de otro modo, su premio es regalar algo profundo a los otros. Un pianista encuentra en el camino difíciles obstáculos y duras pruebas. Los peores obstáculos nacen de él mismo. Por ejemplo: la vanidad. Otro ejemplo: su gestión de las metas, del fracaso, y del éxito. Mantener la vanidad a raya es tarea muy difícil y, si no se consigue a cierta edad, la vida hace la tarea por ti, dándote una lección inolvidable. La solución de todos los problemas y escollos que un pianista encuentra en el camino está en uno mismo, y eso requiere conocerse, que es una tarea tan sumamente difícil como enriquecedora y que, como una partitura compleja, requiere su técnica, tiempo, paciencia, oído. Y silencio. Un pianista tiene que congeniar con el silencio. Música callada, soledad sonora. De ese silencio surge una voz, la suya, que le muestra quién es y le proyecta a los otros. Es entonces cuando ha llegado a casa, a la meta, y desde allí ya está en condiciones de empezar.”

Sabemos, por la tradición de la tragedia legada por los antiguos helenos, que todo héroe es en esencia trágico. A pesar de sus virtudes –Areté- el héroe no tiene otro final que el de caer abatido, siempre en pos del cumplimiento de su destino. El héroe trágico es una imagen severa y ejemplar de todos los hombres en tanto mortales, como se referían los antiguos a nuestra raza. De todos los que en medio de la incertidumbre y el desamparo de nuestra condición, tenemos por horizonte vital la certeza de nuestra mortalidad.

Pero ningún artista –incluyendo el marcial- quiere ser un “héroe” en el sentido hiperbólico y anti trágico que usualmente le damos. Si algo emparenta a los maestros del Oriente y a los artistas es que se definen más bien como buscadores, como seguidores del camino y realizadores de su destino.

Hacer alma es una frase cara a los seguidores de Jung. Otra forma de decirlo es la de “lograr el sí-mismo”, el arquetipo de todos los arquetipos, la individuación. A semejanza de la enseñanza de Gurdjieff, esa frase nos señala también que no todos los hombres poseen alma, al menos en su sentido pleno, y que si se logra tener alma –lograr el self- y ésta no se cuida, se puede perder de modo irremediable.

Nuestra época ha sido llamada fáustica, en el sentido que hemos vendido nuestra alma a poderes demoníacos, al dominio material sobre la Tierra. Por ello, a pesar de toda la ganga mediática sobre espiritualidad y el auge del New Age (o justamente por eso), vivimos en tiempos oscuros, en los tiempos del “eclipse del alma”.

Hacer alma presupone el hierosgamos o matrimonio sagrado entre anima y animo, los aspectos femeninos y masculinos de nuestro psiquismo. Lo que los chinos denominarían como el Tao entre el alma Hum (Yang) y el alma Po (Yin). Lograr el sí-mismo (self), tal como indica Jung, es encontrar el centro de nuestro ser, que engloba tanto lo inconsciente (Ello) como lo consciente (Ego).

Paradójicamente, es el logro del sí-mismo lo que abre las puertas de la cosmicidad, a la intimidad con el cosmos, pues sólo el que logra hacer alma puede tener acceso al Anima Mundi.

Al hacer un taolu (forma o estructura) de Tai Chi, ¿no recorremos un laberinto circular, siguiendo el hilo de Aridna del Qi, en busca del centro –Dan Tien? Tengamos en cuenta, además, lo que dice el maestro Wong Kiew Kit, que Tai Chi significa cosmos, y que esta palabra conforma su más sencilla y certera traducción.

La belleza constituye un rapto del alma. La imagen bella nos saca de nuestra identidad convencional y su temporalidad profana, confrontándonos con nuestra condición efímera, fundamento de la intensidad del vivir. Un indicio sobre la presencia de hombres desalmados es su ser insensibles a lo bello, el ser carentes en absoluto de “sentido estético”. En ellos no hay alma susceptible de rapto alguno, nada les conmueve y difícilmente sientan compasión por los otros seres y entes que les rodean.

Los griegos antiguos tenían una metáfora para ilustrar en qué consistía la belleza. Decían que la tensión exacta entre fuerzas opuestas, como entre una cuerda y un arco tensado, era la condición necesaria para el surgimiento de la armonía, de la belleza.

Así que también la hermandad trágica de Dionisos y Apolo, ya presente en Oráculo de Delfos, ombligo del mundo espiritual griego, es imprescindible para ese Tao del alma, tan caro a todo arte, incluyendo el marcial, entre belleza y mortalidad.

Evelyn de Morgan: Helena de Troya

En el Agamenón de Esquilo, parte de su Orestía, leemos lo siguiente sobre Helena de Troya, la imagen de la belleza superlativa e inigualable:

“No, no es indigno que por tal mujer troyanos y aqueos sufran indecibles miserias. En hermosura iguala a las diosas inmortales.”

Y al entrar Helena en Ilión (Troya), nos es descrita de esta manera:

“Alma serena como la calma de los mares; belleza que realza espléndido atavío; ojos que hieren como hiere el dardo; flor de amor para los corazones venenosa”.

Pequeña Serenata Nocturna. W. A. Mozart.

Tai Chi 24 Chen Style. Performing Jojo Hua.

“Marlow calló, se sentó aparte, concentrado y silencioso, en la postura de un Buda en meditación.” (J. Conrad. El corazón de las tinieblas).

Nota:

*Epíteto de Apolo. Su significado original era “brillante”.


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