HACER ALMA: ARTE Y TAI CHI CHUAN
A Paco Casado, in memoriam
“Quien se conoce y conoce al otro no puede obviar
que Oriente y Occidente son inseparables.”
J. W. Goethe
“El sí-mismo [self] es también
«la meta de la vida»,
pues
es la expresión más completa de la
combinación
del destino que se llama individuo.”
C.
G. Jung
Si hay algo que revela
en profundidad el arte marcial es que el sentido estético no es un mero adorno de
nuestro “ser en el mundo” sino, literalmente, asunto de vida o muerte. En la conocida
polaridad que hizo posible -al decir de Nietzsche- la tragedia ática, lo apolíneo
y lo dionisiaco, la desmedida vitalidad de lo existente, representada por Dionisos,
es embellecida y mesurada a través de las formas e imágenes artísticas, representadas
por Apolo. Pero si Dionisos es también una personificación de Hades, el señor del
inframundo, según dice Heráclito, Apolo resulta no ser menos letal, ya que a él
se referían los griegos como el “dios que hiere de lejos”; y si Febo* era la deidad
patrona de la sanación, también lo era de la muerte súbita y la enfermedad.
Dionisos cabalgando un leopardo
Reflexionando en
lo anteriormente dicho, cobran pleno sentido las palabras con que da comienzo del
ensayo “El destierro de Helena” de Albert Camus:
“Bien puede comprenderse que si los griegos llegaron a la desesperación en esos lugares, ello fue siempre a través de la belleza y de lo que esta tiene de opresivo. En esa dorada infelicidad culmina la tragedia.” (Cursivas nuestras)
Muchas veces no
se entiende el pensamiento y el pathos
trágico. Se le quiere comprender desde el punto de vista de la autoestima, que es
un problema del Ego y no del alma. Tener la entereza, el temple y la honestidad
de ver lo terrible de nuestra existencia, es la condición necesaria para poder
transmutarla. Los griegos antiguos que se reconocían como mortales, hicieron de la más espantosa de nuestras limitaciones (la
muerte), la mayor de las virtudes: la raíz de la intensidad del vivir, motivo
de envidia para las divinidades inmortales.
En el Prefacio a
su libro Tai Chi Chuan. Meditación en movimiento,
el maestro francés de Taijiquan, Jean-Claude Sapin, compara las búsquedas espirituales
hindúes y chinas con las de los artistas occidentales. Los segundos nada tienen
que envidiar a los primeros, afirma Sapin, con la diferencia de que rara vez tomamos
a nuestros artistas por “maestros”, en el sentido que tal palabra tiene en Oriente.
Sapin cuenta una
anécdota respecto a la convergencia de las búsquedas de los artistas occidentales
y los maestros orientales:
Cezanne: La casa del ahorcado
“En lo que a mí respecta, me siento deudor de un simple calendario de Correos por haberme hecho comprender ciertos ejercicios de meditación relacionados con el tai chi chuan. En la primera página, se permitía el lujo de reproducir un cuadro de Cezanne: La casa del ahorcado. El pintor invirtió de tal manera la perspectiva en este paisaje que todas las líneas del espacio se proyectan a partir de un punto central, que es exactamente el ojo del espectador funcionando como un tai chi. Precisando un poco más, el espacio del cuadro de Cezanne espera la mirada para llegar a ser, para nacer. ¡Cezanne, maestro taoísta al alcance de nuestros ojos!”
He tenido y tengo
importantes maestros a lo largo de mi vida, tanto en literatura y música como en
filosofía, Qigong o Tai chi. Guillermo Sucre y Rafael Cadenas, Friedrich Nietzsche
y Albert Camus, Sauchin Chang y Javier Vásquez, entre otros, conforman los astros
del firmamento de sentido de mi existencia. Sin embargo, el que considero el primero
y más importante de todos es, sin dudas, el gran compositor francés Claude Debussy.
Su música siempre ha sido para mí una epifanía y una re-velación, donde lo que se
devela es, justamente, el misterio. Él
dio el acabado definitivo a mi amor por Oriente, culminación de un extraño llamado
que proviene insondable desde los más lejanos confines de nuestro mundo, y que desde
temprana edad encontró un nido en mi corazón.
El repertorio de
piezas que interpreto en el piano no es muy extenso. Pero a diferencia de
muchos pianistas cuya preferencia se manifiesta por Federico Chopin, y, en
menor medida, por J. S. Bach, buena parte de mi repertorio lo conforman piezas
de Claude Debussy, como es de suponerse. Por lo menos seis de sus Preludios,
incluido La catedral sumergida, y
entre las piezas de mayor dificultad, el Arabesque
No. 1 y una de sus Imágenes para piano: Homenaje a Rameau.
Los conocedores chinos
siempre han afirmado que la música de Debussy es la que más se acerca a lo que ellos
entienden por arte musical. Como dice el pianista chino Lang Lang en una de sus
entrevistas, la música china es por naturaleza, “impresionista”. Ciertamente, pero
a la manera del gran Claudio de Francia, y menos en la de Ravel, a pesar de toda
la chinoiserie de la que hacen gala muchas
de las composiciones de éste último artista.
Al decir de crítico
Constant Lambert, Debussy usaba las escalas pentatónicas y la hexatónica o de tonos
enteros (sugerida por la música javanesa), para moverse con entera libertad a través
de todo el espectro musical, para fluir y flotar (feng-liu), como dirían los chinos.
La hexatónica es
sin duda la sonoridad característica del misterio debussiano. Mientras que la fuerza
primordial de la pentatonía le permitió usar sus escalas y sonoridades en una amplia
paleta expresiva que va desde el encanto melódico que escuchamos en el Preludio
La niña de los cabellos de lino, hasta
la potencia tímbrica y armónica presente en los tres bocetos sinfónicos para orquesta
titulados El mar.
Theodor Adorno llama
la atención sobre una característica esencial de la música de Debussy: las sonoridades
antiguas y ancestrales están unidas a una expresión de austeridad y, sobre todo,
de severidad. Las voces de lo primigenio
y de lo arcaico, siempre están teñidas de tintes trágicos y resonancias abismales.
Claude Debussy
Otra anécdota de
Sapin, esta vez referida al violinista Isaac Stern, quien estuvo presente cuando
el famoso equipo de Guoshu chino hizo
una gira por Europa que culminó con su presentación en los Juegos Olímpicos de Berlín
de 1936. Al observar la exhibición de dos artistas marciales chinos, Stern dijo
emocionado: “Sí, pero nosotros tenemos a Mozart”. Sapin ve en esta reflexión de
Stern, una comprensión profundad de la similitud de búsquedas que une al arte marcial
oriental y las bellas artes occidentales.
Esto lo podemos apreciar
en este hermoso video de animación de la Forma de Beijing (24 Yang) acompañada con
música de J. S. Bach.
Si encontramos convergencias,
resonancias y correspondencias entre las obras de los artistas modernos de Occidente
y los maestros del Oriente, todavía resalta mayor la afinidad entre los intérpretes
de artes marciales y los de otras artes. El ejecutante de Wushu, así como el instrumentista
musical, el actor y el bailarín, entre otros, es un artista de lo que se ha denominado
“la velada única”. Su arte no está plasmado en una obra de cierta duración, como
la de pintores, poetas y literatos, escultores, etc., sino que debe realizarse en
cada presentación, (cada vez) en un único performance, de modo que su arte siempre
está en continua evolución y constantemente sometido a las cambiantes circunstancias
externas e internas que le acaecen al intérprete. Cada presentación exige un constante
estudio y trabajo preparatorio, innumerables ensayos y correcciones. De manera que
el espectador sólo ve, ante determinada interpretación, la punta del iceberg de
un largo y sostenido trabajo, cuyos logros y limitaciones se le revelan en una “velada
única”.
En mi caso, además
de practicante de Tai Chi Chuan y Chi Kung,
también soy pianista. Al tocar mi piano o al hacer Tai Chi recuerdo las
palabras de Allan Watts, quien señala que en inglés, tocar el piano se dice play the piano, que traducido
literalmente significa “jugar el piano”. Del mismo modo se dice ejecutar una
forma de Tai Chi: play the Tai Chi,
“jugar al Tai Chi”. Lo lúdico es parte esencial del “sentido estético”, pues
nos jugamos la vida con la Creación como escenario privilegiado. El
arte es un juego, pero un juego muy serio, severo.
A veces, al
sentarme frente al piano y tocar la melodía pentatónica que sirve de
introducción al Preludio Bruyères
("Brezos") de Debussy, me siento como el personaje de Charlie Marlow, al comienzo
de la novela El corazón de las tinieblas,
de Joseph Conrad: “la
palma de la mano hacia afuera, de modo que con los pies cruzados ante sí
parecía un Buda predicando, vestido a la europea y sin la flor de loto en la
mano”.
Claude Debussy: Bruyères (Interpreta A. B. Michelangeli)
En el blog “La idea
del Norte” (http://www.laideadelnorte.com/) leemos
este texto sobre el pianista, que muy bien pudiese aplicarse también al “taichichero”.
“Para mí, un pianista es un héroe -independientemente de sus cualidades- y por tanto es siempre digno de admiración y respeto. Es un héroe porque batalla solo y, para colmo, contra sí mismo. Sin descanso. El desempeño de su actividad es absorbente y exigente en alto grado y de manera continua, y al mismo tiempo, le obliga a ser autoexigente. Es una dialéctica severa, dura y, al final, al fondo, lo mires como lo mires, lo veas o no, solitaria. Un pianista es alguien ante el espejo. De ahí el combate consigo mismo. Un pianista está solo, tanto -y de tal manera son las exigencias de su trabajo y la autoexigencia del mismo- que a veces no es consciente de que lo está: solo. Y su única recompensa es la entrega de lo mejor de sí mismo a los otros. Dicho de otro modo, su premio es regalar algo profundo a los otros. Un pianista encuentra en el camino difíciles obstáculos y duras pruebas. Los peores obstáculos nacen de él mismo. Por ejemplo: la vanidad. Otro ejemplo: su gestión de las metas, del fracaso, y del éxito. Mantener la vanidad a raya es tarea muy difícil y, si no se consigue a cierta edad, la vida hace la tarea por ti, dándote una lección inolvidable. La solución de todos los problemas y escollos que un pianista encuentra en el camino está en uno mismo, y eso requiere conocerse, que es una tarea tan sumamente difícil como enriquecedora y que, como una partitura compleja, requiere su técnica, tiempo, paciencia, oído. Y silencio. Un pianista tiene que congeniar con el silencio. Música callada, soledad sonora. De ese silencio surge una voz, la suya, que le muestra quién es y le proyecta a los otros. Es entonces cuando ha llegado a casa, a la meta, y desde allí ya está en condiciones de empezar.”
Sabemos, por la tradición de la tragedia legada por los antiguos helenos,
que todo héroe es en esencia trágico. A pesar de sus virtudes –Areté- el héroe no tiene otro final que el
de caer abatido, siempre en pos del cumplimiento de su destino. El héroe trágico
es una imagen severa y ejemplar de todos los hombres en tanto mortales, como se referían los antiguos a
nuestra raza. De todos los que en medio de la incertidumbre y el desamparo de nuestra
condición, tenemos por horizonte vital la certeza de nuestra mortalidad.
Pero ningún artista –incluyendo el marcial- quiere ser un “héroe” en el sentido
hiperbólico y anti trágico que usualmente le damos. Si algo emparenta a los maestros
del Oriente y a los artistas es que se definen más bien como buscadores, como seguidores
del camino y realizadores de su destino.
Hacer alma es una
frase cara a los seguidores de Jung. Otra forma de decirlo es la de “lograr el sí-mismo”,
el arquetipo de todos los arquetipos, la individuación. A semejanza de la enseñanza
de Gurdjieff, esa frase nos señala también que no todos los hombres poseen alma,
al menos en su sentido pleno, y que si se logra tener alma –lograr el self- y ésta no se cuida, se puede perder
de modo irremediable.
Nuestra época ha
sido llamada fáustica, en el sentido que
hemos vendido nuestra alma a poderes demoníacos, al dominio material sobre la Tierra.
Por ello, a pesar de toda la ganga mediática sobre espiritualidad y el auge del
New Age (o justamente por eso), vivimos en tiempos oscuros, en los tiempos del “eclipse
del alma”.
Hacer alma presupone
el hierosgamos o matrimonio sagrado entre
anima y animo, los aspectos femeninos y masculinos de nuestro psiquismo. Lo
que los chinos denominarían como el Tao entre el alma Hum (Yang) y el alma Po (Yin).
Lograr el sí-mismo (self), tal como indica
Jung, es encontrar el centro de nuestro ser, que engloba tanto lo inconsciente (Ello)
como lo consciente (Ego).
Paradójicamente,
es el logro del sí-mismo lo que abre las puertas de la cosmicidad, a la intimidad con el cosmos, pues sólo el que logra hacer
alma puede tener acceso al Anima Mundi.
Al hacer un taolu (forma o estructura) de Tai Chi, ¿no
recorremos un laberinto circular, siguiendo el hilo de Aridna del Qi, en busca del centro –Dan Tien? Tengamos en cuenta, además, lo
que dice el maestro Wong Kiew Kit, que Tai Chi significa cosmos, y que esta palabra conforma su más sencilla y certera traducción.
La belleza constituye
un rapto del alma. La imagen bella nos saca de nuestra identidad convencional y
su temporalidad profana, confrontándonos con nuestra condición efímera, fundamento
de la intensidad del vivir. Un indicio sobre la presencia de hombres desalmados
es su ser insensibles a lo bello, el ser carentes en absoluto de “sentido estético”.
En ellos no hay alma susceptible de rapto alguno, nada les conmueve y difícilmente
sientan compasión por los otros seres y entes que les rodean.
Los griegos antiguos
tenían una metáfora para ilustrar en qué consistía la belleza. Decían que la tensión
exacta entre fuerzas opuestas, como entre una cuerda y un arco tensado, era la condición
necesaria para el surgimiento de la armonía, de la belleza.
Así que también la
hermandad trágica de Dionisos y Apolo, ya presente en Oráculo de Delfos, ombligo
del mundo espiritual griego, es imprescindible para ese Tao del alma, tan caro a
todo arte, incluyendo el marcial, entre belleza y mortalidad.
Evelyn de Morgan: Helena de Troya
En el Agamenón de Esquilo, parte de su Orestía, leemos lo siguiente sobre Helena
de Troya, la imagen de la belleza superlativa e inigualable:
“No, no es indigno que por tal mujer troyanos y aqueos sufran indecibles miserias. En hermosura iguala a las diosas inmortales.”
Y al entrar Helena
en Ilión (Troya), nos es descrita de esta manera:
“Alma serena como la calma de los mares; belleza que realza espléndido atavío; ojos que hieren como hiere el dardo; flor de amor para los corazones venenosa”.
Pequeña Serenata Nocturna. W. A. Mozart.
Tai Chi 24 Chen Style. Performing Jojo Hua.
“Marlow calló, se sentó aparte, concentrado y silencioso, en la postura de un Buda en meditación.” (J. Conrad. El corazón de las tinieblas).
Nota:
*Epíteto de Apolo.
Su significado original era “brillante”.
Me encanta el Tai Chi Soul por su profundidad
ResponderBorrarMil gracias Alexandra
ResponderBorrarSi Bellísimo
BorrarMe encantó
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