OCCIDENTE
Y ORIENTE
(*)
Por
Daisetz T. Suzuki
Muchos grandes pensadores de
Occidente, cada uno desde su propio punto de vista, han tratado este tema tan
gastado por el tiempo, “Oriente y Occidente”; pero, por lo que yo sé, ha habido
un número comparativamente escaso de autores del Extremo Oriente que hayan
expresado sus opiniones como orientales. Este hecho me ha llevado a escoger
este como una especie a lo que seguirá inmediatamente.
Basho (1644-94), un gran poeta
japonés del siglo XVII, compuso un poema de diecisiete sílabas conocido como haiku o Hokku.
Cuando miro
con cuidado
¡Veo florecer
la nazuna
Junto al
seto!
Es probable que Basho fuera
caminando por el campo cuando observo algo junto al seto. Se acercó entonces,
lo miró detenidamente, y descubrió que era nada menos que una planta silvestre,
insignificante y generalmente inadvertida por los caminantes. Este es el hecho
simple que el poema describe, sin que se exprese en ningún momento un sentimiento
específicamente poético, a no ser quizá en las dos últimas silabas, en japonés kana. Esta partícula, ligada con
frecuencia a un nombre, un adjetivo o un adverbio, significa cierto sentimiento
de admiración, elogio, tristeza o alegría, y puede verterse en ocasiones
justamente a otras lenguas mediante un signo de admiración. En este haiku todo el verso termina con este
signo.
El sentimiento que prevalece en
las diecisiete, o más bien quince sílabas y el signo de admiración al final
quizá no sea comunicable para quienes conocen el idioma japonés. Trataré de
explicarlo lo mejor posible. El poeta mismo podría no estar de acuerdo con mi
interpretación, pero esto no importa mucho si sabemos que cuando menos hay
alguien que lo entiende lo mismo que yo.
En primer lugar, Basho era un
poeta de la naturaleza, como lo son la mayoría del los poetas orientales. Aman
tanto la naturaleza que se sienten uno con ella, sienten todos los latidos de
las venas de la naturaleza. La mayoría de los occidentales tienden a separarse
de la naturaleza. Piensan que este y el hombre nada tienen en común a no ser
algunos aspectos deseables y que la naturaleza sólo existe para ser utilizada
por el hombre. Pero para los orientales, la naturaleza está muy cercana. Este
sentimiento por la naturaleza surge al descubrir Basho una planta nada
llamativa, casi despreciable, que florecía junto al viejo seto descuidado, al
lado del remoto camino campestre, tan inocentemente, tan sin pretensiones, sin
desear ser advertida, por nadie. Y sin embargo, cuando se la mira, ¡qué tierna,
qué llena de gloria y de esplendor divinos aparece, más gloriosa que Salomón!
Su humildad misma, su belleza sin ostentación, provoca la admiración sincera.
El poeta puede leer en cada pétalo el más profundo misterio de la vida o del
ser. Basho pudo no tener conciencia de ello, pero estoy seguro que en su
corazón, en ese momento, vibraba un sentimiento parecido a lo que los
cristianos llaman amor divino, que alcanza las mayores profundidades de la vida
cósmica.
Las alturas del Himalaya pueden
provocar en nosotros un sentimiento de temor sublime; las olas del pacífico
pueden sugerirnos algo de infinitud. Pero cuando la propia mente se abre
poética, mística o religiosamente, se siente, como Basho, que en cualquier
tallo de hierba silvestre hay algo que trasciende de hecho todos los
sentimientos humanos venales y bajos, que nos eleva a un nivel semejante en
esplendor al de la Tierra Pura. La magnitud no tiene nada que ver en estos
casos. A este respecto, el poeta japonés tiene un don específico que le permite
descubrir algo grande en las pequeñas cosas, algo que trasciende todas las
medidas cuantitativas.
Alfred Lord Tennyson
Tal es el Oriente. Veamos ahora
qué puede ofrecer Occidente en una situación semejante. Escojo a Tennyson.
Puede que no sea un típico poeta occidental, que debe ser seleccionado para
compararlo con el poeta del Lejano Oriente. Pero el corto poema que citamos
tiene algo muy cercano al de Basho. El poeta dice así:
Flower in
the crannied wall,
I pluck
you out of thre crannies;-
Hold you
here, root and all, in my hand.
Little
flower -but in I could understand
What you
are, root and all, and all in all,
I should
known what God and man is.
Flor
en el muro agrietado,
Te
arranco de las grietas; -
Te
tomo, con todo y raíces, en mis manos,
Florecilla
-pero si pudiera entender
Lo
que eres, con todo y tus raíces, y, todo en todo,
Sabría
qué es Dios y qué es el hombre.
Hay dos puntos que quiero
subrayar en estas líneas:
1. El hecho de que Tennyson
arranca la flor y la sostiene en sus manos, “con todo y raíces” y la mira,
quizá intensamente. Es muy probable que experimentara un sentimiento parecido
al de Basho, quien descubrió una flor de nazuna
en el seto, al borde del camino. Pero la diferencia entre los dos poetas es que
Basho no arranca la flor. La mira simplemente. Está absorto en sus
pensamientos. Siente algo en su espíritu, pero no lo expresa. Deja que un signo
de admiración diga todo lo que quiere decir. Porque no tiene palabras para
expresarlo; su sentimiento es demasiado pleno, demasiado profundo y no quiere
conceptualizarlo.
Tennyson, en cambio, es activo y
analítico. Primero arranca la flor de lugar donde crece. La separa de la tierra
a la que pertenece. A diferencia del poeta oriental, no deja quieta a la flor.
Tiene que arrancarla de la pared agrietada, “con todo y raíces”, lo que
significa que la planta debe morir. No le importa, al parecer, su destino; su
propia curiosidad debe quedar satisfecha. Como algunos científicos, quiere
hacer la disección de la planta. Basho ni siquiera toca la nazuna, simplemente la mira, la mira con “cuidado”. Eso es todo. Se
mantiene inactivo, en contraste con el dinamismo de Tennyson.
Quiero subrayar este punto aquí,
y puede que tenga ocasión de volver a referirme a ello. Oriente es silencioso,
mientras que Occidente es elocuente. Pero el silencio oriental no significa
sencillamente ser mundo, y quedarse sin palabras o sin habla. El silencio es,
muchos casos, tan elocuente como las palabras. Occidente gusta del verbalismo.
No sólo eso. Occidente transforma la palabra en carne y hace que está
encarnación burda y voluptuosamente, en su arte y religión.
2. ¿Qué hace después Tennyson?
Mirando la flor arrancada que probablemente empieza a marchitarse, se formula
interiormente la pregunta: “¿Te entiendo?” Basho no se muestra inquisitivo en
absoluto. Siente que todo el misterio se revela en su humilde nazuna, el misterio que ahonda en la
fuente de toda existencia. Se siente embriagado por este sentimiento y lo
expresa en un grito inefable, inaudible.
A diferencia de esto, Tennyson
sigue con su reflexión: “Si pudiera entender lo que eres, sabría qué es Dios y
qué es el hombre”. Su llamado al entendimiento es característicamente
occidental. Basho acepta, Tennyson resiste. La individualidad de Tennyson
permanece aparte de la flor, “Dios y el hombre”. No se identifica ni con Dios
ni con la naturaleza. Permanece siempre aparte de ellos. Su conocimiento es lo
que ahora llama “científicamente objetivo”. Basho es completamente “subjetivo”.
(Esta no es la palabra adecuada, porque siempre se opone al objeto. Mi “sujeto”
es lo que me gusta llamar “subjetividad absoluta”.) Basho permanece en esta “subjetividad
absoluta” en la cual Basho contempla la nazuna
y la nazuna contempla a Basho. No hay
empatía, no simpatía ni identificación.
Basho dice: “miro con cuidado” (en
japonés “yoku mireba”). Las palabras “con
cuidado” implican que Basho no es ya un observador, sino que la flor ha cobrado
conciencia de sí misma y se expresa silenciosamente y elocuentemente. Y esta
elocuencia silenciosa o silencio elocuente por parte de la flor encuentra un
eco humano en las diecisietes sílabas de Basho. Sean cuales fueren la
profundidad del sentimiento, el misterio de la expresión y aun la filosofía de “subjetividad
absoluta” que ellas haya, son inteligibles para los que han experimentado
realmente todo esto.
En Tennyson, hasta donde yo puedo
juzgarlo, no hay en primer lugar una profundidad de sentimiento; es todo
intelecto, lo que resulta típico de la mentalidad occidental. Es un partidario
de la doctrina del logos. Tiene que decir algo, tiene que abstraer o
intelectualizar su experiencia concreta. Tiene que salir del campo de los
sentimientos al campo del entendimiento y debe sujetar la vida y sentimiento a
una serie de análisis para satisfacer el espíritu occidental de investigación.
He seleccionado a estos dos
poetas, Basho y Tennyson, como ejemplos de dos puntos de vista básicos y
característicos sobre la realidad. Basho pertenece a Oriente y Tennyson a
Occidente. Al compararlos descubrimos que cada uno expresa su trasfondo
tradicional. Al compararlo descubrimos que cada uno expresa su trasfondo tradicional.
Según esto, la mentalidad occidental es: analítica, selectivas, diferencial,
inductiva, individualista, intelectual, objetiva, científica, generalizadora,
conceptual, esquemática, impersonal, legalista, organizadora, impositiva,
auto-afirmativa, dispuesta a imponer su voluntad sobre los demás, etc. Frente a
estos rasgos occidentales los de Oriente pueden caracterizarse así: sintética,
totalizadora, integradora, no selectiva, deductiva, no sistemática, dogmática,
intuitiva (más bien, afectiva), no discursiva, subjetiva, espiritualmente
individualista y socialmente dirigida al grupo, etc.
Para simbolizar personalmente
estas características de Oriente y Occidente, debo a ir Lao-tseé (siglo IV
a.c), un gran pensador de la antigua China. Lo tomo como representante de
Oriente y lo que él llama las multitudes pueden representar a Occidente. Cuando
digo “las multitudes” no tengo la intención de atribuir a Occidente, con un
sentido peyorativo, el papel de las multitudes de Lao-tsé, tal como las
describía el viejo filósofo.
Lao-tsé se retrata a sí mismo
como si fuera un idiota. Parece que no supiera nada, que no le afectara nada.
No sirve prácticamente para nada en este mundo utilitario. Casi es incapaz de
expresión. No obstante, hay algo en él que lo convierte en algo distinto de un
espécimen de simplón ignorante. Sólo exteriormente lo parece.
Daisetz T. Suzuki
Occidente, en contraste con esto,
tiene un par de ojos agudos, penetrantes, hundidos en las órbitas, que examinan
el mundo exterior como los de un águila que se remonta a lo más alto del cielo.
(De hecho, el águila es el símbolo nacional de cierta potencia occidental). Y
en su nariz prominente, sus labios delgados, el conjunto de su contorno facial,
todo sugiere una intelectualidad altamente desarrollada y una disposición a
actuar. Esta disposición es comparable con la del de león. En verdad, el león y
el águila son los símbolos de Occidente.
Chuang-tzé, del siglo III a.c., relata la
historia de konton (hun-tun), Caos. Sus amigos debían muchos
de sus logros a Caos y querían agradecérselo. Discutieron entre sí y llegaron a
una conclusión. Observaron que Caos no tenía órganos sensoriales para
distinguir el mundo exterior. Un día le dieron los ojos, otro día las nariz, en
una semana, lograron transformarlo en una persona sensible como ellos. Mientras
se felicitaban por su buen éxito, Caos murió.
Oriente es caos y Occidente es el
grupo de amigos agradecidos, bien intencionados, pero incapaces de distinguir
claramente las cosas.
En muchos sentidos, Oriente
parece ser indudablemente como tonto y estúpido, porque los orientales no son
tan analíticos ni tan demostrativos y no tantas señales tangibles, visibles, de
inteligencia. Son caóticos y aparentemente indiferentes. Pero saben que sin
este carácter caótico de la inteligencia, su propia inteligencia natural no
tendrá mucha utilidad para vivir junto al modo humano. Los miembros
individuales fragmentarios no pueden laborar armónica y pacíficamente junto a
no ser que estén en relación con el infinito mismo que, en realidad, subyace a
cada uno de los miembros finitos. La inteligencia pertenece a la cabeza y su
labor es más notable y quisiera lograr mucho, mientras que Caos permanece
silencioso y tranquilo tras toda la turbulencia superficial. Su verdadera
significación llega a ser reconocible para los participantes.
El Occidente, de mentalidad
científica, aplica su inteligencia a inventar todo tipo de artefactos para
elevar el nivel de vida y ahorrarse lo que considera esfuerzo o trabajo
desagradable o innecesario. Trata, pues, de “desarrollar” los recursos
naturales a los que tiene acceso. A Oriente, por otra parte, no le importa
dedicarse a un trabajo doméstico o manual de cualquier tipo; aparentemente se
siente satisfecho con el estado “subdesarrollado” de la civilización. No le gusta
pensar únicamente en máquinas, convertirse en esclavo de la máquina. Este amor
al trabajo es quizá característico de Oriente. La historia de un agricultor,
tal como la cuenta Chuang-tze, es muy significativa y sugestiva en muchos
sentidos, aunque supone que el incidente debió tener lugar hace más de dos mil
años en China.
Chuang-tzé fue uno de los grandes
filósofos en la antigua China. Debería ser estudiado más de lo que es en la
actualidad. Los chinos no son tan especulativos como los hindúes y tienden a
olvidar a sus propios pensadores. Mientras que Chuag-tzé es muy conocido como
el más grande estilista entre los literatos chinos, sus pensamientos no son
apreciados como merecen. Fue un gran recolector o compilador de relatos que
quizá se han generalizado en su época. Es probable, sin embargo, que también
inventará muchos cuentos para ilustrar sus ideas sobre la vida. He aquí un
relato, que ilustra espléndidamente la filosofía del trabajo del Chuang-tsé,
sobre un campesino que se negaba a usar la palanca para sacar agua del pozo.
Un campesino cavó un pozo y
utilizaba el agua para irrigar su finca. Empleaba una cubeta ordinaria para
sacar agua del pozo, como lo hace casi toda la gente primitiva. Un paseante, al
verlo, le preguntó al campesino por qué no utilizaba una palanca para ese fin;
es un instrumento que ahorra esfuerzo y puede realizar mayor trabajo que el
método primitivo. El agricultor dijo: “Sé que ahorra trabajo y es precisamente
por esta razón por la que no utilizo ese instrumento. Lo que temo es que el uso
de ese instrumento me haga pensar sólo en la máquina. La preocupación por las
máquinas crea en uno el hábito de la indolencia y la pereza.”
Los occidentales se preguntan a
veces por que los chinos han desarrollado muchas ciencias y útiles mecánicos.
Esto resulta extraño, afirman, ya que los chinos son conocidos por sus
descubrimientos e invenciones como el magneto, la pólvora, la rueda, el papel y
otras cosas. La principal razón es que los chinos, y otros pueblos asiáticos,
aman la vida, tal como se vive y no quieren convertirlas en un medio de lograr
alguna otra cosa, lo que desviaría el curso de la vida por un canal muy
diferente. Les gusta el trabajo por el trabajo mismo aunque, objetivamente
hablando, el trabajo significa realizar algo. Pero al trabajar gozan su trabajo
y no tienen prisa por terminarlo. Los instrumentos mecánicos son mucho más
eficientes y realizan más. Pero la máquina es impersonal y no creadora, y no
tiene significado.
Mecanización significa
intelección y, como el intelecto es principalmente utilitario, no hay
esteticismo espiritual ni espiritualidad ética en la máquina. La razón que
inducía al campesino de Chuang-tzé a no preocuparse por las máquinas está aquí.
La máquina lo apura a uno a terminar el trabajo y a alcanzar el objetivo para
el que está hecha. El trabajo o labor no tiene valor por sí mismo salvo como
medio. Es decir, la vida pierde aquí su carácter creador y se convierte en un
instrumento, el hombre es ahora un mecanismo productor de bienes. Los filósofos
hablan de la importancia de la persona; como lo vemos ahora, en nuestra edad
tan industrializada y mecanizada, la máquina no lo es todo y el hombre queda casi
completamente reducido a la servidumbre. Esto es, me parece, lo que temía
Chuang-tsé. Por supuesto, no podemos hacer girar la rueda del industrialismo
hacia atrás, hacia la era de la artesanía primitiva. Por es bueno que tengamos
en cuenta la importancia de las manos y también los males que surgen de la
mecanización de la vida moderna, que acentúa demasiado al intelecto, a expensas
de la vida como un todo.
Esto en cuanto a Oriente. Unas
cuantas palabras ahora sobre Occidente. Denis de Rougemont, en su Man's Western Quest menciona a “la
persona y la máquina” como característica de los dos rasgos prominentes de la
cultura occidental. Esto es significativo, porque la persona y la máquina son
conceptos contradictorios y Occidente se esfuerza por lograr su reconciliación.
No sé si los occidentales lo hacen consciente o inconscientemente. Sólo me
referiré al modo en estas dos ideas heterogéneas funcionan actualmente en la
mentalidad occidental. Hay que observar que la máquina contrasta con la
filosofía del trabajo de Chuang-tzé, y las ideas occidentales de libertad
individual y responsabilidad personal son contrarias a las ideas orientales de
libertad absoluta. No voy a entrar en detalles. Sólo trataré de resumir las
contradicciones a las que Occidente se enfrenta y padece:
1) La persona y la máquina
suponen una contradicción y por esta contradicción Occidente atraviesa por una
gran tensión psicológica, que se manifiesta en diversas direcciones en su vida
moderna.
2) La persona implica
individualidad, responsabilidad personal, mientras que la máquina es el
producto de la intelección, la abstracción, la generalización, la totalización,
la vida en grupo.
3) Objetiva e intelectualmente o
hablando en el sentido de una mentalidad preocupada por la máquina, la
responsabilidad personal no tiene sentido. La responsabilidad se relaciona
lógicamente con la libertad y en la lógica no hay libertad, porque todo está
controlado por las reglas rígidas del silogismo.
4) Además, el hombre como
producto biológico está regido por leyes biológicas. La herencia es un hecho y
ninguna persona puede cambiarla. No nazco por mi propia y libre voluntad. Los
padres me hacen nacer por su libre voluntad. El nacimiento planeado no tiene
sentido en realidad.
5) La libertad es otro absurdo.
Vivo socialmente, en un grupo, lo que limita todos mis movimientos, mentales y
físicos. Aun al estar solo no soy libre en absoluto. Tengo toda clase de
impulsos, que no siempre están bajo mi control. Algunos impulsos me arrastran,
a pesar de mí mismo. Mientras vivamos en este mundo limitado, no podemos hablar
de ser libre ni de hacer lo que queramos. Aun este deseo es algo que no es
nuestro.
6) La persona pueda hablar de
libertad, pero la máquina lo limita en todos sentidos, porque ese hablar no va
más allá de sí mismo. El hombre occidental está desde un principio constreñido,
restringido, inhibido. Su espontaneidad no es en absoluto suya, sino de la
máquina. La máquina no tiene un carácter creador; opera sólo en la medida o en
tanto que algo que se le introduce lo hace posible. Nunca actúa como “la
persona”.
7) La persona es libre sólo
cuando no es persona. Es libre cuando se niega y es absorbida en el todo. Para
ser más exactos, es libre cuando es ella misma y, sin embargo, no es ella
misma. Si no se entiende plenamente esta contradicción aparente, no se está
calificado para hablar de libertad ni de responsabilidad ni de espontaneidad.
Por ejemplo, la espontaneidad de que hablan los occidentales, especialmente algunos
analistas, no es ni más ni menos que la espontaneidad infantil o animal y no la
espontaneidad de la persona plenamente madura.
8) La máquina, el behaviorismo,
el reflejo condicionado, la inseminación artificial, la automatización en
general, la vivisección, la bomba H están -todas y cada una- íntimamente
relacionadas y forman los eslabones sólidos y bien ligados de una cadena
lógica.
9) Occidente trata de lograr la
cuadratura del círculo. Oriente trata de hacer que un círculo equivalía a un
cuadro. Para el zen el círculo es un círculo y el círculo es un cuadrado.
10) La libertad es un término
subjetivo y no puede interpretarse objetivamente. Cuando tratamos de hacerlo,
nos enredamos en contradicciones inextricables. Por tanto, afirmo que hablar de
libertad en este mundo objetivo de limitaciones omnipresentes es una tontería.
11) En Occidente, “sí” es “sí” y “no”
es “no”; “sí” nunca puede ser “no” o
viceversa. Oriente hace que el “sí” se
deslice hacia el “no” y el “no” hacia el
“sí”; no hay una división precisa entre “sí” y “no”. Es la naturaleza de la vida que es
así. Sólo en lógica es inerradicable la división. La lógica fue creada por los
hombres para contribuir a las actividades utilitarias.
12) Cuando Occidente capta este
hecho, inventa conceptos tales como los conocidos en física como
complementariedad o principio de la incertidumbre, cuando no puede explicar
ciertos fenómenos físicos. Por muy bien que logre crear concepto tras concepto,
no puede atrapar los hechos de la existencia.
13) La religión no nos interesa
aquí, pero puede ser de interés afirmar lo siguiente: el cristianismo, que es
la religión de Occidente, habla del Logos, la Palabra, la carne y la
encarnación y la temporalidad tempestuosa. Las religiones de Oriente buscan la
excarnación, el silencio, la absorción, la paz eterna. Para el zen, la
encarnación es excarnación; el silencio ruge como el trueno; la Palabra es
no-Palabra, la carne es no-carne; aquí-ahora equivale al vacío (sunyata) y la infinitud. (*)
(*) Fuente: Daisetz T. Suzuki, “Oriente
y Occidente”, Conferencia sobre budismo Zen, en Budismo zen y psicoanálisis,
México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 9-19.
http://temakel.net/node/521
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