martes, 24 de enero de 2017

ARTÍCULOS (Magazine No. 559)

EMPEZAR DE CERO A LOS SETENTA


Teresa Rodríguez
La zona de Orcasitas en Madrid es un barrio de trabajadores. Mis alumnos, con una media de edad de setenta y dos años, me contaban que se habían pasado la vida trabajando y que, aunque "en sus tiempos no había esto del Taichi", ahora estaban muy contentos de tener la oportunidad de probarlo. Con ese espíritu disponible y curioso iniciamos las sesiones.

Al inaugurar la actividad, seis meses antes de la redacción de este artículo, la mayor parte de los alumnos que componían los dos grupos de trabajo, un total de cincuenta personas, no había practicado nunca ningún tipo de gimnasia o ejercicio físico.

Siempre que se aborda un trabajo de introducción se piensa en empezar desde cero, pero inconscientemente uno cuenta con que la mayoría de la gente tiene aprendida una cierta manera de moverse, como mínimo la adquirida en las clases de gimnasia del colegio. En este caso no era así, de modo que las bases del entrenamiento de Taiji Quan y los ejercicios de Qi Gong fueron el punto de partida para iniciar una educación física global.

Ambas disciplinas son especialmente idóneas para el trabajo con mayores, ya que los ejercicios se desarrollan con suavidad, lentitud y toma de conciencia corporal. La suavidad y la lentitud hacen que los alumnos se abran a los ejercicios y que disfruten haciéndolos. De esta manera es difícil que alguien pueda lesionarse, siempre que se cuide una buena alineación del cuerpo, sobre todo de las rodillas con respecto de los pies.

El entrenamiento progresivo mejora el tono muscular y la circulación sanguínea, nutre las articulaciones, alivia los problemas de columna vertebral, osteoporosis, artrosis, e hipertensión. También aumenta la capacidad pulmonar, la memoria y la atención. La coordinación de los gestos con la respiración y la concentración mental fortalecen la energía vital de todo el cuerpo, calman la mente y les proporcionan un estado de bienestar emocional que hace más llevaderas sus dolencias habituales.

El profesor se debe poner al nivel en el que están sus alumnos y a partir de ahí avanzar con mucho respeto y cuidado, sin prisas pero sin perder de vista lo que se quiere hacer. En los primeros dos meses no se hizo forma pero sí se realizaron ejercicios extraídos de ella y sobre todo, mucho Qi Gong. Se fue explicando cada movimiento paso a paso, guiándoles ycorrigiéndoles para que aprendiesen cuál es la movilidad que tiene cada articulación y cómo hacer para manejarlas por separado. Se emplearon muchos ejercicios de corrección postural, equilibrio, desplazamiento, coordinación y continuas tomas de conciencia.




El grado de avance en el trabajo depende muchas veces de la condición corporal y mental de los alumnos, así como de su motivación personal y de las horas que le dediquen a la práctica. Esto ocurre en todas las edades. Si había alguien que rehuía un ejercicio por tener molestias físicas o por considerarlo demasiado difícil, el grupo le exhortaba a que lo hiciese, pues eran muy conscientes de la necesidad que tiene el cuerpo de moverse para no anquilosarse. La consigna era que no debían forzarse pero tampoco quedarse cortos, respetar sus bloqueos y llegar con suavidad hasta donde sinceramente pudieran.

En las edades avanzadas, el declive que se produce en las capacidades físicas les hace susceptibles de sentirse torpes a la hora de enfrentarse al movimiento corporal y a los achaques que sufren. Algunos de los alumnos tenían impedimentos físicos importantes y en este aspecto el trabajo del profesor es asesorarles para lograr que averigüen por sí mismos cuáles son sus limitaciones reales, qué es lo que todavía pueden hacer y qué deben evitar para no hacerse daño.

"¡Qué torpe soy!" es una frase que se oye a menudo. En varias ocasiones he podido observar que, para ciertas personas,  el impedimento a la hora de abordar un ejercicio determinado era más mental que físico, puesto que bien por depresión, miedo al dolor o falta de autoestima partían de antemano con el convencimiento de que debido a sus achaques no iban a poder hacer determinados ejercicios, cuando el cuerpo sí que tenía aún la capacidad para realizarlos.

Otras veces se desanimaban porque no conseguían recordar los movimientos de la forma, o porque retenerlos les llevaba lo que a su juicio era demasiado tiempo. El trabajo aquí consistía en descomponer los movimientos y repetirlos sesión tras sesión hasta hacerlos conocidos e ir orientándoles muy gradualmente hasta que iban un poco más lejos y los ejecutaban con más soltura y corrección siempre dentro de sus posibilidades.

Las repeticiones hacen que la práctica arraigue y el lenguaje tanto verbal como no verbal debe ser cuidadoso para transmitirles la idea positiva y estimulante de que ellos también son capaces de hacer los ejercicios bien y que pueden acceder a sus beneficios. Esto ha llevado a muchos de ellos a superar el miedo que tenían a abordar algo nuevo que al principio les parecía muy difícil. Los puntos que centraron la atención durante las sesiones fueron los siguientes:

La relajación
Fue difícil de conseguir durante los primeros meses, al menos en la posición de pie, en la que no obtuvimos muchos progresos. En los ejercicios les resultaba dificultoso relajarse porque ponían mucho empeño en hacerlos bien y esto les tensaba. En la forma no se relajaban pero al final de la clase ejercitaban la respiración abdominal tumbados y ahí sí conseguían soltarse.

La corrección postural


Para que fuese efectiva, la trabajé ofreciéndoles indicaciones contínuamente, pero de un modo que no llegase a agobiarles o a hacerles sentirse torpes. Respetaba los bloqueos que tenía cada uno en el momento de hacer la clase. Si el alumno presta atención y se esfuerza no es conveniente darlo por imposible ni tampoco ahogarle a correcciones. En estas edades el cuerpo suele estar dañado, sobre todo si no se ha hecho ejercicio, y es mejor ser conscientes de ello.

Es importante crear un clima de confianza, humor y sinceridad para que se relajen y se dejen aconsejar. El contacto físico me ayudó a corregirles o mostrarles la dirección de un movimiento, pero debía acercarme con mucho cuidado, ya que a muchas personas les desagrada que les toquen. Siempre pedía permiso y luego el contacto era delicado pero firme.

El equilibrio
Fue algo que trabajamos en casi todas las sesiones, puesto que en general, había poca estabilidad. Muchos de mis alumnos tenían algún problema en las cervicales o en los pies o tenían la tensión alta y sufrían mareos. Al final de curso la gran mayoría había ganado en firmeza y muchos se sorprendieron de hasta dónde podían llegar.

A menudo abordaba los ejercicios de equilibrio después de haber trabajado con ellos de manera muy suelta y distendida. Con frecuencia les explicaba cómo tenían que poner el cuerpo para no caerse, pero en este sentido los seis meses de trabajo han sido insuficientes para alcanzar buenos resultados.

No obstante, algunos de ellos ya empezaban a alargar el tiempo que permanecían en equilibrio. Muchos se lo tomaban como un reto personal e intentaban mantenerse estables como un juego en el que competían contra sí mismos.

La coordinación
Tanto el Taiji Quan como el Qi Gong son óptimos para trabajarla. En los gestos, cada parte del cuerpo hace una cosa diferente y tienen que llegar a ser conscientes de todas y unificarlas. La coordinación física fue uno de los puntos en los que logramos progresar más a base de repetir los ejercicios y de proponer acercamientos a un gesto determinado desde varios ángulos.

Al principio tenían problemas en distinguir el lado derecho del izquierdo y en manejarlos conscientemente. La coordinación entre cuerpo y respiración no se logró apenas, puesto que la olvidaban muy a menudo. La mayoría tenía un ciclo de respiración corto y el gesto no llegaba a ajustarse a él.

 La escucha
Ejercitarla es hacerlo sobre el lenguaje verbal y el gestual. Generalmente, se dejaban llevar más por lo visual que por lo auditivo. Muchas veces no escuchaban, y eso podía deberse a la falta de concentración o de atención. Hicimos muchos trabajos en este sentido. Normalmente ellos mismos regulaban su atención, porque si se ponían a pensar en otra cosa se equivocaban enseguida.

Al final de los seis meses la mayoría atendía a los dos lenguajes. Para facilitarles las cosas el profesor debe guardar una de las normas básicas en la comunicación: para que un mensaje se reciba con claridad, no debe existir contradicción entre el lenguaje verbal y el gestual de quien lo emite. ¿Cuántas veces no habremos puesto el peso en la derecha y luego hemos nombrado a la pierna izquierda sembrando el desconcierto general?

La memoria
Es el gran caballo de batalla. A veces no recordaban los movimientos por falta de atención o de concentración, pero la mayor parte del tiempo simplemente se olvidaban enseguida de la secuencia de los movimientos en la forma. Para ellos, era útil "bautizar" los movimientos con símiles que les fuesen familiares (por ejemplo, "Mirarse al espejo" por "Acariciar la crin del caballo").

También resultaba útil descomponerlos en partes y numerarlas. Después de tres meses de repeticiones, progresivamente fuimos verbalizando los pasos mientras hacíamos la forma juntos hasta llegar a dejarles que intentaran ejecutarla por sí mismos sin ayuda.

Ante esto se produjeron dos reacciones: unos se desanimaban porque no recordaban bien los movimientos, y otros lo tomaron como un desafío y no pararon hasta sacarlos. A los primeros les daba pistas y volvía a repasar con ellos, y de los segundos nunca olvidaré las caras que ponían cuando lograban hacer la forma solos. Sus expresiones radiantes han hecho que merezca la pena esta experiencia, porque ver a los alumnos felices y satisfechos con el resultado de sus esfuerzos es el mejor pago que un profesor pueda tener.

Teresa Rodríguez es diplomada en Medicina Tradicional China y profesora de Qigong. Dirige grupos en España, Francia, Italia y Chile dedicados al Camino de la Mujer. Creadora de Tao Danza es bailarina en contextos meditativos y conciertos por la paz.



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