“EL MIEDO”
Caspar David Friedrich
A mi padre
Artemisa, la diosa cazadora, estaba seguramente a mi lado cuando sentada
en mi pequeña silla de cuero de chivo negro y sujetando gravemente mi escopeta
de culata de madera clara y reluciente cañón asistía al espectáculo de mi padre
haciendo los preparativos para su próxima excursión de caza.
Veía fascinada la balanza en donde se pesaban los perdigones de
diferentes calibres para llenar los cartuchos rojos y verdes, la baqueta, las
escobillas, los movimientos oscilatorios ejecutados en las armas, el ojo que se
cerraba para que el otro observara atentamente el punto de mira. Creo que me
atraían los olores de la pólvora y de la grasa para lubricar las armas que
impregnaban el aire y así puedo recordar que todo se conjugaba para hacerme
especial aquel instante.
Mi padre me había regalado una escopeta belga cuyo largo no excedía mi
estatura y cuyo peso era capaz de sostener, dándome la recomendación siguiente:
“la boca del cañón siempre al suelo o al cielo”. Ese regalo fue por un tiempo
motivo de inspiración para mis juegos, ya que en el tercer patio de la casa,
que era el llamado corral, era imaginaria cazadora de arañas y mariposas.
En los llanos de Guárico y Apure cazaba mi padre junto con un primo suyo
y dos amigos de su niñez. Él me hablaba de la belleza de la sabana, de los
cantos de los pájaros y de la hermosura del vuelo de las garzas blancas, pero
nunca me habló de los peligros ni, por supuesto, de la crueldad de la caza.
Pienso que pudo haber sido una conversación oída al azar o tal vez un
comentario de Julia, mi cargadora, que adoraba a mi padre porque también lo
había cargado, lo que me puso al tanto del temor que generaban en la familia
aquellas excursiones que se prolongaban por muchos días y que involucraban el
desplazamiento por caminos muy malos y el acampar en sitios solitarios y
aislados.
La idea de los cazadores, incomunicados y rodeados de caimanes, culebras
y tigres, le arrebató parte del encanto
a la visión de los preparativos y me llenó de una angustia que nunca expresé, a
lo mejor porque quería parecer una niña valiente, digna hija del hombre que
manipulaba con tanta habilidad todas aquellas grandes y pesadas escopetas.
Sin embargo, en una cartica que escribí cuando apenas me iniciaba en el
arte de la escritura, dirigida a mi padre que se encontraba en el interior,
probablemente cazando, le decía:
“cuidado que note coman las
fieras”.
Mucho tiempo después mi padre me confió que él amó la caza como un
entretenimiento grato sin pensar en su aspecto cruel, pero que un día había
matado involuntariamente un mono pequeño y pudo contemplar a la madre que
expresaba su dolor de un modo espantosamente igual a como lo hubiera hecho una
madre humana. Desde ese momento dejó de seguir las huellas de Nemrod.
Yo por mi parte no
estaba hecha para seguir las de Artemisa, diosa que con su virginidad señala su
independencia y supremacía con respecto a los hombres y que es el polo opuesto a Afrodita o Venus con
la que me identifico por ser ella la regente de mi signo Libra.
Por otra parte, el temor por todo lo que en los Llanos podía amenazar la
vida humana quedó tan metido en mí que ha sido, junto con el intenso calor y la
proliferación de mosquitos a cuya picada soy alérgica, impedimento para que
deseara conocer esa parte de Venezuela, privándome por ejemplo de ver un
espectáculo que tiene fama de ser de una belleza indescriptible: el vuelo de
las garzas y las palmeras que emergen de las aguas que inundan el estero de
Camaguán, iluminadas por la luna llena.
He pensado mucho en esa región pues he estado leyendo un libro escrito
por Jeannine Fiasson: "Llanos terres
brutales" (Grande Prairie
Vénézuélienne).
La autora es o fué una interesante mujer, esposa y colaboradora del
veterinario doctor Raymond Fiasson, el cual fundó el Instituto de
Investigaciones de Los Llanos en los Bancos de San Pedro, al suroeste de
Calabozo, con el objetivo central de sembrar gramíneas y leguminosas adaptables
a las condiciones de la región para alimentar al ganado durante todo el año,
así como también para la alimentación humana. La reforestación de vastas
extensiones de Los Llanos era otra meta de ese ambicioso proyecto científico y
social.
Los esposos Fiasson llegaron a Venezuela en 1939 y vivieron en
oportunidades sucesivas un total de seis años en este país, en el cual nació
uno de sus cinco hijos. Madame Fiasson fue asistente de su marido en el
laboratorio, piloto del avión que enlazaba el Instituto con Calabozo, cineasta
con varios films premiados en concursos internacionales y además, activa conferencista.
En su libro las mesuradas palabras hablan del hondo amor que la pareja
concibió por la tierra venezolana, por sus animales, por sus gentes y así
mismo, con palabras cuidadosamente elegidas, allí queda expresada la profunda
amargura que les causó el abandono del proyecto, debido a la ceguera y
mezquindad de los políticos de turno, pues al producirse el golpe de estado de
1948, para el Ministro de Agricultura, como para todos los nuevos
administradores, todo lo que hubiera decidido el “gobierno anterior” era
necesariamente malo y había que eliminarlo.
En el penúltimo capítulo titulado “Meurtre d’un grand espoir” (“Muerte
de una gran esperanza”), ella narra precisamente la visita de ese ministro,
rodeado de “flagorneurs” (rastreros adulantes) y la conversación reportada es
el trágico contrapunteo entre el hombre civilizado, que piensa en cómo
Venezuela, al desarrollar su agricultura y su ganadería, podría lograr una
mayor suma de felicidad para sus habitantes y, a través de su prosperidad, contribuir
a aliviar la miseria del mundo y por otro lado, el hombre sin propósitos
nobles, que piensa primordialmente en los beneficios que va a obtener para sí
mismo, en su paso por el poder.
Reflexiono sobre la recurrente satanización de todo lo hecho en los
regímenes precedentes, ahora voceada ad nauseam por el ignorante populista de
turno, hombre lleno de profundos resentimientos sociales que no ha podido
trascender, pues en el tiempo apropiado no conoció triunfos que lo hubieran
ayudado en ese sentido y así sus carencias y su hambre viejas están marcadas en
su rostro a pesar de que el buen yantar que brinda el poder lo haya dotado de
mofletes.
Al matrimonio Fiasson le llega la orden gubernamental de abandonar sus
trabajos y sobre ello la señora comenta: “No queda más que destruir. ! Ay !
Este desdichado pueblo está mejor preparado para eso que para edificar.”
De nuevo reflexiono sobre el presente en el que estamos presenciando la
sistemática destrucción de lo que nos daba una cierta estabilidad, que aún
siendo precaria, servía de base al
acontecer social, sin que veamos surgir para sustituírlo otra cosa que no sea
el rostro del autoritarismo personal y de un grupo, es decir, la negación de
toda estabilidad.
Sabemos destruír. No sabemos edificar. Uso la primera persona del plural
apropiadamente, pues me adhiero a la verdad de estas palabras de Antoine de
Saint-Exupery: “Cada uno es el responsable de todos, cada uno es único
responsable, cada uno es único responsable de todos. Por primera vez comprendo uno
de los misterios de la religión de la que surgió la civilización que
reinvindico como la mía: Cargar con los pecados de los hombres…Cada uno de
nosotros carga con los pecados de todos los hombres”.
No construímos o construímos demasiado poco, a pesar de los ingentes
recursos provenientes del petróleo, del oro negro. Destruimos, destruimos
mucho, intencionalmente o por negligencia.
El apropiado plural, mi autoinculpación, me llena de angustia. Nada sé
de política, de explicaciones sociológicas o económicas, que me aliviaran al
darme el artificioso consuelo de haber dominado lo que intelectualmente hubiera
comprendido y más bien puedo unir al desaliento que comunican las noticias
diarias, la opinión que me dió un viejo agrónomo y veterinario que administró
fincas en Los Llanos por muchísimos años, el cual me ha dicho que esa región
está en peores condiciones que hace cincuenta años y que a sus males
tradicionales se añade ahora la horrenda presencia de un delito de lesa
humanidad: el secuestro de personas, cada vez más frecuente. Y esta opinión,
con sus variantes, puede ser trágica y lamentablemente extendida a casi toda
Venezuela.
Ante la angustia me planteo la necesidad de encontrar una interpretación
que me alivie el alma y recurro a una materia de la cual sé tan poco como de
sociología o economía, pero a donde la intuición me dirige: la mitología.
Un mito griego llega a mi imaginación: el mito clave de los Misterios
Eleusinos, la historia del penoso errar de Deméter, diosa de la fertilidad de
la Tierra, tratando de recuperar a su hija Perséfone, o Kore, que representaba
a la semilla germinada y la cual había sido raptada por Hades, señor del
sombrío inframundo.
Deméter abandona el Olimpo y en su desolado deambular llega a Eleusis.
Su dolor y su ira hacen que la semilla no germine, que la Tierra se vuelva
completamente estéril y que consecuentemente la humanidad esté en peligro de
desaparición a causa de la hambruna. Zeus interviene y envía a los dioses, uno
tras otro, para que aplaquen la ira de Deméter, pero ella no cede. Finalmente
Zeus elige a Hermes como emisario para lograr un acuerdo con Hades, al cual
encuentra junto a su novia Perséfone, sentados ambos en sus tronos.
A su pesar, Hades tiene que admitir
que solamente durante cuatro meses cada año Perséfone compartirá con él
su oscuro reino, pero antes de que ella parta, le da a comer una semilla de
granada para que ella siempre regrese a él.
La riqueza de este mito permite muchas lecturas. Mi ignorancia se atreve
a hacer la siguiente: el petróleo, del que hemos vivido desde hace ya muchas
décadas, es un recurso no renovable que se extrae de las entrañas de la Tierra,
del inframundo, del reino de Hades. Es simbólicamente negro y su empleo
desmesurado en instrumentos y máquinas destinados al bien de la humanidad o a
su aniquilación, está dañando a la Tierra. Hades, sentado en su trono, puede
esperar pacientemente que la maldición implícita en el petróleo despliegue todo
su poder y que el planeta termine siendo inhabitable para el hombre.
Esta es la maldición de Hades que lógicamente
nos alcanza.
La sufriente e iracunda Deméter, como diosa que es de la Madre Tierra,
resulta herida por esta maldición de su antagonista Hades, pero a la vez es
ella el único vehículo de una acción compensatoria de esa maldición y esa
acción sólo puede ser realizada a través de la reforestación, las siembras, los
vergeles, los jardines, es decir, a través de lo que una pareja de franceses
amantes de la Tierra y de los hombres quería llevar a cabo en Los Llanos.
En Venezuela las diversas actividades ligadas al cultivo y cuidado de la
Tierra han sido muy poco importantes para los gobiernos, los cuales
consecuentemente no han educado al pueblo para que las ame. El intermitente
abandono de los parques y jardines públicos, la ruina del campo y la
dependencia que tenemos de las importaciones para nuestra alimentación, son
algunas pruebas fehacientes de la anterior aseveración.
Deméter no es pues honrada en nuestro país y más bien la ofendemos
doblemente: al no ayudarla a compensar los efectos de la maldición de Hades y
al no rendirle homenaje a su amada hija, la doncella, la semilla germinada.
Por ello seguramente nos alcanza también la maldición de Deméter.
Imagino que los dos antagonistas, cada uno por su lado, deben haberle
encargado a Hermes, que fué el mediador en el conflicto que los dos
protagonizaron y que también es el dios de los ladrones, la tarea de inspirarle
a los cacos más hábiles en este país, algunos de ellos elegidos por mí para que
nos gobernaran, una atracción irresistible por la carrera política y así,
nosotros, beneficiarios de una inmensa renta petrolera, tenemos que
trasladarnos sobre calles y carreteras llenas de huecos, pasamos por puentes a
punto de caerse y bajo túneles que amenazan derrumbarse, deambulamos por
ciudades sucias, malolientes y peligrosas, cuyos hospitales y escuelas están
siempre en crisis, amargamente convencidos de que si se cerraran las
importaciones, moriríamos por hambre o por falta de medicinas.
En las dos maldiciones he encontrado una incomprobable y amarga
explicación de la degradación de nuestro país, que asumo para tener alguna, pero aunque mi imaginación
se ha entretenido buscando ese por qué, he sido tonta al pensar que la angustia
pueda aliviarse porque se conozcan (o se imaginen) las causas que puedan haber producido lo que
la genera.
Sólo cuando se alejen los vampiros de la incertidumbre y la inseguridad,
el exangüe optimismo, la anémica alegría, cobrarán nueva sangre y mi angustia,
la de todos, se irá desvaneciendo hasta quedar en el nivel que los humanos
podemos tolerar sin enloquecernos o deprimirnos.
Entre tanto, únicamente tengo las palabras, para anudar con ellas el
recuerdo de aquella niña que sentía temor por la amenaza de unas fieras
imaginarias, pero que se sentaba en su silla de cuero de chivo negro que traía
mucha suerte, según le decía su cargadora y que sostenía entre sus manos el
reluciente símbolo de poder de su escopeta belga, pues en esa imagen encuentro
fortaleza para soportar la sensación de que habito en el sombrío Hato “El
Miedo”, temiendo constantemente por las vidas de tantos seres amados, rodeados
de peligros peores que las fieras verdaderas, en esta desdichada Venezuela a la
que los dioses parecen haber abandonado.
María
Margarita López
Agosto,
2001
DEL DIARIO DE NANI No. ANTERIOR
No. 539: “La loba” http://robertochikung.blogspot.com/2016/07/del-diario-de-nani-magazine-no-539.html
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