Los lobos
despiertan en mí una gran afinidad que tal vez nació en mi adolescencia el día
en que el profesor Felipe Andrés Cabezas, jugando con los significados
originales de los nombres de los alumnos que en un momento dado lo rodeábamos
me dijo que el mío significaba “perla del lobo o de los lobos”: (Margarita de margarita,ae: perla; López de lupus,i: lobo).
Durante tres
años me fue dada la gracia de vivir una profunda relación maestro-alumna con
ese profesor, español anarquista, ateo, irreverente. Fue mi profesor de
Historia y Filosofía en el colegio y luego en el liceo; quiso profundizar mi
aprendizaje del latín y para ello acudía a mi casa, con total desinterés
material, haciendo que aprendiera trozos de Odas de Horacio y disertaciones
filosóficas, que mi memoria aún guarda.
He conservado
siempre el recuerdo de ese hombre apasionado que me quiso mucho y sólo lamento
que mis pocos años le impidieran transmitirme sus experiencias vitales que,
confusamente y de seguro con acierto, yo imaginaba profundas e interesantes.
Esas narraciones o confesiones habrían constituido para mí un regalo vitalicio
que el destino no me dió. Completamente alejado de prédicas moralistas, sólo me
dio un consejo cuando fugazmente pasó por mi casa a despedirse pues se iba para
siempre de Venezuela: “estudia, estudia, estudia”. En uno de mis libros de
autógrafos conservo la huella de su
pulso que escribió, para que nunca lo olvidara, el mensaje de Ovidio:
“Amor Omnia Vincit”, el amor todo lo vence, verdad comprobada a través de mi
vida.
Esa atracción
por los lobos hizo que me interesara la lectura de una entrevista aparecida en
una revista, a fines de 1992, y realizada a Clarissa Pinkola, analista
junguiana quien había publicado recientemente su obra “Women Who Run With the
Wolves” y estaba teniendo una respuesta extraordinaria por parte del público.
No he leído la obra, pero sé que el centro de la misma gira sobre la idea de
que la infelicidad femenina, la anulación de su fortaleza creadora y de su
fuego vital, se deben a la pérdida de su psique instintiva profunda y de ahí su
llamado a que la mujer busque recobrar la integridad y la vitalidad del
arquetipo de la mujer salvaje, es decir, la naturaleza femenina innata, básica,
intrínseca y que para la autora es un arquetipo que comprende los otros
arquetipos femeninos: madre, niña, doncella, solterona, bruja, hermana,
viuda…La autora estudió la vida de los lobos y llegó a la conclusión de que la
mujer había sido, como ellos, psicológicamente maltratada, expulsada de su
propio territorio y decretada su imposibilidad de coexistir con “el otro”, es
decir, que en la ocurrencia civilizatoria, la mente “natural” de la mujer fue
considerada como un estorbo, como un déficit, idea deletérea para el alma
femenina pero que lamentablemente recibió una plena aceptación cultural.
La entrevista
estaba enriquecida con tres de las diecinueve leyendas expuestas por la autora
en la obra, y por mi simpatía por los lobos, el mito que más me atrajo fue el
de la anciana salvaje, La Loba.
La anciana vive
en un sitio escondido, es vista en diversos sitios del territorio mexicano y
parece estar esperando a los que la buscan, a los errantes…la nombran La Loba,
La Huesera. Su única ocupación es recoger huesos y su cueva está llena de
huesos de criaturas del desierto, de venados, cuervos, serpientes y
especialmente de lobos. Cuando ha recogido la totalidad del esqueleto de un
lobo y tiene delante de sí la bella y blanca estructura, la Loba se sienta
junto al fuego, piensa en la canción que ha de cantar y, cuando está segura de
su elección, se pone de pie, levanta sus brazos y canta. Los sonidos van
haciendo aparecer carne y pelaje sobre los huesos, la cola se yergue y
finalmente el lobo respira; mas la canción continúa y el lobo abre sus ojos y
dando un salto emprende su carrera hacia el cañón. Quizás sea la velocidad de
la carrera o el intenso salpicar del agua del río, o un rayo de sol o de luna
que golpea sobre el flanco del animal, pero lo cierto es que la visión del lobo
se transforma súbitamente en la de una mujer que ríe y, libre, corre hacia el
horizonte.
Así que, se
dice, si alguien yerra por un desierto, un poco perdido, ciertamente cansado, y
ya a la hora del ocaso, es posible que La Loba lo vea con agrado y le enseñe
algo, algo relacionado con el alma.
En cuanto a las
mujeres que nunca dejaron de oír la voz de su psique instintiva profunda, ésas
están siempre en conversación con La Loba, quien puede sugerirles, por ejemplo:
“ante el fuego del ocaso cántale a tus huesos”.
Y porque así me
dijo, me senté ante el ocaso pensando en la canción que había de cantar, y
cuando estuve segura, me incorporé y canté:
Canto a mis Huesos
Canto a mis huesos, hermanos de los de Lucy,
hijos de las estrellas
Canto a mis huesos que enlazaron a los
hombres con el triple nudo del amor
Canto a mis huesos que protegieron al frágil
embrión y le abrieron el camino de la luz
Canto a los huesos de los hijos de los hijos
de mis hijos, hasta el fin de la especie
Canto a la ceniza de mis huesos que le darán
a la humilde hierba un mínimo nutriente
Canto a los huesos del pequeño animal que se
alimentará con esa hierba
Canto a los huesos del animal más grande que
devorará al pequeño para sobrevivir
Canto al lobo arquetipal en cuyos huesos
viven y vivirán los míos
María Margarita López
Noviembre 2006
DEL DIARIO DE NANI No. ANTERIOR
No.
535: “La urbe doliente” http://robertochikung.blogspot.com/2016/06/del-diario-de-nani-maria-margarita-lopez.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario