martes, 13 de junio de 2017

ARTÍCULOS DEL ARCHIVO NEI DAN (Magazine No. 577)

LA ÚLTIMA CARGA DE CABALLERÍA: LA BRIGADA POMORSKA

A Margarita Zbur
A Barry Rogers (Rogenstein), el primer trombón de la salsa, In Memoriam.

[…] “sus armas tan inadecuadas como sería
la lanza de Don Quijote en una batalla de tanques.”
Arturo Borea
Lorca, el poeta y su pueblo.

Se dice de México que está muy lejos de Dios y demasiado cerca de Estados Unidos, como una manera de sintetizar en una frase la tragedia de su historia. Pero, ¿qué decir entonces de Polonia? Según afirma Chesterton en su ensayo Sobre Polonia, los polacos expresan su relación con Dios de ésta manera: “El único amigo de nuestro país es Dios”. Y, ciertamente, los habitantes deben tener fe en ello para vivir en un país encerrado entre Rusia, al oriente, y Alemania, al occidente; como decir demasiado próximos al lobo teutón, a la izquierda, y al oso estepario, a la derecha. Así, atrapados permanentemente entre Caribdis y Escila, es indudable que se debe tener a Dios como el mejor amigo para tener esperanzas de sobrevivir a tamaño infortunio.

Polonia es un país del este europeo que siempre se ha identificado con la cultura francesa y no con la de sus rapaces vecinos. Es un país eslavo pero católico. La Alemania católica sólo ve en Polonia un país eslavo (la protestante: eslavos católicos); la Rusia ortodoxa sólo encuentra en Polonia un país católico. Así vemos dibujar la tragedia del pueblo polaco, que pareciese habitar un país que debería estar en otro lado, o un pueblo que debería haber habitado otro país. Apenas se levantaba como nación sus ejércitos fueron destrozados, junto a las fuerzas de los Caballeros Teutónicos y los Hospitalarios, por un ejército mongol perteneciente a la Horda Azul de Batu Khan, nieto de Gengis, en el año 1241. El Gran Duque de toda Polonia, Enrique II “el Piadoso”, fue muerto en batalla por las tropas del jefe mongol Orda Khan, y como consecuencia, el Gran Ducado de Polonia dejó de existir poco tiempo después. Pero Polonia, dentro de su suerte contrariada, tuvo algo de fortuna, ya que los ejércitos de Batu volvieron a las estepas, al saberse de la muerte del Gran Khan Ogodei.

Casi 500 años más tarde, una renacida Polonia salvará a Europa de una nueva amenaza del oriente: los invasores otomanos. El ejército polaco y tropas europeas del Sacro Imperio Germánico, comandadas por Juan III Sobieski, Rey de Polonia, vencieron decisivamente a los ejércitos turcos en la batalla de Viena, durante la última embestida musulmana contra la Europa cristiana.

Juan III Sobieski envía un mensaje al Papa después de la Batalla de Viena (obra de Jan Matejko)

Más de un siglo después, los vecinos de Polonia retribuyeron el heroísmo polaco invadiendo y repartiéndose su nación, entonces sumida en la anarquía. Así pues, desde 1772 hasta 1918, Polonia sufrió el ser un territorio ocupado por los imperios de Rusia, Austria (luego Austria–Hungría) y Prusia (luego Alemania). (1) El romanticismo y, luego, los movimientos sociales revolucionarios europeos, hicieron de la causa polaca por la libertad un símbolo recurrente pero desesperanzado, pues entonces se presentaba como un imposible liberar a la indefensa Polonia de aquellos imperios monolíticos y voraces que la encadenaban, despedazando sus esperanzas. Parecía entonces que ni siquiera "el mejor amigo" del país se apiadaba de la olvidada Polonia.


A finales del siglo XVIII y principios del XIX pareció surgir una esperanza para el pueblo polaco: primero la revolución francesa y luego los éxitos militares de Napoleón Bonaparte. Con la misma desesperada determinación, arrojo y audacia con que lo harían las tropas polacas en el exilio durante la Segunda Guerra Mundial, los regimientos polacos combatieron junto a los franceses en las principales campañas del Emperador. Sería en España donde comenzaría a forjarse la leyenda de la caballería polaca: la batalla de Somosierra. El ejército francés se dirige a Madrid, pero en el paso de Somosierra, 9.000 españoles bajo las órdenes del General San Juan le impiden el paso. La caballería ligera polaca, ansiosa de lucirse frente al Emperador, se lanza a la carga con 120 hombres, dirigidos por Jan Kozietulski, por una empinada cuesta, hacia las posiciones fortificadas de artillería de los españoles. Los polacos pierden dos tercios de sus hombres, pero los españoles se retiran derrotados. Allí mismo el Gran Corso les concede la Orden de la Legión de Honor.

Jan Kozietulski

Pero Napoleón retribuyó a medias el deseo polaco de autodeterminación, creando el Gran Ducado de Varsovia, un estado satélite del Imperio francés. El ejército polaco fue comandado entonces por el Príncipe Józef Antoni Poniatowski, Mariscal del Francia, quien se convertiría en el paladín del ducado derrotando a los invasores austriacos, y cuyo papel en la sangrienta victoria de Borodino, durante la desastrosa campaña de Rusia, al mando del V Cuerpo (tropas polacas) de la Grande Armée, fue crucial; muriendo después heroicamente en la “Batalla de las Naciones” de Leipzig cuando cubría con su VIII Cuerpo la retirada francesa; derrota que obligaría a Napoleón a abdicar y exiliarse en la isla de Elba.

Príncipe Józef Antoni Poniatowski

El espíritu de Poniatowski animará el levantamiento polaco de noviembre de 1830. Una vez derrotada la insurrección por los rusos, comenzará la diáspora polaca por Europa, de las que el arte musical de un Federico Chopin y la escritura novelística de un Józef Teodor Konrad Korseniowski, más conocido como Joseph Conrad, son las expresiones más certeras de su soterrada y trágica desesperanza.

Chesterton cita un poema de Belloc que identifica con el ideal polaco, caballeresco y malogrado: “Esperanza de los fracasados a medias; casa de oro, relicario de la espada y torre de marfil.

Polonia tendrá que esperar a la revolución rusa y a la derrota alemana de 1918 para constituirse finalmente en nación soberana, después de siglos de sometimiento y partición. Pero apenas constituida, Polonia se ve enfrentada a la Rusia soviética, en una guerra que duró desde 1919 a 1921. Dicha guerra se caracterizó por rápidos y profundos ataques dentro de territorio ruso y polaco realizados por ejércitos de caballería de ambas partes. Al final de la misma, durante la decisiva batalla de Varsovia, el famoso Primer Ejército de Caballería bolchevique, al mando de Semión Budionni –de importancia crucial durante la guerra civil rusa- fue destruido por la caballería polaca. Por una paradoja de la historia, de cara al futuro inmediato de aquel entonces, el comandante soviético, Mijail Tujachevski, y el instructor francés de tropas polacas, Charles de Gaulle (quienes ya se conocían como prisioneros de guerra de los alemanes), dedujeron de los episodios de esa guerra cómo se lucharía en la próxima: con rápidos movimientos de gran penetración en profundidad en territorio enemigo. Pero no con ejércitos de caballería (2), que habían demostrado ser muy vulnerables al fuego de la infantería y, sobre todo, la artillería, sino con vehículos automotores blindados, que ofrecían mejor protección a las tropas móviles y mayor potencia de fuego.

Los polacos, en cambio, hicieron de las unidades de caballería de élite el núcleo de su doctrina militar, a pesar de que el general Wladyslaw Sikorski había llegado a las mismas conclusiones sobre la guerra del futuro que De Gaulle y Tujachevski.(3) Pero, desde un punto de vista simbólico, no podía esperarse otra cosa, pues Polonia quería identificarse con su heroica caballería, la misma que había dado su vida por la Europa cristiana contra los mongoles y turcos, y por la revolución, como en Somosierra, al mando de Kozietulski, o en Borodino, bajo las órdenes de Poniatowski. Chesterton dice al respecto:

“Personas que están prontas a derramar lágrimas de simpatía cuando los molinos de viento derriban a Don Quijote, se encolerizan cuando Don Quijote, en realidad, acomete contra ellos. A personas que están dispuestas a ayudar una empresa desesperada, les molesta comprobar que la empresa desesperada tiene éxito y que no es completamente desesperada.

[…] Cuando los polacos derrotaron a los bolcheviques en el campo de batalla, eso fue lo que ocurrió. La antigua tradición caballeresca derrotó a todo lo que es moderno, a todo lo que es necesario, a todo lo que tiene un método mecánico y una filosofía materialista. La filosofía de Marx de que todo es inevitable fue derrotada por la noción cristiana de que ninguna cosa es inevitable; no, ni siquiera lo que ya ha sucedido.” G. K. Chesterton. Sobre Polonia.

Pero las palabras de Chesterton se volvieron un oráculo reverso años después, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de la Wehrmatch hitleriana a Polonia. Son los momentos en que se levanta una nueva leyenda sobre la caballería polaca: la carga suicida de la brigada de caballería Pomorska, lanzada contra los panzers de Guderian, discípulo aventajado de las predicas de Tujachevski. La leyenda reza así: la brigada Pomorska, una unidad de élite de la caballería polaca, es enviada a atacar una formación motorizada alemana que avanza haciéndose pasar por división blindada llevando al frente tanques de cartón. En realidad se trataba de los panzers de Guderian, cuyos tripulantes se quedaron atónitos al ver venir hacia ellos a los jinetes polacos vestidos con sus trajes de gala…, hasta que un oficial alemán reaccionó y mandó a abrir fuego, aniquilando a la brigada. Carga épica y trágica la han llamado.

La brigada Pomorska

Hoy se sabe que la historia fue inventada por un periodista italiano y repetida mil veces por la propaganda nazi. El mensaje se oculta bajo una capa de admiración sobre el heroísmo polaco: Alemania era una nación moderna altamente tecnificada y los polacos se habían quedado en la Edad Media, por ende, merecían ser derrotados y subyugados. La realidad fue diferente, la brigada Pomorska atacó a la duodécima división motorizada alemana, no con una carga de caballería, sino moviéndose rápidamente con los caballos, para luego tomar posiciones como infantería desmontando sus cabalgaduras. Unos escuadrones de lanceros polacos sorprendieron a un batallón alemán de infantería en campo abierto y lo atacaron, y estaban derrotándolo cuando llegó una unidad de blindados ligeros que abrió fuego sobre ellos, produciéndoles importantes bajas y poniéndolos en fuga.

Los chinos hablan de “historia Yin” e “historia Yang”. La primera relata los hechos históricos tal como los estudia la historiografía, con sus pruebas documentales, testimonios presenciales y otros datos verificables. La segunda es lo que llamamos leyenda, la necesidad del alma de tomar los aspectos simbólicos producidos por los acontecimientos y fabular sobre éstos, aunque los acontecimientos terminen por ser distintos a la narración fabulada. Polonia ha sido la primera en creer en la “trágica y épica” carga de la brigada Pomorska, a pesar de no haber tenido ésta la suerte que tuvo la desastrosa carga de la Brigada de caballería ligera británica en Balaklava, durante la guerra de Crimea en el siglo XIX, de ser inmortalizada en un poema, como si lo hizo en su caso el poeta inglés Tennyson. Ha querido creer en esa leyenda porque es el reverso trágico de la carga victoriosa de Somosierra y de la carga triunfal de la caballería polaca en Borodino. Porque para el alma polaca, en esa carga descabellada, los personajes trágicos de Conrad cabalgan nuevamente para salvar a la Europa cristiana y defender a muerte la revolución, al ritmo de la música apasionada y arrebatadoramente desesperada de Chopin. El espíritu de la “carga Pomorska” se prolonga inmediatamente después en los feroces combates protagonizados por los escuadrones polacos que se batieron al lado de los británicos durante la batalla de Inglaterra (4), en la furia sagrada de las tropas polacas que conquistaron finalmente Monte Cassino, en el coraje amargo de los hombres de la Primera División Blindada Polaca en la batalla de Normandía o de los paracaidistas polacos que se lanzaron al sacrificio en la fracasada campaña de Arnhem, en Holanda. Todos ellos bravos entre los más bravos. Se destila sublime y rabiosa sobre aquellos polacos en el exilio que combatieron ardiente y desesperadamente por la causa de los aliados, esperando liberar a su patria de las fauces del lobo nazi, y evitar también que fuera engullida luego por el gran oso soviético. Polacos de sino trágico, expatriados, condenados al exilio como el heroico general Wladyslaw Anders, comandante del legendario II Cuerpo de Ejército Polaco. Esa fantástica “última carga” ha debido producirse para que tenga algún sentido el sacrificio de los seis millones de polacos muertos durante la guerra y la larga ocupación nazi; de los oficiales asesinados y enterrados en las fosas de Katyn, donde murieron más de 15.000 hombres prisioneros de los soviéticos; del malogrado levantamiento de Varsovia en 1944; de Auzchwitz, Treblinka, Sobibor y los demás campos de exterminio; más 40 años de comunismo impuesto y fracasado; y todos y cada uno de los innumerables dolores y sufrimientos que ha padecido el pueblo de Polonia durante gran parte de su historia. Es la carga leal, valiente y honesta que hace el pueblo polaco todo contra la inflexible fatalidad de las circunstancias, contra el sino oscuro de la necesidad histórica; y la hace a despecho de ser abandonada por todos, olvidada hasta por Dios, del que se dice principal amigo de su gente, jugándose así la vida entre la esperanza y la desesperación. Porque Polonia quiere creer en esa carga insensata tanto como quiere creer que Dios es su amigo y no la ha abandonado.

Wladyslaw Anders

No obstante, a pesar del sentimiento de abandono y soledad histórica, el pueblo polaco si contó con amigos en aquellos amargos días del comienzo de la guerra mundial, porque los ingleses y franceses, de manera torpe pero decidida, y luego el mundo entero, fueron a la guerra contra el fascismo por defender la independencia e integridad de Polonia, primera víctima de la agresión hitleriana, aunque las paradojas trágicas de la historia hayan terminado entregándola nuevamente, casi por medio siglo, a los rusos. Polonia entonces parecía haberlo perdido todo; pero el mundo nunca la olvidó, porque, ¿cómo olvidar esa astilla clavada en el corazón de la humanidad?, ¿cómo olvidar esa herida del alma abierta en cada hombre, demasiado parecida, en su desesperado sufrimiento, a la que hizo que aquel, al que llamaban Hijo de Dios, exclamara en la cruz: “¡Padre por qué me has abandonado!”

“Todo está perdido. Pero el combate vuelve a comenzar por obra de Aquiles y al final está la victoria, porque la amistad acaba de ser asesinada: la amistad es una virtud”, clama Albert Camus en su ensayo El destierro de Helena, tomando como referencia la Ilíada homérica. En la Polonia de la “guerra fría”, el combate recomienza con los obreros católicos de los astilleros de Gdansk, que cabalgaban sobre los corceles de la libertad sindical y empuñaban las lanzas de la no violencia. Nuevamente las lanzas corajudas de la virtud de la caballería cristiana se enfrentaban a las hordas blindadas, en este caso, a los tanques del Pacto de Varsovia, que sostenían regímenes impopulares y petrificados. Pues, ¿cuánto del ánimo, del espíritu de sacrificio, quijotesco y maravilloso de la “carga Pomorska” no encontramos en aquellas huelgas del Sindicato Solidaridad (Solidarność) que, como en una nueva edición del duelo entre David y Goliat, llevaron a la caída del comunismo en Polonia y comenzaron el final milagroso de la pretendidamente inexpugnable “cortina de hierro”, donde se encerró durante décadas a la Europa del este? ¡Vindicación final de Chesterton! Y, ¡vaya qué nombre para un movimiento libertario polaco!, porque - siguiendo con Camus- la amistad es esa virtud que logra salvar, ciertamente de modo inestable y provisorio, el abismo entre la soledad intrínseca a la existencia del hombre y la solidaridad necesaria para que la especie humana continúe su azarosa aventura sobre el planeta que habitamos. (5)

Y así, cuando el “único amigo de Polonia” se acordó por fin de ese país, a través de un Papa polaco (“el Papa amigo”, “testigo de la esperanza”), y la nación pudo liberarse definitivamente de la dominación soviética, puede decirse que ese pueblo, en la flor de su resurrección, se reencontró solidariamente con sus muchos amigos, no sólo naciones, más bien pueblos, seres humanos, mortales comunes y corrientes, personas de diferentes lugares que han cultivado el trato con polacos o descendientes de polacos, que han degustado los productos de su cultura, y que admiran su historia y el heroísmo sin par de sus hombres y mujeres; y por ende, también quieren creer con todo el corazón en la última y legendaria carga de caballería, la carga imposible y estremecedora de la brigada Pomorska. (6)

Notas:
1) La última repartición de Polonia ocurrió en 1939, entre la Alemania Nazi y la Rusia stalinista, al cumplirse las cláusulas secretas del pacto Ribbentrop-Molotov.

2) Desde finales del siglo XIX, la caballería dejó de combatir casi por completo con cargas de lanceros o a sable. Los ejércitos de caballería, eran tropas de infantería montada, apoyados por artillería hipomóvil, que aprovechaban la movilidad que proporciona el caballo para desplazarse rápidamente, pero que combaten como infantería desmontándose de la cabalgadura.

3) En 1939 Polonia había comenzado un programa de modernización de su ejército que contemplaba convertir sus unidades de caballería en fuerzas blindadas. Pero lo tardío de la decisión y los pocos recursos del país impidieron que tal programa fuese completado en una proporción significativa.

4) Winston Churchill dijo de los pilotos aliados que derrotaron a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra, salvando de la invasión nazi al Reino Unido, que “nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”. Pues muchos de esos “pocos” a los que tanto se les debe, fueron pilotos de la Fuerza Aérea polaca.

5) El cuento Jonas o el artista en el trabajo (El exilio y el reino), de Camus, que desarrolla la amistad entre el pintor Gilbert Jonas y Rateau, termina con la mirada de éste último en la última pintura de Jonas: un lienzo en blanco con una palabra en el centro, que no se sabe si dice solitario o solidario.

6) Parte del aspecto legendario de la carga Pomorska, es que esa carga no fue, ni de lejos, “la última” carga de caballería. Está bastante documentada la exitosa carga de un regimiento de caballería de Saboya (Cuerpo Expedicionario Italiano en Rusia) contra dos divisiones soviéticas en 1942. Aparte de las innumerables cargas de diferentes unidades de cosacos contra las tropas del Eje en el frente oriental. La misma Werhmatch, así como las Waffen-SS, terminaron la guerra con un número importante de unidades de caballería, al principio despreciadas por los generales impulsores de la blitzkrieg.

Roberto Chacón
Nei Dan Magazine No. 333 (23-08-08)
Sección "Artículos"


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