martes, 7 de febrero de 2017

SECCIONES SEMANALES (Magazine No. 561)

365 MEDITACIONES TAO (Ming Dao Deng)

IV

REFLEJO

Luna sobre agua.
Siéntate en soledad.

Si las aguas son plácidas, la luna será reflejada perfectamente. Si nos aquietamos, podemos reflejar perfectamente lo divino. Pero si nos involucramos sólo en las actividades frenéticas en las que participamos cotidianamente, si buscamos imponer nuestros propios esquemas sobre el orden natural, y si nos permitimos estar absortos en opiniones egocéntricas, la superficie de nuestras aguas se volverán turbulentas. Entonces no podemos ser receptivos al Tao.

No hay esfuerzo que podamos hacer para aquietarnos. La verdadera quietud viene naturalmente de momentos de soledad en que dejamos que nuestra mente se asiente. Tal como el agua busca su propio nivel, la mente gravitará hacia lo sagrado. El agua turbia se volverá clara si se le permite quedarse tranquila, y así también se aclarará la mente si se le permite estar en calma.

Ni el agua ni la luna hacen ningún esfuerzo por lograr un reflejo. De la misma manera, la meditación será natural e inmediata.


MEDITACIÓN: EL ARTE DE RECORDAR QUIÉN ERES (Osho)


“Al principio tienes que hacer algo de esfuerzo; de lo contrario nunca llegarás a acercarte a ninguna técnica de meditación, a ninguna escuela de meditación.

Tendrás que pasar a través del esfuerzo porque os habéis convertido en seres antinaturales.

El esfuerzo te hará comprender lo que la meditación es. No te conducirá hacia la meditación; simplemente te ayudará a comprender lo que es la meditación. Te hará comprender si puedes entrar en ese espacio llamado meditación con facilidad o no.

Si sientes que para ti es muy fácil llegar, que entras en ese espacio y que puedes alcanzar ese espacio, el esfuerzo desaparecerá por sí solo.”


CUENTO

EL ASNO DE KIUCHÚ


Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.

Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.

Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.

Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. "Así que es esto lo que sabe hacer", se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.

¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

Anónimo



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