martes, 20 de septiembre de 2016

ARTÍCULOS DEL ARCHIVO NEI DAN (Magazine No. 545)

Soy la mujer de un antiguo dueño
A quien juré eterna devoción
Soy una mujer de cristal de colores
Todo lo que lo atraviesa se colorea
Soy la mujer de Ninguno
Y quizás ni siquiera soy una mujer
Matilde Jonas

EL GÉNERO ES ALGO INFINITAMENTE MÁS SUTIL QUE LA DIFERENCIA BIOLÓGICA, Y NUNCA ES ESTÁTICO


Generalmente nuestro pensamiento se mueve directamente de las diferencias anatómicas a las psicológicas y asumimos que hay dos géneros, así como hay dos sexos biológicos. Pero un ser humano no se reduce a su biología. Hacer esta reducción es entrar en la falacia del fisicalismo –la idea de que un ser humano puede ser definido y luego tratado como un cuerpo material. Esta falacia ignora un mundo de emoción, memoria, fantasía y significado, todo lo cual en forma más directa define a un ser humano, mucho más que el diagrama de huesos y órganos del cuerpo que tiene el médico en su gabinete.

El género es un estado mental, un producto de la imaginación. Cada hombre experimenta su masculinidad de una manera completamente diferente a otro. La feminidad de una determinada mujer es única, un aspecto de su personalidad, o, más profundamente, una manifestación de su alma. Las diversas imágenes de mujer que encontramos en la mitología, la aguerrida Atenea, la adornada y perfumada Afrodita, la mujer de los bosques, Artemisa, no son meras cualidades accidentales de la feminidad; son modos radicalmente únicos en los que la feminidad se muestra y se experimenta. Lo mismo aplica a las figuras masculinas del mito y la ficción, cada una demuestra cómo el género está entretejido en la densa textura de la personalidad.

El género es arquetipal y no puedo pensar en una mejor manera de profundizar la liberación de la mujer y del espíritu femenino, lo cual puede salvar a la sociedad de su violencia auto destructiva, que escudriñar las grandes imágenes mitológicas, religiosas y literarias, de hombres y mujeres, descubriendo lo que significa ser humano y cómo nuestra humanidad encuentra matices resplandecientes en el puro esplendor de nuestro género.

En mi adolescencia viví en una orden religiosa consagrada a la Virgen María sufriente. Mater Dolorosa era el nombre de mi secundaria. En la púrpura atmósfera de esta imagen me hice íntimo del color femenino de la depresión. La entristecida madre vive profunda y activamente dentro de mí. Está detrás de mis pensamientos acerca de la depresión y es mi tutora en psicología. Es el aspecto melancólico, sofisticado, de la mujer Artemisa –el espíritu femenino de integridad, soledad y castidad. En oposición a la persona moderna que se abalanza a drogar su depresión, ella muestra su tristeza y le permite que la penetre por entero y que entonces, la defina.

Podríamos explorar las historias de la Virgen Maria, Artemisa, Venus, Psique, Penélope, Hera, Judith, Lilith, Madame Bovary, Candy, Virginia Woolf, Margaret Fuller, y muchas, muchas otras, para afinar nuestro sentido de lo que una mujer es y de lo que la feminidad significa, sin jamás llegar a una conclusión, pero sintiéndonos inspirados a honrar y atesorar la imagen que emerja. Podríamos aprender cuán precioso es este espíritu femenino, cuán maravilloso es tenerlo en nuestras vidas.

El género es un aspecto de nuestra individualidad. Soy un hombre como ningún otro lo es. Mi masculinidad es como mi espíritu americano, una faceta definitoria. Las variaciones del género son infinitas, y por eso es absurdo reducirlo a dos categorías e insistir en que cada uno debe ser como los demás. Además, todos los dualismos presagian división y conflicto. Son descripciones simplistas de la experiencia y tienden hacia el fácil literalismo. Paradójicamente, tener menos certidumbre acerca de nuestro propio género, puede ser un punto decisivo para desde allí descubrir la riqueza de nuestra propia masculinidad y feminidad.


Thomas Moore (Original Self)
Traducido por María M. López "Nani”
Nei Dan Magazine No. 211: 04-11-08
Sección: "Del diario de Nani".


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