martes, 10 de mayo de 2016

DEL DIARIO DE NANI María Margarita López (Magazine No. 531)

DENTRO DEL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS




Hace ya muchos años un querido amigo me sugirió que leyera "El Corazón de las Tinieblas" de Joseph Conrad. La lectura de la novela tan magistralmente escrita tuvo, junto con el deleite estético que me proporcionó, la capacidad pasmosa de transmitirme a cabalidad el terror ante la maldad de la que es capaz el ser humano.

A instancias del amigo también hice un pequeño escrito acerca de lo leído pero nunca pasó por mi mente, y era imposible que ello ocurriera, la idea de que en un tiempo futuro yo podría sentir, como hoy siento, que mi país camina a paso vivo por el sendero que lleva al corazón de las tinieblas, a la maldad desnuda expuesta en crímenes horrendos, en elevadísimas estadísticas de criminalidad, seres asesinados con treinta balazos, acuchillados con el placer del sadismo extremo, quemados en vida, linchamientos, cadáveres despedazados o triturados para evitar su identificación, cementerios profanados por ejecutores de magia negra, una de cuyas muestras las vimos una noche en vivo y en directo, cuando se profanaron los restos de Bolívar...

Nunca pasó por mi imaginación la idea de que la maldad se entronizara entre nosotros y me duele intensamente la constatación de que lo constituyó una ilusión para muchos, la creencia de seres ingenuos en una promesa, haya derivado hacia este horror, otra de cuyas facetas es la actitud indiferente de los que sin duda alguna merecen ser culpabilizados por ser protagonistas de conductas generadoras de este desastre que nos lleva hacia el abismo.

Ellos, con más cara que espalda, repiten los nombres que siempre afloran en su retórica engañosa para endosarles con desverguenza la propia responsabilidad, ignorando los cadáveres que se amontonan por su incapacidad para controlar la criminalidad y los fallecidos que abundan por la falta a ellos atribuible de medicamentos y otros insumos médicos; que tampoco se preocupan por los niños, cuyos cerebros, cuyos cuerpos, se están formando de manera precaria por la nula o insuficiente ingestión de proteínas y por el llanto de las madres que día a día se enfrentan a la realidad de que nada tienen para dar de comer a sus hijos; que se niegan a ver que el terrible fantasma del hambre que va abarcando a un número cada vez mayor de seres irá sembrando el caos, imponiendo su dinámica deletérea y constituyéndose, como lo enseña la historia, en el factor determinante de una gran convulsión social que también los barrerá a ellos, aunque como todos los cobardes, busquen donde refugiarse.

En días pasados hacía una gestión en una institución contigua a un mercado del gobierno y tuve la ocasión de presenciar cómo los uniformados escondían la inmensa cola de personas en un sitio cercano e iban trayendo pequeños grupos que entraban y salían del local.

Hube de esperar que un familiar viniera a recogerme y busqué un sitio en donde sentarme. Unos escalones me parecieron indicados pues en ellos descansaban seis o siete personas que evidentemente ya habían comprado pues sostenían pequeñas bolsas. Todos eran viejos, por lo menos, de sesenta o más años y sus semblantes revelaban un cansancio que soportaban con visible dificultad. Dos de ellos usaban bastón.

Los que estaban más cercanos a mí en voz baja me dijeron que habían llegado a la cola a las cuatro de la mañana y que el inmenso desgaste de experimentar el terror de la noche caraqueña y de estar de pie por horas les había reportado muy poco: dos botellas pequeñas de aceite y un kilo de arroz.

Los rostros marchitos que la fatiga hundía hacia sus pechos, sus voces que surgían como lamentos de la humillación a la que habían sido sometidos, instilaron en mí tristeza e indignación y trajeron a mi memoria el sentimiento que yo había experimentado cuando, asida al hilo sonoro de la prosa de Joseph Conrad, de sus palabras magistralmente elegidas, había entendido profundamente lo que era descender al fondo de la oscuridad, "como si hubiera oído un lamento trémulo y prolongado que expresaba dolor, miedo y una absoluta desesperación como uno podría imaginar que iba a seguir a la pérdida de la última esperanza en la tierra", yuxtapuesto a otro terror, el de la maldad humana de los que, enfermos de poder y aquejados de ceguera ideológica, ya ni siquiera pueden pensar como no sea en las cuantiosas sumas de dinero mal habido que guardan en conocidos paraísos fiscales y que según cálculos conservadores representan la tercera parte de la inmensa masa monetaria ($1.300.000.000) que le entró a Venezuela y que debió ser invertida en bienestar y felicidad para todos los venezolanos.

Desdichados instantes que, como muestra del gran sufrimiento generalizado en el país, me permitieron estar ante la evidencia de un trato innoble hacia seres que en su tiempo aportaron a la sociedad lo que pudieron y que ya al final del camino experimentan muy posiblemente la pérdida de sus últimas esperanzas.

Contra este sentimiento que me agobia esgrimo el convencimiento de que los pueblos se levantan de sus cenizas y la fe en las nuevas generaciones de jóvenes que luchan por esta patria me dota de la fortaleza indispensable para seguir viviendo.

María Margarita López

Marzo 2016

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