martes, 24 de mayo de 2016

ARTÍCULOS (Magazine No. 533)


EL HOLANDÉS VOLADOR (I)

“Gracias Cruyff, por hacer
bello el fútbol.”
Zinedine Zidane


Tenía quince años cuando se realizó el mundial de fútbol Alemania 74. Cuatro años antes habíamos quedado embrujados por la magia del O Rey Pelé y el scratch brasilero, los tricampeones del mundo. En ese entonces pensábamos que nada podía superar aquel juego maravilloso de los canarinhos, que ganaron la Copa del Mundo a paso de samba. Eso pensábamos en aquellos días…

A pesar de que la prensa nos había adelantado palabras como “fútbol total”, y nombres prestigiosos como el de Cruyff y el Ajax de Amsterdam, ganadores de tres copas europeas, para nosotros, que habíamos visto el Mundial de México 70 y las grandes escuadras históricas ganadoras de la Copa «Jules Rimet» (Brasil, Uruguay, Alemania, Italia e Inglaterra), los holandeses eran simplemente unos advenedizos, gente sin pedigree futbolístico, sobrevaluados mediáticamente.

Sobre Cruyff, lo que difundían los medios de por estos lares eran más que todo sandeces: que si se daba aires de divo; que si era malcriado; que se creía una superestrella; que tenía propensión a los desplantes; etc., etc. Era una campaña como para mal ponerlo, por comparación, con Pelé, a quien siempre se señalaba como ejemplo de corrección deportiva, aunque no siempre fuese así, estrictamente hablando.

Todo eso que “pensábamos” sobre los holandeses y su posible papel en la Copa del Mundo cambió la tarde que los vimos jugar –“vía satélite”- contra Uruguay. Los que creían saber de fútbol (casi todos los venezolanos de la época, incluyendo a los comentaristas deportivos) decían sentirse decepcionados, que Cruyff era pura fama, que no había deslumbrado. Pero yo aprecié otra cosa: vi a un elegante jugador recorrer toda la cancha indicando a sus compañeros como moverse, a quién marcar, hacia dónde desmarcarse, qué espacios ocupar, cuándo avanzar o replegarse. Parecía el director de teatro de una obra contemporánea, que asume su papel desde dentro de la escena, como un personaje más. Nunca había visto un jugador así. Y nunca lo he vuelto a ver.

Resumen del partido Holanda vs. Uruguay 1974

Y luego vino el partido contra Suecia, y la maniobra aquella nunca antes vista, en la que se hizo un autopase por detrás y un giro de casi 360 grados para dejar atrás al defensor sueco Jan Olsson.

El giro de Cruyff contra Olson

Pero donde me dejó totalmente boquiabierto fue en el partido contra Argentina, la obra maestra del “futbol total”. Quique Wolff, defensor argentino, resume su experiencia de aquella tarde con la “naranja mecánica”, así: “Nunca vi nada igual. No hay cómo frenarlos. Atacan con 7 y defienden con los 11. Te matan marcando y cuando la tienen, se desmarcan todos. Siempre nos superaron numéricamente, en toda la cancha”.

Holanda vs. Argentina 1974

Dicen que el sobrenombre de “el holandés volador” se le dio a Cruyff por aquel famoso gol de espuela que propinó al Atlético de Madrid cuando vestía los colores del Barcelona F.C. Pero para mí, ya lo merecía cuando marcó, planeando a ras del césped, aquel soberbio gol que selló la derrota de los –para aquel entonces- tricampeones brasileros dos por cero.

Holanda vs. Brasil 1974

Por cierto, mi memoria siempre recrea ese gol de tan diversas maneras, que cuando vuelvo a verlo en un video, apenas lo reconozco. Es uno de esos goles memorables que hacen volar la imaginación y volatilizan el recuerdo.

¿Quién iba a suponer que el seleccionado de Holanda* –esa Holanda de maravillosa fantasía- no iba a ser campeón del mundo? Según la mayoría de los expertos, esa selección naranja es el mejor equipo que se haya presentado jamás en un torneo mundialista. Y sin embargo, no pudo coronarse campeona. Recuerdo que un amigo mío dijo, poco antes de la final: “es imposible que pierdan, los holandeses son demasiado arrechos”. Pero perdieron. Como otros equipazos mundialistas (Hungría 54, el Brasil de Zico, la Francia de Michael Platini y la última Copa mundial de Zidane, etc.) se les reconoce tristemente con el apelativo “campeón sin corona”.

Mi padre siempre contaba la anécdota de “la Pasionaria”, Dolores Ibárruri, quien durante la larga batalla por Madrid, entre nacionalistas y republicanos, en la guerra civil española, arengaba a las tropas de la república y las brigadas internacionales con el lema «¡No pasarán!». Él siempre terminaba la anécdota con la coletilla: “y sin embargo, pasaron…”.

Del mismo modo, el equipo invencible, los creadores del fútbol total, los reinventores del balompié, se dieron el lujo de perder dos finales de Copa del Mundo consecutivas, y quedar de terceros en la Eurocopa del 76. Racionalizamos la derrota diciéndonos que en todo el siglo XX, sólo una de las escuadras que alcanzaron a titularse como campeones del mundo, perdió una final como anfitrión: Brasil (1950).** Que después de ganarle a los campeones del mundo vigentes (Brasil) creyeron que ya lo habían ganado todo y se olvidaron que les faltaba jugar el partido final. Que el arquero Jongbloed, semi-profesional para aquel entonces, no estaba a la altura de aquel plantel fantástico (a pesar de las paradas espectaculares que tuvo ante Suecia y Brasil), etc., etc.

Como los poetas y los locos (que en estos tiempos del “eclipse del alma” tienden cada vez más a estrechar sus secretas alianzas), pienso que los motes, por más traídos de los pelos que parezcan, a veces revelan algo esencial de los personajes a quienes les son colocados. No hablo de la frase “lugar comunista” de “no hay casualidad sino causalidad”, pues no se trata de una filiación externa, causal, sino de una correspondencia interna, íntima, una relación sincrónica, como diría Jung. Prefiero poiética -un término más de mi agrado.

El “holandés volador” es el otro nombre de la leyenda del “holandés errante”. Esta cuenta la historia de un capitán holandés de velero mercante del siglo XVII, quien hace un pacto con el diablo para llegar siempre a tiempo al puerto de destino, imponiéndose sobre cualquier obstáculo que se atravesara en su camino. Dios se entera del pacto y castiga al capitán, condenándolo a navegar eternamente sin rumbo y sin poder tocar tierra jamás.

El Holandés errante es el arquetipo que se encuentra tras varios de los capitanes “malditos” de la literatura, como Ahab, capitán del ballenero Pequod, en Moby Dick, de Hermann Melville; Nemo, capitán del sumergible Nautilus, en Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne; y, ¿por qué no?, aunque se trataba sólo de un pequeño vapor fluvial, de Charles Marlow en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.***

Aunque muchos ven similitudes entre esta leyenda y la del “judío errante”, las correspondencias con la leyenda de Fausto son todavía más inquietantes. El filósofo alemán Oswald Spengler, en su obra La decadencia de Occidente, caracteriza a nuestra civilización moderna como una “cultura fáustica”: abocada al dominio mundial y a la conquista de todas las posibilidades, a la negación de los límites. El alma fáustica es solamente voluntad y nada más.**** Voluntad de dominio, completaría Nietzsche.

Puede que en el fútbol total convergen las influencias fáusticas tanto de la “obra de arte total” (Gesamtkunstwerk) de Richard Wagner (autor de la ópera El holandés volador, 1841), como de su reverso sombrío: la guerra total (Totale Krieg). Recordemos por un momento la definición del “nihilismo consumado” (Ge-Stellen) que caracteriza nuestro tiempo, según Heidegger: Ge-Stellen: el conjunto de los “poner” (disponer, contraponer, exponer, imponer, etc.) por el cual el ente (incluido el hombre) es movilizado totalmente hasta que de éste no queda nada.

La obra de arte total wagneriana, que conjuga música, artes escénicas y artes visuales, es traducida para el fútbol en ritmo constante, movilidad (que implica cambios incesantes de roles) y espectacularidad. La guerra total, en el pressing, por ejemplo (“atacar cuando no tienes la pelota”, según Arsene Wangler), el achicamiento de los espacios del rival para recuperar el balón. Ambas nociones se imbrican inextricablemente en el deporte, que a veces se acerca al arte, y otras, a la guerra.

En todo caso, la voluntad fáustica del hombre moderno tenía que estar presente (basta con tomar en cuenta los imperativos de nuestra época –como el nihilismo-), en la creación del fútbol moderno, en la revolución que significó para el “deporte rey”, el nacimiento del fútbol total. Es el gran logro y, a la vez, el estigma del fútbol holandés.
R. C.

(Continuará…)

Notas:
*El nombre apropiado en realidad es “Países Bajos”.
**Verdaderamente no fue un partido final, sino el último partido de una liguilla entre cuatro equipos. A Brasil le bastaba empatar con Uruguay para ser campeón del mundo, pero perdió 2 a 1 en el célebre “maracanazo”.
***Charles Marlow aparece como marinero del bergantín Nellie en El corazón de las tinieblas. Pero como tal, cuenta la historia de cuando fue capitán de un pequeño vapor fluvial en África. En otras narraciones de Conrad, como Lord Jim, Marlow aparece como capitán de navío.
****Nihilismo: voluntad de nada (Nietzsche).

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