EL
HOLANDÉS VOLADOR (I)
“Gracias
Cruyff, por hacer
bello el
fútbol.”
Zinedine
Zidane
Tenía quince años cuando
se realizó el mundial de fútbol Alemania 74. Cuatro años antes habíamos quedado
embrujados por la magia del O Rey Pelé y el scratch brasilero,
los tricampeones del mundo. En ese entonces pensábamos que nada podía superar
aquel juego maravilloso de los canarinhos,
que ganaron la Copa del Mundo a paso de samba. Eso pensábamos en aquellos días…
A pesar de que la prensa
nos había adelantado palabras como “fútbol total”, y nombres prestigiosos como
el de Cruyff y el Ajax de Amsterdam, ganadores de tres copas europeas, para
nosotros, que habíamos visto el Mundial de México 70 y las grandes escuadras
históricas ganadoras de la Copa «Jules Rimet» (Brasil, Uruguay, Alemania,
Italia e Inglaterra), los holandeses eran simplemente unos advenedizos, gente sin
pedigree futbolístico, sobrevaluados mediáticamente.
Sobre Cruyff, lo que
difundían los medios de por estos lares eran más que todo sandeces: que si se
daba aires de divo; que si era malcriado; que se creía una superestrella; que
tenía propensión a los desplantes; etc., etc. Era una campaña como para mal
ponerlo, por comparación, con Pelé, a quien siempre se señalaba como ejemplo de
corrección deportiva, aunque no siempre fuese así, estrictamente hablando.
Todo eso que
“pensábamos” sobre los holandeses y su posible papel en la Copa del Mundo
cambió la tarde que los vimos jugar –“vía satélite”- contra Uruguay. Los que
creían saber de fútbol (casi todos los venezolanos de la época, incluyendo a
los comentaristas deportivos) decían sentirse decepcionados, que Cruyff era
pura fama, que no había deslumbrado. Pero yo aprecié otra cosa: vi a un
elegante jugador recorrer toda la cancha indicando a sus compañeros como
moverse, a quién marcar, hacia dónde desmarcarse, qué espacios ocupar, cuándo
avanzar o replegarse. Parecía el director de teatro de una obra contemporánea,
que asume su papel desde dentro de la escena, como un personaje más.
Nunca había visto un jugador así. Y nunca lo he vuelto a ver.
Resumen del partido Holanda vs. Uruguay 1974
Y luego vino el partido
contra Suecia, y la maniobra aquella nunca antes vista, en la que se hizo un
autopase por detrás y un giro de casi 360 grados para dejar atrás al defensor
sueco Jan Olsson.
El giro de Cruyff contra Olson
Pero donde me dejó
totalmente boquiabierto fue en el partido contra Argentina, la obra maestra del
“futbol total”. Quique Wolff, defensor argentino, resume su experiencia de
aquella tarde con la “naranja mecánica”, así: “Nunca vi nada igual. No hay cómo
frenarlos. Atacan con 7 y defienden con los 11. Te matan marcando y cuando la
tienen, se desmarcan todos. Siempre nos superaron numéricamente, en toda la
cancha”.
Holanda vs. Argentina 1974
Dicen que el sobrenombre
de “el holandés volador” se le dio a Cruyff por aquel famoso gol de espuela que
propinó al Atlético de Madrid cuando vestía los colores del Barcelona F.C. Pero
para mí, ya lo merecía cuando marcó, planeando a ras del césped, aquel soberbio
gol que selló la derrota de los –para aquel entonces- tricampeones brasileros
dos por cero.
Holanda vs. Brasil 1974
Por cierto, mi memoria
siempre recrea ese gol de tan diversas maneras, que cuando vuelvo a verlo en un
video, apenas lo reconozco. Es uno de esos goles memorables que hacen volar la
imaginación y volatilizan el recuerdo.
¿Quién iba a suponer que
el seleccionado de Holanda* –esa Holanda de maravillosa fantasía- no iba a ser
campeón del mundo? Según la mayoría de los expertos, esa selección naranja es
el mejor equipo que se haya presentado jamás en un torneo mundialista. Y sin embargo,
no pudo coronarse campeona. Recuerdo que un amigo mío dijo, poco antes de la
final: “es imposible que pierdan, los holandeses son demasiado arrechos”. Pero
perdieron. Como otros equipazos mundialistas (Hungría 54, el Brasil de Zico, la
Francia de Michael Platini y la última Copa mundial de Zidane, etc.) se les
reconoce tristemente con el apelativo “campeón sin corona”.
Mi padre siempre contaba
la anécdota de “la Pasionaria”, Dolores Ibárruri, quien durante la larga
batalla por Madrid, entre nacionalistas y republicanos, en la guerra civil
española, arengaba a las tropas de la república y las brigadas internacionales
con el lema «¡No pasarán!». Él siempre terminaba la anécdota con la coletilla:
“y sin embargo, pasaron…”.
Del mismo modo, el
equipo invencible, los creadores del fútbol total, los reinventores del
balompié, se dieron el lujo de perder dos finales de Copa del Mundo
consecutivas, y quedar de terceros en la Eurocopa del 76. Racionalizamos la
derrota diciéndonos que en todo el siglo XX, sólo una de las escuadras que
alcanzaron a titularse como campeones del mundo, perdió una final como anfitrión:
Brasil (1950).** Que después de ganarle a los campeones del mundo vigentes (Brasil)
creyeron que ya lo habían ganado todo y se olvidaron que les faltaba jugar el
partido final. Que el arquero Jongbloed, semi-profesional para aquel entonces,
no estaba a la altura de aquel plantel fantástico (a pesar de las paradas
espectaculares que tuvo ante Suecia y Brasil), etc., etc.
Como los poetas y los
locos (que en estos tiempos del “eclipse del alma” tienden cada vez más a
estrechar sus secretas alianzas), pienso que los motes, por más traídos de los
pelos que parezcan, a veces revelan algo esencial de los personajes a quienes
les son colocados. No hablo de la frase “lugar comunista” de “no hay casualidad
sino causalidad”, pues no se trata de una filiación externa, causal,
sino de una correspondencia interna, íntima, una relación sincrónica, como
diría Jung. Prefiero poiética -un término más de mi agrado.
El “holandés volador” es
el otro nombre de la leyenda del “holandés errante”. Esta cuenta la historia de
un capitán holandés de velero mercante del siglo XVII, quien hace un pacto con
el diablo para llegar siempre a tiempo al puerto de destino, imponiéndose sobre
cualquier obstáculo que se atravesara en su camino. Dios se entera del pacto y
castiga al capitán, condenándolo a navegar eternamente sin rumbo y sin poder
tocar tierra jamás.
El Holandés errante es
el arquetipo que se encuentra tras varios de los capitanes “malditos” de la
literatura, como Ahab, capitán del ballenero Pequod, en Moby Dick,
de Hermann Melville; Nemo, capitán del sumergible Nautilus, en Veinte
mil leguas de viaje submarino de Julio Verne; y, ¿por qué no?, aunque se
trataba sólo de un pequeño vapor fluvial, de Charles Marlow en El corazón de
las tinieblas de Joseph Conrad.***
Aunque muchos ven similitudes
entre esta leyenda y la del “judío errante”, las correspondencias con la
leyenda de Fausto son todavía más inquietantes. El filósofo alemán Oswald
Spengler, en su obra La decadencia de Occidente, caracteriza a nuestra
civilización moderna como una “cultura fáustica”: abocada al dominio mundial y
a la conquista de todas las posibilidades, a la negación de los límites. El
alma fáustica es solamente voluntad y nada más.**** Voluntad de dominio,
completaría Nietzsche.
Puede que en el fútbol
total convergen las influencias fáusticas tanto de la “obra de arte total” (Gesamtkunstwerk) de Richard Wagner
(autor de la ópera El holandés volador, 1841), como de su reverso
sombrío: la guerra total (Totale Krieg). Recordemos por un momento la
definición del “nihilismo consumado” (Ge-Stellen) que caracteriza
nuestro tiempo, según Heidegger: Ge-Stellen: el conjunto de los “poner”
(disponer, contraponer, exponer, imponer, etc.) por el cual el ente (incluido
el hombre) es movilizado totalmente hasta que de éste no queda
nada.
La obra de arte total
wagneriana, que conjuga música, artes escénicas y artes visuales, es traducida
para el fútbol en ritmo constante, movilidad (que implica cambios incesantes de
roles) y espectacularidad. La guerra total, en el pressing, por ejemplo
(“atacar cuando no tienes la pelota”, según Arsene Wangler), el achicamiento de
los espacios del rival para recuperar el balón. Ambas nociones se imbrican
inextricablemente en el deporte, que a veces se acerca al arte, y otras, a la
guerra.
En todo caso, la
voluntad fáustica del hombre moderno tenía que estar presente (basta con tomar
en cuenta los imperativos de nuestra época –como el nihilismo-), en la creación
del fútbol moderno, en la revolución que significó para el “deporte rey”, el
nacimiento del fútbol total. Es el gran logro y, a la vez, el estigma del
fútbol holandés.
R. C.
(Continuará…)
Notas:
*El nombre apropiado en
realidad es “Países Bajos”.
**Verdaderamente no fue
un partido final, sino el último partido de una liguilla entre cuatro equipos.
A Brasil le bastaba empatar con Uruguay para ser campeón del mundo, pero perdió
2 a 1 en el célebre “maracanazo”.
***Charles Marlow
aparece como marinero del bergantín Nellie en El corazón de las
tinieblas. Pero como tal, cuenta la historia de cuando fue capitán de un
pequeño vapor fluvial en África. En otras narraciones de Conrad, como Lord
Jim, Marlow aparece como capitán de navío.
****Nihilismo:
voluntad de nada (Nietzsche).
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