martes, 18 de abril de 2017

EL SANADOR INTERNO Adaliz Buitriago (Magazine No. 569)

LA MEDICINA DEL NIÑO INTERNO


Alguna vez escuché de un sabio y apreciado maestro lo siguiente: “Somos tres personas: los que los demás creen que somos, lo que nosotros creemos que somos, y lo que en verdad somos. Estas tres personas definen tres aspectos de nuestra existencia: la vida pública, la vida privada y la vida real; esta última es el campo de existencia de un aspecto de nuestra personalidad conocido como niño interno.

Ese niño interior, asociado en algunas corrientes de pensamiento con el subconsciente, conoce nuestra verdad esencial, nuestras virtudes y nuestros defectos, es el portador de nuestra luz pero también de nuestra oscuridad. Tiene dentro de sus potencialidades la capacidad de sublimar los rasgos poco virtuosos y egoístas de nuestro ser.

Lo que sucede es que los grupos de influencia de la sociedad en la que nos desenvolvemos (familia, iglesia, grupos religiosos, escuela) nos programan desde muy temprana edad para mantener a ese niño “bajo control”, reprimido, como “amordazado”; y cuando lo hacemos ese niño luminoso, pero herido por no poderse expresar, se transforma en el “monstruo” que mantenemos oculto en las profundidades de nuestro ser.

Los seres humanos somos seres duales, es decir somos luz y oscuridad, tenemos la capacidad de manifestar las más nobles virtudes, pero de la misma manera podemos expresar los aspectos más oscuros y socialmente inaceptados de nuestra personalidad.

Lo que sucede es que, moldeados por las instituciones y grupos de poder de la sociedad, estamos acostumbrados a mostrar sólo el aspecto luminoso de nuestra existencia, cuando hacemos esto nos mentimos de manera sistemática y sostenida en el tiempo, como consecuencia enfermamos.

De ahí que, en la medicina tradicional china, exista una máxima según la cual el origen de la enfermedad está en la mentira. De hecho, hablando en términos energéticos, el ser humano tiene en su espalda, una serie de estancias de luz que conectan con aspectos del psiquismo que son manejados por los órganos.

Así, las emociones y cualidades armónicas de cada órgano son las siguientes: la bondad y la alegría son propias del corazón, la reflexión es del bazo, la inspiración y el recuerdo son del pulmón, la responsabilidad y la seguridad son del riñón, por último la creatividad y la decisión son del hígado.

Cuando el ser humano descubre la mentira, comienza a experimentar una incoherencia interna que suele llevarlo a enfermarse, en ese contexto surgen las expresiones inarmónicas de cada órgano: la crueldad y la pena del corazón; la obsesión del bazo; la tristeza y la nostalgia del pulmón; la falta de responsabilidad y el miedo del riñón; la envidia y la indecisión del hígado.

Para dar respuesta a lo anterior, existe una inteligencia energética dentro de nosotros que tiene la capacidad de regular el psiquismo de los órganos transmutando la crueldad en bondad, la pena del corazón en alegría, la obsesión en reflexión, la tristeza y la nostalgia en inspiración, el miedo en seguridad, y por último la envidia en autoaceptación a través de una visión creativa.

Desde la perspectiva occidental puede identificarse esa inteligencia energética con el concepto de niño interno, que como se señaló al principio conoce nuestra verdad esencial, conoce nuestra luz pero también reconoce y acepta nuestra oscuridad, de ahí que tenga la capacidad de sublimar nuestros defectos en virtudes.

En este contexto, podemos decir que el niño interno es el portador de una poderosa medicina que nos invita a mirar dentro de nosotros y, reconciliándonos con nuestra verdad esencial, hacer respetar nuestra auténtica posición ante el mundo, empoderándonos al limpiar nuestro subconsciente de patrones de conducta limitantes, impuestos por la familia y los grupos de influencia de una sociedad perturbada y contradictoria.

En la próxima entrega de El Sanador Interno continuaremos reencontrándonos con este aspecto reprimido de nuestra personalidad, a través de una serie de ejercicios para hacer contacto con las lecciones de nuestro niño interior.


Por el momento, basta con respirar, cerrar nuestros ojos y mirar sin juzgar en nuestro interior, respetando y honrando cada recuerdo que surja, reconciliándonos y aceptando cada aspecto de nuestro ser.
Adaliz Buitriago



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