Alguna vez escuché de un sabio y
apreciado maestro lo siguiente: “Somos tres personas: los que los demás creen
que somos, lo que nosotros creemos que somos, y lo que en verdad somos. Estas
tres personas definen tres aspectos de nuestra existencia: la vida pública, la
vida privada y la vida real; esta última es el campo de existencia de un
aspecto de nuestra personalidad conocido como niño interno.
Lo que sucede es que los grupos de
influencia de la sociedad en la que nos desenvolvemos (familia, iglesia, grupos
religiosos, escuela) nos programan desde muy temprana edad para mantener a ese
niño “bajo control”, reprimido, como “amordazado”; y cuando lo hacemos ese niño
luminoso, pero herido por no poderse expresar, se transforma en el “monstruo”
que mantenemos oculto en las profundidades de nuestro ser.
Los seres humanos somos seres duales, es
decir somos luz y oscuridad, tenemos la capacidad de manifestar las más nobles
virtudes, pero de la misma manera podemos expresar los aspectos más oscuros y
socialmente inaceptados de nuestra personalidad.
Lo que sucede es que, moldeados por las
instituciones y grupos de poder de la sociedad, estamos acostumbrados a mostrar
sólo el aspecto luminoso de nuestra existencia, cuando hacemos esto nos
mentimos de manera sistemática y sostenida en el tiempo, como consecuencia
enfermamos.
De ahí que, en la medicina tradicional china,
exista una máxima según la cual el origen de la enfermedad está en la mentira.
De hecho, hablando en términos energéticos, el ser humano tiene en su espalda,
una serie de estancias de luz que conectan con aspectos del psiquismo que son manejados
por los órganos.
Cuando el ser humano descubre la
mentira, comienza a experimentar una incoherencia interna que suele llevarlo a
enfermarse, en ese contexto surgen las expresiones inarmónicas de cada órgano:
la crueldad y la pena del corazón; la obsesión del bazo; la tristeza y la
nostalgia del pulmón; la falta de responsabilidad y el miedo del riñón; la
envidia y la indecisión del hígado.
Para dar respuesta a lo anterior, existe
una inteligencia energética dentro de nosotros que tiene la capacidad de
regular el psiquismo de los órganos transmutando la crueldad en bondad, la pena
del corazón en alegría, la obsesión en reflexión, la tristeza y la nostalgia en
inspiración, el miedo en seguridad, y por último la envidia en autoaceptación a
través de una visión creativa.
Desde la perspectiva occidental puede
identificarse esa inteligencia energética con el concepto de niño interno, que
como se señaló al principio conoce nuestra verdad esencial, conoce nuestra luz
pero también reconoce y acepta nuestra oscuridad, de ahí que tenga la capacidad
de sublimar nuestros defectos en virtudes.
En este contexto, podemos decir que el
niño interno es el portador de una poderosa medicina que nos invita a mirar
dentro de nosotros y, reconciliándonos con nuestra verdad esencial, hacer
respetar nuestra auténtica posición ante el mundo, empoderándonos al limpiar
nuestro subconsciente de patrones de conducta limitantes, impuestos por la
familia y los grupos de influencia de una sociedad perturbada y contradictoria.
En la próxima entrega de El Sanador Interno continuaremos
reencontrándonos con este aspecto reprimido de nuestra personalidad, a través
de una serie de ejercicios para hacer contacto con las lecciones de nuestro
niño interior.
Por el momento, basta con respirar,
cerrar nuestros ojos y mirar sin juzgar en nuestro interior, respetando y
honrando cada recuerdo que surja, reconciliándonos y aceptando cada aspecto de
nuestro ser.
Adaliz Buitriago
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